La crisis de 1917 y el fin de la guerra

Crisis del 98:la liquidación del Imperio colonial:


El recogimiento canovista y el problema del Imperio español:

En las relaciones internacionales, Cánovas había intentado una política de modes­tía y de «recogimiento» para evitar complicaciones, mantener a España neutral en los conflictos entre las potencias y salvaguardar los restos del Imperio: las islas Filipinas y otros archipiélagos del Pacífico, Cuba, Puerto Rico y algunas posesiones en el norte de África y golfo de Guinea.Se exigía prudencia para no enfrentarse con los imperios tradicionales o con los im­perios en construcción, como el norteamericano o el alemán en el Pacifico. Se contaba con escasos recursos económicos y con una marina de poca potencia. Sin embargo, la economía colonial (especialmente la cubana) era muy beneficiosa para la metrópoli.El problema era si se podían mantener las colonias sin respaldos internacionales o si no sería mejor conceder amplios grados de autonomía, como habían propuesto los par­tidos republicanos. En el caso cubano, la isla era apetecida por Estados Unidos, que ha­bía intentado comprarla y anexionarla, y cuya economía estaba muy ligada a la colonia, pese a la legislación proteccionista que beneficiaba a los productores españoles.

El problema de Cuba y su dependencia de Estados Unidos:

El Pacto de Zanjón de 1878 había puesto fin a una guerra de diez años y convertí­do a Cuba en colonia española. Gozaba por ello de mayores libertades y se organizaron partidos políticos (Partido Uníón Constitucional o conservador, Partido Liberal Autono­mista y Partido Reformista), si bien limitados a la élite dirigente española y cubana. En los años ochenta acabó la modernización de la industria azucarera, con la reducción del número de fábricas, la sustitución de los esclavos por trabajadores blancos, el predomi­nio de una clase industrial azucarera española y la dependencia total del mercado nor­teamericano. Más del 90% de la producción cubana iba a ese país desde 1891. Cuba se convirtió también en una gran potencia platanera.

El inicio de la guerra en Cuba y en Filipinas:

Entre los exiliados cubanos en Estados Unidos, José Martí creó un partido independentista (el Partido Revolucionario Cubano) en 1892, que quería difundirse entre obre­ros y campesinos cubanos y que contactó con líderes de la guerra de 1868. Estos grupos iniciaron una insurrección en Febrero de 1895 (Grito del Baire) con Maceo, Máximo Gómez y Martí, que cayo muerto en una emboscada. La guerra, de orí­gen obrero y de clase media, pronto fue apoyada por toda la sociedad criolla. Cánovas, que vuelve al poder en 1895, envió a Cuba al gene­ral Martínez Campos para aplastar la rebelión. Estaba en peligro, según él, la integridad territorial de España, el prestigio de la na­ción y la propia monarquía. Quería gastar «hasta el último hom­bre y la última peseta» y, de hecho, entre 1895 y los primeros me­ses de 1898, se enviaron más de 220mil soldados. Martínez Campos, al no lograr nada por la vía pacífica, fue sustituido por un hombre de hierro, Valeriano Weyíer, quien, para romper el apoyo popular a los ejércitos rebeldes, aplicó una dura política de concentración de la población campesina en las ciudades, y de destrucción de campos y de ganados. En Filipinas la rebelión se había iniciado en 1896, como consecuencia de la corrupción y la torpeza de la administración colonial, que no atendíó los anhelos autonomistas de grupos moderados, como la Liga Filipina de José Rizal, lo que dio paso a la violencia de los independentistas del Katipunan.

Intervención norteamericana y declaración de guerra a España:

España optó en Filipinas por la solución dura, con el general Polavieja, que, entre otras medidas, ejecutó a José Rizal, pero no acabó con la rebelión. Su sucesor, el mode­rado general Fernando Primo de Rivera, firmó con los rebeldes de Aguinaldo la paz de Biac-na-Bató en Diciembre de 1897. En 1897, tras el asesinato de Cánovas, estaban en el poder los liberales de Sagasta. Decidieron cesar a Weyler y conceder la autonomía a Cuba, lo que no satisfizo ni a los rebeldes ni a los norteamericanos. Estos aún pensaban en comprar o anexionar la isla, o apoyar su independencia para ligarla económicamente a sus intereses. El 15 de Febrero de 1898 estalló el Maine, un buque de guerra norteamericano fondeado en La Habana en visita de cortesía. Dos meses después, el presidente norteamericano McKinley, basándose en que la voladura había sido una provocación española, declaró la guerra a España, situándose al lado de los independentistas. Enton­ces ya estaba movilizada la escuadra del Atlántico en torno a Cuba y preparada la del Pacifico, anclada en Hong-Kong, a corta distan­Cía de las Filipinas. La declaración de guerra dejó a los rebeldes cubanos en situación dealiados de los norteamericanos, pero también a merced de estos. Sin embargo, la resolución conjunta del Congreso del 20 de Abril había de­clarado que Cuba «es y, por derecho, debe ser independiente».

La derrota española y la paz de París:

La guerra se inició el 23 de Abril en dos frentes, el antillano y el filipino; en este úl­timo, el 30 de Abril, la escuadra de Dewey destrozó la española de Montojo (barcos de casco de acero contra barcos de madera) de tal modo que España controlaba tan solo la capital, Manila. Tras el desembarco de tres cuerpos expedicionarios norteamericanos tuvieron lugar algunas batallas, y la ciudad capituló el 14 de Agosto. En el frente antillano, Cuba quedó bloqueada por la armada norteamericana; allí se dirigíó la escuadra del almirante Cervera, que zarpó de Cádiz el 8 de Abril. El 12 de Mayo llegó a Curaçao y el 19 entró en el puerto de Santiago de Cuba, quedando cerrada la sa­lida por buques enemigos. Del 14 al 24 de Junio desembarcaron en Cuba fuerzas terres­tres americanas que avanzaron hacia Santiago y se enfrentaron con los españoles. El 3 de Julio, el almirante Cervera intentó forzar el bloqueo y todos sus navíos fueron des­truidos por el adversario. El 15 de Julio capituló Santiago de Cuba y el 25 los América­nos ocuparon Puerto Rico. España había solicitado un armisticio e 18 de Julio. La paz definitiva se firmó en París el 10 de Diciembre, sin participación de los re­beldes cubanos. España cedíó las colonias perdidas a los norteamericanos; las Carolinas,las Marianas y las Palao se vendieron a Alemania pocos años después.

La crisis del verano de 1917:


En el ambiente de efervescencia económica, inflación, tensiones sociales e inestabilidad política de la Gran Guerra, en el verano de 1917 se produjeron en España tres intentos de forzar el sistema canovista y sustituirlo por otro, intentos que procedían del ejército, del catalanismo de derechas y de los sindicatos obreros revolucionarios.

Preámbulo: malestar entre los oficiales:

Durante 1916 y 1917 se habían constituido por toda España Juntas Militares de Defensa, formadas por oficia­les de infantería y caballería por debajo del grado de co­ronel, que querían controlar por sí mismos los ascensos y las condiciones profesionales: les molestaba que los ofi­ciales que servían en Marruecos ascendieran por méritos de guerra y pasaran por delante de sus compañeros que no habían ido a la guerra. Criticaban también el reducido presupuesto militar, los bajos sueldos (que hacían tan apetecibles los ascensos), y expresaban en general el sen­timiento de frustración de muchos oficiales o «clase me­dia» del ejército.Las Juntas imitaban la actitud de los llamados «cuerpos facultativos», ingenieros y artillería, que constituían la élite militar, hacían gala de su profesionalismo y habían con­seguido evitar los ascensos políticos, aplicando solo la estricta antigüedad (la llamada «escala cerrada») dentro de sus regimientos. Se quejaban, por ello, losjunteros de las desigualdades entre las diversas armas y cuerpos del ejército, y también de la intervén­ción directa del rey en los asuntos militares.Además de las reivindicaciones profesionales, los junteros hablaban de reformas políticas necesarias, y por ello fueron bien acogidos por republicanos, radicales y cata­lanistas de la Lliga, que llegaron a ver en ellos una promesa de regeneración.

Primera crisis en Mayo-Junio:revuelta de las Juntas:

En 1917 al gobierno de Romanones le sustituyó el de García Prieto, también liberal. El nuevo ministro de De­fensa declaró ilegales las Juntas y el 23 de Mayo encar­celó a los componentes de la Junta Superior. La reacción del ejército en apoyo de sus compañeros censurados fue tal que el 8 de Junio cae el gobierno y le sustituyó el del conservador Dato, quien reconoce las Juntas. Estas, triunfadoras, publicaron un manifiesto el día 25 en el que justificaban la necesidad de un cambio político. Aunque el gobierno procuró evitar la difusión del documento, terminó aceptando la mayoría de las peticiones de los junteros.Quedaba clara la debilidad del gobierno y, a la vez, su capacidad de manipular el movimiento militar, accedien­do a las demandas técnicas y vaciándolas de contenido político. Las Juntas constituyeron un grupo de presión, similar pero al margen de los partidos políticos.

Segunda crisis en Julio: Asamblea de parlamentarios:

En Junio de 1917, por su parte, los socialistas y el Partido Repu­blicano Reformista de Melquíades Álvarez pactaron una alternativa revolucionaria, que implicaba imponer un gobierno que convocara elecciones a unas Cortes constituyentes. Ante esa amenaza, Dato ce­rró el Congreso y suspendíó las garantías constitucionales.Los políticos de la Lliga consideraron que había llegado ya el mo­mentó del cambio, y convocaron a los parlamentarios que apostaban por la reforma. Contaban con el descrédito de los partidos dinásticos, con el apoyo del PNV, de los socialistas y de los republicanos, con el consentimiento de las Juntas y con los deseos de cambio de los sin­dicatos, UGT y CNT. Les apoyaba también las clases industriales.Los diputados catalanes exigieron la apertura inmediata de las Cortes, unas Cortes que debían tener carácter de «constituyentes»; de no ser aceptada su propuesta, ame­nazaban con’convocar una Asamblea nacional.Dato no admitíó las exigencias, por lo que los catalanes convocaron la Asamblea en Barcelona el 19 de Julio. Acudieron 71 diputados y senadores (de un total de 760) de to­das las tendencias, a excepción de los conservadores de Dato y de Maura. Se reiteró la petición de Cortes constituyentes para deliberar sobre el cambio en la organización del Estado, las autonomías regionales y municipales, el problema militar y la crisis econó­mica. Pero las sesiones fueron suspendidas y se detuvo a los participantes.

Tercera crisis en Agosto: huelga revolucionaria:

En ese contexto comenzó la crisis obrera revolucionaria. Las dos centrales sindica­les (con Seguí y Pestaña por la CNT, y Besteiro y Largo Caballero por la UGT), a pesar de sus diferencias de planteamientos, habían estado preparando una huelga general con­junta en demanda de «cambios fundamentales del sistema», aunque no quedaba claro si ello incluía también la revolución o la lucha armada.Durante el mes de Junio, la agitación obrera era manifiesta. El 19 de Julio, el mismo dia de la reuníón de los parlamentarios en Barcelona, se iniciaba una huelga de ferro­viarios en Valencia, que concluyó a finales de mes, pero sin que la empresa readmitiera a 36 huelguistas. Los ferroviarios valencianos fueron apoyados por los del resto del Es­Tadó, y estos movieron a la UGT, en alianza con la CNT, a decidir que la huelga general prevista se iniciara el 13 de Agosto. Durante una semana se paralizaron los núcleos in­dustriales vascos, asturianos, catalanes y valencianos. El gobierno lanzó la Guardia Ci­vil y el ejército a las calles (actuación aceptada por las Juntas de Defensa) y se produ­jeron violentos enfrentamientos, sobre todo en Asturias, donde el general Burguete se ensañó con los mineros del SOMA, sindicato minero socialista.

Lecciones de las tres crisis:

El fracaso de la huelga obrera puede achacarse a la falta de objetivos claros y uní­formes de las centrales sindicales y a la dureza de la reacción. Como para aplastar el movimiento el gobierno tuvo que recurrir al ejército, a cambio se vio en la obligación de acceder a sus reivindicaciones: dar paso a un gobierno de unidad nacional.Los parlamentarios volvieron a reunirse el 30 de Octubre en Madrid. La Lliga olvidó sus deseos de cambio político al aceptar la propuesta de entrar a formar parte del nue­vo «gabinete de concentración» que formó García Prieto, jefe del ala izquierda del Par­tido Liberal, con dos ministros: Joan Ventosa y Calvell, brazo derecho de Cambó, en Fi­nanzas, y Felip Rodes, republicano nacionalista, en Instrucción Pública. García Prieto rechazó la proposición de las Cortes constituyentes y el movimiento asambleísta desaparecíó sin dejar ninguna solución clara al problema político.

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