El Imperio Bizantino: Esplendor, Crisis y Legado de la Nueva Roma

El auge del Imperio Romano de Oriente. El Imperio Bizantino. Las revueltas iconoclastas. La sociedad bizantina. Fundamentos políticos.

En el siglo III, el Imperio Romano sufrió una importante crisis cuyos rasgos más importantes han sido recientemente resumidos en las páginas de numerosas investigaciones, siendo de referencia la obra de Gonzalo Bravo. Entre estos rasgos encontramos la pérdida de funciones por parte de las ciudades, en especial, su capacidad de articular los espacios; la ruralización de la vida urbana; la debilitación de las relaciones de tipo público en beneficio de las de carácter privado; el creciente peso de la fiscalidad imperial, necesitada de recursos para comprar la fidelidad de las tropas, asegurar el aprovisionamiento de algunas grandes ciudades (en especial, Roma), o hacer frente a las revueltas sociales (motivadas por el deterioro de la situación de los campesinos empobrecidos) y a las amenazas de los bárbaros. En ese escenario, contribuyendo a la crisis, la difusión de las religiones menos cívicas y colectivas, y más salvíficas y personales, encontraron su caldo de cultivo.

Las anteriormente nombradas penetraciones de los bárbaros en el Imperio Romano no se basaron en una única forma, sino en dos formas clave de penetración en el territorio imperial: entradas toleradas e invasiones propiamente dichas. Los invasores, como antes se ha señalado, provenían de distintas etnias, aunque solemos utilizar el colectivo de “germanos” para agrupar a tantas etnias. Sus desplazamientos, conocidos por los romanos desde el siglo I, tuvieron más el carácter de migraciones de pueblos que de invasiones relámpago. Su aspiración era hallar lugares en que instalarse y poder desarrollar una agricultura sedentaria, combinada, en algunos casos, con la ganadería vacuna. Durante los siglos II al IV, estos intentos se manifestaron en grupos familiares o pequeñas fracciones de tribus, que el Imperio acogió sin dificultad. Sin embargo, a finales del siglo IV y durante el siguiente, los intentos fueron protagonizados por pueblos enteros, con sus jefes y clientelas de guerreros, dotados de una fuerte cohesión étnica, reforzada por tradiciones y creencias religiosas propias. Solo los godos habían iniciado la conversión al cristianismo, en su versión arriana predicada por el obispo Ulfilas.

El Nacimiento del Imperio Bizantino: De Roma a Constantinopla

Mientras el Imperio Romano de Occidente sucumbía a las invasiones bárbaras, el Imperio Romano de Oriente sufrió una metamorfosis que dio lugar al Imperio Bizantino. El 8 de noviembre del año 324, tras la Batalla de Crisópolis contra las tropas de Maximino Daya, el “emperador” de Occidente, tuvo lugar la fundación de la que se conoció como la Nueva Roma: Constantinopla. Esta nueva ciudad fue erigida sobre la antigua ciudad de Bizancio y, pese a que su fundación tuvo lugar en el año 324, fue inaugurada oficialmente en el año 330. La ubicación estratégica de la ciudad la hacía fácilmente defendible, gracias a sus sólidas y efectivas fortificaciones. Además, la situación era favorable para el comercio y las comunicaciones políticas y militares con el resto del mundo conocido.

La división definitiva del Imperio Romano tuvo lugar en el año 395 tras el fallecimiento del emperador Teodosio I el Grande. Arcadio y Honorio, sus hijos, se repartieron el imperio: el Imperio de Oriente para el primero y el de Occidente para el segundo. Oriente experimentó su auge durante los siglos IV y V, con un notable crecimiento económico y social, mientras que Occidente sufría una profunda descomposición política, económica y social. Ciudades como Alejandría o Constantinopla experimentaron un crecimiento notable, alcanzando el medio millón de habitantes en sus núcleos urbanos. Mientras, en Occidente, se observó una fragmentación de las ciudades y la aparición de un gran número de nuevos asentamientos. En el año 476 apareció el último emperador del Imperio Romano de Occidente: Rómulo Augústulo (Rómulo fue el fundador de Roma y Augusto fue el primer emperador romano, de ahí el nombre), un niño de edad temprana. Tras la caída del Imperio de Occidente, todas las insignias imperiales fueron trasladadas a Constantinopla.

El Esplendor Justinianeo (527-565)

En el caso de Oriente, la época de Justiniano (527-565) marcó una época de esplendor imperial. En esta etapa apareció el concepto de la Renovatio Imperii, la renovación del imperio durante la etapa protobizantina. Justiniano, además de mantener las fronteras imperiales, aspiraba a reconquistar las antiguas tierras del Imperio, lo que impulsó una ambiciosa política de expansión exterior.

Expansión Militar y Reconquista

  • En el ámbito militar, Belisario (505-565) desarrolló exitosas campañas militares contra los persas, destacando la Batalla de Dara en el año 530.
  • También se produjo una expansión en el Norte de África. Durante esta expansión se produjo la victoria sobre los vándalos (532-533) y se procedió a la ocupación de las islas Baleares, Córcega y Cerdeña.
  • Belisario, en el año 535, volvió a entrar en Roma, donde las fuerzas bizantinas se mantuvieron varias décadas hasta el regreso de los ostrogodos al sur de Italia entre los años 541 y 551.
  • Dalmacia fue ocupada, posteriormente, por el general Mundus en el año 535.
  • El general Narsés reconquistó Italia con la victoria en la Batalla de Busta Gallorum en el año 554. Esto desencadenó la fundación del Exarcado de Rávena, que se mantuvo entre los siglos VI y VIII. Esta zona ofrecía un amplio control sobre la península itálica. Este territorio italiano fue gobernado por un exarca, es decir, un representante del emperador que poseía competencias civiles y militares sobre la zona (una figura comparable a los actuales delegados del gobierno). Mientras tanto, el resto de los territorios ocupados fueron gobernados por un Magister Militum o un duque.
  • En la Hispania visigoda también tuvo lugar una expansión bizantina entre los años 552 y 620, aprovechando las disputas entre Agila y Atanagildo.

Esplendor Cultural y Jurídico

Paralelamente, se vivió una etapa de esplendor cultural en la que floreció la cultura y el pensamiento griego en todo el Imperio. Destacaron artistas de la talla de Juan Filopón, Pablo Silenciario, Procopio o Nonno de Panópolis. A la vez, se produjo un desarrollo considerable del derecho romano gracias al Corpus Iuris Civilis. Consistía en una compilación de jurisprudencia imperial romana entre los siglos II y VI, ordenada por Justiniano I y dirigida por Triboniano, un jurista de la corte imperial. Pero la aportación romana no quedó ahí, llegando a implantar el Digesto o Pandectas, fragmentos de las leyes del Imperio Romano, en el año 533.

Crisis y Reformas del Siglo VII

Todo este esplendor duró hasta la primera manifestación de crisis que tuvo lugar a mediados del siglo VI. La revuelta de Niká del año 534 provocó el intento de huida del emperador Justiniano. Diez años después, la epidemia de peste bubónica diezmó la población bizantina en un tercio. Todo esto se vio agravado por una crisis económica que provocó un malestar social debido a la creación de nuevos impuestos. Juan de Capadocia fue un jurista y burócrata bizantino que, además de mantenerse al frente de esta crisis económica imperial, fue comisionado por Justiniano I para la elaboración del Corpus Iuris Civilis.

Durante el siglo VII, el emperador Heraclio I (610-641) ideó un plan de reformas para la reorganización y el fortalecimiento del ejército, con el fin de frenar el avance de las tropas persas que los hostigaban. Además, una de sus reformas consistió en la adopción del griego como la lengua oficial del Imperio, dejando de lado el latín. Finalmente, se produjo la sustitución del título imperial Augustus, primero por el título persa de Rey de Reyes tras la victoria sobre los persas en Nínive en el 627 y la toma de Ctesifonte (actual Irak), capital del Imperio Persa, y, más tarde, por el de Basileus. Carlomagno se coronó, posteriormente, como Augustus de Roma. Ante esto, los carolingios defendieron la postura de su emperador haciendo alusión al nombre con el que llamaban despectivamente a los bizantinos: los “griegos”.

Las Crisis Iconoclastas

Pero la crisis ya mencionada no fue la única que azotó el Imperio Bizantino. La iconoclastia, es decir, la “lucha” contra las imágenes sagradas religiosas, fue origen de una crisis que afectó gravemente al imperio. Esta “guerra” desencadenó una serie de discusiones en torno al culto que debía rendirse a las imágenes. En Occidente, la mayor parte de los edificios religiosos estaban desprovistos de figuras y el culto quedaba reservado a las reliquias, por lo que este problema no llegó a plantearse. Mientras, en Oriente, la afición a las imágenes había provocado una multiplicación exagerada de las mismas, convirtiéndose en objetos de veneración por sí mismos, lo que generó un serio peligro de idolatría para estas imágenes, consideradas paganas por múltiples religiones contrarias a los iconos. La proliferación de estas imágenes provocó una dependencia emocional en gran parte del pueblo bizantino.

Primer Período Iconoclasta (726-787)

El primer período iconoclasta se produjo cuando el emperador León III prohibió, en el año 726, la utilización de iconos en las ceremonias religiosas, a excepción de la imagen de Cristo. La medida fue muy contestada, sobre todo por los monjes y el pueblo llano, en especial en Constantinopla. En muchos monasterios se continuaron venerando los iconos de forma clandestina, ya que quien venerase los iconos prohibidos era condenado a muerte, pena que se decretó en el año 730. Ante estas prohibiciones iconoclastas surgieron los iconódulos. Estos partidarios de las imágenes en la Europa bizantina contaron con el apoyo del papado. Los escritos de San Juan Damasceno veían la imagen sagrada como un símbolo mediador, una representación entre el ser humano y la divinidad. Esto, también, se vio influenciado por la idea espiritual de Dios, que defendía que “el ver es más importante que el escuchar. Y la imagen de Dios es más importante, entonces, que su palabra”.

Durante esta lucha se produjo una ruptura religiosa total entre Roma y Constantinopla. Las diócesis bizantinas abandonaron el Patriarcado de Roma y se situaron bajo el Patriarcado constantinopolitano. Esta ruptura impulsó al Papa a decretar excomuniones a todos aquellos que se oponían al culto tradicional, incluso llegó a amenazar con excomulgar al emperador León III. Finalmente no se llegó a excomulgar al emperador y se reinstauró la tranquilidad hasta que la emperatriz Irene, viuda de León IV, convocó el II Concilio de Nicea para poner fin a las revueltas y persecuciones iconoclastas, y reinstaurar, poco a poco, la veneración de los iconos. Estableció que “la adoración está reservada a Dios, pero de las imágenes se permite una veneración relativa mediante genuflexión, beso, incienso y velas”.

Segundo Período Iconoclasta (815-843)

Tras el primer período iconoclasta, hubo que esperar al año 815 para que se produjera una nueva prohibición de veneración de los iconos por León V. Esto desembocó en su asesinato en el año 820 por sus detractores. La persecución fue mucho menos violenta, ya que el poder imperial no logró imponer leyes iconoclastas relativamente aceptables. Teodora, en el año 843, devolvió de nuevo el culto a las imágenes en un nuevo concilio en Constantinopla.

La Sociedad Bizantina

La sociedad bizantina estaba fuertemente jerarquizada, y la pertenencia a los grupos sociales se establecía por nacimiento. Esta jerarquización social era común en los reinos medievales de la época. En la cumbre de esta sociedad se situaban los privilegiados, entre los que se encontraba el emperador como la cúspide de la sociedad bizantina. Era el eslabón que unía a Dios con el pueblo, por lo que todo lo que concernía al emperador era sagrado. Paulatinamente, durante la Alta Edad Media, la dignidad imperial se fue cargando de simbología y magnificencia. El emperador disponía de un poder supremo sujeto a la observancia de la costumbre y el derecho. Las leyes establecidas por Constantino debían ser acatadas por todos los emperadores, sin poder salirse de la legalidad que establecía la “constitución” de Constantino. A diferencia de la costumbre romana, el emperador bizantino intervenía, en numerosas ocasiones, en la vida religiosa de Bizancio.

Aparte del emperador, encontramos:

  • La alta aristocracia, de corte palatina, terrateniente y, en ocasiones, militar, que disponía de amplios señoríos territoriales y se encargaba de intervenir en asuntos públicos y políticos imperiales.
  • El alto clero secular, a cuya cabeza se encontraba el Patriarca de Constantinopla, un auténtico pontífice sujeto, en no pocas ocasiones, a la autoridad del emperador de turno.
  • Una buena parte del clero regular, que disponía de monasterios con rentas muy elevadas y que, en algunas ocasiones, ampliaba su influencia en el seno de la corte imperial.

Tras el grupo de los privilegiados, aparecía un segundo grupo, de nivel social medio, aunque con un poder de influencia cada vez mayor. Este estaba integrado por:

  • Burócratas, en un número muy amplio en un Estado muy rico, extenso y políticamente complejo.
  • Comerciantes enriquecidos con una intensa actividad entre Oriente y Occidente (incluyendo Persia), pero que se vieron perjudicados por un freno comercial durante el avance de los pueblos musulmanes.

En el último escalafón encontramos los grupos más desfavorecidos, formados por:

  • El campesinado, que ocupaba el último escalón de la sociedad rural, con una sociedad menos dinámica que la urbana en la que tan solo se reconocían dos situaciones: el gran propietario y los siervos.
  • Los marginados sociales, como mendigos, enfermos, tullidos, esclavos, etc.

Fundamentos Políticos del Imperio Bizantino

La autoridad del emperador se basaba, principalmente, en el derecho, empleando el Código de Justiniano (534), el Digesto o Pandectas, las Instituciones (manual para estudiantes de Derecho) y las Novelas o Constituciones publicadas por el emperador desde el año 534, redactadas en latín y en griego.

En cuestiones administrativas, existía una administración central controlada directamente por el emperador, que controlaba asuntos diplomáticos, legislativos, de cancillería y hacienda; y una administración provincial, controlada por dos prefectos que se asemejaban a los virreyes, y que controlaban los impuestos, el ejército y el orden público del Imperio. Un recién llegado al trono, Carlomagno, intentó intervenir en estas revueltas sin éxito pleno, aunque influyendo en la derogación de la prohibición iconoclasta. Al campesinado de la época se le conocía como la “Raza lenta y silenciosa”. De estos prefectos surgieron los Magister Militum y los duques posteriores.

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