Sociedad y Economía en el Paleolítico y el Neolítico
El Paleolítico
El Paleolítico es la primera etapa de la Prehistoria (1,2 millones de años – 5.000 a.C.). Tenían una economía depredadora, vivían de la caza, la pesca, el carroñeo y la recolección. Eran nómadas, con una organización social muy elemental (tribus y clanes). Los yacimientos en la Península son los de Torralba y Ambrona (Soria) y Banyoles (Gerona). En la Península existen notables muestras de pintura rupestre paleolítica en la zona cantábrica: Cuevas de Altamira y El Castillo (Cantabria) o de Tito Bustillo (Asturias). Estas pinturas, realizadas en cuevas profundas, se han vinculado a motivaciones mágicas o religiosas.
El Neolítico
Las sociedades neolíticas (5.000 – 2.500 a.C.) tenían ya una economía productiva basada en la agricultura y la ganadería. Aparecen nuevas actividades: cerámica, elaboración de tejidos y comercio. Eran pueblos sedentarios. Durante este periodo se extiende también el megalitismo (menhires, dólmenes). Durante el Neolítico se desarrolló el arte rupestre levantino.
La Romanización en la Península Ibérica
La victoria romana provocó un amplio proceso de romanización, es decir, de asimilación de las formas de vida romana por parte de los pueblos autóctonos. Fue un proceso progresivo y desigual: rápido en la antigua zona íbera, pero lento y difícil en la zona celta. Las principales aportaciones romanas fueron la extensión del modelo social romano, las mejoras económicas gracias a los avances técnicos en la agricultura, la minería y el comercio (calzadas) y el importante legado cultural que aportaron: el latín, el derecho romano, la vida urbana y un legado artístico en destacados edificios públicos (Acueducto de Segovia, Teatro de Mérida, etc.).
El Reino Visigodo de Toledo
Al inicio del siglo V, invadieron la Península tres pueblos bárbaros: los suevos (ocuparon la antigua Gallaecia), los vándalos (la Bética) y los alanos (la Lusitania y la Cartaginensis). El Imperio Romano recurrió a un pueblo aliado, los visigodos, para que acabasen con los invasores a cambio de la concesión de tierras en el sur de Francia y en Hispania. Tras la caída del Imperio Romano y al ser derrotados por los francos, formaron un reino en la Península estableciendo su capital en Toledo (555).
La organización política se establecía a partir de una monarquía de carácter electivo. Basaron su dominio en un amplio proceso de unificación:
- Unificación territorial: con la conquista del reino suevo y las posesiones bizantinas.
- Unificación religiosa: con la conversión de Recaredo al catolicismo.
- Unificación jurídica: con la promulgación del Liber Iudiciorum, que unificaba las leyes de toda la población.
Se establecieron, además, una serie de instituciones básicas: el Aula Regia, una asamblea de carácter consultivo, integrada por magnates que asesoraban al rey en asuntos políticos, militares y en la elaboración de leyes; y el Oficio Palatino, que se ocupaba de la administración central. La administración territorial quedó en manos de duques (provincias) y de condes (ciudades y comarcas). Tras la unificación religiosa (Recaredo), se crearon los Concilios de Toledo, una asamblea religiosa presidida por el rey que, con el tiempo, adquirió un gran peso político, asumiendo funciones legislativas.
La Edad Media: Reinos Cristianos y Reconquista
Los Primeros Núcleos de Resistencia Cristiana
La resistencia cristiana surgió en el norte peninsular. Don Pelayo derrotó a los musulmanes en la batalla de Covadonga (722). Sus sucesores crearon el Reino de Asturias, que se extendió hacia Galicia y el Duero. En el siglo X, se formó el Reino de León. Posteriormente, el conde Fernán González logró independizar el Condado de Castilla. En la zona pirenaica, la resistencia cristiana surgió a partir de la llamada Marca Hispánica:
- En la zona occidental, los vascones derrotaron a Carlomagno en Roncesvalles, independizando el Reino de Pamplona.
- En la zona central surgieron los condados de Sobrarbe, Ribagorza y Aragón.
- En la zona oriental, Vifredo “el Velloso” reunificó los condados catalanes, que serían finalmente independientes con Borrell II.
Etapas de la Reconquista y Repoblación
La reconquista tuvo diversas etapas:
- Hasta el siglo X: los avances cristianos se limitaron a tierras casi deshabitadas de Galicia, el Duero y el piedemonte pirenaico.
- Siglos XI y XII: coincidiendo con las taifas, el avance cristiano logró situar la frontera occidental en el río Tajo (Alfonso VI conquista Toledo, 1085) y en el Ebro por la zona oriental (conquista de Zaragoza, 1118).
- Siglo XIII: fue la etapa de las grandes conquistas tras la victoria cristiana de las Navas de Tolosa (1212). Se conquistó Extremadura, el Valle del Guadalquivir (Fernando III), Murcia, Valencia y Baleares (Jaime I “el Conquistador”).
- Siglos XIV-XV: estuvieron marcados por la guerra y conquista del Reino Nazarí de Granada, que no fue ocupado hasta 1492 por los Reyes Católicos.
Paralelamente al desarrollo de la reconquista se produjo la repoblación cristiana de los territorios que se recuperaban de manos musulmanas. Se aplicaron diferentes sistemas: de los siglos VIII al X se aplicó la presura (aprisió, en catalán); en los siglos XI y XII se extendió el sistema concejil; y a partir del XIII se emplearon encomiendas, repartimientos y donadíos.
Organización Política y Social de los Reinos Cristianos
En las monarquías hispánicas medievales, el rey ocupaba la cima del poder feudal y era la principal representación del poder político. Sin embargo, su poder estaba limitado por la autonomía de los señoríos y los privilegios de la nobleza y la Iglesia. En torno al rey fue creándose un grupo de personas que le ayudaba en el gobierno, denominado corte o curia regia. A partir del siglo XIII surgieron las Cortes, cuyo principal cometido era votar los subsidios reales. A cambio, el rey prometía tener en cuenta las peticiones allí realizadas. En la Corona de Castilla se impuso un modelo autoritario, en el que el rey tuvo gran poder y pudo gobernar sin contar con las Cortes; por el contrario, en la Corona de Aragón se implantó el modelo pactista. En ese territorio, cada uno de los reinos (Aragón, Cataluña y Valencia) mantuvo sus propias Cortes, que tenían un poder legislativo importante.
Desde el siglo X, se fue extendiendo el régimen señorial (feudalización), caracterizado por la inexistencia de un poder centralizado del Estado. El rey no disponía de poder para ofrecer seguridad y justicia en todos sus dominios, por lo que recurrió para ello a la nobleza (laica y eclesiástica), que recibía los llamados señoríos jurisdiccionales. En estos lugares, sus pobladores se convirtieron en vasallos del nuevo señor, que asumía sobre ellos todas las funciones propias de un rey. La sociedad medieval se dividía en tres estamentos: la nobleza y el clero, que disponían de privilegios fiscales, sociales y jurídicos, y el pueblo llano, que abarcaba a la inmensa mayoría de la población carente de privilegios.
Crisis de la Baja Edad Media (Siglos XIV y XV)
La Corona de Castilla
La Corona de Castilla era una monarquía hereditaria y patrimonial que pretendía extender su poder dominando también las posesiones de los nobles. Esta situación provocó que en el siglo XIV estallase una guerra civil entre Pedro I y su hermanastro Enrique de Trastámara, que encabezaba una rebelión nobiliaria. Tras el conflicto, accedió al trono de Castilla una nueva dinastía: los Trastámara (Enrique II). La nobleza fue recompensada con la concesión de las llamadas “mercedes enriqueñas” (privilegios). Los monarcas posteriores trataron de reforzar el poder real, pero se encontraron con una fuerte resistencia que dio lugar a rebeliones y guerras civiles.
La Corona de Aragón
En la Corona de Aragón también se sucedieron los enfrentamientos entre el monarca y la nobleza. En esta lucha, el rey acabó imponiéndose con el apoyo de la burguesía catalana. Como contraprestación por ese apoyo, la monarquía aceptó la creación de la Generalitat (encargada de velar por el cumplimiento de lo acordado en Cortes). Al morir sin descendencia el rey aragonés Martín I, se produjo una grave crisis política, solventada en el Compromiso de Caspe (1412), que entregó el trono a la dinastía Trastámara (Fernando I).
El Reino de Navarra
El Reino de Navarra durante los siglos XIV y XV estuvo más orientado hacia Francia que hacia los reinos hispánicos. De hecho, la dinastía Evreux, de origen francés, controló el reino hasta 1425. En esa fecha, Juan II de Aragón fue proclamado también rey de Navarra. La guerra civil posterior entre Juan II y su hijo Carlos de Viana debilitó al reino, paso previo para la posterior conquista castellana en 1512 por Fernando el Católico.
El Reinado de los Reyes Católicos: Unificación y Expansión
Hitos Clave de 1492
La conquista de Granada se benefició de las divisiones en el Reino Nazarí. Tras la toma de Málaga, la última fase fue el asedio a Granada durante más de un año, desde el campamento de Santa Fe. El emir Boabdil finalmente capituló. El 2 de enero de 1492 los Reyes Católicos tomaron posesión de la Alhambra, poniendo así punto final a la Reconquista.
El descubrimiento de América fue un proyecto castellano que tenía como objetivo encontrar una ruta alternativa hacia las Indias Orientales. Fue propuesto y llevado a cabo por Cristóbal Colón. Los Reyes Católicos lo aceptaron y en abril de 1492 se firmaron las Capitulaciones de Santa Fe. Colón obtendría los títulos de almirante, virrey y gobernador de todas las tierras que descubriese y la décima parte de las riquezas obtenidas. Colón partió del puerto de Palos, arribando a las Antillas el 12 de octubre de 1492, y realizó tres viajes más entre 1493 y 1504, en los que comenzó la exploración del continente americano.
El Imperio de los Austrias (Siglos XVI y XVII)
El Imperio Universal de Carlos I (V de Alemania)
Carlos I (1517-1556) inaugura la dinastía de los Habsburgo. Hijo de Juana “la Loca” y de Felipe “el Hermoso”, hereda un vasto imperio de sus abuelos. La llegada de Carlos I a España en 1517 fue conflictiva al rodearse de consejeros flamencos y despreciar a las Cortes. Tras jurar respetar los fueros, fue proclamado también rey de Aragón y conde de Barcelona. En 1519 fue elegido emperador como Carlos V. Para su elección y entronización exigió nuevos subsidios y abandonó el reino dejando de regente a Adriano de Utrecht.
Esta situación provocó un enorme malestar en Castilla, estallando por ello el movimiento comunero (1520). Elaboraron un conjunto de peticiones: regreso de Carlos I, exclusión de extranjeros de cargos políticos, mayor protagonismo de las Cortes, reducción de impuestos, etc. El conflicto se radicalizó y se convirtió en una rebelión antiseñorial. Los comuneros fueron derrotados en la Batalla de Villalar (1521). A pesar de su victoria, Carlos se deshizo de la camarilla de flamencos y prestó más atención a los asuntos castellanos. Las Germanías fueron un movimiento de cariz social en contra de la nobleza en Valencia, Murcia y Mallorca, que finalmente también fue reprimido por las tropas reales.
La enorme herencia recibida por Carlos I le impulsa a establecer un imperio universal en torno a su persona, pero también generará profundas rivalidades: con los Valois de Francia por los intereses comunes en Italia (Batalla de Pavía, saqueo de Roma); con el Imperio Otomano por el control del Mediterráneo; así como con Inglaterra, Portugal, el papado y ciudades italianas. La reforma protestante extenderá los conflictos al Imperio, propiciando las revueltas de los príncipes protestantes, que contarán con el apoyo de Francia.
La Monarquía Hispánica de Felipe II
Felipe II (1556-1598) no heredó todas las posesiones de su padre. El emperador Carlos V, sabedor de la dificultad de gobernar territorios tan amplios, concedió a su hermano Fernando el título de Emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico y la corona de Austria. Así pues, Felipe II gobernará sobre los territorios de Castilla (que incluían las tierras de América y el Pacífico), de Aragón (con sus posesiones en Italia), y sobre los Países Bajos, el Franco Condado y el Milanesado.
Felipe II convirtió a Castilla en la base política y financiera de su Imperio. Asentó definitivamente la Corte en Madrid y recurrió a consejeros castellanos para el gobierno de una monarquía cada vez más preocupada por los intereses hispánicos. En el interior tuvo que hacer frente a la sublevación morisca en Las Alpujarras, motivada por la represión de sus costumbres y religión; al malestar de Aragón tras el “caso Antonio Pérez”; y a los problemas sucesorios tras el fallecimiento del príncipe Don Carlos.
La política exterior de Felipe II siguió las pautas iniciadas por su padre: defensa del catolicismo y lucha contra los turcos en el Mediterráneo (Batalla de Lepanto, 1571); y enfrentamiento con Francia por el control de Italia. Sin embargo, también surgen y se agravan nuevos problemas como la sublevación de los Países Bajos o la rivalidad con Inglaterra, que condujo a la derrota de la “Armada Invencible” en 1588. Por último, Felipe II logró la “unidad ibérica” al incorporar a sus posesiones Portugal (y su imperio ultramarino) tras la muerte sin descendencia del rey de Portugal Sebastián I. En 1581, las Cortes de Tomar juraron a Felipe II como Rey de Portugal, tras hacer valer sus derechos legítimos y acabar el duque de Alba con la oposición de la nobleza y los comerciantes portugueses.
La Crisis Demográfica y Económica del Siglo XVII
El siglo XVII se caracterizó por una fuerte crisis demográfica y económica en toda Europa, y esa crisis fue todavía más profunda en España. La población española perdió en torno al millón de habitantes (7 millones en 1700). En el terreno económico, la agricultura empeoró su ya precaria situación: el hambre, la guerra y las epidemias comportaron la despoblación de las tierras, mientras aumentaban los impuestos. La expulsión de los moriscos en 1609 aumentó la caída de la producción agrícola. También la Mesta redujo el número de cabezas de ganado por la falta de pastos tras las guerras peninsulares (Cataluña y Portugal).
Asimismo, la llegada de metales preciosos de América disminuyó, no solo como consecuencia del contrabando y la piratería, sino también porque los comerciantes españoles comenzaron a burlar a la Casa de Contratación. La menor cantidad de metales preciosos contribuyó a la falta de inversión en la industria y al freno de la actividad comercial. Ni el aumento de impuestos, ni las devaluaciones de moneda (acuñación de monedas de vellón), ni la venta de cargos públicos o de títulos nobiliarios pudieron salvar al Estado de la práctica bancarrota.
Desde un punto de vista social, el empobrecimiento del campesinado y de las clases populares urbanas continuó creciendo, lo que generó un mayor número de grupos improductivos. Así, aumentó el número de religiosos como medio para garantizarse la subsistencia, y también la mendicidad y el bandolerismo. La burguesía se debilitó, más preocupada en la compra de títulos y señoríos que en la inversión.
La Llegada de los Borbones y el Reformismo del Siglo XVIII
La Guerra de Sucesión Española y el Sistema de Utrecht
El fallecimiento sin descendencia de Carlos II (1700) provocó el estallido de la Guerra de Sucesión. El testamento de Carlos II otorgó el trono a Felipe de Anjou (nieto de Luis XIV), pero el resto de grandes potencias europeas, que veían peligrar el equilibrio continental por el excesivo poder de los borbones, no lo aceptaron. La Gran Alianza (unión entre Austria, Inglaterra, Holanda, Portugal y Saboya) defendió las pretensiones al trono del archiduque Carlos de Habsburgo.
La guerra a nivel europeo (1702-1714) tuvo su momento clave en 1711, cuando el archiduque Carlos fue elegido Emperador de Alemania. Inglaterra temió entonces el retorno del antiguo poder de los Habsburgo y presionó para alcanzar un rápido acuerdo de paz. La guerra en España comenzó en 1705, cuando la Corona de Aragón nombró rey al archiduque Carlos, pues temía la supresión de los fueros si finalmente Felipe de Anjou consolidaba su dominio peninsular. La guerra finalizó con la victoria de las tropas borbónicas tras una dura resistencia de Cataluña.
El Sistema de Utrecht certificó el final de la guerra. Felipe V fue reconocido como Rey de España, pero a cambio hizo grandes concesiones territoriales que supusieron el triunfo de la idea inglesa de equilibrio europeo. España perdió Nápoles, Milán, Flandes y Cerdeña (para Austria); Sicilia (para Saboya); y Menorca, Gibraltar e importantes derechos comerciales (para Inglaterra). Pese a quedar expresamente prohibida la unión de Francia y España en una sola corona, ambos países se convirtieron en aliados con los llamados “Pactos de Familia”, tanto por compartir la misma dinastía como por la existencia de un rival común, Inglaterra.
El Absolutismo Borbónico y las Reformas Centralizadoras
Con la llegada de los Borbones al trono de España comenzó un amplio programa de reformas con el objetivo básico de reforzar el poder real y centralizar la administración (absolutismo). La principal reforma política fue la promulgación de los “Decretos de Nueva Planta”, que supusieron la abolición de los fueros y las instituciones propias de los reinos de la Corona de Aragón, que pasaron a ser gobernados por leyes castellanas, más proclives al gobierno real. Todo el territorio de la monarquía española pasó a tener un gobierno uniforme, con la sola excepción de Navarra y las entonces Provincias Vascas, que por su apoyo a Felipe V pudieron conservar sus fueros.
Además, también fue promulgada la Ley Sálica, de tradición francesa, que limitaba el acceso de la mujer al trono. La administración fue reformada en profundidad: los Consejos pasaron a un segundo plano (excepto el de Castilla, que asumió las máximas competencias); se crearon las Secretarías de Estado y de Despacho (actuales ministerios), que debían poner en práctica las decisiones reales; y el territorio quedó en manos de nuevos cargos, como intendentes y capitanes generales. Otra faceta del absolutismo monárquico fue el regalismo, con el que los Borbones pretendían asegurarse el control político y económico de la Iglesia.