Debilidad del imperio español

9.3. EL OCASO DEL IMPERIO ESPAÑOL EN EUROPA


La política exterior del reinado de FELIPE III se caracteriza por la pacificación, tanto con Inglaterra (Tratado de Londres, 1604), como con las Provincias Unidas (Tregua de los Doce Años,
1609), a las que se reconoce tácitamente como Estado.
En los inicios del reinado de FELIPE IV
España se embarca en la Guerra de los Treinta Años (1618-48), primero apoyando a Austria en su guerra contra los protestantes, y luego no renovando la Tregua con las Provincias Unidas, donde la lucha religiosa se combina con la de la independencia de los holandeses. En la Paz de Westfalia (1648)
se reconocen las conquistas de algunos principados alemanes y de Francia sobre Austria y España, y se proclama que los intereses de un Estado y su religión prevalecen sobre los de un ente político superior. En la Paz de Munster Felipe IV reconoce la independencia de las Provincias Unidas.

Mientras la guerra con Francia y Portugal continua, en 1654 se abre un nuevo frente con Inglaterra, que exige la apertura de las colonias de América al libre comercio.
La armada inglesa atacó los puertos del Caribe y se apoderó de Jamaica en 1655. Cuando los ingleses coordinan sus operaciones con los franceses y capturan la flota de la plata en dos ocasiones, Felipe IV se ve forzado a aceptar la negociación.
En la Paz de los Pirineos (1659), se cedía a Francia el Rosellón, la Cerdaña y algunas plazas de los Países Bajos (Artois). Los portugueses consiguen el reconocimiento de su independencia en 1668.

Más de cuarenta años de guerra se saldaban con una serie de pérdidas que minaron decisivamente la hegemonía española en Europa.
A las de Portugal y de las Provincias Unidas se unía el abandono de Alemania y el control de Francia sobre la ruta que unía por tierra las posesiones italianas y los Países Bajos españoles. En el mar el dominio había pasado a las escuadras de Francia, Holanda y, sobre todo, Inglaterra.
Por último, el reinado de CARLOS II se caracteriza por el desinterés y debilidad frente a los problemas europeos, lo que fue aprovechado por la Francia de Luis XIV, que tras derrotar a España en cuatro guerras sucesivas, amplió sus dominios a costa de España. El apoyo de Inglaterra y Holanda, junto con el interés francés en la sucesión española, permitió que en la paz de Ryswick (1697), Francia devolviera buena parte de lo conquistado.

9.4. LA EVOLUCIÓN ECONÓMICA Y SOCIAL


Desde un punto de vista demográfico, el siglo XVII es un período de estancamiento y regresión (8,5 millones en 1600 y 7 millones en 1700), que afectó más a la Meseta, Baja Andalucía, Extremadura y al reino de Aragón, mientras las zonas periféricas del Cantábrico y Mediterráneo se recuperaron en la segunda mitad del siglo, por lo que la periferia pasa a estar más poblada que el interior.
Las causas de la crisis demográfica son diversas: las graves epidemias de peste (1598-1602), la crisis económica que provocaba hambrunas y mortandades, la caída del comercio con Europa y América, las guerras y la expulsión de los moriscos.
La caída demográfica y el abandono de las tierras (por la presión fiscal real y señorial) conlleva la caída de la producción agraria, lo que redunda en malas cosechas, falta de alimentos, subida de precios y hambre. A finales de siglo, hay una cierta recuperación agraria. También hay una fuerte caída de la producción y exportación lanar por las guerras contra Holanda e Inglaterra. La cabaña bajó de 3 a 2 millones de cabezas.
La artesanía también acusó la pérdida de empleos, el atraso tecnológico y la dependencia de productos extranjeros.
La caída en la producción de paños se debió a la poca capacidad de compra de los campesinos, la competencia extranjera, la resistencia de los gremios a las innovaciones y la competencia de los “mercaderes hacedores de paños” (precedente del “sistema doméstico”). Tanto la producción minera, de fabricación de hierro y la construcción naval se enfrentaron a la misma situación: prosperidad por la demanda bélica de principios de siglo y posterior crisis y pérdida de empleos por la competencia extranjera, falta de desarrollo técnico y precios poco competitivos por la altísima inflación.
Los mercados eran locales y un comercio más expansivo no era posible por las deficientes estructuras, la poca cantidad de moneda en circulación, las numerosas aduanas entre los territorios peninsulares, etc. El resultado era un encarecimiento de los productos. Las grandes operaciones comerciales sólo eran posibles en el abastecimiento de las grandes ciudades y con el comercio marítimo-colonial (Sevilla); e incluso este comercio se resintió por la piratería y por la constante manipulación de la moneda (vellón). Pero la principal razón de la decadencia comercial fue el cambio que se produjo en la economía americana, que incrementa su producción e intercambio interno, haciendo descender las importaciones españolas. Paralelamente se produjo una caída progresiva de la producción de plata. Por último, estaba la penetración de comerciantes extranjeros en América, incentivando el contrabando.
Así pues, la economía española se enfrentaba a algunos problemas de base:
Se importaban manufacturas y se exportaban materias primas, y la diferencia de valor entre unas y otras se cubría con la plata americana; Castilla se convirtió en un mercado de tránsito de productos europeos hacia América y a la inversa. El resultado es que la riqueza de las colonias no se quedaba en la Península.
Todos estos problemas fueron analizados por expertos independientes llamados arbitristas que denunciaban la excesiva presión fiscal, los abusos señoriales, la falta de inversión de los estamentos privilegiados, la manipulación de la moneda, e insistían en la necesidad de que los monarcas iniciaran una política de paz que permitiese la recuperación de Castilla. Igualmente recomendaban teorías mercantilistas de restricción de las importaciones de manufacturas y de protección de la artesanía autóctona. Todos estos consejos cayeron en saco roto, y sólo fueron escuchados tímidamente a finales de siglo por los ministros de Carlos II.

Al termino del siglo, la economía española seguía estancada y dependiente

La sociedad española seguía siendo estamental.
La nobleza se encontraba en una difícil situación económica por la constante subida de precios, y por su derroche y lujo. Aprovecharon la debilidad monárquica para incrementar su dominio señorial. Había un afán de ennoblecimiento en muchos grupos sociales (implicaba la exención de impuestos, el abandono de las actividades mercantiles y una serie de preeminencias sociales y judiciales), lo que conseguían a través de mercedes, es decir, concesión de títulos a plebeyos por los servicios prestados a la Corona. El clero aumentó su número a lo largo del siglo, tanto por los segundones de las familias nobles como por las clases populares. La Iglesia mantuvo su riqueza (tierras, inmuebles, diezmos, proporcionando al Estado asistencia social y contribuciones voluntarias.

Por lo que respecta a las clases populares, la sociedad campesina siguió sumida en la pobreza, por la crisis, la presión fiscal y señorial, etc, optando muchos por abandonar los campos, otros por el bandolerismo y muy pocos por la rebelión. Aumentó la población urbana, ya que los elevados sueldos atrajeron a muchas familias del campo. También aumentó el número de criados y la población marginal (pícaros, vagos, mendigos, etc).
Las clases acomodadas procedían de los comerciantes, las profesiones liberales y la burocracia (letrados)
. Salvo en Cádiz y Barcelona, no hay una burguesía (mercaderes, fabricantes) con mentalidad empresarial y que promoviese el desarrollo económico. Estas personas no buscan hacer inversiones productivas, sino ennoblecerse, prefiriendo la inversión en tierras y deuda pública, convirtiéndose en rentistas. Así, el comercio exterior y la banca acabaron siendo controladas por extranjeros, italianos principalmente.

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