El Esplendor Victoriano: Gran Bretaña como Potencia Mundial y su Sociedad (1837-1914)

1. La Hegemonía Británica en el Siglo XIX

Durante el siglo XIX, Gran Bretaña gozó de un inmenso prestigio mundial como principal garante de la política del equilibrio europeo y como primera potencia industrial (textil, ferrocarriles, metalurgia y siderurgia) y comercial, con la mayor flota mercante del mundo. Londres era el centro de las finanzas mundiales, con su reconocido Banco de Inglaterra y la Stock Exchange. Gran Bretaña era una gran promotora del librecambismo, sacrificando con ello su agricultura para mejorar el comercio internacional y sus exportaciones industriales.

Gran Bretaña conoció un excepcional dinamismo demográfico: entre 1848 y 1911 pasó de 27 millones de habitantes a 42,5, a pesar del freno que supuso la salida de 17 millones de emigrantes, un caudal migratorio que sentó las bases de la expansión colonial. Londres, con 1 millón de habitantes en 1800 y 4 millones en 1850, alcanzó en 1901 la cifra de 6,5 millones de habitantes. También crecieron sus grandes puertos (Liverpool, Glasgow, Southampton) y sus ciudades industriales (Mánchester, Birmingham, Leeds), que duplicaron su población.

2. La Sociedad Victoriana: Estructura y Dinámicas

Unas 7.500 familias aristócratas disponían de un servicio doméstico que no solía bajar de 24 personas. Como en otros países europeos, la burguesía industrial y comerciante entroncó con la nobleza, aunque la aristocracia conservó con seguridad los privilegios tradicionales, incluidos los políticos: el tener reservados asientos en la Cámara de los Lores. Estas familias educaban a sus hijos en distinguidos colegios como Eton y Harrow, y en las universidades de Oxford y Cambridge, fomentando su cohesión grupal en los famosos clubes masculinos londinenses.

Las clases medias, nutridas de funcionarios, comerciantes y profesionales liberales, imitaban en la escala a los niveles superiores, reconociendo el prestigio aristocrático. Coincidían con ellas en espacios como el teatro, la ópera y las salas de conciertos. De la clase humilde obrera surgieron los obreros especializados, de superiores retribuciones y poco propensos a escuchar las llamadas revolucionarias.

Por debajo de los sórdidos slums sobrevivían difícilmente los grupos marginados, con las lacras sociales: la prostitución, el alcoholismo, la delincuencia, las enfermedades, la miseria y el analfabetismo. Sin embargo, el aumento de la riqueza nacional y los beneficios del imperio ayudaron a elevar el nivel de vida de extensos sectores de obreros, lo que contribuyó a desgastar el potencial revolucionario del proletariado británico, como también había sucedido en Alemania.

3. El Sistema Parlamentario Británico: Tradición y Limitaciones

El sistema parlamentario inglés era ejemplar por su moderación y estabilidad. A diferencia de Francia, las grandes oleadas revolucionarias europeas del siglo XIX habían tenido poca repercusión en el país, donde las crisis se resolvieron más bien en el debate parlamentario. El poder del Parlamento británico se había establecido ya desde el siglo XVII como garante de las libertades públicas frente a la monarquía. Con su sede en Westminster, estaba constituido por la Cámara de los Comunes y la Cámara de los Lores.

La Reina ostentaba la Jefatura del Estado, pero con atribuciones muy limitadas: «reina, pero no gobierna», con derecho a ser informada, escuchada y respondida, mientras que la gestión política quedaba en manos del Prime Minister y de su Gabinete.

Sin embargo, el sistema estaba lejos de ser realmente democrático. La aristocracia controlaba la conservadora Cámara de los Lores, donde estaban presentes 544 Lords hereditarios, entre ellos 22 duques y numerosos obispos anglicanos. Los Lords también estaban masivamente presentes en los ministerios y, gracias a su derecho al veto, controlaban desde su Cámara la evolución de la política.

La Cámara de los Comunes se constituía a partir de un sufragio muy restringido (a 32 cabezas de familia y, en 1885, a los campesinos), lo que favorecía sobre todo a los terratenientes y propietarios, quienes así la controlaban. Los diputados no tenían ni sueldo ni inmunidad parlamentaria, y aún no se reconocían ni los sindicatos ni el derecho a huelga.

Un Apunte Histórico: Japón como Nueva Potencia y la Guerra Ruso-Japonesa (1905)

Con su rápida modernización e industrialización, Japón pronto ascendió a la posición de potencia mundial y tuvo que seguir las pautas imperialistas marcadas por los europeos. Con un territorio limitado y una gran población, la falta de materias primas centró su atención en las vecinas Corea y Manchuria, que eran territorios ricos pertenecientes a China. Sin embargo, Rusia también tenía puesto el ojo en esos territorios, puesto que su puerto en Vladivostok se bloqueaba con los hielos en invierno y buscaba un puerto de aguas cálidas más al sur para su armada y sus intereses comerciales.

Japón entró en una carrera imperialista, arrebatando a China las islas Ryukyu y las Kuriles, pero cedió a Rusia la isla de Sajalín. Más adelante, Japón obtuvo Formosa, pero fue obligado por las potencias a renunciar a Port Arthur y Corea.

Rusia obtuvo Port Arthur y empezó a ocupar Manchuria, irritando así a los japoneses, que las consideraban suyas. Mientras tanto, Gran Bretaña había establecido una alianza militar con Japón en 1902. Apoyada por Gran Bretaña, Japón se dedicó esos años a construir una armada de acorazados y un ejército modernos.

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