Alemania y la Decadencia Imperial
No se puede considerar a Alemania una entidad única en los siglos bajomedievales, ya que en estos siglos su historia es la dispersión y disgregación del poder político. La corona imperial nunca llegó a transmitirse por vía hereditaria, aunque en los siglos bajomedievales fue monopolizada por los Luxemburgo y los Habsburgo.
El Reino de Alemania formaba parte del Sacro Imperio Romano Germánico. La Península Italiana, integrada en sus dominios, vivía al margen de la autoridad imperial, a pesar de los intentos de algunos emperadores como Enrique VII. También se adentraron en el Golfo de Finlandia, fundando la ciudad de Riga, entre otras.
A pesar de la pervivencia del ideal imperial, sus contenidos habían quedado vacíos en 1300 como consecuencia de las monarquías nacionales. La autoridad imperial fue discutida como potestad universal en Italia, y tuvo muchos obstáculos en su propio reino, Alemania. La institución imperial sirvió entonces como catalizador de la conciencia nacional germana.
Tras la muerte de Rodolfo de Habsburgo, la victoria de Alberto I sobre Adolfo de Nassau abrió las puertas a la transformación del imperio en monarquía hereditaria bajo los Habsburgo. El asesinato de Alberto I en 1308 y la oposición del Papa Bonifacio VIII acabó por arruinar las aspiraciones del linaje, que no se recuperaría hasta 1438.
Los Emperadores de la Casa Luxemburgo (1308-1438)
La Casa de Luxemburgo acaparó la institución, con algún intervalo, entre 1308 y 1438. En la mente de los emperadores nunca estuvo la centralización del poder; se limitaron a luchar por sus propios intereses privados, acosados por la ambición de los príncipes alemanes.
En 1314 fue elegido emperador Luis IV de Baviera, con el apoyo de los Luxemburgo, cuyo candidato era todavía un niño, Juan, hijo del fallecido Enrique. Una vez asentada su hegemonía, Luis pretendió ser coronado en Roma por el antipapa Nicolás V.
A su muerte, Carlos IV de Luxemburgo fue elegido emperador por los tres arzobispos alemanes sin la confirmación del Papa. Hizo del reino de Bohemia su centro neurálgico; su capital, Praga, fue engalanada por edificios góticos como la Catedral de San Vito o con la universidad más importante del Imperio Germano.
La Bula de Oro (1356)
La “Bula de Oro”, ideada por el emperador Carlos IV, supuso la superación de los ideales universalistas. Las consecuencias inmediatas del programa reformador de Carlos IV fueron tres:
- La dignidad imperial pasó a ser monopolio de los Habsburgo y los Luxemburgo.
- La injerencia de los Papas en los asuntos internos disminuyó.
- La condición de “primus inter pares” del emperador se acentúa ante el creciente poder de los príncipes alemanes.
Numerosas ciudades alemanas se vieron amenazadas por la presión de los príncipes y caballeros. Al ser ineficaz la protección del imperio, surgieron las ligas o hermandades de ciudades para defenderse de los abusos de la nobleza, a pesar de la prohibición explícita en la “Bula de Oro” de constituirse dichas ligas. En 1376 y 1377 se constituyó la Liga de Ciudades de Suabia.
El sucesor de Carlos IV, su hijo Wenceslao el Perezoso, continuó la línea de mecenazgo de su padre, el llamado Renacimiento Bohemio. Tras la muerte de Roberto y la renuncia de Wenceslao, asciende al trono su hermano Segismundo, último emperador Luxemburgo.
Segismundo abandonó los asuntos alemanes en beneficio de sus intereses personales. Intervino en los Concilios de Constanza y Basilea, que sellaban el final del Cisma y abrían las puertas al movimiento conciliarista.
La Vuelta de los Habsburgo al Trono Imperial
A la muerte de Segismundo, la amenaza de los turcos sobre las fronteras orientales del imperio motivó que la dignidad imperial recayera en un príncipe alemán, Alberto II de Habsburgo, duque de Austria. Su política fortaleció la autoridad imperial con el apoyo de las ciudades, pero su repentina muerte aparcó el proyecto.
Su primo y sucesor, Federico III de Estiria, trató de establecer su potestad sobre el imperio y todos los territorios de los Habsburgo. Mantuvo buenas relaciones con Roma gracias a su firme posición contra los conciliaristas y por la influencia de su consejero Eneas Silvio Piccolomini (futuro Pío II) en el círculo papal.
Para fortalecer su autoridad, rechazó la propuesta de los príncipes electores de crear un consejo imperial. Pese a sus esfuerzos, Hungría y Bohemia abandonaron la órbita imperial.
Su política de alianzas matrimoniales incorporó a los Habsburgo territorios como el Tirol y Borgoña. Su hijo Maximiliano I continuó su política diplomática, llegando a incorporar a los territorios de los Habsburgo España, Hungría y Bohemia.
El Imperio a Finales de la Edad Media
A finales del siglo XV, el imperio tenía una estructura obsoleta y poco capacitada para los cambios políticos y sociales que se estaban viviendo. La Reforma Luterana fue la que dio el impulso a los proyectos de centralización imperial.
Varios hechos habían mermado la integridad territorial del imperio:
- La independencia definitiva de los cantones suizos.
- La autonomía de los cantones helvéticos supuso un mayor aislamiento entre Alemania e Italia, lo que provocó el abandono de esa posibilidad.
- El avance francés y borgoñón sobre las fronteras occidentales, arrebatándole Provenza y el Delfinado.
- En el este de Europa disminuyen las posesiones, aunque continúa la influencia germana por medio de colonos y mercaderes. La derrota de Tannenberg pone fin a la hegemonía germana en los países bálticos.
Parte del fin del poder germano en la Europa del Este y del Norte fue debido, por un lado, a la falta de apoyo de las órdenes militares y por la entrada en escena de otras potencias mercantiles como Inglaterra y Holanda. Alemania perdió el control del comercio del Mar del Norte, del Báltico y de los estrechos daneses.
La Fragmentación Política de Italia
En los siglos de plenitud medieval, Italia fue el escenario de la pugna entre el Papado y el Imperio.
A principios del Bajomedievo, Italia era un mosaico de entidades políticas independientes, con un idioma común, y sin un proyecto político unitario, ya que tenía condicionantes de todo tipo: históricos, geográficos, sociales, que lo hacían imposible. Frente a los territorios del norte, muy poblados y desarrollados comercial y artesanalmente y dominados por la burguesía, estaban los territorios del sur que mantenían lazos de dependencia feudal y una economía ruralizada.
Las Ciudades-Estado del Norte
Algunas ciudades italianas conservaron su estatus republicano en su forma de gobierno: Venecia, Florencia… En otras, la Baja Edad Media hizo nacer las “Señorías”, es decir, gobiernos de carácter unipersonal, más parecido a la tiranía que al feudalismo, revestidos de una apariencia de legalidad porque se suponía que era la voluntad popular: Milán, Verona, Mantua, Padua….
Una de las constantes era el protagonismo de las tropas mercenarias para equilibrar las fuerzas entre los estados.
Venecia
Venecia fue sin duda ejemplo de estabilidad política, basada en una oligarquía de grandes mercaderes nobiliarios. Su política exterior tuvo dos ejes fundamentales:
- La creación de un estado territorial que protegiese los intereses comerciales de otras ciudades, sobre todo de Milán, la llamada política de “Terra Ferma”.
- Su histórica rivalidad comercial con Génova en el Mediterráneo oriental, provocó numerosos episodios de guerra naval, con resultados alternativamente favorables a ambos. Descartada Génova como rival, Venecia ocupó todo el siglo XV en intentar frenar el avance turco en el Mediterráneo para mantener sus intereses comerciales, labor que fue inútil.
Génova
Tenía al frente a un conjunto de familias patricias de grandes comerciantes (Grimaldi, Doria) que habían establecido un sistema similar al de Venecia con un Dux a la cabeza, aunque no se logró alcanzar la estabilidad. Tuvo periodos de regímenes tiránicos, como el de Simón Bocanegra, y otros en que se encomendó el gobierno de la ciudad a foráneos, como Juan Visconti, procedente de Milán. Se enfrentó también a Pisa por el control del área occidental del comercio en el Mediterráneo y sufrió la derrota. Perderá, frente a los aragoneses, el dominio de Córcega y Cerdeña.
Milán
Las luchas entre familias patricias por el poder finalizaron a finales del siglo XIII con el triunfo de los Visconti, que se mantendrán hasta el siglo XV. Esta política le mantuvo en permanente conflicto con sus vecinos, especialmente con Florencia, Venecia y los Estados Pontificios.
Florencia
La historia de Florencia en el siglo XIV y principios del siglo XV estuvo marcada por la inestabilidad. Tras el aplastamiento de la revuelta de los Ciompi (1378), la solución pasó por el regreso al gobierno oligárquico por parte de los grandes mercaderes, particularmente los Albizzi.
Los Estados Pontificios
La marcha de los Papas a Aviñón supuso la pérdida de importancia de los Estados Pontificios, debido a la despreocupación de los pontífices, ya que sus recursos económicos llegaban de otros lugares. Esto posibilitó la vuelta del Papa a Roma y el Papado pasó a convertirse en un poder temporal italianizado.
La Italia Meridional e Insular
Tras las victorias de Benevento y Tagliacozzo sobre Manfredo y Conradino, los Anjou habían sustituido a los Staufen al frente de Sicilia (la isla y la comarca peninsular en torno a Nápoles). Un territorio extenso pero pobre, con ciudades importantes como Nápoles, Palermo, Bari, con una administración centralizada, que les reportaba sustanciosos beneficios.
El dominio angevino sobre la isla fue efímero. Los intentos del Papado por reponer el dominio de los Anjou fracasaron y se reconoció, en 1302, a Federico, hijo de Pedro III, como rey legítimo de la isla.
En Nápoles el monarca más destacado fue el nieto de Carlos I de Anjou, Roberto, definido como el único monarca amigo de la sabiduría y de la virtud, fiel aliado del Papa, y estandarte de la resistencia frente a los alemanes. A su muerte, Nápoles entró en un largo periodo de decadencia debido a las disputas internas entre los Anjou, que se resolvió con la conquista del reino por Alfonso V de Aragón.
Italia a Finales de la Edad Media: El Equilibrio de Lodi
A mediados del siglo XV, Italia era un territorio en plena efervescencia cultural y artística, alcanzando cotas que han marcado una época: en Florencia, bajo el mecenazgo de los Médici; en Roma, con el patrocinio de los Papas; en Nápoles, al amparo de Alfonso V. Todo ello, junto a un clima de continuas disputas políticas y bélicas, provocó el desarrollo del “arte de la política”, que años más tarde tuvo a Maquiavelo como uno de sus más eximios teóricos.
A partir de 1454, Italia entró en casi medio siglo de paz y tranquilidad, ya que la Paz de Lodi supuso un equilibrio entre las grandes potencias italianas (Milán, Venecia, Florencia y Nápoles, junto con el Papado), que se aliaron para evitar posibles intervenciones, sobre todo de Francia.
Los Poderes Italianos en el Siglo XV
- En Milán, los Visconti habían sido sustituidos por Francisco Sforza, que inauguró una dinastía que consolidaría su hijo Ludovico, “el Moro”. En este periodo, Milán conoció una gran prosperidad en agricultura y un espectacular crecimiento de la industria de la seda.
- En Florencia, los Médicis dominaban la ciudad. El periodo más brillante corresponde a Lorenzo el Magnífico, que aseguró su poder político tras desbaratar una conspiración de la familia rival (los Pazzi), aliándose también con el pontífice, lo que le permitiría alcanzar a su familia el trono de San Pedro (León X, un Médici).
- En la corte pontificia, el Papa que simbolizará esta época es Sixto IV, que convirtió a la Curia Romana en una corte principesca dominada por el lujo y el mecenazgo artístico.
El equilibrio de la Paz de Lodi se rompió con la invasión francesa de Nápoles a petición del Papa Alejandro VI. La expedición del rey de Francia, Carlos VIII, a Italia abrió un nuevo periodo histórico, en el que la península se convirtió en tierra de conquista para las potencias europeas: Francia y España. Luis XII de Francia…
