Sucesos de bayona españa

TEMA 8: Crisis AR: I. LA CRISIS DE 1808 Y GUERRA DE LA INDEPENDENCIA



1. La crisis de 1808

El reinado de Carlos IV estuvo marcado por el gobierno efectivo de Godoy. Después del estallido de la Revolución Francesa en 1789, España acabará por caer en el sistema de alianzas de Napoleón. En 1805 se produce una derrota aplastante de las escuadras francesa y española frente a los ingleses en Trafalgar.
Allí se hundió una flota poderosa y moderna que había sido armada con gran sacrificio a mediados de siglo. España se quedaría sin flota, y las colonias españolas de América se quedarían incomunicadas. El descontento por la derrota iba dirigido contra Godoy, y es el príncipe de Asturias -el futuro Fernando VII, quien acaudilla la oposición al primer ministro. En 1807
Godoy firma con Napoleón el Tratado de Fontainebleau para repartirse Portugal. Una parte sería para Francia, otra para España y una tercera sería un principado personal para Godoy; lógicamente para llegar las tropas francesas a Portugal tenían que pasar por España y con esta excusa atravesarían la Península y tomarían las principales ciudades del país. Crece el descontento popular y un grupo de nobles, a cuya cabeza está el príncipe de Asturias -el futuro Fernando VII-, instiga al pueblo para la revuelta, es el Motín de Aranjuez.
Godoy cae y Carlos IV huye a Francia, mientras su hijo Fernando reclama el trono -es el 19 de marzo de 1808-. En Bayona -localidad francesa próxima a la frontera española- Napoleón reúne a Carlos IV y a su hijo para actuar como árbitro entre sus disputas; allí el 5 de Mayo de 1808 obliga a los dos a abdicar en él y proclama como rey de España a su hermano José I Bonaparte.
El 2 de Mayo se produjo un levantamiento sangriento en Madrid que sería violentamente reprimido al día siguiente.

2. La Guerra de la Independencia

La marcha hacia Bayona de la familia real dejó tras de sí un vacío de poder justamente cuando se presentaban unas circunstancias excepcionales, con el ejército de Murat, con 30.000 hombres, ocupando realmente Madrid. Esta situación tendrá una importancia decisiva, porque colocó a los españoles, y muy especialmente a las élites dirigentes, ante la alternativa de acatar la legalidad -la Junta de Gobierno que dejó Fernando VII antes de dirigirse a Bayona colaboraba con las tropas francesas de Murat-, o atender al mandato de la propia conciencia. El pueblo abrazó la causa de Fernando VII, a quien llamó el Deseado, y el vacío de poder fue cubierto por cargos inferiores -el alcalde de Móstoles, Andrés Torrejón, por ejemplo- ante la pasividad o colaboración con el invasor que se observaba en la Junta de Gobierno y en las élites de la nación, y declaró la guerra a Francia. El 2 de mayo de 1808 se produjo en Madrid el primer levantamiento contra Napoleón.
La insurrección tuvo un carácter eminentemente popular, aunque algunos sectores del ejército -los capitanes Daoiz y Velarde entre ellos- desobedeciendo las instrucciones de la cadena jerárquica, se sublevaron también en el Parque de Artillería de Monteleón. En esta ocasión, el pueblo de Madrid y los artilleros fueron los héroes de la jornada. Las fuerzas de Murat sofocaron rápidamente el alzamiento y fusilaron a todos los combatientes que pudieron ser capturados. La noticia de las abdicaciones de Bayona contribuyó a la extensión del movimiento por toda España, aunque la generalización del alzamiento no alterase la posición de las autoridades legales, que, o bien siguieron colaborando con las fuerzas francesas, o, en el mejor de los casos, permanecieron impasibles ante la actuación de las tropas contra el pueblo sublevado. La Junta de Gobierno y el Consejo de Castilla acataron las órdenes que provenían de Francia y recibieron al nuevo rey José I Bonaparte.
Este nuevo rey trató de imponer por la fuerza un régimen liberal autoritario plasmado en el Estatuto de Bayona, una especie de constitución otorgada al país por Napoleón y que concentraba casi todos los poderes del Estado en el rey, a pesar de una declaración de derechos de carácter liberal. En este texto se decía que si el monarca moría sin descendencia la Corona volvía a Napoleón. José I fue un rey inteligente, consciente de los escasos apoyos con los que contaba y sometido a la voluntad de su hermano a quien debía todo. Gobernó apoyándose en los viejos ilustrados. Los opositores a los franceses eran casi todo el pueblo, muchos nobles y clérigos que no habían jurado obediencia a José I, y un gran número de burgueses. De una manera espontánea surgieron juntas ciudadanas por todos sitios para coordinar su oposición a los franceses y su adhesión a Fernando VII, estas juntas ciudadanas serían coordinadas por las juntas provinciales y todas estas por Junta Suprema Central.
Tras la batalla de Bailén representaban en sí mismas la ruptura con la situación existente antes del 2 de mayo, al mismo tiempo que expresaban de hecho la realidad de la soberanía popular. La guerra se desarrolló en tres fases:

A) La primera fase): éxitos iniciales españoles (junio-noviembre de 1808)

Es la fase de los éxitos iniciales españoles, tiene lugar entre los meses de junio y noviembre del año 1808, tras el fracaso del levantamiento de Madrid. En este período los soldados franceses se emplearon en sofocar los alzamientos urbanos que se habían extendido por las ciudades más importantes del país. En el mes de junio tuvo lugar el primer sitio de Zaragoza, cuya posesión era fundamental para controlar la importante vía de comunicación del valle del Ebro. La ciudad aragonesa resistió heroicamente bajo el mando del general Palafox, frustrándose de momento los planes franceses. El hecho más destacado de esta primera fase de la guerra fue, no obstante, la batalla de Bailén, donde un ejército francés dirigido por el general Dupont fue derrotado el 19 de julio por un ejército español improvisado por algunas juntas provinciales de Andalucía, y de manera destacada por la de Sevilla, comandado por el general Castaños.
La derrota de Bailén tuvo una doble repercusión: estratégica y propagandística. Por primera vez era derrotado un ejército napoleónico en campo abierto, haciéndole 19.000 prisioneros, gran parte de los cuales -en torno a 14.000- fueron confinados en la isla de Cabrera, donde perecieron de hambre y de sed.

B) La segunda fase: el apogeo francés (Noviembre de 1808-primavera de 1812)

Esta segunda fase, de excepcional importancia dentro de la estrategia global de Napoleón, viene determinada por la reacción francesa ante la derrota de Bailén y por las consecuencias que de ello se derivaron. El emperador francés había subestimado en principio la capacidad de resistencia española, y debió cambiar sus ideas al respecto, hasta el punto de concertar nuevamente una entrevista con el Zar de Rusia, para garantizarse la seguridad en Centroeuropa y de esta manera poder concentrar sus esfuerzos en la recuperación de la península Ibérica. A tal efecto el Emperador organizó la Grande Armée, un poderoso ejército de 250.000 soldados bien entrenados y dirigidos por el propio Napoleón. El día 10 de noviembre cayó la ciudad Burgos, que fue sometida a un terrible saqueo, seguido de la derrota del ejército de Blake en Espinosa de los Monteros, y del vencedor de Bailén, Castaños, en Tudela.
El hecho de armas más importante fue, no obstante, la toma de Madrid, tras arrollar la caballería polaca la tenaz resistencia ofrecida por los españoles en el puerto de Somosierra. En el otro extremo peninsular, Zaragoza, punto clave en las comunicaciones con Francia, sufrió el segundo sitio, más devastador que el primero, cayendo en poder de los franceses cuando era prácticamente un montón de ruinas. Sólo Cádiz quedó libre de la ocupación, de lo que se derivaron unas consecuencias trascendentales para la historia de España: la elaboración de la primera constitución española. Lo más decisivo en esta fase de la guerra fueron las innovaciones estratégicas introducidas por los españoles, la guerra de desgaste, cuya práctica operativa se traducía en la guerra de guerrillas, expresión máxima de la guerra popular -el pueblo en armas- y auténtica pesadilla del ejército francés. Las guerrillas representan un elemento nuevo en las guerras contemporáneas, porque nueva era también la manera de hacer la guerra, a partir del siglo XIX, frente a las naciones más poderosas. A partir de la Revolución Francesa, los protagonistas de los enfrentamientos eran los grandes ejércitos nacionales y no los pequeños ejércitos mercenarios del Antiguo Régimen. La guerra total, que alcanzará su máxima expresión en la Segunda Guerra Mundial, ya manifestaba a principios del siglo XIX muchas de las características que la harían particularmente inhumana y devastadora. Ante la potencia de los grandes ejércitos nacionales, la guerra de guerrillas era la mejor manera de oponerles alguna acción con garantías de éxito. Era, sin ninguna duda, un procedimiento penoso, pero barato y eficaz a la hora de enfrentarse a un gran ejército, invencible, si se utilizaban contra él las tácticas convencionales. De la crueldad de la Guerra de la Independencia hablan sobradamente la serie de grabados de Goya denominada los Desastres de la guerra. El principio acción-represión-acción induce aquí un proceso realimentado que contribuye a la expansión de las simpatías hacia el movimiento guerrillero y al incremento de sus efectivos. La guerra de guerrillas representa, no obstante, un inconveniente para ambas partes, y es que ninguna puede derrotar a la otra, excepto en un caso: que la guerrilla, tras debilitar o inmovilizar a un ejército muy superior, cuente con la ayuda de otro ejército convencional que rompa a su favor el impasse estratégico. Y éste fue exactamente el papel desempeñado por el ejército expedicionario británico del general Wellington.

C) La tercera y la última fase de la guerra (primavera de 1812-agosto de 1813)

La tercera y última fase de la guerra se inició en la primavera de 1812, cuando Napoleón se vio obligado a retirar de España una parte muy importante de sus tropas para engrosar la Grande Armée que se preparaba para la invasión de Rusia. Los ejércitos angloespañoles aprovecharon esta circunstancia para intensificar su ofensiva, que culminó con la victoria de los Arapiles (Salamanca) el 22 de julio de 1812. Este triunfo militar fue el que marcó el principio del fin del poderío francés en la Península. El desastre de la Grande Armée en Rusia, donde pereció de frío la mayor parte de los soldados franceses, decidió también la suerte de Napoleón en la península Ibérica. Las tropas francesas, que temían quedar encerradas en España, iniciaron el repliegue hacia el norte, que ya venía precedido por el del mariscal Soult al levantar el cerco de Cádiz y retirarse de Andalucía. En su repliegue hacia Francia las tropas francesas llegaron a las cercanías de Vitoria, donde sufrieron otra gran derrota. Con las batallas de Irún y San Marcial (31 de agosto de 1813) se completó el acoso y la derrota del ejército francés, iniciándose a partir de ahí su persecución a través de tierras francesas, llegando las tropas españolas hasta la ciudad de Bayona. La guerra peninsular había terminado. El 11 de diciembre de ese mismo año, asediado en su propio territorio, Napoleón firmaba el Tratado de Valençay, por el que restituía la Corona de España a Fernando VII.

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