1. El Alzamiento Nacional y el estallido de la guerra
El alzamiento militar de 1936, encabezado por los generales Mola y Sanjurjo, comenzó el 17 de julio en Melilla, extendiéndose rápidamente al Protectorado Español de Marruecos. El golpe, que buscaba derrocar al gobierno republicano, recibió el apoyo de sectores conservadores, monárquicos, carlistas y falangistas. Franco, que se unió a la conspiración, asumió el mando del Ejército de África, que era el mejor armado y preparado. A los pocos días, otros militares se unieron a la rebelión en varias ciudades clave, como Pamplona, Sevilla, Zaragoza y Mallorca, logrando el éxito en regiones como Galicia, Baleares y Canarias. El gobierno republicano, encabezado por Casares Quiroga, reaccionó lentamente, permitiendo a los sublevados ganar terreno. Después de la dimisión de Casares, Azaña nombró a José Giral como nuevo jefe del gobierno. Este autorizó la entrega de armas a los sindicatos y partidos del Frente Popular, lo que permitió una resistencia efectiva y evitó que los sublevados tomaran rápidamente todo el país. A finales de julio, la insurrección se convirtió en una guerra civil, dividiendo al país en dos bandos: los «nacionales», que buscaban restaurar el orden y eliminar a socialistas, comunistas, anarquistas y separatistas, y la República, que defendía la legitimidad del gobierno y la democracia frente al fascismo. La guerra tuvo un fuerte impacto internacional. Por un lado, la URSS, partidos progresistas y la República fueron apoyados por las Brigadas Internacionales, compuestas por voluntarios de diversas ideologías. Por otro, los sublevados recibieron el apoyo militar de Alemania e Italia, que enviaron tropas, aviones y tanques, mientras que Portugal también colaboró enviando voluntarios. El apoyo internacional fue crucial para la victoria de los sublevados. A pesar de la política de no intervención promovida por Francia y el Reino Unido (y aceptada por 27 países, incluidos Italia y Alemania), este acuerdo fue poco efectivo, ya que las democracias occidentales no actuaron, mientras que las potencias fascistas rompieron el embargo de armas. Las multinacionales como Texaco, Shell, Ford y General Motors también apoyaron económicamente a los sublevados. La Guerra Civil Española se convirtió en un enfrentamiento entre las fuerzas democráticas y el fascismo, y se interpretó como un ensayo de la futura Segunda Guerra Mundial.
2. La España Republicana
La sublevación militar de 1936 no logró derrocar a la República, pero provocó la ruptura del ejército y el colapso del Estado. Tras la dimisión de Casares Quiroga, Diego Martínez Barrio intentó frenar la insurrección negociando con Mola, sin éxito. Su sustituto, José Giral, entregó armas a partidos y sindicatos obreros, lo que permitió formar milicias revolucionarias que, además de combatir a los sublevados, impulsaron una revolución social con colectivización de tierras e industrias, especialmente en Andalucía y Castilla-La Mancha. También surgió un violento movimiento anticlerical y antiburgués, con asesinatos y represalias organizadas por grupos anarquistas fuera del control del Estado.
Ante la debilidad del gobierno y el avance franquista, en septiembre de 1936 se formó un gobierno de concentración presidido por Largo Caballero, con socialistas, comunistas, republicanos y nacionalistas. Por primera vez participaron ministros anarcosindicalistas, como Federica Montseny. El nuevo gobierno buscó frenar la revolución, crear un ejército regular y restaurar el orden público. Sin embargo, surgieron tensiones con los anarquistas, que se negaban a disolver sus milicias ni a abandonar las colectivizaciones.
Estas tensiones culminaron en los Hechos de Mayo de 1937 en Barcelona, cuando el enfrentamiento entre anarquistas, POUMistas y comunistas terminó con la derrota del sector más radical y el fortalecimiento de los comunistas, apoyados por la URSS. La negativa de Largo Caballero a ilegalizar el POUM provocó su caída. En mayo, Juan Negrín asumió el gobierno, eliminó a los anarquistas del poder, fortaleció el ejército, disolvió las colectivizaciones y persiguió al POUM.
Negrín, apoyado por los comunistas, apostó por resistir a Franco hasta el final. En cambio, Azaña y Prieto preferían negociar la paz. Esta división causó una crisis interna que desembocó en la dimisión de Prieto y la presentación del Programa de los Trece Puntos de Negrín, con el que buscaba apoyo internacional y una salida negociada al conflicto.
En 1939, la derrota republicana se acercaba tras la caída de Cataluña. En ese contexto, el coronel Casado, con apoyo de socialistas y anarquistas, dio un golpe en Madrid para derrocar a Negrín e intentar negociar con Franco. El intento fracasó y aceleró el fin de la República.
3. La España «nacional»
Tras la muerte de Sanjurjo en julio de 1936, los militares sublevados crearon en Burgos la Junta de Defensa Nacional, presidida por Cabanellas, con Franco y Mola como miembros clave. Esta Junta proclamó el Estado de Guerra, suspendió la Constitución, disolvió partidos del Frente Popular y restableció la bandera roja y amarilla. Se instauró una represión brutal, con «sacas» y «paseos» (asesinatos de republicanos, sindicalistas y otros opositores) y juicios sumarísimos sin garantías legales.
A medida que avanzaba la guerra, Franco consolidó su liderazgo al comandar el mejor ejército, el Ejército de África, y al recibir apoyo de Alemania e Italia. El 1 de octubre de 1936, la Junta lo nombró «Generalísimo de los Ejércitos» y «Jefe del Gobierno», disolviendo la Junta de Defensa Nacional y formando la Junta Técnica del Estado, órgano consultivo que consolidó el poder de Franco, quien pasó a ser «Caudillo de España».
En 1937, Franco impulsó el Decreto de Unificación, creando un único partido, la Falange Española Tradicionalista y de las JONS, que fusionó a falangistas, carlistas y otros grupos de derecha. Franco se convirtió en el líder del partido, adoptando símbolos fascistas como la salutación romana y el yugo y las flechas.
La Iglesia Católica, aunque no participó en la conspiración, apoyó la sublevación desde el principio, considerándola una «cruzada». En los territorios bajo control franquista, se instauró un régimen conservador y católico, derogando leyes republicanas como el matrimonio civil y el divorcio, y restaurando el culto católico en la enseñanza.
A partir de enero de 1938, Franco consolidó un Estado totalitario, disolviendo la Junta Técnica del Estado y creando su primer gobierno. Se aprobaron leyes como la Ley de Administración del Estado, que le otorgó a Franco poderes exclusivos, y el Fuero del Trabajo, que eliminó los sindicatos de clase y creó sindicatos verticales controlados por el Estado. También se instauró la censura con la Ley de Prensa de 1938 y se derogaron las reformas de la República, restaurando la centralización política y la legislación conservadora. En política exterior, se afianzaron las relaciones con los regímenes fascistas.
4. Las Consecuencias de la Guerra
La Guerra Civil Española dejó consecuencias devastadoras en varios ámbitos. En el plano humano, se registraron unas 600.000 muertes, incluyendo 160.000 en combate, 150.000 víctimas de la represión (con 100.000 del bando republicano y 50.000 del sublevado), y otras muertes relacionadas con bombardeos, escasez de alimentos y enfermedades. Además, entre 40.000 y 50.000 personas fueron ejecutadas en la posguerra.
El exilio republicano también fue significativo, con unas 500.000 personas huyendo a Francia en 1939, donde fueron internados en campos de concentración en condiciones extremas. Entre ellos se encontraban los «niños de la guerra», evacuados a otros países.
En cuanto al papel de la mujer, en la zona republicana las mujeres tuvieron un papel más activo, trabajando como milicianas, en fábricas, hospitales y en cargos políticos como Federica Montseny, ministra de Sanidad, y Dolores Ibárruri («La Pasionaria»). En la zona «nacional», las mujeres tuvieron roles más limitados, centrados en tareas domésticas y de apoyo en hospitales.
Económicamente, la guerra devastó el país: la infraestructura, la producción industrial y agrícola fueron severamente dañadas, con la destrucción de casas, maquinaria y ganado. La Hacienda pública colapsó, la inflación subió, y el racionamiento y el mercado negro se expandieron.
Al final, la guerra destruyó el sistema democrático y dio paso a una dictadura militar de inspiración fascista que duró 40 años, durante los cuales se suprimieron las libertades en España.