La Batalla del Ebro
Para frenar el avance de los franquistas sobre Valencia y Cataluña, y también con el objetivo de una paz negociada, los republicanos lanzaron una gran ofensiva en el Ebro. El ejército republicano había sido reforzado con 200.000 soldados.
El 25 de julio, las tropas republicanas cruzaron el río Ebro en dirección a Gandesa y avanzaron unos 35 kilómetros. A mediados de noviembre, con más de un 50% de bajas y el equipamiento prácticamente destruido, el ejército republicano se replegó.
A finales de 1938, el Comité de No Intervención consiguió la retirada de los voluntarios extranjeros que luchaban con la República. Así, antes de que las tropas franquistas iniciaran la ofensiva sobre Cataluña, la suerte de la República estaba echada.
El Fin de la Guerra (diciembre 1938 – abril 1939)
Después de la victoria en la batalla del Ebro, los franquistas intensificaron los bombardeos sobre las principales ciudades catalanas por parte de la aviación italiana. Estos bombardeos prepararon la ocupación de Cataluña, que fue rápida.
El 15 de enero de 1939 cayó Tarragona; el 26, Barcelona; y poco después se alcanzó la frontera con Francia.
Con la caída de Cataluña, las estructuras políticas y militares del Estado republicano se derrumbaron. Sus autoridades, incluido Manuel Azaña, cruzaron la frontera. El largo camino del exilio, sin retorno para la mayor parte de estos refugiados, los condujo a enormes penalidades.
Negrín y los comunistas intentaron resistir a ultranza en Madrid. Pero en febrero de 1939, Francia y el Reino Unido reconocieron el gobierno de Franco. En Madrid, estallaron enfrentamientos internos: el coronel Segismundo Casado, con el apoyo de sectores republicanos, anarcosindicalistas y socialistas, dio un golpe de Estado y creó una Junta de Defensa que pretendía una paz honorable, la cual Franco no aceptó.
La Junta de Defensa ordenó finalmente el abandono de los frentes sin resistencia, y el 28 de marzo el coronel Casado entregó Madrid. El 1 de abril, el general Franco hizo público el comunicado de la terminación de la guerra. La Guerra Civil española había llegado a su fin.
Entre la Guerra y la Revolución: Evolución Política en la Zona Republicana
En los primeros meses de la guerra, la revolución social se adueñó de buena parte del territorio y cambió las formas de propiedad y organización de la producción. Este hecho debilitó la autoridad del gobierno republicano, dificultó el control y la dirección de la guerra y puso de manifiesto las diferencias entre las diversas fuerzas del Frente Popular.
Revolución y Desintegración del Poder Republicano
Entre julio y octubre de 1936, después de la distribución de armas entre las organizaciones populares, en la zona republicana se desencadenó un proceso revolucionario espontáneo y el poder se repartió en múltiples juntas, comités, milicias, consejos y organismos revolucionarios.
En algunas zonas, como Cataluña, este poder popular fue dirigido por la CNT-FAI.
Paralelamente, se llevó a cabo una revolución socioeconómica que provocó un cambio en las relaciones de producción y que se plasmó en el empleo, el reparto de tierras y la confiscación de industrias. En estos meses se expropió entre el 40% y el 60% de la tierra cultivada en regiones como Aragón, Castilla-La Mancha y Andalucía.
Las colectivizaciones de las industrias y los servicios más importantes se produjeron en Valencia, Madrid, Asturias y Cataluña, donde el Consejo de Economía se encargó de elaborar el Plan de Transformación Socialista del País, que incluyó el Decreto de Colectivizaciones. A partir de octubre de 1936, el gobierno intervino discretamente en industrias estratégicas vitales para el desarrollo de la guerra.
Intentos de Reorganización del Poder
En septiembre de 1936, se creó un gobierno de coalición amplia presidido por el socialista Francisco Largo Caballero y formado por comunistas, republicanos, nacionalistas y por la CNT. Este sindicato aportó dos ministros: Federica Montseny, la primera mujer ministra de España, y Luis García Oliver. Su objetivo era acabar con la dispersión de poderes, reconstruyendo el Estado pero manteniendo las conquistas revolucionarias.
Se crearon los consejos provisionales y municipales, presididos por autoridades que representaban al Estado. En Cataluña, un nuevo gobierno de la Generalitat, con presencia de comunistas y anarquistas, se impuso al Comité Central de Milicias Antifascistas.
En el aspecto militar, se reorganizó el Estado Mayor del Ejército y se unificaron las milicias. Así se constituyó el núcleo del Ejército Popular.
Las diferencias entre las diversas tendencias aparecieron pronto en el seno del gobierno. De hecho, había dos concepciones divergentes sobre el proceso revolucionario. Comunistas, socialistas, republicanos y nacionalistas defendían ganar primero la guerra y posponer la revolución. Por lo tanto, era imprescindible reconstruir el Estado republicano. En cambio, la CNT-FAI, los comunistas del POUM y los seguidores de Largo Caballero pretendían simultanear la guerra y la revolución, convencidos de que no se podía ganar la guerra sin llevar a cabo la revolución.
Los Hechos de Mayo de 1937 en Cataluña
En este contexto se produjeron en Barcelona los Hechos de Mayo de 1937, en los que los anarquistas y los militantes del POUM se enfrentaron de manera armada a las fuerzas de la Generalitat y a las milicias comunistas del PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña), de orientación prosoviética.
Nuevamente hubo combates en las calles de Barcelona entre las mismas izquierdas. En los combates participaron, por un lado, miembros de las fuerzas de orden público de la Generalitat, militantes de Izquierda Republicana y de Estat Català, y miembros del PSUC y de la UGT; por el otro lado, luchaban los militantes de la CNT-FAI y del POUM. Los enfrentamientos duraron cinco días y causaron 500 muertos y más de 1.000 heridos.