El Sistema Político de la Restauración
Un nuevo sistema político: El pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto trajo la restauración de la monarquía borbónica en la figura de Alfonso XII, que era esperado como el rey que devolvería la estabilidad política y la paz social. Cánovas del Castillo pretendía un sistema estable, para lo que se propuso elaborar una Constitución y asegurar la alternancia en el poder de dos grandes partidos. Convocó elecciones a Cortes Constituyentes por sufragio universal masculino (para estas elecciones).
La Constitución de 1876
Expresaba el liberalismo doctrinario: sufragio censitario (aunque se establecería el universal masculino en 1890) y soberanía compartida entre las Cortes y el Rey. Consideraba la monarquía como institución fundamental e incuestionable, anterior a la propia Constitución. El rey moderaba y arbitraba la vida política. El rey tenía amplios poderes: derecho de veto, nombramiento de ministros y la potestad de convocar, suspender y disolver las Cortes. Las Cortes eran bicamerales (Congreso de los Diputados y Senado). Desde 1890, se estableció el sufragio universal masculino para las elecciones al Congreso. La Constitución proclamaba la confesionalidad católica del Estado, aunque toleraba el ejercicio privado de otras religiones. Restablecía el presupuesto de culto y clero. Proclamaba una serie de derechos individuales, como los de imprenta, asociación, reunión y expresión, aunque su desarrollo posterior a menudo los restringió.
Bipartidismo y Turno Pacífico
Se estableció la alternancia en el poder de los partidos Liberal Conservador (liderado por Cánovas) y Liberal Fusionista (liderado por Sagasta), estableciendo un turno pacífico. El ejército quedaba subordinado al poder civil, alejándolo de la intervención directa en política que había caracterizado periodos anteriores.
El Fin de los Conflictos Bélicos
El nuevo régimen logró acabar con importantes conflictos heredados: la Tercera Guerra Carlista (1872-1876), con la derrota definitiva de los carlistas, y la Guerra de los Diez Años en Cuba. En Cuba se firmó la Paz de Zanjón en 1878, que supuso una amplia amnistía, la promesa de abolición de la esclavitud (que se completaría en 1886) y reformas políticas y administrativas que, al retrasarse o no cumplirse satisfactoriamente, generaron nuevos conflictos en el futuro.
La Vida Política y la Alternancia en el Poder
1 Los Partidos Dinásticos
Antonio Cánovas del Castillo lideraba el Partido Liberal-Conservador (o simplemente Conservador) y Práxedes Mateo Sagasta lideraba el Partido Liberal-Fusionista (o simplemente Liberal). Ambos se comprometieron a aceptar la monarquía alfonsina y la alternancia en el poder: eran los llamados partidos dinásticos o del turno. Defendían la monarquía, la Constitución de 1876, la propiedad privada y la consolidación de un Estado liberal, unitario y centralista. Eran partidos de notables, es decir, de minorías, con escasa base social y más dependientes de redes clientelares que de una militancia activa. Sus diferencias ideológicas eran escasas, ya que existía un acuerdo tácito de no promulgar leyes que el otro partido tuviera que derogar al acceder al gobierno. Así se pretendía conseguir la estabilidad institucional.
El mecanismo del turno funcionaba del siguiente modo: cuando un gobierno entraba en crisis (por desgaste, divisiones internas o decisión del rey), el monarca encargaba la formación de un nuevo gobierno al líder del partido de la oposición. Este nuevo presidente del gobierno convocaba elecciones, que sistemáticamente ganaba, para legitimar su situación. Este sistema se sustentaba en el fraude electoral generalizado, donde el caciquismo y el pucherazo eran prácticas habituales.
2 Falseamiento Electoral y Caciquismo
El caciquismo consistió en el control de los resortes del poder local y comarcal por parte de una persona influyente (el cacique), quien, utilizando su poder económico, social o administrativo, orientaba el voto de la población de su zona de influencia, asegurando los resultados electorales pactados desde el Ministerio de la Gobernación. La adulteración del voto se realizaba mediante diversas trampas electorales. El pucherazo era el conjunto de estas trampas, que incluían la falsificación del censo (incluyendo a muertos o excluyendo a vivos), la manipulación de las actas electorales, la compra de votos, la coacción a los votantes, impedir el voto de los contrarios, y, en ocasiones, el recuento de votos era superior al número de electores censados.
3 El Desarrollo del Turno de Partidos
Entre 1876 y 1898, el turno funcionó con bastante regularidad:
- Gobiernos Conservadores (Cánovas): 1875-1881.
- Gobiernos Liberales (Sagasta): 1881-1884.
- Gobierno Conservador (Cánovas): 1884-1885. Tras la muerte de Alfonso XII en noviembre de 1885, Cánovas y Sagasta ratificaron el Pacto de El Pardo, por el que se comprometían a mantener el turno y apoyar la regencia de María Cristina de Habsburgo para garantizar la estabilidad del régimen.
- Gobiernos Liberales (Sagasta) – El “Parlamento Largo”: 1885-1890. Fue un periodo de importantes reformas: Ley de Asociaciones (1887), que permitió la legalización de sindicatos y otras organizaciones; abolición definitiva de la esclavitud (1886); juicio por jurado; y promulgación del Código Civil (1889). En 1890 se aprobó el sufragio universal masculino para varones mayores de 25 años.
- Gobiernos Conservadores (Cánovas): 1890-1892.
- Gobiernos Liberales (Sagasta): 1892-1895. Durante este periodo estalló la guerra de independencia de Cuba (1895) y la insurrección en Filipinas.
- Gobiernos Conservadores (Cánovas): 1895-1897. Cánovas fue asesinado por un anarquista en agosto de 1897. Se intentó una política de autonomía para Cuba.
- Gobiernos Liberales (Sagasta): 1897-1899. Sagasta tuvo que afrontar la fase final de la guerra de Cuba, la intervención de Estados Unidos, la derrota militar española y la firma de la Paz de París (diciembre de 1898), con la consiguiente pérdida de las últimas colonias.
Las Fuerzas Políticas Marginales del Sistema
Al margen de los partidos dinásticos, existían otras fuerzas políticas que no participaban del turno o lo hacían de forma muy limitada, representando la oposición al sistema de la Restauración.
1 Evolución del Republicanismo
Tras el fracaso de la Primera República durante el Sexenio Revolucionario, el republicanismo entró en una profunda crisis, marcada por sus divisiones internas y la pérdida de apoyo popular. Durante la Restauración, se reorganizó en diversas tendencias:
- Partido Republicano Posibilista: Liderado por Emilio Castelar, evolucionó hacia la moderación y terminó aceptando la monarquía alfonsina e integrándose en el Partido Liberal.
- Partido Republicano Progresista: Liderado por Manuel Ruiz Zorrilla desde el exilio, defendía la insurrección militar como vía para reimplantar la República. Protagonizó varias intentonas fallidas.
- Partido Republicano Centralista: Creado por Nicolás Salmerón, mantenía una postura republicana más ortodoxa.
- Partido Republicano Democrático Federal: Liderado por Francisco Pi y Margall, seguía defendiendo el federalismo. Era el grupo republicano con mayor base, aunque fragmentado.
Aunque los republicanos perdieron gran parte de sus bases sociales, intentaron recuperar influencia mediante alianzas como la Unión Republicana (1893). Sin embargo, la aparición y consolidación del movimiento obrero organizado, especialmente el PSOE (Partido Socialista Obrero Español, fundado en 1879), les restó apoyos entre las clases trabajadoras urbanas.
2 La Reconversión del Carlismo
Tras la derrota militar en la Tercera Guerra Carlista (1876), el pretendiente Carlos VII abandonó España. El carlismo sufrió un duro golpe, agravado por el reconocimiento de Alfonso XII como rey por parte de figuras importantes del movimiento, como el general Cabrera. Además, la Constitución de 1876 descartó explícitamente la sucesión al trono de la rama carlista de los Borbones. A pesar de ello, el carlismo no desapareció y se reorganizó bajo el liderazgo de Cándido Nocedal, quien impulsó los Círculos Carlistas por toda España. Su fuerza principal se mantenía en sus bastiones tradicionales: Vascongadas, Navarra, Cataluña y el Levante.
Ideológicamente, figuras como Juan Vázquez de Mella intentaron modernizar el discurso carlista (neocatolicismo tradicionalista). El Acta de Loredan (1886), proclamada por Carlos VII, intentó adaptar el programa carlista, manteniendo la unidad católica, la defensa de los fueros y la oposición a la democracia liberal, pero aceptando ciertos aspectos del nuevo orden. No obstante, las tensiones internas llevaron a una escisión en 1888, cuando Ramón Nocedal (hijo de Cándido) fundó el Partido Católico Nacional (o Partido Integrista), de carácter ultracatólico e intransigente. Un fenómeno destacable de estos años fue la reorganización de su milicia, el Requeté, que tendría gran importancia en la década de 1930.
3 Otras Fuerzas Políticas y la Cuestión Católica
La llamada “cuestión católica” se refería a las complejas y a menudo tensas relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado Liberal. Aunque la Restauración supuso una mejora de la posición de la Iglesia respecto al Sexenio, persistían sectores católicos intransigentes con el liberalismo.
- En 1881, Alejandro Pidal y Mon fundó la Unión Católica, un partido que buscaba aglutinar a los católicos en la vida política dentro de un marco conservador y leal a la monarquía alfonsina.
- En 1891, el papa León XIII publicó la encíclica Rerum Novarum, que abordaba la cuestión social desde la perspectiva católica, promulgando un nuevo orden social cristiano basado en la justicia social y animando a los católicos a participar activamente en la vida política para defender sus principios.
Los propios partidos dinásticos también sufrieron divisiones internas y el surgimiento de facciones. Dentro del liberalismo, por ejemplo, aparecieron intentos de formar nuevos grupos, como el efímero Partido Demócrata Monárquico de Segismundo Moret, o la Izquierda Dinástica, impulsada por figuras como el general Serrano en sus últimos años, aunque con influencia limitada durante este periodo.
El Surgimiento de Nacionalismos y Regionalismos
En el último cuarto del siglo XIX surgieron en España movimientos políticos de carácter regionalista o nacionalista, que se oponían al uniformismo y centralismo estatal característicos del liberalismo español. Estos movimientos aparecieron principalmente en Cataluña, las Vascongadas y Galicia, y con menor intensidad inicial en otras regiones como Andalucía, Aragón y Valencia.
1 Nacionalismo Catalán
Cataluña experimentó durante el siglo XIX un importante desarrollo industrial y un crecimiento económico superior al de otras regiones de España. La burguesía industrial catalana, si bien integrada en el mercado nacional, defendía políticas proteccionistas para su industria frente a la competencia exterior.
A mediados del siglo XIX surgió la Renaixença, un movimiento cultural y literario destinado a recuperar y prestigiar el uso de la lengua catalana y la cultura propia. Hacia 1880, este renacimiento cultural comenzó a tener expresiones políticas, desarrollándose el catalanismo político. Se distinguieron dos tendencias principales:
- Una más tradicionalista y católica, influenciada por figuras como el obispo Josep Torras i Bages (La tradició catalana).
- Otra más progresista, republicana y federalista, liderada por Valentí Almirall, quien fundó el Centre Català (1882) y promovió el Memorial de Greuges (1885) presentado a Alfonso XII.
En 1891 se fundó la Unió Catalanista, que en 1892 aprobó las Bases de Manresa, un programa autonomista que reclamaba la restauración de las antiguas instituciones catalanas y amplias competencias políticas y administrativas. Este documento marcó un paso importante del regionalismo hacia un nacionalismo más definido, uniendo motivos económicos, culturales y políticos. En 1901 se creó la Lliga Regionalista, liderada por figuras como Enric Prat de la Riba y Francesc Cambó, que se convirtió en el principal partido catalanista, de carácter conservador y burgués.
2 Nacionalismo Vasco
Sabino Arana Goiri es considerado el fundador del nacionalismo vasco moderno. Su surgimiento se explica por varios factores: un sentimiento de frustración por la derrota en las guerras carlistas y la supresión definitiva de los fueros vascos en 1876 (aunque se mantuvieron los Conciertos Económicos); el impacto de la rápida industrialización en Vizcaya, que atrajo una fuerte inmigración de otras regiones de España (llamados despectivamente maketos por Arana), percibida como una amenaza para la identidad y lengua vasca (euskera); y la influencia del catolicismo tradicional.
En 1895, Arana fundó en Bilbao el Partido Nacionalista Vasco (PNV). Su ideología inicial era marcadamente independentista, racista (defendía la pureza de la raza vasca), ultracatólica y antiliberal. Arana acuñó el neologismo Euzkadi para referirse al conjunto de los territorios vascos, diseñó una bandera propia (la ikurriña) y popularizó el lema “Jaungoikoa eta Lege Zaharra” (Dios y Ley Antigua). Aunque el PNV comenzó con una orientación radical, con el tiempo experimentaría evoluciones y moderaciones en sus planteamientos.
3 Nacionalismo Gallego (Galleguismo)
El galleguismo tuvo inicialmente un fuerte carácter cultural, conocido como el Rexurdimento (Resurgimiento), similar a la Renaixença catalana. Este movimiento, que se desarrolló en la segunda mitad del siglo XIX, pretendió recuperar y dignificar la lengua y la cultura gallegas. Figuras literarias como Rosalía de Castro, Manuel Curros Enríquez y Eduardo Pondal fueron sus principales exponentes.
La grave crisis agraria de finales del siglo XIX y la tradicional emigración masiva de gallegos (hacia América y otras partes de España) contribuyeron a generar una conciencia de los problemas específicos de Galicia y de su postergación económica y social. Esto alimentó la evolución del galleguismo cultural hacia posiciones más políticas, aunque su desarrollo como fuerza política organizada fue más lento y fragmentado que en Cataluña o el País Vasco durante este periodo. Destacaron figuras como Manuel Murguía, Alfredo Brañas y el regionalismo de la Asociación Regionalista Gallega.
4 Otros Regionalismos: Valencianismo, Aragonesismo y Andalucismo
- Valencianismo: El movimiento valencianista (valencianisme) también nació como una corriente cultural, la Renaixença valenciana, de reivindicación de la lengua y la cultura propias (Teodor Llorente). A comienzos del siglo XX adquirió un carácter más político, con iniciativas como la sociedad València Nova (1904), liderada por Faustí Valentín, que promovió la Asamblea Regionalista Valenciana (1907).
- Aragonesismo: El aragonesismo surgió a mediados del siglo XIX, centrado inicialmente en la defensa del Derecho Civil aragonés y en la reivindicación histórica y cultural de sus orígenes e instituciones medievales. Figuras como Joaquín Costa, aunque más conocido por el regeneracionismo, también reflexionaron sobre la identidad aragonesa.
- Andalucismo: El andalucismo como movimiento político organizado es más tardío, naciendo fundamentalmente a comienzos del siglo XX. Se considera a Blas Infante su principal ideólogo y fundador (autor de Ideal Andaluz, 1915). En 1916 fundó el Centro Andaluz en Sevilla y en 1918 se celebró la Asamblea de Ronda, considerada un hito fundacional del andalucismo político. Durante la Segunda República Española se elaboró un proyecto de estatuto de autonomía para Andalucía, que contó con un apoyo popular limitado en aquel momento. Sería a finales del siglo XX, a partir de la Transición política a la democracia, cuando el andalucismo adquiriría una mayor relevancia política e institucional.
La Guerra en Ultramar y el Desastre del 98
En 1895 estalló la guerra de independencia en Cuba y, poco después, una insurrección en Filipinas. En 1898 se produjo la intervención de Estados Unidos en el conflicto, que culminó con la derrota española y el llamado “Desastre del 98”, por el que España perdió sus últimos territorios ultramarinos significativos: Cuba, Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam.
1 Cuba: La Perla de las Antillas y el Camino a la Guerra
Tras la Paz de Zanjón en 1878, que puso fin a la Guerra de los Diez Años (1868-1878), hubo un periodo de relativa calma en Cuba. Sin embargo, el incumplimiento por parte de España de muchas de las promesas de mayor autonomía, participación política efectiva de los cubanos en el gobierno de la isla y libertad comercial hizo crecer el descontento entre la población cubana.
En la isla se crearon dos partidos políticos principales que reflejaban las divisiones internas: el Partido Autonomista, que buscaba una mayor autonomía dentro de la soberanía española, y la Unión Constitucional, más conservador, españolista y defensor del statu quo colonial, agrupando a los grandes propietarios y comerciantes peninsulares. En 1886 se abolió definitivamente la esclavitud en Cuba. En 1893, el ministro de Ultramar Antonio Maura preparó un proyecto de reforma del estatuto colonial para conceder una limitada autonomía a Cuba, pero encontró fuertes resistencias y no llegó a aplicarse de forma satisfactoria.
Mientras tanto, el independentismo cubano se reorganizaba. En 1892, José Martí fundó el Partido Revolucionario Cubano, cuyo objetivo era conseguir la independencia total de Cuba, mediante la lucha armada. Martí logró aglutinar a las principales figuras de la anterior guerra y consiguió apoyo financiero y logístico, en parte desde Estados Unidos.
La política arancelaria española también contribuyó a la tensión. En 1891, el gobierno español, con el Arancel Cánovas, elevó los aranceles a los productos importados en Cuba, medida que perjudicó especialmente a los productos norteamericanos (como la harina) y a los intereses de Estados Unidos, que era el principal comprador del azúcar cubano. Esto llevó a Estados Unidos a aumentar su presión económica y política sobre la isla y sobre España.
2 La Gran Insurrección (1895-1898)
Previamente, entre 1879 y 1880, se había producido un intento de reavivar la lucha independentista, la llamada Guerra Chiquita, que fue rápidamente sofocada por España debido a la superioridad militar española y a la falta de apoyo popular y organización de los insurrectos.
En febrero de 1895, con el “Grito de Baire”, comenzó la sublevación independentista definitiva, liderada por figuras como José Martí (que murió en combate poco después), Máximo Gómez y Antonio Maceo. La insurrección se extendió rápidamente de oriente a occidente de la isla.
El gobierno español envió inicialmente al general Arsenio Martínez Campos para sofocar la rebelión. Este intentó combinar una acción militar limitada con una política de negociación y atracción hacia los sublevados, similar a la que le dio éxito en la Paz de Zanjón. Fracasado su intento, fue sustituido a principios de 1896 por el general Valeriano Weyler, quien aplicó una política de mano dura y una estrategia de guerra total para acabar con la guerrilla (los mambises). Weyler implementó la tristemente célebre política de “reconcentración”: obligó a los campesinos a abandonar sus tierras y hogares y concentrarse en poblados controlados por el ejército, con el fin de privar de apoyo logístico y humano a la guerrilla. Esta medida provocó hambrunas y epidemias masivas entre la población civil cubana, causando cientos de miles de muertes y generando una fuerte condena internacional, especialmente en Estados Unidos.
El ejército español, compuesto en gran parte por soldados de reemplazo con escasa preparación y equipamiento, padecía graves problemas de aprovisionamiento, falta de suministros adecuados y el azote de las enfermedades tropicales (fiebre amarilla, disentería), que causaron muchas más bajas que los propios combates.
En agosto de 1897, tras el asesinato de Cánovas, el nuevo gobierno liberal de Sagasta relevó a Weyler y envió al general Ramón Blanco y Erenas como nuevo Capitán General de Cuba. Blanco cambió la política de dureza por una más conciliadora: revirtió la reconcentración y, a finales de 1897, el gobierno español decretó un régimen de autonomía para Cuba y Puerto Rico, que incluía la formación de un parlamento insular, el sufragio universal (masculino), la igualdad de derechos entre insulares y peninsulares, y la autonomía arancelaria. Sin embargo, estas medidas llegaron demasiado tarde. Los independentistas, que ya controlaban amplias zonas de la isla, no aceptaban otra cosa que la independencia total y contaban con el creciente apoyo de Estados Unidos.
Paralelamente, en agosto de 1896, estalló una rebelión independentista en las islas Filipinas (la Revolución Filipina), liderada por la sociedad secreta Katipunan y figuras como Andrés Bonifacio y, más tarde, Emilio Aguinaldo. La rebelión aprovechó la escasa presencia militar española, concentrada en Cuba. El general Camilo García de Polavieja fue enviado para reprimir duramente el intento de independencia, ordenando la ejecución en diciembre de 1896 de José Rizal, principal figura intelectual del nacionalismo filipino, lo que avivó aún más la rebelión. En 1897, el gobierno liberal envió al general Fernando Primo de Rivera (tío del futuro dictador Miguel Primo de Rivera), quien, combinando la acción militar con la negociación, consiguió una pacificación temporal del archipiélago mediante el Pacto de Biak-na-Bató con los líderes rebeldes, incluyendo el exilio de Aguinaldo.
3 La Intervención de Estados Unidos y el Desenlace
Estados Unidos tenía importantes intereses económicos en Cuba (especialmente en la industria azucarera y minera) y estratégicos, en el marco de su política de expansión en el Caribe y el océano Pacífico (influencia de la Doctrina Monroe y el Destino Manifiesto). En varias ocasiones a lo largo del siglo XIX, Estados Unidos había expresado su deseo de comprar Cuba a España. Durante la guerra de independencia cubana, la influyente prensa sensacionalista estadounidense (yellow press), encabezada por los magnates William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer, avivó el sentimiento antiespañol y prointervencionista, exagerando las atrocidades cometidas por Weyler y presentando a los cubanos como víctimas heroicas. Además, existió apoyo material y financiero a los insurrectos cubanos desde territorio estadounidense.
El 15 de febrero de 1898, el acorazado estadounidense USS Maine, que se encontraba en una visita de “cortesía” al puerto de La Habana, sufrió una misteriosa explosión que causó su hundimiento y la muerte de 266 tripulantes. Aunque las causas de la explosión nunca se aclararon del todo (investigaciones posteriores sugieren que fue accidental, una explosión interna), la prensa y el gobierno de Estados Unidos, bajo la presidencia de William McKinley, culparon a España. El lema “Remember the Maine, to hell with Spain!” (“¡Recordad el Maine, al infierno con España!”) se popularizó. Esto sirvió de pretexto (casus belli) para que Estados Unidos enviara un ultimátum a España y, ante la negativa española a ceder Cuba, le declarara la guerra en abril de 1898.
El gobierno liberal de Sagasta, presionado por la opinión pública nacional, el ejército y un sentido del honor nacional mal entendido, se vio abocado a una guerra para la cual España no estaba en absoluto preparada, ni militar ni económicamente. Se envió a la Armada, al mando del almirante Pascual Cervera, a Cuba, en una misión prácticamente suicida.
La superioridad naval y militar de Estados Unidos fue aplastante. La escuadra española, compuesta por barcos obsoletos y mal preparados, fue rápidamente destruida en dos batallas navales decisivas:
- La Batalla de Cavite (Bahía de Manila, Filipinas), el 1 de mayo de 1898, donde la flota del Pacífico española fue aniquilada por la escuadra estadounidense del comodoro Dewey. Esto permitió el desembarco de tropas estadounidenses y la colaboración con los insurgentes filipinos de Aguinaldo, que habían reanudado la lucha.
- La Batalla Naval de Santiago de Cuba, el 3 de julio de 1898, donde la flota principal española, que había intentado romper el bloqueo estadounidense al puerto, fue completamente destruida. Poco después, Santiago de Cuba capituló.
Tras estas derrotas, España no tuvo más remedio que pedir la paz. En diciembre de 1898 se firmó el Tratado de París, por el cual España:
- Renunciaba a la soberanía sobre Cuba, que quedó bajo ocupación militar estadounidense hasta 1902. Posteriormente, se le concedió una independencia formal, pero condicionada por la Enmienda Platt, que permitía la intervención de EEUU en sus asuntos internos y la instalación de bases navales (Guantánamo).
- Cedía Puerto Rico y la isla de Guam (en el Pacífico) a Estados Unidos, que se convirtieron en posesiones no incorporadas.
- Vendía las Filipinas a Estados Unidos por la suma de 20 millones de dólares. Los filipinos, que habían proclamado su independencia, se resistieron a la ocupación estadounidense, lo que derivó en una sangrienta guerra filipino-estadounidense (1899-1902).
Las Consecuencias del Desastre del 98
El Desastre del 98, como se conoció popularmente a la pérdida de las últimas colonias, fue el símbolo de la primera gran crisis del sistema político de la Restauración y tuvo profundas consecuencias en la vida española.
1 Una Crisis Política y Moral
La guerra supuso grandes pérdidas humanas (se calcula que más de 50.000 soldados españoles murieron, la mayoría por enfermedades) y materiales, tanto en los territorios ultramarinos como para la metrópoli, que perdió importantes mercados y fuentes de ingresos.
En España, para hacer frente a la deuda y los gastos de la guerra, se realizó una importante reforma de la Hacienda, impulsada por el ministro Raimundo Fernández Villaverde, que aumentó la presión fiscal y modernizó el sistema tributario. Económicamente, a medio plazo, la repatriación de capitales desde las antiguas colonias incluso favoreció ciertas inversiones en la Península.
A pesar de la conmoción nacional, la crisis política inmediata no derribó el sistema de la Restauración. Los partidos dinásticos lograron mantenerse en el poder y el turno continuó, aunque cada vez con mayores dificultades. La crisis del 98 fue, sobre todo, una crisis moral e ideológica. Tuvo un profundo impacto psicológico en la conciencia colectiva española, generando sentimientos generalizados de desencanto, frustración, pesimismo y una sensación de decadencia nacional. Mientras otras naciones europeas estaban en pleno auge imperialista y expansión colonial, España perdía los últimos vestigios de su antiguo imperio. La imagen de España en el exterior se deterioró considerablemente, proyectándose la de una nación atrasada, mal gobernada, ineficaz y corrupta.
2 El Regeneracionismo
La derrota colonial actuó como un catalizador para un amplio movimiento de crítica y reflexión sobre las causas de la decadencia española y la necesidad de “regenerar” el país: el regeneracionismo. Este movimiento, que ya tenía antecedentes (como la Institución Libre de Enseñanza – ILE, fundada en 1876 por Francisco Giner de los Ríos con el objetivo de impulsar una profunda reforma educativa y cultural en España, al margen del control estatal y eclesiástico), cobró una enorme fuerza tras el Desastre.
Figuras intelectuales y políticas como Joaquín Costa fueron claves en la articulación del discurso regeneracionista. Costa, con su lema “Escuela, despensa y siete llaves al sepulcro del Cid”, clamaba por la modernización de España, lo que implicaba analizar críticamente las causas de la decadencia (el sistema político corrupto, el atraso agrario, el analfabetismo), renunciar a las glorias imperiales pasadas y proponer reformas profundas para mejorar la situación social, económica y política. Sus propuestas se centraban en la reforma agraria, la inversión en obras públicas (especialmente hidráulicas), la europeización y, fundamentalmente, la elevación del nivel educativo y cultural de la población.
El regeneracionismo influyó en políticos de todos los signos (incluso dentro de los partidos dinásticos, como Maura o Canalejas, que intentaron llevar a cabo políticas “regeneradoras” desde el poder) y en la opinión pública. Este movimiento coincidió con una notable renovación científica y cultural en España, a menudo denominada la Edad de Plata de la cultura española (aproximadamente 1900-1936), con figuras destacadas en la ciencia experimental (Santiago Ramón y Cajal, premio Nobel en 1906), la medicina, la sociología, la filosofía y las artes.
La llamada Generación del 98 (Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Azorín (José Martínez Ruiz), Ramiro de Maeztu, Antonio Machado, Ramón María del Valle-Inclán, entre otros) reflejó en sus obras literarias y ensayísticas la crisis de la conciencia nacional, el pesimismo y la preocupación por España, proponiendo, desde diversas perspectivas, una regeneración moral, social y cultural del país.
3 El Comienzo de una Nueva Etapa y sus Desafíos
El Desastre de 1898, si bien no acabó inmediatamente con el sistema político de la Restauración, marcó un punto de inflexión y el comienzo de su crisis progresiva, que se agudizaría en las primeras décadas del siglo XX y culminaría con el golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923.
Por un lado, emergieron o se consolidaron nuevas figuras políticas, intelectuales y científicas que, influidas por el regeneracionismo, intentaron impulsar reformas desde dentro y fuera del sistema. Los problemas estructurales del país (cuestión social, problema agrario, auge de los nacionalismos periféricos, debilidad del sistema parlamentario) se hicieron más evidentes.
En relación con el ejército, la derrota generó un cierto antimilitarismo en algunos sectores de la sociedad, pero también reforzó un sentimiento corporativo y de frustración entre muchos militares. Estos se sintieron responsables de la defensa del honor nacional y, en ocasiones, desautorizados o traicionados por los políticos. Este malestar alimentó un deseo de mayor protagonismo en la vida política española, una tendencia intervencionista que se manifestaría en crisis posteriores (como la crisis de 1917) y, finalmente, en el golpe de Estado del general Miguel Primo de Rivera en septiembre de 1923, que puso fin al régimen constitucional de la Restauración e inauguró una dictadura militar.