La Agricultura en la España del Siglo XIX: La Persistencia del Subdesarrollo
La agricultura fue durante el siglo XIX la más importante de las actividades económicas. En 1900, dos tercios de la población activa española trabajaba en la agricultura. Todo lo que ocurriera en la agricultura había de ser de fundamental alcance en todo el país y su economía.
Los estudiosos tienden a considerar que, al menos antes del siglo XX, la revolución agraria era un requisito indispensable para la revolución industrial. El aumento sostenido de su producción y de su productividad contribuye de tres maneras a la industrialización:
- Crean un excedente de productos alimenticios.
- El progreso agrícola permite un aumento demográfico y un éxodo de la población campesina a la ciudad sin que disminuya la producción de alimentos.
- Constituye el mercado más extenso para la producción industrial que tiene su origen principalmente en las ciudades.
Como veremos, la agricultura española no llevó a cabo satisfactoriamente estas funciones. El estancamiento agrario explica en parte el retraso de la modernización económica del país. Este estancamiento puede deberse a factores geográficos, sociales y culturales. Además de esto, también en toda Europa hubo reformas de la propiedad de la tierra. En España, a esta reforma de la propiedad se la llamó desamortización.
1. La Desamortización
La desamortización no se limita a una cuestión de pesetas o hectáreas; hay que recordar que fue una medida conectada con casi todas las esferas de la vida social y económica: agricultura, campesinado, hacienda, inversión, clases sociales, derecho, estructura política, etc.
La desamortización española del siglo XIX siguió en sus grandes líneas el modelo de la Revolución Francesa. En esencia, esta reforma agraria liberal ochocentista consistió en la incautación por el Estado de bienes raíces pertenecientes en gran mayoría a la Iglesia y a los municipios. Estos bienes incautados fueron luego vendidos en pública subasta y constituyeron una fracción sustancial de los presupuestos del Estado.
La desamortización trató de resolver el problema de las tierras que estaban en manos muertas, que no se cultivaban ni se les sacaba rendimiento económico.
A finales del siglo XVIII y principios del XIX, en plena égida de Godoy, se hicieron las primeras apropiaciones de bienes de la Iglesia por el Estado español.
Hubo también un proceso de desamortización durante el reinado de José Bonaparte, pero la cuantía de las ventas de esta desamortización se ignora.
A partir de la Guerra de la Independencia, se plantea ya la desamortización como una gran cuestión política.
Las Cortes de Cádiz dieron un decreto general de desamortización. Y estos bienes desamortizados se podrían pagar parte en metálico y parte en deuda pública. Este decreto no se llegó a aplicar debido al golpe de Estado de Fernando VII en 1814. Si bien se llegó a aplicar con el gobierno del Trienio, contenía ya rasgos esenciales de las grandes medidas desamortizadoras del siglo XIX, es decir, una concepción de la desamortización como una medida fiscal y no como una reforma agraria. Como medida fiscal, la desamortización favorecía a las clases medias altas, y no favorecía, o incluso perjudicaría, a los pobres.
La legislación de la desamortización a la muerte de Fernando VII es muy voluminosa.
La desamortización de la Iglesia se llevó a cabo en dos fases consecutivas:
Los bienes del clero regular:
Fueron nacionalizados y su venta ordenada en 1836 por el primer ministro Mendizábal. La Desamortización de 1836 es pieza maestra del programa de Mendizábal para financiar la guerra contra el bando carlista, para sanear la Hacienda y crear una gran familia de propietarios.
En consecuencia, hasta 1844 se procedió rápidamente a la venta del patrimonio que había sido de la Iglesia, tanto regular como secular. La vuelta del Partido Moderado al poder hizo que las ventas quedasen prácticamente suspendidas hasta la Ley Madoz.
La Ley Madoz o Desamortización General de 1 de mayo de 1855:
Fue la que presidió la última y más importante etapa de esta gran operación liquidadora. Era una desamortización general porque ahora se trataba de todos los bienes amortizados, es decir, los pertenecientes al Estado y a los municipios también. Se trataba de vender en pública subasta todos aquellos bienes raíces que no pertenecieran a individuos privados.
La desamortización acentuó la estructura latifundista de la propiedad agraria española. Los bienes desamortizados no se redistribuyeron con arreglo a ningún criterio de equidad, sino con el fin de maximizar los ingresos y minimizar el tiempo de su obtención. Se vendieron las tierras al mejor postor, por eso los campesinos pobres no recibieron tierras por parte de la desamortización.
La estructura de la propiedad pasó de manos eclesiásticas y municipales a manos laicas y privadas, pero en general ni se dispersó ni se concentró significativamente.
El impacto más importante de la desamortización en España fue el económico. La desamortización resultaba que mataba dos pájaros de un tiro:
- La carestía de los alimentos.
- El déficit crónico de la Hacienda.
Quizás fuera la nobleza terrateniente la que más se beneficiara de la desamortización. Las víctimas de la desamortización fueron la Iglesia, los municipios y los campesinos pobres y proletarios agrícolas.
2. Producción y Productividad
La extensión de lo vendido se estima en el 20% del territorio nacional, o el 50% de la tierra cultivable. Los propietarios institucionales no serían propietarios muy productivos; el propietario privado es más eficiente. En la mayor parte de España, los contratos en tierras de manos muertas y mayorazgos eran relativamente cortos, menores de 10 años.
En conclusión, respecto a la desamortización, trajo consigo una expansión de la tierra cultivada y una agricultura más productiva. Hay otros factores a tener en cuenta, como: la abolición del diezmo, la supresión de la Mesta, la lenta mejora del transporte y la comunicación, las políticas proteccionistas en cuanto a los cereales a partir de 1820 y el aumento sostenido de la población, que pueden haber causado una presión en favor de la extensión e intensificación del cultivo, tanto o más decisiva que los cambios en la estructura de la propiedad.
Las cifras revelan que hubo un crecimiento modesto de la producción agrícola total hasta finales del siglo. El volumen de trigo creció a buen ritmo, de tal modo que otras cosechas como el maíz, las naranjas y otras frutas crecieron a mayor ritmo. El centeno y otros cereales poco apreciados se estancaron.
La estructura de la agricultura española permaneció estable durante el siglo XIX, basada en los cereales, en especial el trigo, el olivo y la vid. Hasta 1890, estos tres grupos ocupaban el 90% de la tierra cultivable.
Los efectos de la Gran Crisis de finales del siglo XIX fueron que, mientras la producción de cereales disminuía y aumentaba la de frutales y huerta, la superficie dedicada a los cereales aumentaba considerablemente. La explicación puede residir en la complejidad del concepto de barbecho.
El aumento de la producción ganadera significa una clara recuperación después de una secular tendencia a la baja. Tras años de luchas entre agricultores y pastores, estas llegaron a su máxima intensidad en el siglo XVIII gracias a las reformas liberales que favorecieron sobremanera a los agricultores. La recuperación de la cabaña ganadera empezó a notarse en los años noventa del siglo XIX.
Los rendimientos de los cereales en España eran bajísimos a principios del siglo XX. Esto era consecuencia de un complejo de factores geográficos y culturales que son difíciles de separar.
España dedicaba una proporción superior que Italia y Portugal a la cosecha de la cebada, de la cual obtenían altos rendimientos.
Sin embargo, estaba surgiendo un subsector agrícola más prometedor, que fue la agricultura frutícola y hortícola, que hasta nuestros días es de las más competitivas de Europa, pero este futuro no se desarrolló plenamente hasta el siglo XX.
La transición agraria fue tan lenta debido a la protección arancelaria. Los políticos optaron por la estabilidad antes que en favor del desarrollo económico. Los aranceles son un arma de doble filo y a España se le opusieron los dos filos a la modernización agrícola.
3. Agricultura y Crecimiento Económico
El cambio agrícola es una parte fundamental del desarrollo económico. Esto es así porque:
- Todas las economías al inicio del desarrollo son eminentemente agrícolas, y sin este cambio difícilmente puede haber cambios económicos y sociales.
- Funciones para desarrollar la modernización económica:
- Producción de excedentes alimentarios para abastecer a una población creciente y crecientemente urbana.
- Mercado para los bienes industriales.
- Acumulación y transferencia de ahorro agrario.
- Flujo emigratorio propiciado por un aumento de la población merced a una mejora del nivel de vida y por un aumento de la productividad.
La proporción de la población ocupada apenas cambió a lo largo del siglo XIX. En cuanto a los excedentes alimentarios, esto no fue satisfactorio: la tasa de urbanización permaneció baja y la proporción de la población activa permaneció constante en torno al 33%.
Las cantidades exportadas fueron pocas durante el siglo XIX. El periodo de exportaciones coincidió con el periodo álgido de la desamortización.
El fracaso más señalado de la agricultura española fue el mercado para los productos industriales. Menos profundo todavía era el mercado de los bienes de equipo; con contadas excepciones, el sector no adquirió maquinaria moderna. El mercado agrario para industrias tales como la siderurgia, mecánica o la química apenas existió hasta bien entrado el siglo XX.
La agricultura transfirió como fuente de capital a otros sectores cierta cantidad, aunque claramente insuficiente y mal distribuida. El sector agrario en su conjunto pagaba más impuestos que los que le correspondía según su producción.
Parece indicarse que solo una parte muy pequeña del ahorro agrario se invertía productivamente en otros sectores.
La transferencia de mano de obra de la agricultura a la industria fue muy pequeña en el siglo XIX. La lentitud a la que creció España es la principal causa y las altas tasas de mortalidad. La población campesina empezó a emigrar en masa a partir de 1880; la mayor parte se fueron al extranjero.
En cuanto al papel de la agricultura en el comercio exterior, los cereales no solo se exportaban, sino que sufrían una fuerte competencia en el exterior. En la segunda mitad del siglo XIX empezaron a exportarse los productos frutícolas de la cuenca del Mediterráneo, más otros ciertos productos ganaderos y forestales, como el corcho.
En conclusión, el estancamiento agrícola fue una de las causas del relativo retraso de la economía española durante el siglo XIX. El estancamiento agrícola vino a su vez determinado por factores físicos e institucionales que España comparte con sus vecinos del Mediterráneo occidental.