Introducción: Los Austrias Menores y la Decadencia del Siglo XVII
Se conocen como Austrias Menores a los reyes del siglo XVII: Felipe III, Felipe IV y Carlos II. La profunda crisis demográfica, económica y política que afectó a España durante estos reinados provocó la pérdida de su hegemonía en Europa, lo que justifica el apelativo de “menores”.
Además, estos monarcas no gobernaron personalmente, delegando su responsabilidad en personas de su confianza, conocidos como validos. Estos validos eran elegidos principalmente por lazos de amistad o por proximidad a la corte, y en raras ocasiones por su experiencia o preparación. Intentaron gobernar rodeándose de parientes y amigos, acaparando un inmenso poder político y económico. A esta situación política se sumó una grave crisis económica y social, configurando una imagen del siglo como un periodo de decadencia y empobrecimiento.
Los Reinados de los Austrias Menores
Felipe III (1598-1621): El Duque de Lerma y la Expulsión de los Moriscos
Felipe III, poco interesado por la política, instauró la costumbre de dejar el poder en manos de un valido, que en su caso fue Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, duque de Lerma. El valido consiguió acumular un inmenso poder, que utilizó para su propio enriquecimiento personal mediante métodos corruptos y para repartir cargos y títulos entre sus familiares.
Los abusos y escándalos derivados de la corrupción del duque de Lerma llevaron a la formación de una fuerte oposición contra él, encabezada por la propia reina, Margarita de Austria. Para evitar un proceso judicial, se hizo nombrar cardenal por el Papa y terminó su vida retirado en Lerma, en medio de un gran desprestigio.
En política interior, el duque de Lerma tomó la trascendental decisión de la expulsión de los moriscos (decreto de 1609). Las consecuencias fueron devastadoras: las fértiles huertas de regadío de Valencia, Murcia y el valle del Ebro quedaron sin una mano de obra muy experta y tardaron mucho tiempo en recuperarse. Valencia, por ejemplo, perdió la tercera parte de su población.
En política exterior, el agotamiento financiero que sufrían todas las potencias debido a las guerras del periodo anterior, el cambio generacional y el desinterés de los validos por la política internacional llevaron a una política inicialmente pacifista. Se firmó la paz con Inglaterra y Francia, y una tregua con Holanda. Sin embargo, esta paz se rompió al final del reinado con la entrada de España en la Guerra de los Treinta Años. Esto ocurrió tras una sublevación en Bohemia (la Defenestración de Praga) contra el emperador Fernando II de Habsburgo, cuando los protestantes checos eligieron rey a Federico V (príncipe protestante) y las tropas españolas acudieron en ayuda de sus familiares Habsburgo.
Felipe IV (1621-1665): El Conde-Duque de Olivares y la Crisis de 1640
Felipe IV puso el gobierno en manos de su valido, Gaspar de Guzmán, el conde-duque de Olivares. Olivares, de mentalidad autoritaria, se propuso mantener la hegemonía de España en Europa y recuperar el prestigio perdido. Para ello, emprendió un ambicioso programa de reformas internas:
- Atacó la corrupción.
- Trató de aumentar los ingresos de la Hacienda mediante un reparto fiscal más equitativo entre todos los reinos, a cambio de un reparto equivalente de los beneficios obtenidos en América.
- Se planteó conseguir una mayor centralización del Estado, siguiendo el modelo de Castilla, mediante un proyecto de unificación jurídica de los reinos.
- Por último, intentó imponer la Unión de Armas, un ejército pagado por todos los territorios de la monarquía (no solo por Castilla), lo que provocó el estallido de una sublevación general.
En 1640, en plena Guerra de los Treinta Años, se produjo una gran crisis interna cuando cuatro sublevaciones (en Portugal, Andalucía, Aragón y Cataluña) pusieron en peligro la unidad peninsular. Todas fueron sofocadas, excepto la de Portugal, que finalmente terminó separándose de España.
Ante el proyecto de la Unión de Armas, las Cortes aragonesas y valencianas aceptaron en parte la propuesta, pero las instituciones catalanas se negaron a contribuir. El conde-duque presionó llevando la guerra contra Francia a Cataluña. Los saqueos y abusos cometidos por las tropas sobre los campesinos catalanes terminaron desembocando en la sublevación de los segadores en Barcelona, el 7 de junio de 1640 (conocido como el Motín del Corpus de Sangre), en la que fue asesinado el virrey. Estalló la guerra y la Generalitat ofreció el condado de Barcelona al rey francés Luis XIII. Sin embargo, la presión del ejército castellano, que terminó tomando Barcelona, y el hecho de que los catalanes se dieran cuenta de que la monarquía francesa era más centralista que la española, llevó a que finalmente juraran fidelidad a Felipe IV.
En Portugal, existía un fuerte descontento porque sus colonias estaban sufriendo los ataques holandeses y consideraban que España no hacía el esfuerzo suficiente para protegerlas. A esto se sumaron las exigencias de Olivares, que pedía a las Cortes más impuestos y a la nobleza que acudiera a combatir la revuelta en Cataluña. En 1640 se produjo una conspiración encabezada por la nobleza. Las tropas de Olivares tenían muchos frentes abiertos y contaban con poco apoyo en los territorios portugueses (excepto en Ceuta), por lo que fueron derrotadas. Portugal y sus territorios se separaron “de hecho”, aunque España no reconoció su independencia hasta 1668. La crisis de 1640 supuso la caída y el destierro del conde-duque de Olivares.
Política Exterior y la Guerra de los Treinta Años
En política exterior, en 1621 terminó la Tregua de los Doce Años y se reanudaron las hostilidades con Holanda. A los éxitos iniciales, como la toma de Breda por Spínola (la Rendición de Breda es un importante cuadro de Velázquez que representa este evento), le sucedieron fracasos, y la guerra entre España y Holanda se convirtió en un episodio más de la Guerra de los Treinta Años.
El enfrentamiento entre el emperador alemán, católico, y sus súbditos protestantes checos condujo a una guerra general europea, la Guerra de los Treinta Años, en la que se enfrentaron los países protestantes (príncipes alemanes, Holanda, Dinamarca, Suecia) con los católicos (Austria y España). En las dos primeras etapas se produjeron victorias imperiales. Pero a partir de 1635, Francia intervino directamente a favor de los protestantes, lo que cambió el curso de la guerra. Francia, dirigida por el cardenal Richelieu (primer ministro de Luis XIII), trataba de evitar el triunfo de los Habsburgo en Alemania y acabar con la hegemonía de la dinastía. Inglaterra también intervino colaborando con Holanda.
En la batalla de Rocroi, los Habsburgo fueron derrotados estrepitosamente y tuvieron que aceptar la Paz de Westfalia (1648), que consagró su declive: España reconoció la independencia de Holanda, pero los Países Bajos del sur (Flandes) siguieron en manos españolas. Francia, que deseaba apoderarse de Flandes, Rosellón y el Franco Condado, siguió luchando contra España hasta la Paz de los Pirineos (1659), que conllevó que España cediera a Francia Rosellón, Cerdaña y plazas en Flandes. Con esto, Francia se convirtió en el país hegemónico en Europa.
Carlos II «El Hechizado» (1665-1700): Regencia y Sucesión
Carlos II, conocido como «El Hechizado», fue un rey enfermizo debido a la alta consanguinidad de sus antecesores. Los años de su reinado transcurrieron bajo la regencia de su madre, Mariana de Austria, y con la influencia de validos como el jesuita Nithard o Juan José de Austria, hijo bastardo de Felipe IV. Este último emprendió reformas económicas y sociales para proteger la industria textil (sobre todo sedera) y el comercio (restauración de la marina y del tránsito por los canales interiores), que contribuyeron a una incipiente recuperación económica del país.
Carlos II fue un rey enfermizo que no pudo tener descendencia, y la diplomacia europea se dedicó a intrigar y sobornar en la corte española para hacerse con el trono. Finalmente, el rey dejó el trono a Felipe de Anjou, con lo que se instalaron los Borbones en España tras una Guerra de Sucesión Española.
La Crisis del Siglo XVII en España
En cuanto a la evolución económica y social, el siglo XVII fue un periodo de depresión en toda Europa. En España, la crisis ya se había iniciado en el siglo anterior con las bancarrotas declaradas por Felipe II, pero se agravó en este siglo debido a varios factores:
- Descenso demográfico: Un claro descenso de la población unido a:
- Graves epidemias (hubo tres oleadas de Peste Negra).
- La expulsión de los moriscos, que perjudicó sobre todo a Valencia y Aragón.
- Las guerras constantes, que aumentaban la mortalidad entre hombres jóvenes.
- Agotamiento económico: Unido a:
- Una caída de la producción agraria (descenso de la mano de obra campesina, sucesión de malas cosechas, desigual distribución de la propiedad de la tierra, que se concentraba en manos de nobles e Iglesia, poco interesados en mejorar su rendimiento).
- Una crisis de la industria textil castellana (que no podía competir con la extranjera y se especializó en producir tejidos de mala calidad para consumo interior).
- Una crisis comercial:
- Interior: Por el empobrecimiento general, junto a las numerosas aduanas y las difíciles comunicaciones.
- Exterior: Deficitario, ya que se exportaban materias primas (sobre todo la lana merina, en perjuicio de la artesanía local) y se importaban productos manufacturados como textiles, vidrio o papel.
- Disminución radical de la cantidad de oro y plata que llegaba de América.
Cambio de Mentalidad y Consecuencias Sociales
La crisis económica provocó un profundo cambio de mentalidad. Las clases trabajadoras (campesinos, artesanos y comerciantes), que soportaban la mayoría de los impuestos, se arruinaron, mientras que los privilegiados, que vivían de las rentas, salieron mejor parados. Así, el noble que no trabaja y vive de las rentas se convirtió en el modelo a imitar. Los conceptos aristocráticos de honor, orgullo y desprecio hacia el trabajo se arraigaron como ideas típicas de los españoles durante mucho tiempo.
Aquellos que poseían algo de capital no lo invertían en negocios productivos, sino en tierras, imitando a la nobleza, y compraban títulos nobiliarios. Como consecuencia de esta mentalidad, aumentaron el paro y la miseria, y creció la masa de grupos marginados. Entre ellos, destaca la figura del pícaro, personaje habitual del medio urbano que ha quedado perfectamente plasmado en la literatura y el arte de nuestro Siglo de Oro.
Conclusión: Del Esplendor a la Decadencia
Mientras los Austrias Mayores se ocuparon personalmente de los asuntos de Estado y del fortalecimiento de su autoridad, los monarcas del siglo XVII, los Austrias Menores, delegaron sus funciones de gobierno en manos de validos que encaminaron a la monarquía hacia una pérdida de poder y un desprestigio creciente.
El siglo XVI representó para la monarquía hispánica su momento de máximo poder en el mundo; por el contrario, a lo largo del siglo XVII, sobre todo tras la Guerra de los Treinta Años, España quedó relegada a un segundo plano en el escenario internacional, mientras Francia emergía como la nueva e indiscutible potencia europea. Lo más llamativo de estos dos siglos fue la forma en que la monarquía hispánica pasó del esplendor de un inmenso imperio territorial a una posición de decadencia y de ruina. Solamente en el plano cultural se mantuvo, e incluso se superó, el alto nivel alcanzado en la centuria anterior, lo que ha justificado la denominación de Siglo de Oro aplicada