El Califato de Córdoba: Auge, Esplendor y Caída (929-1031)

El Califato de Córdoba (929-1031)

El Final del Emirato Independiente y el Nacimiento del Califato de Córdoba

Desde mediados del siglo IX, los emires vivían ya tan relajados en el esplendor de Al Ándalus, que habían descuidado mucho aquellos aspectos de los que dependía su pervivencia: el orden en el interior, que a su vez facilitaba la prosperidad económica, la fortaleza en las marcas fronterizas con los reinos cristianos y la seguridad ante posibles invasiones. Dormidos en sus laureles se encontraron con:

  • a) Las revueltas y sublevaciones cada vez más frecuentes de los mozárabes, los bereberes y los muladíes. Especialmente grave fue la sublevación de los muladíes de lo que hoy es Andalucía. Liderados por un tal Omar ibn Hafsún (o Ibn Hafsun), los muladíes andaluces estuvieron en guerra contra el gobierno y el resto de la población de Al Ándalus durante más de cincuenta años, creando una enorme inestabilidad y desviando la atención del gobierno para atender otros problemas (entre ellos, los tres que vamos a ver a continuación).
  • b) La excesiva autonomía de los gobernadores de las marcas. Demasiado alejados de Córdoba, poseedores de recursos militares que les daban fuerza, y enriquecidos por los botines obtenidos en las expediciones de castigo (aceifas o razias) a los territorios cristianos, los gobernadores de las marcas organizaban sus territorios paralelamente a los del Emirato y miraban más por sus intereses particulares que por la seguridad del Estado. Precisamente, esta política, descoordinada con el poder central, facilitó el avance de los reinos cristianos del norte.
  • c) El avance de los reinos cristianos del norte. Con el pasar del tiempo, aquellos territorios del norte peninsular, donde se habían refugiado los hispano-visigodos después de la invasión del 711, se convirtieron en reinos, cada vez más organizados y fuertes. Pero esa fuerza dependía tanto de sí mismos, como de la debilidad del Emirato. Aprovechando el desconcierto, encontraron ahora el momento adecuado para intentar reconquistar los prósperos territorios de Al Ándalus.
  • d) El peligro de una posible invasión de los fatimíes. Una nueva dinastía, los fatimíes, habían tomado todo el Magreb, se habían proclamado independientes (califato fatimí) y amenazaban con invadir Al Ándalus si nadie se lo impedía.

Y pasaban los años, el Emirato cada vez se debilitaba más, y nadie parecía poder controlar la situación. Era necesario que el poder central volviera a tomar las riendas y emprendiera las reformas adecuadas, por lo menos, para mantener la unidad de Al Ándalus, que amenazaba con desmembrarse. Y ese alguien llegó, y llegó al comenzar el siglo X, en el año 912. Se trata de Abderramán III, el último emir independiente, un hombre fuerte, capaz y decidido. Fue él quien, poco después, en el 929, se proclamó califa, concentrando en su persona todo el poder, tanto el político y militar como, por primera vez, el religioso.

Abderramán III y la Proclamación del Califato de Córdoba

Como acabamos de decir, en el año 912 fue proclamado emir Abderramán III. Consciente éste de la delicada situación en la que se encontraba Al Ándalus, y con la decidida voluntad de poner remedio a todos sus males, comenzó a trabajar para recuperar la unidad del Emirato y para consolidar al mismo tiempo el poder del emir. De esta manera:

  1. 1º. Ordenó atacar a los reinos cristianos del norte, que, aparte del peligro que suponían, contribuían a aumentar la inestabilidad interna de Al Ándalus. Las aceifas (razias), o campañas de castigo, obligaban a retroceder a los cristianos, aportaban buenos ingresos al erario y mantenían unidos a los musulmanes contra un enemigo común. Por su parte, los reinos de León y Navarra fueron capaces de asociarse, y optaron por defenderse atacando; pero fueron derrotados por el ejército de Abderramán III en la batalla de Valdejunquera (en la actual provincia de Zaragoza) en el año 920. Los musulmanes intensificaron entonces las campañas de castigo y desde mediados del siglo, los reinos de León y Navarra y los condados de Castilla y Barcelona, pagaban tributos a Abderramán III, a cambio de que dejara de atacarlos.
  2. 2º. Tomó las medidas para evitar que los fatimíes invadieran la Península Ibérica. Lo hizo ocupando Ceuta, Tánger y Melilla (la ocupación terminó en el año 927), enclaves fundamentales para impedir el paso del Estrecho; y promoviendo revueltas de las tribus norteafricanas contra el califato fatimí, que a punto estuvieron de acabar con él.
  3. 3º. Terminó con la rebelión de los muladíes (liderada ahora por los sucesores de Omar ibn Hafsún) en el año 928.

Controlados los enemigos externos (cristianos por el norte y fatimíes por el sur) y pacificado el territorio, en el año 929, Abderramán III se proclamó califa. A partir de ahí, y desde el palacio de Medina Azahara, que él mismo mandó construir, dedicó su tiempo a reorganizar Al Ándalus, administrativa, política y económicamente. Pero esto lo veremos en el apartado correspondiente.

La Evolución Política del Califato de Córdoba

El esplendor del Califato se produjo fundamentalmente durante el gobierno del primer califa, Abderramán III. Y continuó, por inercia, con su hijo y sucesor, Al Hakam II. Vivía entonces Al Ándalus momentos de paz, y, a su calor, creció la economía y alcanzaron brillantez las artes y las ciencias.

Pero cuando murió Al Hakam II, en el año 976, las cosas empezaron a cambiar. El nuevo califa, Hisham II, que sólo tenía 11 años, se convirtió en una marioneta en manos del primer ministro (el hachib para los musulmanes), Almanzor. Éste y sus partidarios, fanáticos religiosos y militaristas, la emprendieron con los cristianos del norte y con el celo religioso de los habitantes de Al Ándalus: islámicos (sobre todo muladíes), judíos y mozárabes. Se acabó la paz, y con ella la tranquilidad política y religiosa y la prosperidad económica, artística y científica. La prestación de servicios militares, el aumento de los impuestos y la intransigencia religiosa, volvieron a avivar el fuego de las revueltas internas, revueltas que reprimió Almanzor con la dureza de un extremista. Y, mientras tanto, asaltaba sin descanso las ciudades más importantes de la España cristiana. Barcelona, Pamplona, Zamora, León, Coímbra, Braga y hasta Santiago de Compostela, estandarte de la cristiandad, entre otras muchas, fueron atacadas y saqueadas por los musulmanes.

Cuando en 1002, con 73 años, murió Almanzor en la Batalla de Calatañazor (en la actual provincia de Soria), herido por una flecha, la situación se mantuvo. Le sucedieron en el cargo de primer ministro sus hijos: primero Abdelmalik, que actuó de la misma forma que su padre, y después Abderramán, conocido como Sanchuelo, porque era nieto por vía materna de Sancho II de Navarra. Pretendió este Sanchuelo que el califa Hisham II lo nombrara su sucesor. Era el año 1009 y los descendientes de Hisham II, que se veían apartados del califato, se enfrentaron a los partidarios de Sanchuelo en una guerra civil (en árabe fitna). La fitna terminó en el año 1031, cuando se proclamó en Córdoba la República, después de deponer al último califa, Hisham III. Con la desaparición del poder central, Al Ándalus se fragmentó en múltiples reinos, conocidos como Taifas.

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