La Guerra Fría: Un Conflicto Global y sus Primeros Años
La Guerra Fría es el término que designa el conflicto político, ideológico, armamentístico y militar que enfrentó a las dos grandes potencias que quedaron a la cabeza de la carrera mundial tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945): Estados Unidos (EE. UU.) y la Unión Soviética (URSS). Protagonizada por estos dos bloques titánicos que dirigían el mundo, fue un enfrentamiento de gran extensión, tanto en el espacio (con ocupaciones y golpes de Estado en Europa del Este, guerras en China, Vietnam, etc.) como en el tiempo (se extendió desde 1945 hasta la disolución del bloque soviético en 1991). Si bien nunca llegó a considerarse una guerra abierta, fue más bien una tensión constante entre potencias económicas que aplicaban políticas de riesgo calculado para evitar una Tercera Guerra Mundial.
El Documental y su Perspectiva
El documental que emitió en su día TVE, y que hemos analizado en clase, narra los hechos históricos, aderezados con toda clase de imágenes de filmaciones de la época, fotografías y discursos varios. Su objetivo es ofrecernos una perspectiva de lo que se considera la primera etapa de la Guerra Fría (1947-1953/1956). A simple vista, las imágenes nos permiten una visión considerablemente “objetiva” de los acontecimientos. Sin embargo, si desmenuzamos el contenido y los sutiles matices añadidos por los realizadores franceses, podemos observar un cierto favoritismo hacia EE. UU.
El Escenario Histórico y Político (1945-1947)
El 12 de abril de 1945, Franklin D. Roosevelt, reelegido el año anterior y en su último mandato como presidente de EE. UU., fallece. Las masas estadounidenses se congregan en su honor y le rinden toda clase de honores por su sabia política durante los años de la Segunda Guerra Mundial, conflicto que acabaría oficialmente a los pocos meses, el 2 de septiembre de 1945. Con estas imágenes del dolor de los estadounidenses por la muerte de su adorado presidente comienza el documental. Este es el punto de partida del documental.
La primera imagen que se nos ofrece de EE. UU. es una ovación a su carácter sentimentalista, presentándolo como un pueblo afectado por el dolor de la guerra y el fallecimiento de un héroe político. Esto nos predispone para un documental que, si bien no se decide claramente por ninguno de los dos bloques (quizás por su origen francés), siempre tratará mejor a EE. UU. que a la Unión Soviética.
El Legado de Roosevelt y el Inicio de la Tensión
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, EE. UU. y la relativamente reciente URSS (nacida en 1922) habían quedado en posiciones bastante privilegiadas en comparación con otras potencias como Gran Bretaña, Francia, Alemania o Japón, arrasadas por el desastre del conflicto. EE. UU. se encontraba en una situación económica boyante, derivada de sus ventas de armas a los países enfrentados, lo que le garantizó un dominio absoluto del ámbito mundial en este sentido. La URSS, con su política comunista opuesta a la del país norteamericano, se había convertido en un gigante militar por su empeño de protegerse de los posibles ataques nazis.
El Choque Ideológico y el Telón de Acero
Ya antes de comenzar “oficialmente” la Guerra Fría, existían discrepancias entre las potencias. Y si bien durante el conflicto habían estado aliadas, ya desconfiaban la una de la otra. La actitud inflexible del Estado soviético y los conflictos sobre la política ejercida en Berlín enemistaron al bloque aliado con la URSS de Stalin. EE. UU. defendía la libertad y la democracia; la URSS, el socialismo y la justicia social. Entre potencias tan ideológicamente opuestas, era solo cuestión de tiempo que estallara el enfrentamiento. Y así fue.
Ya se veía venir desde las conferencias de Yalta y Potsdam, en 1945, pero fue a raíz de las declaraciones de Stalin al New York Times en 1947 que se consideró declarada la Guerra Fría. Los embajadores norteamericanos pisaron la Plaza Roja de Moscú por última vez, y a partir de ahí todo se desencadenó, tal y como nos ilustra el archivo. La enemistad que ya había nacido durante la Segunda Guerra Mundial se hacía pública, y se iniciaba un nuevo conflicto que nunca llegaría a ser declarado como tal.
La Propaganda como Arma Ideológica
Durante todo el conflicto de la Guerra Fría, pero especialmente en esta primera etapa, la propaganda de ambos países fue absolutamente maniquea: para la URSS, el diablo capitalista se oponía a su benévolo sistema ideal; para EE. UU., Stalin era el mismo demonio. Ninguno de los dos bandos fue especialmente benévolo a la hora de masacrar al contrario en su publicidad: en Norteamérica, J. Edgar Hoover, jefe del FBI, se oponía al comunismo de manera absoluta, y Bullitt definía a los comunistas en sus discursos con la polémica designación de “fascistas rojos”.
No nos resulta extraño entonces que, entre tanta tensión político-ideológica, EE. UU. tomara partido en el asunto y se declarara abiertamente enemigo del comunismo con una estrategia tan sutil como fue cambiar el lema de sus dólares en 1957. En este año ya se consideraba prácticamente finalizada la primera etapa; pero el cambio no era más que el heredero de la contraposición cultural de las potencias en la etapa anterior. El popular E pluribus unum del billete original quedó relegado por un título bastante más evocador: In God we trust.
La Batalla por las Mentes: EE. UU. vs. URSS
Pero, ¿por qué esta mención a Dios en un billete? No era solo para identificarse con su imagen de pueblo elegido, ni su particular asociación nacional del dinero con el favor divino; de forma interna, se estaban oponiendo al sistema soviético, combatiendo con el ídolo Stalin, considerado casi divino en su Estado.
¿Cómo hacer frente, cómo concienciar al pueblo de la necesidad de aplastar al enemigo soviético? La publicidad norteamericana se valió de grandes figuras para protagonizar sus campañas solidarias con los países del Este, que vivían sumidos bajo la autoritaria mano del “infernal” Stalin. Nombres como Ronald Reagan, el presidente Richard Nixon e incluso el actor James Stewart apoyaron públicamente en emisiones de televisión y pancartas la política patriótica del país, y convencieron al pueblo de su imagen maniquea e incluso tergiversada de la realidad social del conflicto potenciada por el Estado: los comunistas eran los malos, y ellos eran los buenos.
La Caza de Brujas y el Anticomunismo
La Caza de Brujas fue más allá, y exageró los exponentes del problema, incitando a los ciudadanos a denunciar a cualquier disidente de la política capitalista estatal: luchaban contra Moscú, y cualquier antiamericano era un espía soviético.
El Cine como Reflejo y Herramienta de Control
Si algo tuvieron en común las potencias estadounidense y soviética fue el apoyo que tuvieron de la publicidad y los medios. Y en la época, apoyarse en los medios simbolizaba directamente apoyarse en el cine. Pero como todo en su política y en su ideología, la cultura cinematográfica de ambas era diametralmente opuesta, quizás con un único y negativo rasgo común: ni EE. UU. ni la URSS mostraban su auténtica faceta. Es más, si algún realizador osaba oponerse al sistema de censura con alguna película particularmente libre de argumento o con alguna mención directa al conflicto, era tachado de comunista (en EE. UU.) o enviado a los gulags en Siberia (en la URSS). La poca libertad de la época subyacía en los filmes recubierta de los oropeles que convenían a cada sistema.
Censura y Exilio: Chaplin y Eisenstein
Dos casos prácticos ilustran esta política de censura extrema en ambas potencias: el del célebre cineasta estadounidense Charles Chaplin y el del lúcido genio ruso Sergei Eisenstein. El primero abandonó por voluntad propia EE. UU. por la poca aceptación de su cine irónico y crítico con el Estado norteamericano. Si bien nunca fue considerado un comunista, quizás por su larga trayectoria cinematográfica, Chaplin comenzó a sentirse incómodo con el férreo sistema y acabó huyendo del país.
El caso de Eisenstein fue parecido: comenzó siendo popularmente aceptado e incluso recomendado por los políticos de la URSS cuando realizó en 1943-1945 su película Iván el Terrible, que potenciaba aspectos de la historia rusa que al Estado soviético le convenía enfatizar en la época. Pero cuando se atrevió a redondear el problema añadiéndole matices incómodos con la segunda parte, La conjura de los Boyardos, el director comenzó a salirse de la línea preestablecida por la URSS, y su película no llegó a los cines. La tercera parte de la saga ni siquiera le fue permitida filmarla.
El Cine de Evasión en EE. UU. y la Exaltación Histórica Soviética
La paranoia estadounidense, sumada a la prohibición de la realización de películas que hablaran abiertamente de la Guerra Fría, llevó a crear y potenciar un cine de evasión que poco o nada tuviera que ver con la auténtica realidad social. Los directores no hacían películas de contenido social para no ser acusados de comunismo por la política de la Caza de Brujas que mantenía a EE. UU. en vilo; se refugiaban en la felicidad, en una imagen idílica que huía de los problemas de mafias, discriminación, la amenaza del sovietismo, la mala situación de los trabajadores y el miedo que azotaba al país en sus calles reales.
Esto fue el detonante de la Edad de Oro de dos tipos de películas: los musicales (el edulcorado mundo idílico que se ilustra en el documental con un fragmento de una película de Frank Sinatra) y las películas de ciencia ficción sobre monstruos e invasiones marcianas, que no eran otra cosa que una sublimación del terror estadounidense ante la amenaza soviética.
La URSS tenía un sistema parecido, pero con un matiz histórico. Al fin y al cabo, bajo la política de triunfo de una Revolución Comunista se podía intuir una herencia imperialista que venía de los tiempos de los zares. A los políticos soviéticos les convenía recalcar este pasado histórico glorioso, las múltiples guerras ganadas, para crear en sus gentes un espíritu bélico y patriota, a través de películas sobre la Edad Media y el esplendor de su imperio.