Evolución Demográfica en España: Siglo XX
La población española no experimentó una verdadera transformación en sus variables demográficas hasta el primer tercio del siglo XX. A este respecto, el rasgo más destacado de la modernización demográfica fue la ausencia de una fase de explosión demográfica, a diferencia de lo ocurrido en otros países (la llamada transición demográfica). Este hecho se debió al comportamiento de la natalidad y de la mortalidad:
Descenso Acusado de la Mortalidad
El descenso de la mortalidad estuvo ligado a las mejoras en las condiciones de vida, especialmente en lo referido a necesidades básicas como alimentación, vivienda y vestido, así como a la creación y mejora de una infraestructura higiénico-sanitaria, sobre todo en las ciudades. Especialmente significativa fue la reducción de la mortalidad catastrófica, es decir, aquella sujeta a las crisis de subsistencias, epidemias y enfermedades endémicas (como el cólera o la viruela). La única epidemia de gran relevancia registrada en este período fue la conocida como gripe española de 1918, que provocó la muerte de más de 200.000 personas.
Reducción Constante de la Natalidad
El descenso de la tasa de natalidad estuvo relacionado con la modificación de algunas costumbres: tuvo especial importancia el aumento de la edad de acceso al matrimonio y el creciente porcentaje de solteros. Además, las familias adoptaron los primeros hábitos de planificación familiar, limitando de forma voluntaria el número de hijos. Todo ello se vio acentuado por el descenso de la fecundidad, sobre todo en el mundo rural, como consecuencia del éxodo de población hacia los núcleos urbanos e industriales. Como consecuencia, si en 1900 la población española rondaba los 19 millones de habitantes, hacia 1930 esta se situaba en torno a los 23,5 millones. Un crecimiento porcentualmente menor al de otros países y, además, muy localizado desde un punto de vista geográfico.
Los Movimientos Migratorios en España
Otra de las transformaciones demográficas experimentadas por España desde el último tercio del siglo XIX fue la intensificación de los movimientos migratorios, un fenómeno que ejercería una influencia determinante sobre la estructura de la población española. Estos flujos presentaron dos tendencias principales:
Emigración Exterior
Especialmente importante fue la emigración hacia América Latina (Argentina, Brasil, Cuba), ya que la región experimentaba entonces un notable crecimiento económico y algunos gobiernos desplegaron políticas para incentivar la llegada de población. Por otro lado, fue especialmente intensa la emigración a Argelia. En un primer momento, se trataba de una emigración estacional, relacionada con los ciclos del sector agrícola, pero posteriormente aumentaron los españoles que se establecieron de manera permanente en la colonia francesa, especialmente en la ciudad de Orán. El perfil del emigrante era eminentemente masculino, joven, campesino y alfabetizado, lo cual, como se puede comprender, tuvo consecuencias importantes para la población activa española.
Emigración Interior
Desde finales del siglo XIX se intensificaron los movimientos migratorios internos, que se concretaron en el desplazamiento de población desde las áreas agrarias hacia los centros industriales. Tres fueron los principales centros de recepción de población inmigrante: Barcelona y el País Vasco, que demandaban proletariado industrial, y Madrid, cuya industrialización fue más tardía, pero que también recibió mano de obra, tanto industrial como relacionada con la construcción o el servicio doméstico. En consecuencia, para 1930, más de la mitad de la población de ciudades como Madrid o Barcelona eran inmigrantes.
Impacto de la Guerra Civil Española en la Sociedad y la Economía
Repercusiones Demográficas
La guerra comportó miseria y muerte para miles de personas de uno y otro bando (se estima que la cifra de fallecidos pudo superar el medio millón). A las bajas de los combatientes y las víctimas de la represión, hay que añadir las muertes producidas por la grave carestía de alimentos (esta situación fue especialmente grave en la zona republicana). Un alimento básico como el pan comenzó a escasear de forma alarmante en los primeros meses de 1937, y en marzo se llegó al racionamiento en Madrid. La desnutrición provocó enfermedades y, en ocasiones, la muerte.
Por otra parte, también se produjo una fuerte reducción en la producción industrial, debido, en primer lugar, a la movilización de la población masculina para el frente. Además, y aunque la población femenina, especialmente en la zona republicana, se incorporó al mundo laboral, los esfuerzos de la industria se dirigieron esencialmente a la producción de armamento y avituallamiento militar, lo cual dejó a la población civil muy desabastecida de productos de consumo. Los bombardeos sobre pueblos y ciudades afectaron duramente a la población civil. El Gobierno republicano no contaba con importantes efectivos aéreos y utilizó sus aviones fundamentalmente para acciones bélicas. Pero el bando franquista contaba con la ayuda de aviones y acorazados alemanes e italianos. Desde el principio, los bombardeos sobre la población civil (Madrid, Barcelona, Valencia, Tarragona, Málaga, etc.) fueron utilizados por los sublevados como un instrumento de terror y como un arma de destrucción de casas, fábricas, instalaciones, puertos, etc., además de servir como apoyo al avance del ejército.
A la cantidad de muertos hay que sumar el exilio forzoso al que se vieron obligados miles de republicanos, tanto combatientes como militantes de partidos de izquierdas y sindicalistas, pero también artistas e intelectuales que habían defendido públicamente al Gobierno legal de la República. Un número importante de estos exiliados fueron concentrados en campos de internamiento en el sur de Francia en condiciones infrahumanas. Algunos lograron partir hacia Latinoamérica o la Unión Soviética; otros muchos fueron enviados a campos de concentración nazis una vez comenzada la Segunda Guerra Mundial. Especialmente dramática fue la situación de los llamados niños de la guerra, que durante el conflicto fueron evacuados a países extranjeros. Muchos recalaron en la Unión Soviética, y algunos no regresaron a España ni volvieron a reencontrarse con sus familias. Una vez finalizada la guerra, muchos de aquellos que no defendían las ideas y los principios del franquismo y que no partieron al exilio, acabaron en prisiones, campos de concentración o campos de trabajo forzado [unas 270.000 personas].
Repercusiones Económicas
En el plano económico, en los grandes centros productivos como Bilbao, Barcelona, Valencia o Madrid, la mayoría de las instalaciones industriales quedaron intactas. Diferente fue la situación en el sector de las comunicaciones, ya que buena parte de las infraestructuras de transporte se vieron dañadas y se perdió un porcentaje significativo de ferrocarriles, vehículos de motor, etc. De nuevo, la principal consecuencia afectó a la población civil. Los bombardeos acabaron con centenares de miles de viviendas, y el descenso en la producción se tradujo en la escasez de productos básicos para la alimentación. Al finalizar el conflicto, todo el país se vio privado de la mayoría de bienes de consumo y se establecieron cartillas de racionamiento para acceder a los productos básicos. A todo ello hay que agregar el coste de las necesidades bélicas de ambos contendientes: las deudas contraídas por Franco con Alemania e Italia. A ello habría que añadir el empleo del oro del Banco de España para pagar el armamento y los víveres que recibió el Gobierno republicano de Francia, la Unión Soviética y México.
Repercusiones Socioculturales
En las décadas anteriores al estallido de la guerra, se había producido un gran avance cultural, científico y educativo. Este período fue conocido como la Edad de Plata de la cultura española. Algunos de los responsables de ese florecimiento cultural fueron ejecutados, como el poeta Federico García Lorca, asesinado por franquistas; otros fallecieron en la cárcel, como Miguel Hernández. Además, muchos de ellos se vieron obligados a exiliarse, o se vieron abocados a un exilio interior, ignorados o inhabilitados para desempeñar sus funciones. El despertar cultural también había repercutido en el mundo de la educación, tal y como quedó reflejado en las reformas llevadas a cabo en la Segunda República, que también padeció la represión de los vencedores: más del 60 por ciento de los maestros de escuela fueron ejecutados o apartados de su profesión.