Fundamentos Históricos de la Península Ibérica: De Tartessos a la Crisis del Siglo XVII

La Cultura de Tartessos y las Colonizaciones Griega y Fenicia

Tartessos: Fue la civilización más desarrollada entre los pueblos indígenas, asentada en el suroeste (con centro en el valle del Guadalquivir y posible capital en la provincia de Huelva) entre el 1000 y el 500 a. C. Tenían una economía agrícola, pero la Biblia y los fenicios se refieren a su riqueza minera (Tesoro de Carambolo del 600-550 a. C. encontrado en Sevilla y Tesoro de Aliseda en Badajoz) de hierro, cobre, plata y oro, y al comercio con fenicios y griegos, muy beneficioso para una poderosa clase aristocrática y un estado monárquico con reyes míticos (Gargoris, Habidis, Gerión…) y alguno más real como Argantonio. Sabemos que adoraban a dioses orientales por la posible influencia fenicia, y que conocían la escritura, aunque todavía no se ha podido descifrar.

Los colonizadores del Mediterráneo oriental (fenicios y griegos) llegaron a Iberia buscando mercancías con las que comerciar, tales como:

  • Minería (hierro, cobre, estaño, oro y plata)
  • Salazones de pescado
  • Productos de orfebrería
  • Sal

Los fenicios llegaron sobre el 1100 a. C., fundaron ciudades como Gadir, Malaka y Akra Leuke, y se dedicaron al comercio con las tribus indígenas. Los cartagineses, fenicios emigrados a Cartago (Túnez) al caer Tiro en manos de los babilonios, llegaron a Ibiza en el siglo VI a. C. y fundaron Cartago Nova, disputándose el dominio peninsular con los romanos en las guerras púnicas (Aníbal y Escipión). Los griegos llegaron sobre el 600 a. C. con los foceos (de Focea, en la actual Turquía), fundando Ampurias en el 575 a. C., Rhodes, y ocupando muchas antiguas colonias fenicias, para dedicarse fundamentalmente al comercio.

Los colonizadores, fenicios y griegos, dejaron una enorme impronta, aunque centrada sobre todo en la costa mediterránea y el valle del Guadalquivir. Nos legaron:

  • Nuevos cultivos (olivo, lino, esparto)
  • El torno de alfarero
  • Técnicas metalúrgicas
  • La moneda fenicia
  • Un notable impulso urbanístico
  • La utilización de esclavos como mano de obra y objeto comercial
  • Los alfabetos fenicio y griego

La Romanización de la Península Ibérica

La romanización es el proceso de introducción y asimilación, por parte de los pueblos indígenas, de las formas culturales, modos de vida, lengua, leyes y formas administrativas romanas. La romanización fue más completa en el sur que en el norte y a ella contribuyó:

  • La expansión de la vida urbana con la fundación de nuevas urbes según modelos romanos (Caurium-Coria, Norba Caesarina-Cáceres, Turgalium-Trujillo, Capera-Cáparra, y Emerita Augusta-Mérida).
  • La labor del ejército romano, que integró a tropas auxiliares hispanas y facilitó el asentamiento de soldados veteranos en Hispania.
  • La implantación del sistema administrativo de Roma, dividiendo el territorio en provincias y la adaptación de la administración urbana.
  • La expansión de la religión politeísta romana (Júpiter, Saturno…) y, posteriormente, en el siglo I, la difusión del cristianismo por el Imperio Romano y también por Hispania.
  • El desarrollo de las vías de comunicación, como la Vía de la Plata.
  • El uso del latín como lengua oficial, que acabó por arrinconar al resto de lenguas indígenas.
  • La implantación del Derecho romano, que constituirá el núcleo del sistema jurídico hasta nuestros días.

La sociedad romana estaba dividida en patricios del orden senatorial, ecuestre o decurional (controlada por una aristocracia de origen romano), plebeyos (mayoría de la población) y esclavos. Los indígenas se integraron y mezclaron con los ciudadanos romanos; las élites autóctonas se integraron en el orden senatorial o ecuestre, y los menos favorecidos en el orden decurional o simplemente fueron considerados plebeyos o peregrinos. Muchos indígenas sometidos por la fuerza fueron convertidos en esclavos. El emperador Caracalla concedió la ciudadanía a todos los habitantes libres del Imperio en el 212 d. C.

Se generalizó el uso del latín, el derecho romano, y las costumbres y prácticas religiosas romanas, que sustituyeron o convivieron con las indígenas. Esa romanización aportó obras arquitectónicas, el arte y la cultura de la Hispania romana, sobre todo en el Levante y el Sur, y a figuras como Séneca y emperadores como Trajano y Adriano.

La Monarquía Visigoda: Leovigildo y Recaredo

Los visigodos vinieron a Hispania por primera vez en el 409, enviados por el Imperio Romano para expulsar a vándalos, alanos y suevos. En el 507 fueron expulsados del sur de la Galia por los francos y se instalaron en Hispania, fundando la Monarquía Visigoda con capital en Toledo, hasta su derrota por los musulmanes en el 711.

Conservaron la administración, legislación, idioma y moneda romanos, sobre la base de una monarquía (electiva al principio), el dominio de una aristocracia visigoda, y una administración controlada por el Rey, el Aula Regia y los Concilios (desde la conversión al catolicismo). La administración territorial se realizaba mediante Duces provinciales (delegados del rey), Comites civitates (jueces de las ciudades) y Gardingos (jefes militares).

Leovigildo (568-586), después de vencer a suevos y bizantinos, inició el proceso de fusión de la población visigoda e hispanorromana permitiendo los matrimonios mixtos e integrando a los hispanorromanos en la administración. Su hijo Recaredo (586-601) impuso la unificación religiosa con la conversión al catolicismo de los visigodos en el III Concilio de Toledo (589). Recesvinto (653-672) culminó la integración con la unificación jurídica mediante el Liber Iudiciorum o Fuero Juzgo (hacia 654), como único código de leyes para toda la población (antes existía el Código de Eurico para visigodos y el derecho romano para hispanorromanos). Los visigodos eran el grupo dominante sobre la mayoría hispanorromana, con una economía agrícola de subsistencia, con pequeños campesinos y siervos que trabajaban las grandes propiedades controladas por la aristocracia visigoda. Solo en las ciudades había cierta actividad comercial y artesanal.

La monarquía visigoda desapareció en el 711, cuando los musulmanes derrotaron al rey Rodrigo en la batalla de Guadalete y decidieron ocupar el territorio.

Modelos de Repoblación y su Influencia en la Estructura de la Propiedad

La Reconquista por los cristianos de territorios ocupados por los musulmanes desde el 711 se inició desde el mismo siglo VIII y tuvo como consecuencia la formación y expansión territorial de los reinos cristianos, gracias a la Repoblación, que implicaba la repoblación demográfica del territorio conquistado y su explotación económica. Se utilizaron diferentes fórmulas según la época y la región.

Presura o Aprisio

La Presura predominó en el valle del Duero, norte de Navarra y norte de Cataluña, en los siglos VIII-X. La monarquía y la nobleza animaban a los campesinos a instalarse libremente en las tierras “reconquistadas”, convirtiéndolos en propietarios libres. Predominó sobre tierras de realengo (autoridad real) y dio como consecuencia propiedades pequeñas y medianas.

Repoblación Concejil por Fueros

La Repoblación concejil por Fueros corresponde al Duero, Guadiana, valle del Ebro y norte de Levante, en los siglos XI, XII y XIII. El Rey concedía un Fuero (privilegios o normas jurídicas reguladoras de la vida de un municipio) para atraer pobladores que se instalaban en una villa (gobernada por un Concejo) rodeada de un territorio agrícola denominado alfoz. Los privilegios forales atraían pobladores que convertían las villas en ciudades importantes para el comercio, la artesanía, los servicios y la agricultura, y no dependían de los nobles, sino del rey. Los repobladores obtenían tierras en propiedad y el Concejo gestionaba los bienes comunales. Se corresponde con un tipo de propiedad de tamaño medio de hombres libres: Logroño, Burgos, Salamanca, Zaragoza, Valencia, o Plasencia (refundada con una Carta de Privilegio o Fuero por Alfonso VIII en 1186-1189).

Repoblación por Donadíos Reales o Grandes Latifundios

La Repoblación por Donadíos Reales o grandes latifundios se dio en La Mancha, Baja Extremadura y Andalucía, en los siglos XIII y XIV. Se repartieron grandes propiedades a Órdenes Militares (instituciones religiosas y militares cuyos miembros tenían la doble condición de monjes y soldados, como las Órdenes de Calatrava, Alcántara, Santiago y Montesa), a la Iglesia o a la nobleza, destinados a pastizales para la oveja merina y a cereales. En regiones extensas y poco pobladas, derivaron en grandes latifundios eclesiásticos y nobiliarios, y en el dominio de la ganadería de La Mesta, creada por Alfonso X en 1273 (grandes propietarios de ovejas merinas trashumantes).

Repoblación por Repartimiento

La Repoblación por Repartimiento, desde 1212, consistía en la concesión de un Fuero a una ciudad y en el reparto entre los pobladores, según su importancia social o su participación en la conquista, de las viviendas y las tierras de su alfoz, dando lugar a grandes o pequeños propietarios.

La Corona de Castilla en el Siglo XIII: Organización Política y Expansión Territorial

Después de la victoria sobre los almohades en la batalla de Las Navas de Tolosa (1212), Alfonso VIII de Castilla tenía libre el camino hacia Andalucía. Posteriormente, Fernando III, hijo del rey leonés Alfonso IX y de la castellana Berenguela, unificó Castilla y León en 1230, e incorporó Extremadura, conquistó Córdoba (1236) y el valle del Guadalquivir (Sevilla en 1248). Alfonso IX fundó la Universidad de Salamanca en 1218 y ocupó Cáceres, Badajoz y Mérida. Se impuso la repoblación por Donadíos (grandes latifundios) y repartimientos (Plasencia). Extremadura estaba dividida por la Vía de la Plata en la zona leonesa y castellana, hasta que se integró toda ella en Castilla y su economía se inclinó hacia la ganadería ovina trashumante (oveja merina) protegida por el Honrado Concejo de la Mesta, fundado en 1273 por Alfonso X (1252-1284). Este último terminó la conquista de Andalucía y Murcia, promulgó el Código de las Siete Partidas y hizo frente a una guerra civil por la sucesión entre sus nietos (Infantes de la Cerda) y su segundo hijo, el futuro Sancho IV.

La Corona de Castilla abarcaba Galicia, Asturias, León, País Vasco, Castilla, Extremadura, Andalucía y Canarias. No tenía una capital fija, pero sí una monarquía poderosa por la gran cantidad de tierras y pueblos de realengo (dependientes exclusivamente del Rey) y ciudades con Fueros. Las Órdenes Religiosas, la Iglesia y la nobleza acumulaban grandes propiedades, y las mercedes enriqueñas del siglo XIV (mayorazgos y señoríos jurisdiccionales) aumentaron su poder. Las principales instituciones fueron la Curia Regia (órgano consultivo formado por nobles) y las Cortes, nacidas de la convocatoria de una Curia extraordinaria en 1188 por Alfonso IX de León y que después fueron adoptadas por Castilla. Tenían representación nobiliar, eclesiástica y de las ciudades, y en diversos momentos fueron importantes, como durante la minoría de edad de Enrique III (1390-1406), pero después perdieron competencias (aprobaban nuevos impuestos y tomaban juramento al nuevo Rey) y se redujo el número de ciudades con representación; los nobles no acudían al estar exentos de impuestos.

En la segunda mitad del siglo XIII, la nobleza, al acabar la reconquista, vio reducidos sus ingresos y las posibilidades de incrementar su patrimonio por conquista. Se enfrentaron a Alfonso X el Sabio (1252-1284) cuando este les pidió apoyo para optar a la corona del Sacro Imperio Romano Germánico, y liderados por López Díaz de Haro se rebelaron contra la decisión del Rey de dejar la corona a sus nietos (Infantes de la Cerda) en perjuicio de su segundo hijo Sancho, produciéndose una guerra civil que ganó el futuro Sancho IV. A pesar de esta crisis, Alfonso X logró la supremacía del Derecho Romano y la ley escrita contra los usos y costumbres o el Fuero Juzgo, y monopolizó el poder legislativo al redactar las Siete Partidas como código de leyes fundamental, completado en 1348 con el Ordenamiento de Alcalá de Alfonso XI (1312-1350). El Rey tenía el poder judicial, aunque la Audiencia desde 1369 y la Chancillería desde 1442 fueron las instituciones o Tribunales encargados de administrar justicia desde Valladolid. La nobleza ganadera (oveja merina) consiguió que se fundara el Honrado Concejo de la Mesta, que les concedió numerosos privilegios. Las Contadurías y el Mayordomo Mayor se encargaban de administrar las cuentas e impuestos con los que financiar un ejército semipermanente.

El territorio castellano-leonés se dividía en merindades, gobernadas por un merino, y los adelantamientos en las fronteras. Los municipios se regían hasta el siglo XII por el concejo abierto (asamblea de vecinos), pero en el XIII aparecieron cuerpos colegiados de regidores ocupados por caballeros, hidalgos y burgueses ricos, que tendieron a patrimonializar estos cargos. Para evitar los abusos y controlar el poder municipal, el Rey designó a los corregidores. Muchos concejos escapaban a la legislación real al encontrarse dentro de señoríos jurisdiccionales o territoriales, por lo que dependían del señor de turno. El País Vasco se administraba según unas leyes distintas debido a la pobreza del territorio y a la dispersión de la población.

Almorávides y Almohades en la Península Ibérica

La abolición del Califato de Córdoba en 1031 provocó la fragmentación de Al-Ándalus en Reinos de Taifas (Taifa significa en árabe “facción” o “bandería”), sometidos por los cristianos al pago de parias (tributos) para no ser atacados. Aparecieron tres tipos principales de taifas:

  • Árabes andalusíes (Sevilla, Córdoba, Toledo, Badajoz, Zaragoza)
  • Eslavas (Tortosa, Valencia, Murcia)
  • Bereberes (Granada, Málaga…)

Hubo hasta veintisiete reinos, pero muchos fueron sometidos por otros más fuertes. Los cristianos avanzaron hacia el sur con la “Reconquista”, y aparecieron las primeras referencias al vocablo Extremadura como tierra de frontera entre cristianos y musulmanes.

Los Almorávides

Tras la conquista de Toledo por Alfonso VI en 1085, llegaron a la península los almorávides, una agrupación de tribus bereberes dedicadas a la ganadería que controlaban un imperio en el norte de África con capital en Marrakech. Eran muy rigoristas religiosamente y, después de derrotar a los cristianos en Sagrajas (1086) y Uclés (1108), pronto obtuvieron el apoyo de los grupos alfaquíes andalusíes descontentos con la relajación religiosa, la pérdida de poder político del Islam y el aumento de impuestos para pagar las parias a los cristianos. Yusuf ibn Tashufin sometió a la mayoría de taifas, aunque no recuperó Toledo. Su intransigencia religiosa pronto generó descontentos y el renacimiento del espíritu de cruzada entre los cristianos: El Cid fue el principal “héroe” cristiano en la defensa de Valencia, y Alfonso I el Batallador de Aragón acabó ocupando Zaragoza. Los ataques cristianos y la presión de los almohades en África provocaron la derrota almorávide y el surgimiento de los Segundos Reinos de Taifas hacia la mitad del siglo XII.

Los Almohades

Los almorávides fueron sustituidos en el norte de África por el imperio almohade, fundado por Ibn Tumart en 1147. La conquista de Almería por Alfonso VII hizo que los musulmanes pidieran ayuda a los almohades, quienes vinieron a la península y unificaron Al-Ándalus aprovechando las disputas entre los reinos cristianos, logrando la victoria de Alarcos en 1195. Establecieron su capital en Sevilla e iniciaron la construcción de importantes edificaciones (como la Giralda), pero sus disensiones internas, las discrepancias religiosas y la derrota de 1212 en Las Navas de Tolosa provocaron el fin del reino almohade peninsular y una nueva división en Terceros Reinos de Taifas, a pesar del intento efímero de Ibn Hud, desde Murcia, por reunificar Al-Ándalus.

El Reino Nazarí de Granada

Después de las conquistas cristianas del siglo XIII, solo permaneció independiente el Reino Nazarí de Granada, que abarcaba un territorio mayor que el de la actual provincia y fue escenario de continuas disputas internas. Pagaba parias a los cristianos y estaba sometido al vasallaje a Castilla. Los cristianos repoblaron Andalucía y Murcia por el sistema de donadíos (latifundios cedidos a nobles) y mantuvieron a la población islámica (mudéjares) en los territorios andaluces, valencianos o mallorquines para preservar la mano de obra, aunque después de la rebelión de estos en la segunda mitad del siglo, muchos fueron esclavizados o alejados de las ciudades, y otros emigraron a África o a Granada. El Reino Nazarí se sometió a Castilla, apoyándola incluso en las conquistas andalusíes y pagando tributos para lograr su ayuda para sofocar las rebeliones internas y los intentos de secesión territorial (Guadix, Málaga…). Entre 1482 y 1492, los Reyes Católicos organizaron su conquista e integración en la Corona de Castilla, con la rendición final de Granada.

Los Reyes Católicos: Unión Dinástica e Integración de los Reinos Peninsulares

En 1468, en el Tratado de los Toros de Guisando, Enrique IV nombró heredera a su hermana Isabel, quien se proclamó reina en 1474. Debió superar una guerra civil contra la hija (o supuesta hija) de Enrique IV, Juana “la Beltraneja”, apoyada por Francia, Portugal y parte de la nobleza y la Iglesia castellana. Isabel, con el apoyo de Aragón gracias a su matrimonio con Fernando, heredero a la corona aragonesa, logró la victoria. El Tratado de Alcaçovas (1479) reconoció a Isabel como reina y el matrimonio con Fernando de Aragón, quien heredó la corona de Aragón al morir su padre Juan II en 1479. De esta forma se produjo la unión dinástica de Castilla y Aragón, pero solo dinásticamente, ya que la llamada Concordia de Segovia de 1475 estipulaba que cada reino conservaba sus propias leyes e instituciones, por lo que en la práctica Isabel gobernaría en Castilla y Fernando en Aragón. Incluso a la muerte de Isabel en 1504, Fernando solo pudo gobernar en Castilla como regente de su hija Juana “la Loca”.

Una vez lograda esta unión dinástica, que no administrativa ni institucional, los Reyes Católicos iniciaron la incorporación del resto de territorios peninsulares a su corona. La Guerra de Granada (1482-1492) incorporó a Castilla el último reducto musulmán de la Península, aunque muchos granadinos emigraron, al desconfiar de las Capitulaciones que les garantizaban el respeto a sus vidas y sus costumbres.

En 1512, Fernando ocupó militarmente Navarra, que en las Cortes de Burgos de 1515 quedó incorporada a la Corona de Castilla, pero conservando sus instituciones, fueros y Cortes propias. Ya solo permanecía Portugal como reino independiente en la Península, pero la política matrimonial de los Reyes Católicos permitió que a finales del siglo XVI, Felipe II heredara la corona de Portugal (1580), culminando así la unión territorial bajo una misma dinastía gobernante (un mismo rey), aunque no una unión territorial, nacional, institucional y administrativa plena, ya que cada reino conservaría su grado de autogobierno y sus instituciones.

Expulsión de Judíos (1492) y Expulsión de Moriscos (1609)

La población peninsular a finales del siglo XV era aproximadamente:

  • Castilla: unos 5 millones de habitantes
  • Aragón: 1 millón de habitantes
  • Granada: 800 000 habitantes
  • Navarra: 100 000 habitantes (Nota: el texto original indicaba 10.000, lo cual es muy bajo; 100.000 es una estimación más común para la época, aunque las cifras exactas son difíciles de determinar)

Predominaba la población rural sobre la urbana, ya que solo destacaban algunas ciudades como Valencia (75 000 habitantes), Sevilla (50 000), Granada (50 000) y Zaragoza (25 000); Barcelona no superaba los 20 000 y Madrid era una modesta villa. Esta escasez de población, además de las cuestiones económicas, es lo que hizo más gravosa o perjudicial la expulsión de moriscos y judíos.

Los Reyes Católicos quisieron unificar religiosamente y culturalmente el reino para evitar enfrentamientos y divisiones internas, y utilizaron la Inquisición y las expulsiones para lograrlos, alimentando así la futura Leyenda Negra contra España. No obstante, es importante recordar que los judíos ya habían sido expulsados de otros países europeos y que las guerras de religión y persecuciones religiosas fueron comunes a toda Europa, incluida Gran Bretaña y Francia en el siglo XVI.

Expulsión de los Judíos (1492)

La bula del Papa Sixto IV de 1478 autorizó la Inquisición contra los falsos conversos. El 31 de marzo de 1492, los Reyes Católicos decretaron la expulsión de Castilla y Aragón de los judíos no convertidos al cristianismo, para evitar el “mal ejemplo” del culto judío a los conversos. Unos 100 000 (las cifras varían según los historiadores) abandonaron los reinos, suponiendo una gran pérdida demográfica y económica, ya que muchos eran médicos, artesanos, comerciantes, prestamistas, etc. Los expulsados formaron comunidades sefardíes que han conservado la lengua (judeoespañol) y tradiciones culturales de entonces.

Expulsión de los Moriscos (1609-1614)

Las Capitulaciones tras la conquista de Granada respetaban las costumbres y religión musulmana de sus habitantes mudéjares, pero ya en 1499 el Cardenal Cisneros inició una política de conversiones forzosas, y los decretos de 1501 y 1502 obligaban a convertirse al cristianismo. Estos conversos forzados se llamaron moriscos. Después de diferentes incidentes, como la rebelión morisca de las Alpujarras con Felipe II (1568-1571), en 1609 Felipe III decretó su expulsión del Reino de Valencia, y en los años siguientes hasta 1614 del resto de los reinos hispánicos, acusados de practicar el islamismo en secreto y colaborar con la piratería turca y berberisca en el Mediterráneo. Supuso una pérdida poblacional de unos 300 000 moriscos, que formaban una comunidad laboriosa de campesinos y artesanos, afectando fundamentalmente a Valencia, Murcia y Aragón, y originando una gran crisis de mano de obra en la agricultura. Esta expulsión culminó la política de intolerancia religiosa y persecución de las minorías iniciada por los Reyes Católicos.

El Conde-Duque de Olivares, la Rebelión de Cataluña y la Independencia de Portugal

Bajo el reinado de Felipe IV (1621-1665), el nuevo valido fue el Conde-Duque de Olivares (Gaspar de Guzmán y Pimentel, 1587-1645). Inteligente y reformista, presentó el Gran Memorial de 1624, que proponía: un solo Rey para un solo reino, uniformizar la legislación, instituciones y fiscalidad. Su proyecto más conocido fue la Unión de Armas, propuesta en 1625 para crear un ejército permanente de 140 000 hombres reclutados proporcionalmente en todos los reinos de la monarquía. Estas propuestas, y sobre todo la Unión de Armas, provocaron la rebelión de Cataluña y Portugal en 1640, que obligaron a Olivares a retirarlas y finalmente a su caída en 1643.

La Guerra de los Treinta Años (1618-1648) entre los católicos Habsburgo y los príncipes protestantes, y entre Francia y España por la hegemonía europea, provocó la necesidad de las reformas de Olivares para hacer frente a esta ingente empresa militar y financiera.

La Rebelión de Cataluña (1640-1652)

La rebelión catalana, también conocida como la Guerra de los Segadores, abarcó de 1640 a 1652. Se originó contra la Unión de Armas y los perjuicios causados por la obligación de alojar y alimentar a los soldados que atravesaban Cataluña hacia los frentes europeos. El intento de Olivares de obligar a Cataluña a contribuir con hombres y dinero provocó la rebelión del 7 de junio de 1640 en el llamado “Corpus de Sangre”, cuando los segadores, que habitualmente acudían a Barcelona para ser contratados, se sublevaron y persiguieron a los representantes del rey, dando muerte al virrey, el conde de Santa Coloma. La revuelta, de carácter anticentralista, contra el posible reclutamiento y contra las obligaciones fiscales para sostener los gastos del ejército, llevó a la Generalitat a pedir ayuda y jurar fidelidad a Luis XIII de Francia en 1641. En 1652, las tropas de Juan José de Austria derrotaron a los franceses y lograron la rendición de Barcelona, reintegrándose Cataluña a la Corona española con la condición de que se respetaran sus antiguos fueros.

La Independencia de Portugal (1640-1668)

También en 1640 se rebeló Portugal (Guerra de Restauración, 1640-1668), contra el esfuerzo bélico exigido en las guerras europeas y contra la política colonial castellana que, según los portugueses, perjudicaba sus intereses ultramarinos. La rebelión tuvo un marcado carácter nobiliario, anticastellano e independentista. Proclamaron al Duque de Braganza como rey, con el nombre de Juan IV. La guerra se prolongó hasta 1668, cuando, mediante el Tratado de Lisboa, Carlos II de España reconoció la independencia del reino portugués.

Estas rebeliones deben enmarcarse en los deseos particularistas y, en el caso portugués, independentistas; en el rechazo a las políticas centralistas de Madrid; y en la defensa de las instituciones y fueros particulares. Pero también en la necesidad de la monarquía hispánica por crear una política de esfuerzo común contra el exterior y en las enormes exigencias financieras y humanas de las guerras europeas. Al resolverse parte del conflicto internacional (Paz de Westfalia de 1648 y Paz de los Pirineos de 1659 con Francia), Cataluña perdió los apoyos internacionales y su revuelta fue derrotada, mientras que Portugal, con apoyos externos, continuó la rebelión y logró sus objetivos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *