Grandes reinos peninsulares

El Reino de Castilla en los s. XI-XII


La ascensión de Castilla a la categoría de reino tiene lugar en la primera mitad del s. XI, con la entronización de Fernando I (1035-1065), hijo de Sancho III de Navarra. La posesión de las tierras palentinas entre el Cea y el Pisuerga hizo estallar la guerra con León, que terminó en la batalla en Tamarón (4-IX-1037), donde murió el rey leónés Bermudo III, tras lo cual Fernando reclamó la herencia en virtud de los derechos de su esposa Sancha, hermana del difunto y fue coronado rey de León asumiendo además el título imperial (1038) y de este modo León y Castilla se unían bajo una misma dirección, pasando Castilla a ser, dentro del mismo reino el territorio hegemónico, es decir, el antiguo condado de Castilla, incluido dentro del reino de León se convertía ahora en reino y León pasaba a un segundo plano, convirtiéndose Castilla en el todo y León en una parte del reino, cambiando radicalmente la situación.
Años después, habiendo reforzado sus tropas y la economía, pidió a su hermano García Sánchez III que devolviese las tierras que Sancho III había segregado de Castilla, pero la negativa del rey navarro desembocó en la guerra que terminó con el triunfo de Fernando I en la batalla de Atapuerca (15-IX-1054) en la que murió García que fue sucedido por su hijo Sancho Garcés IV, quien fue reconocido por Fernando I y que entregó a su tío el monasterio de Oña y sus tierras, así como las tierras cantábricas desde Santander a Castro Urdiales (1064), lo cual era muy beneficioso para Castilla, pues conseguía así, tener una salida al Cantábrico.

El rey castellano desplegó una ingente tarea de organización interna y consolidación de la unidad política: reprimíó los abusos de la nobleza, anuló el carácter hereditario de los cargos y reorganizó la vida del clero, todo ello en el concilio de Coyanza (1050 o 1055), donde fue confirmado el fuero de león.
Con Fernando I la reconquista se convierte en una empresa planificada y para ello utiliza dos armas: una la fuerza militar y otra la presión económica, imponiendo a los reinos musulmanes el pago de un canon anual para no ser atacados por los castellanos, dígase, las parias que fueron una importante fuente de ingresos destinados a la construcción de fortalezas fronterizas, pagar a las guarniciones de las mismas así como reclutar mesnadas con las que mantener la amenaza sobre los reino de Taifas, logrando que hacia 1060 el rey musulmán de Badajoz se comprometiese al pago a cambio de paz, lo mismo que hicieron el de Zaragoza y el de Toledo (1062), con lo cual los tres grandes reinos de taifa fronterizos se convertían en vasallos de la monarquía castellano-leonesa.

También limó diferencias entre la nobleza castellana y leonesa, debidas al recelo que tenían los leoneses de Castilla, aunque tengan vidas muy similares, sólo que los castellanos son más abiertos al ser fronterizos con los musulmanes.

Otro aspecto que también abordó el rey fue la patrimonización de los cargos públicos, sobre todo en León, donde se cobraba mucho y se trabajaba poco, al ser un cargo familiar, eliminando por ello el rey esta costumbre.

Por último añadir la gran reforma realizada en el clero, ya que su comportamiento no era precisamente el adecuado, cosa que se podía observar en el apego hacia lo mundano y la cantidad de hijos ilegítimos, debido, entre otras, a la falta de vocación para estos cargos, lo cual resultaba muy desalentador. 


En sus últimos diez años de reinado realizó numerosas incursiones sobre las taifas vecinas consiguiendo propuestas de paz muy ventajosas, que incluían el pago de parias anuales de las taifas de Badajoz, Toledo, Sevilla y Zaragoza.
  

 A la muerte de Fernando I, el reino se dividíó entre sus hijos: el primogénito Sancho recibía Castilla, reino hegemónico con las parias y reserva de Zaragoza, con clara proyección sobre el valle del Ebro y los futuros conflictos con Aragón; el segundo Alfonso, León con las parias y reserva de Toledo; el tercero, García, Galicia con el “territorium portucalense” y las parias de Badajoz y Sevilla; quedando sus hijas Urraca y Elvira con el señorío de los monasterios de los tres reinos y el dominio sobre Zamora y Toro, respectivamente .Pero Sancho II no estaba de acuerdo con el reparto: su padre había luchado por la uníón cristiana y se debía de continuar en esa línea, aunque esperó a seguir con la devolución de tierras y por ello atacó y derrotó (1067) a Sancho Garcés IV,  que devolvíó a Castilla toda la Bureba con los Montes de Oca, por lo que sólo quedaban ya por devolver Álava y Guipúzcoa. Zanjada la cuestión con Navarra, Sancho denunció el testamento de su padre y destrónó a sus hermanos García y Alfonso, que se refugiaron en Sevilla y Toledo respectivamente, con lo que reunificó los territorios paternos y puso cerco a Zamora. Allí se encontraba cuando Vellido Dolfos, fiel de Urraca, logró llegar a la tienda de Sancho y terminar con su vida (1072).

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