Hitos en la Construcción de la Unión Europea: De Locarno al Brexit

Proyecto Briand-Stresemann y Pacto de Locarno (1925)

Lo más importante de este proyecto es que marcó una forma clave de avanzar en la construcción de una Europa unida: se abrió un canal de diálogo entre Francia y Alemania. Ese diálogo se concretó primero con los acuerdos de Locarno, en Suiza, y después con el Tratado de Londres. En estos acuerdos, el primer ministro francés Aristide Briand y el canciller alemán Gustav Stresemann decidieron suavizar las exigencias económicas y territoriales que el Tratado de Versalles había impuesto a Alemania.

Briand pertenecía a una corriente política de izquierda moderada (radical-socialista), mientras que Stresemann representaba una postura liberal de centro-derecha, más cercana a las zonas urbanas. Es decir, ambos eran figuras clave de los grandes países europeos y representaban dos importantes corrientes políticas de los años veinte. Briand creía firmemente en la idea de una Europa unida por convicción, mientras que Stresemann llegó a esa postura por necesidad. Lo interesante es que ambos decidieron trabajar juntos para unir a Alemania y Francia en lo que Briand llamó un “vínculo federal”, abierto también a otros países, dentro del marco de la Sociedad de Naciones.

Ambos fueron encargados por la Sociedad de Naciones de preparar un plan con una estructura parecida a una federación. Pero cuando iba a presentarse a principios de octubre de 1929, Stresemann murió. Semanas después ocurrió la gran crisis económica mundial (el crack bursátil), lo que terminó por cancelar el proyecto. Aun así, este plan fue valioso porque fue el primero impulsado por grandes países y mostró un camino claro para construir Europa.

Después de 1929, en los países democráticos europeos, se dejó de hablar en serio sobre una unión europea. La idea fue tomada por los regímenes totalitarios, especialmente el nazismo, que la usaron como parte de sus discursos. Para los nazis, el proyecto europeo significaba imponer una sociedad basada en la raza y la etnia, como respuesta a dos modelos opuestos: el de la Unión Soviética, donde el Estado lo controlaba todo, y el del liberalismo capitalista de Occidente. En ese contexto, Europa se presentaba como una tercera opción. Durante la Segunda Guerra Mundial, especialmente en la campaña contra Rusia, los nazis insistieron en que su proyecto era para todos los pueblos europeos, no solo para Alemania.

Mientras tanto, las democracias europeas —en especial Francia y el Reino Unido— no ofrecieron una alternativa clara, democrática y europeísta frente al régimen nazi. De hecho, a partir de que Alemania volvió a militarizar la zona de Renania (Colonia) en 1936, estos países reaccionaron con una rendición vergonzosa ante cada provocación del nazismo.

La Unión Franco-Británica de 1940

Monnet, quien había fundado la oficina conjunta de suministros franco-británica durante la Primera Guerra Mundial, el General de brigada De Gaulle y el primer ministro británico Churchill son los autores del primer proyecto de integración política, jurídica e institucional entre dos estados, los cuales, apenas un siglo antes, eran rivales históricos. Este proyecto, aprobado por el gabinete británico por una mínima diferencia, no fue aprobado por el gabinete francés por un solo voto.

La propuesta instaura la Unión Franco-Británica como una nueva entidad en el derecho internacional. En un solo folio, se concreta la estructura jurídica e institucional de este nuevo estado, en el que la jefatura de Estado y el poder legislativo son compartidos a partes iguales, así como el poder ejecutivo. Además, se concede la nacionalidad de manera inmediata y recíproca, y se ponen en común todos los recursos públicos y privados, incluidos los ejércitos y las armadas de ambos estados.

El objetivo principal de esta iniciativa era dar cobertura jurídica e institucional al esfuerzo bélico, evitando que un gobierno francés alineado con Alemania tuviera legitimidad y, por ende, que los recursos militares de Francia, en especial su armada, fueran puestos a disposición de los nazis. Sin embargo, el gobierno francés subestimó la propuesta, y el gobierno francés, liderado por Pétain tras el armisticio con Alemania, lo nombró nuevo jefe de estado en Vichy, estableciendo un estado colaborador del nazismo. Mientras tanto, De Gaulle y Monnet se exiliaron, y el general fundó la Francia Libre, llamando a sus ciudadanos a la resistencia.

Los Proyectos Europeístas de la Resistencia

De manera paralela a los esfuerzos de los Gobiernos democráticos de proponer iniciativas de desintegración a la expansión del nazismo, los movimientos de resistencia que clandestinamente comienzan a operar en los países ocupados, elaboran también sus propios esquemas de integración para la Europa posterior a la derrota del nazismo.

En 1941 un pensador anarquista y federalista italiano Altiero Spinelli, preso en la cárcel de Ventotene, redacta el llamado Manifiesto de Ventotene, en donde propugna la creación de una Europa federal. Se trata de un texto que incluye ya, la llamada cláusula democrática, donde se describe la obligatoriedad de acreditar un régimen de libertades para formar parte de todo proyecto de integración política de carácter supranacional.

Al mismo tiempo en Alemania nacen espacios de resistencia como el Círculo de Kreisau de inspiración también europeísta. Pero sobre todo destaca la Rosa Blanca integrada por un profesor (Kurt Huber) y un grupo de estudiantes de la Universidad de Múnich como los hermanos Scholl.

El ideario de la Rosa Blanca era una síntesis de la tradición idealista, romántica y liberal alemana, y del pensamiento humanista de las iglesias cristianas alemanas. Los integrantes de la Rosa Blanca, algunos de los cuales están combatiendo en el frente ruso u oriental, captan ya a finales de 1942 que Alemania va a ser derrotada.

Por lo tanto hay que pensar en su futuro sin el nazismo, un futuro que pasa por su pertenencia a una Europa unificada en donde se hayan recuperado los valores humanistas de la cultura europea, es decir todo cuanto el nazismo ha perseguido hasta el aniquilamiento. En febrero de 1943 mientras distribuyen el último de sus panfletos en la Universidad de Múnich, los hermanos Scholl son detenidos, toda la Rosa Blanca cae y son juzgados sumariamente y ejecutados (guillotinados).

En julio de 1944 toda la resistencia suscribe un manifiesto conjunto en donde proclaman su voluntad de restablecer los perfiles de estatalidad previos a la guerra pero dentro de un horizonte de integración federal europeo de acuerdo con un régimen de libertades pero también con especial énfasis en que ese régimen se rija por criterios de justicia social.

Fragmento de la Declaración de las Resistencias Europeas de Julio de 1944

La declaración aboga por una unión federal para la reconstrucción económica de Europa, la creación de instituciones comunes, un ejército común y una industria europea gestionada bajo principios federales. Además, propone la creación de un tribunal federal con jurisdicción en toda la unión europea.

En este contexto, Albert Camus, quien también forma parte de la resistencia, escribe cartas a un amigo alemán entre julio de 1943 y 1944. En ellas, defiende la “Europa del espíritu”, donde el ideal europeo se presenta como antítesis de los totalitarismos.

Europeísmo en el Exilio

Simultáneamente, en el exilio democrático europeo, se inician reflexiones clave para la reconstrucción de Europa tras la guerra. En 1943, Monnet, preocupado por la falta de un plan claro para la paz, propone tres ámbitos estratégicos: una ocupación breve de Europa para evitar los errores de la Primera Guerra Mundial, la reconstrucción material y ética de Europa, y la inclusión de Alemania en una Europa democrática. Monnet destaca que la gran equivocación del Tratado de Versalles fue no incluir a Alemania en el proyecto de reconstrucción europea, lo que generó resentimiento y contribuyó a los problemas posteriores.

El Tratado de la UE (Maastricht)

Mientras los países de Europa del este y del oeste avanzaban hacia la democracia, la Comunidad Europea vio la necesidad de hacer un nuevo acuerdo. El Acta Única Europea había sido solo un primer paso para actualizar los acuerdos originales de 1957. Además, ya se estaba trabajando en la Unión Económica y Monetaria (UEM), y con la reunificación de Alemania, se preparaba una ampliación importante.

Se decidió entonces hacer un nuevo tratado con tres objetivos principales: crear la Unión Económica y Monetaria, avanzar hacia una Unión Política y hacer cambios en las instituciones. Para eso se organizaron dos reuniones entre gobiernos, que trabajaron al mismo tiempo y de forma coordinada. El texto final se presentó al Consejo Europeo en Maastricht a inicios de 1992.

Las Comunidades Europeas pasaron a llamarse Unión Europea, pensada como una unión de países y de personas. Esta idea se incluyó de forma oficial, destacando la ciudadanía de la Unión, una propuesta de España, que incluía el derecho a recibir ayuda de consulados y embajadas en el extranjero.

Desde el Tratado de la Unión Europea (TUE), los tratados se presentan como un solo documento, que en 1992 aún respetaba acuerdos anteriores, como el pacto De Gaulle-Adenauer de 1963, renovado por Mitterrand y Kohl en 1992, que aseguraba la igualdad entre Francia y Alemania.

El tratado dio nuevos derechos a los ciudadanos, como el de votar y presentarse en elecciones locales y europeas, sin importar en qué país de la UE vivieran. Esto provocó en algunos lugares, como Dinamarca, la exigencia de un referéndum, que fue negativo por miedo a una integración política dirigida por Alemania.

La UE de Maastricht preparó dos grandes ampliaciones: una hacia los países escandinavos y Austria, y otra hacia los nuevos países democráticos del centro y este de Europa. Para entrar en la UEM y en la Unión Política, se pusieron ciertas condiciones:

Requisitos para entrar en la Unión Económica y Monetaria:

  1. Tener inflación no más de 1,5 puntos por encima del promedio de los tres países con menor inflación.
  2. Tener tipos de interés no más de 2 puntos por encima del promedio de los tres más bajos.
  3. Tener un déficit público menor al 3% del PIB.
  4. Tener una deuda pública menor al 60% del PIB.
  5. Mantener el valor de la moneda estable, sin subir o bajar más del 2,25% durante el periodo de adaptación al euro.

Estos criterios debían cumplirse en 1998. Todos los países de la UE de entonces lo lograron, menos Dinamarca, Suecia y Reino Unido, que eligieron no usar el euro. En cuanto a la Unión Política, se hicieron varios cambios:

  • El Consejo Europeo se consolidó como el centro de decisiones importantes entre los países.
  • El Consejo de Ministros empezó a usar más el voto por mayoría, aunque sin cambiar aún el sistema de pesos por país (esto llegaría con el Tratado de Niza).
  • La Comisión Europea mantuvo su función de ejecutar las decisiones. Su presidente era elegido por los países, no por el Parlamento. Los cinco países grandes tenían dos comisarios; los demás, uno. Aún no se preveía limitar a uno por país ni eliminar la representación directa.
  • El Parlamento Europeo ganó peso en el proceso de creación de leyes junto con el Consejo de Ministros, usando los procedimientos de cooperación y codecisión, aunque aún no podía controlar a la Comisión. Su tamaño no cambió pese a la reunificación alemana.
  • Se reforzó el papel del Tribunal de Cuentas y se creó el Banco Central Europeo (BCE), primero para coordinar a los bancos centrales, y después para dirigir la política económica del euro.

También nacieron nuevas instituciones:

  • El Consejo Económico y Social, con representantes de trabajadores y empresarios.
  • El Banco Europeo de Inversiones, que ganó importancia en proyectos para reducir diferencias regionales.
  • El Comité de las Regiones, que dio voz a gobiernos regionales y locales, especialmente en países como Reino Unido, Alemania, Italia y España. Este comité tenía 25 asientos para los cuatro grandes países y 21 para España. Algunas regiones propusieron convertirlo en una segunda cámara parlamentaria o que fueran reconocidas como regiones oficiales de Europa.

El Tratado de Maastricht entró en vigor en noviembre de 1993 y definió el sistema legal de la UE durante los siguientes 30 años. De él surgieron programas como PHARE (para Europa central y oriental), TACIS (para Asia Central), y las redes transeuropeas. La UE pasó de 12 a 15 miembros en 1995 con la entrada de Suecia, Finlandia y Austria, reforzando una gestión europea más completa.

Tratado de Niza

Con la entrada en funcionamiento de la unión económica y monetaria, y con la futura incorporación de 10 nuevos países (la mayoría del antiguo bloque del Este), fue necesario hacer una revisión a fondo de cómo estaba organizada la Unión Europea. En diciembre del año 2000, se celebró un Consejo Extraordinario en Niza para tratar este tema, y en febrero de 2001 se aprobó un nuevo tratado.

El debate sobre cómo reformar las instituciones no trajo grandes cambios. Se centró en dos temas principales: cómo se forma una mayoría cualificada y cómo se puede bloquear una decisión. Alemania, por ejemplo, quería que el número de habitantes de cada país contara más en las decisiones, algo que iba en contra de la tradición seguida desde la creación de la Unión y del acuerdo histórico entre Adenauer y De Gaulle.

Finalmente, se aceptó en parte la propuesta alemana. Esto se aplicó al Parlamento Europeo, que redujo su número de escaños mientras se esperaba la entrada de los representantes de los 10 nuevos países. Solo Alemania y Luxemburgo mantuvieron el mismo número de representantes. También se aplicó este criterio parcialmente en el Consejo de Ministros. Para bloquear una decisión se necesitaban 81 votos que representaran al menos a 4 países. Los 4 grandes (Reino Unido, Italia, Francia y Alemania) tenían 29 votos cada uno, y Polonia y España 27. Esto significaba que para bloquear algo, cualquiera de estos 6 países necesitaba el apoyo de al menos otros dos grandes y uno pequeño. Cuando se tomaba una decisión, también se tenía en cuenta la población: los países que apoyaban la medida debían representar al menos el 62,5% de la población total de la Unión. Este requisito era bastante exigente.

Además, se hicieron otros cambios en el funcionamiento de las instituciones europeas. El presidente de la Comisión Europea y sus miembros (el Colegio de Comisarios) debían ser propuestos por mayoría cualificada del Consejo Europeo y aprobados por el Parlamento. Lo mismo se aplicaba al grupo de comisarios. Sin embargo, el tratado no resolvió todavía cuántos comisarios tendría cada país. En cuanto al Tribunal de Justicia, se creó el Tribunal de Primera Instancia. También se reforzó el papel del Comité de las Regiones y del Banco Europeo de Inversiones. El Banco Central Europeo fue confirmado como una institución oficial de la Unión, con sede en Frankfurt (Alemania). El tratado fue aprobado por los 15 países miembros, aunque en Irlanda fue rechazado en un referéndum. Esto se debió a razones internas y, en parte, porque el tratado proponía crear una Fuerza de Defensa Europea, lo cual iba en contra del principio de neutralidad de Irlanda.

El Tratado Constitucional Europeo

Después del Tratado de Niza y de que el euro empezara a circular, se plantea de forma clara la necesidad de redactar una constitución para Europa. El único ejemplo anterior era el propuesto por el español Fernando de los Ríos en 1943, adoptado por el movimiento Pan Europeo en 1944.

En 2001 y 2002, los 15 países de la Unión, incluido el Reino Unido, muestran interés en crear esta constitución, aunque algunos tenían dudas sobre el uso del término “constitución”. Aparecen dos grandes temas de discusión:

  1. Cómo se iba a redactar el texto, y
  2. Qué tipo de documento sería legalmente.
    Sí había acuerdo en que el Consejo Europeo (formado por los jefes de Estado y de Gobierno) debía tener la última palabra sobre cuándo comenzar y terminar el proceso.

Se decide entonces formar una convención, presidida por el ex presidente francés Giscard d’Estaing. Esta convención incluye:

  • Los jefes de Estado y de Gobierno de la UE (Consejo Europeo),
  • 2 miembros de la Comisión Europea,
  • 16 representantes del Parlamento Europeo,
  • 30 miembros de los parlamentos nacionales,
    y como observadores:
  • Representantes del Comité de las Regiones y del Consejo Económico y Social.

La convención empieza su trabajo en 2002 y entrega su primer borrador en 2003. El texto se presenta para su aprobación en el Consejo Europeo Extraordinario de 2004.

Sobre la forma legal del texto, se decide que será un tratado internacional, por eso se le llama primero Tratado Constitucional, y luego se conoce oficialmente como Proyecto de Tratado por el que se establece una Constitución para Europa. Sin embargo, este nombre entra en conflicto con el objetivo del texto de mejorar la democracia en las instituciones europeas (lo que se conoce como “déficit democrático”).

Durante las discusiones, algunos países no querían cambiar el sistema institucional que había sido definido en el Tratado de Niza. También hubo debate sobre si debía mencionarse el cristianismo como parte de la identidad europea, algo que finalmente no se incluyó.

El tratado sí logró avances importantes, por ejemplo, al definir claramente el Sistema de normas de la Unión Europea, que incluye:

  • Ley EuropeaLey Marco-EuropeaDecisiónDirectivaReglamentoDictamen

En cuanto a las instituciones, se introducen cambios clave:

  • El presidente de la Comisión y sus miembros (el Colegio de Comisarios) deberán ser elegidos por el Consejo Europeo y aprobados por el Parlamento Europeo.
  • En el Consejo de Ministros, los ministros seguirán representando a sus países, pero en países con sistemas descentralizados, esta representación podrá ser asumida por los líderes regionales. Esto aplica a 4 de los 5 grandes países (todos excepto Francia). Por ejemplo:
    • Presidentes de Comunidades Autónomas en España, – Regiones en Italia,
    • Länder en Alemania y Austria,
    • Regiones en Bélgica,
    • Escocia y Gales en Reino Unido.

Austria, Alemania y Bélgica empezaron a usar esta posibilidad de inmediato. También se da más importancia al Comité de las Regiones, cuyos miembros se ven como un posible primer paso hacia una futura segunda cámara regional del Parlamento Europeo. Aunque no se les da aún poder legal específico, este comité gana peso, sobre todo en un momento en que varias regiones fuertes como Baviera, Lombardía, Cataluña, Flandes o Escocia piden ser tratadas de forma especial dentro de la Unión Europea.

La Quinta Ampliación y el Fracaso de la Constitución Europea

La adopción del Tratado Constitucional coincide con la entrada en vigor, el 1 de enero de 2004, de la quinta ampliación de la Unión Europea, que pasa de tener 15 a 25 países miembros.

Esta quinta ampliación es la más grande en la historia de la Unión. Se unen 10 nuevos países: Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Eslovenia, Malta y Chipre. Esto significa un aumento del 40% en el número de miembros, lo que tiene un gran impacto en la forma de gobernar la Unión Europea.

Esta ampliación tiene varios significados importantes:

  1. Ingreso de países con poca tradición democrática antes de 1990, como Polonia. En muchos casos, estos países apenas tenían experiencia con la democracia. Esto muestra cómo el proceso de integración en la Unión ha sido clave para apoyar y expandir la democracia, haciendo de la UE en 2004 una garantía de sistema democrático, a pesar de las críticas sobre el «déficit democrático» o el exceso de burocracia en Bruselas.
  2. La ampliación también marca el fin de la división de Europa en bloques, incluyendo países que antes eran parte de la Unión Soviética o del antiguo imperio ruso, como las repúblicas bálticas. El proyecto europeo se fortalece al abarcar ahora toda Europa, y ya no solo a los países del oeste. Esto ayuda a construir la idea de Europa como una realidad política, legal e institucional que va desde el océano Atlántico hasta los montes Urales.

Con esto, aparece una gran pregunta: ¿qué tipo de relación debería tener la Unión Europea con Rusia?

Además, esta ampliación también confirma un hecho clave en la historia política y geográfica del continente: la posición central de Alemania.

Según el político y diplomático Henry Kissinger, la Unión Europea representa dos cosas desde el punto de vista histórico:

  1. La decisión definitiva de Alemania de unirse a Occidente, dejando atrás su antigua estrategia de expandirse hacia Europa Central (como lo hacía Prusia).
  2. Esta decisión fue clave para que Alemania se convirtiera en una potencia económica, no solo en la Unión Europea, sino en toda Europa.

Kissinger incluso afirma que el líder alemán Konrad Adenauer logró en paz lo que Alemania no pudo conseguir en las dos guerras mundiales: establecer su liderazgo en Europa. Cuando Alemania se reunificó en 1990, con el canciller Helmut Kohl (discípulo político de Adenauer) a la cabeza, fue una celebración para toda Europa.

En resumen, en 2004, el proyecto legal e institucional de la Unión Europea se confirma y se fortalece porque logra adaptarse a la realidad histórica del continente, en lugar de ignorarla o tratar de cambiarla por completo.

La Crisis Económica y Financiera de 2007, el Tratado de Lisboa y Brexit

La nueva forma de organización de la Unión Europea, con 25 países y 450 millones de personas, hace necesario crear un nuevo tratado que supere el fracaso del Tratado Constitucional y se adapte a esta realidad. Además, para ese momento, la UE ya se ha convertido en la zona de libre comercio más grande del mundo.

Sin embargo, desde 2007, la prioridad ya no es esta reorganización, porque comienza una gran crisis financiera. Esta crisis empieza en Estados Unidos y es la más grave desde 1929. Rápidamente llega a Europa y, en 2008, provoca la quiebra del sistema bancario de Islandia, lo que lleva al propio estado islandés a solicitar ayuda financiera internacional, concretamente al Banco Mundial (BM) y al Fondo Monetario Internacional (FMI).

Lo ocurrido en Islandia hace que todos miren con atención a los sistemas bancarios de los países más grandes de la zona euro, y también a si sus gobiernos podrán seguir consiguiendo dinero en los mercados. Los países más señalados son Grecia, Portugal, España, Italia e Irlanda. En algunos casos como Irlanda, Grecia o Portugal, ocurre lo mismo que en Islandia: colapsa tanto la banca como el estado, y deben pedir rescate financiero.

Ese rescate lo otorga un grupo llamado la “troika”, formado por el Banco Mundial, el FMI y la Unión Europea, que en estos casos actúa a través del Eurogrupo, ya que todos estos países pertenecen al euro.

Los rescates se basan en una idea clave: los bancos no pueden pedir dinero prestado porque los inversores no confían en que se les devuelva. Por eso, el dinero prestado se encarece tanto que es imposible seguir operando y el estado tampoco puede financiar sus gastos.

Para poder recibir la ayuda, los países tienen que hacer recortes muy duros, como bajar el gasto público, reducir sueldos a los funcionarios y congelar o reducir pensiones. A partir de 2010, estos recortes marcan los rescates a Irlanda, Grecia y Portugal.

Una salida tradicional a las crisis —la devaluación de la moneda— no es posible dentro de la zona euro, ya que estos países no tienen su propia moneda y los préstamos en euros deben devolverse en euros. Por eso, se opta por una devaluación interna, es decir, reducir los costes en el país (salarios, precios…) para ganar competitividad.

Estas medidas tienen consecuencias sociales muy duras dentro de cada país, pero el impacto sobre el euro es limitado mientras solo afectan a países pequeños o medianos. El verdadero problema aparece cuando los países en riesgo son España e Italia, que son la tercera y cuarta economías más grandes del euro.

En España, en la primavera de 2010, el gobierno toma medidas como congelar pensiones y reducir un 5% el sueldo de los empleados públicos, mientras la prima de riesgo sube. Tanto en España como en Italia, la tensión solo se calma cuando Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo (BCE), afirma públicamente que hará “todo lo necesario para proteger el euro… cueste lo que cueste”.

La crisis de 2007-2008 se extiende hasta casi el comienzo de la pandemia (2020) y demuestra varias cosas:

  • Que la Unión Europea depende del éxito del euro y de su sistema económico y legal.
  • Que para que el euro funcione, los países tienen que coordinar bien sus políticas económicas, especialmente en lo que se refiere a la gestión del dinero público.

Sin embargo, también deja al descubierto un grave conflicto interno dentro de la UE: se crea una división entre el norte y el sur. Algunos países del norte, como Finlandia o los Países Bajos, se llaman a sí mismos “frugales” (porque gastan con cuidado). Por otro lado, los países del sur —Portugal, Italia, Grecia y España— reciben el apodo de “PIGS” por sus iniciales, muchas veces con prejuicios y estereotipos.

Las reuniones del Consejo Europeo (los líderes de cada país) se vuelven muy tensas por estos desacuerdos, que no siempre se basan en datos reales, sino en ideas preconcebidas.

El Brexit

En 2010, vuelven al gobierno del Reino Unido los conservadores, con David Cameron como líder. Cameron representa dentro de su partido (los Tories) una línea que apoya la Unión Europea, como lo hicieron políticos importantes del pasado como Churchill, Macmillan o Heath. Sin embargo, dentro del partido también hay un grupo que no confía en la UE, liderado por Boris Johnson, quien desde 2012 empieza a pedir un referéndum para decidir si el Reino Unido debe seguir en la Unión Europea.

El conflicto entre Cameron y Johnson no es solo político, sino también personal. Desde que comienza su mandato como primer ministro, el mayor problema de Cameron no es la crisis económica, sino la división en su propio partido. Para intentar resolverlo, decide usar una herramienta muy directa: consultar al pueblo con referéndums.

Este tipo de consultas obligan a la gente a votar entre dos opciones cerradas, sin lugar para opiniones intermedias. Eso puede dividir a la sociedad y empeorar los debates públicos. Cuando Escocia pide hacer un referéndum para decidir si se separa del Reino Unido, Cameron acepta con la condición de que la pregunta sea clara. Ambos gobiernos acuerdan celebrarlo a finales del verano de 2014, y se reconocen mutuamente con el mismo nivel político.

Cameron pensaba que ganaría con mucha ventaja. Aunque gana el “no” a la independencia, lo hace por solo 10 puntos, y en ciudades grandes como Glasgow gana el voto a favor de la independencia. Esto tuvo un gran impacto en Europa, donde también existen movimientos que quieren separarse en algunos países.

Cameron ve el resultado como un apoyo a su liderazgo y decide usar la misma estrategia dentro de su partido: convoca un nuevo referéndum, esta vez para decidir si el Reino Unido sigue o no en la Unión Europea. El referéndum se celebrará en 2016.

En esa votación, apoyan quedarse en la UE el grupo oficial del Partido Conservador, los liberales, los laboristas y los nacionalistas escoceses, galeses e irlandeses. En contra están los conservadores que rechazan la UE y el UKIP, partido que quiere la salida y que es liderado por Nigel Farage.

Durante la campaña, los que están a favor del Brexit usan muchos argumentos falsos, pero ganan con una diferencia de tres puntos. Votan a favor de quedarse en la UE Escocia, el norte de Irlanda, nueve de las diez ciudades más pobladas (como Oxford, Cambridge y Londres) y también el norte y oeste de Gales.

Por edades, los menores de 40 años votan mayoritariamente por quedarse. En cambio, los mayores de 50 apoyan salir, influenciados por mensajes como el que decía que al salir de la UE se podrían gastar 10.000 millones de libras más en salud cada año. Además, en las ciudades pequeñas y en zonas industriales que han sufrido mucho por la crisis, el voto al Brexit se ve como una forma de recuperar el orgullo nacional y también como una forma de expresar malestar social. Es decir, es un voto con motivaciones tanto de identidad como de clase social. Estas emociones fueron más fáciles de activar que los argumentos racionales de los que defendían seguir en la UE.

El resultado del Brexit, aunque posible, sorprendió mucho. Fue un golpe muy fuerte para la Unión Europea y también para el proyecto europeo en general. Por primera vez, un país abandona la UE, y además uno de los cinco más grandes.

El Brexit también mostró que el proyecto europeo no era solo para Europa continental (como lo veían Francia y Alemania), sino que también era una propuesta para unir a los países por cultura e historia comunes.

Tras el referéndum, comienzan años de negociaciones para que el Reino Unido deje la UE, ya que como miembro había firmado más de 6000 acuerdos internacionales.

Al día siguiente del referéndum, los líderes del Brexit se contradicen y niegan muchas de sus promesas. Al mismo tiempo, empieza a surgir (aunque aún pequeño) un movimiento que pide hacer otro referéndum para volver a entrar en la UE, que ahora vive una de las peores crisis de su historia.

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