La cuestión foral

El reinado de Isabel II. La oposición al liberalismo: carlismo y Guerra Civil. La cuestión foral


En Octubre 1830 nacíó Isabel de Borbón, hija de Fernando VII y María Cristina de Borbón. Con la previsión de que el recién nacido no fuese varón, el rey abolía la Ley Sálica de 1713, que excluía del trono a las mujeres. Carlos Mª Isidro, hermano del monarca, no reconocíó los derechos sucesorios de su sobrina. Tras la muerte de Fernando VII, en Septiembre de 1833, se iniciaron los levantamientos armados a favor del pretendiente Carlos. Comenzaba una larga Guerra Civil (1833-1840), con un enfrentamiento que dividíó política y socialmente al país /Dada la minoría de edad de Isabel, Mª Cristina asumíó la Regencia apoyándose en los liberales y las altas jerarquías del ejército, la Iglesia y el Estado /En el bando carlista se agruparon pequeños nobles rurales, parte del bajo clero y muchos campesinos. Los carlistas reivindicaban el mantenimiento de los fueros vasco
Navarros:

 instituciones de autogobierno, un sistema judicial propio y la exención fiscal y de quintas. La preservación de estos privilegios chocaba frontalmente con la política centralizadora del régimen liberal.
La ideología carlista defendían el Antiguo Régimen, el tradicionalismo católico y los intereses de la Iglesia y la monarquía absoluta de origen divino El carlismo tuvo fuerte implantación en Navarra, el País Vasco, la zona al norte del Ebro y el Maestrazgo /El Gobierno isabelino, fue incapaz de enviar un ejército bien equipado al norte con rapidez. Ese retraso permitíó a Zumalacárregui, adiestrar a un ejército de unos 20.000 hombres. Cuando las tropas isabelinas llegaron se vieron acosadas por constantes emboscadas, sin conseguir un enfrentamiento en campo abierto. En 1835 Zumalacárregui controlaba la mayor parte del País Vasco y por la necesidad de conseguir dinero y apoyos internacionales, don Carlos le ordena tomar Bilbao.

 La operación comenzó con éxito, pero poco después Zumalacárregui  fallece, dejando a los carlistas sin su mejor estratega. El sitio de Bilbao fue levantado y durante los dos años siguientes la guerra entró en una fase de equilibrio entre los dos bandos. Don Carlos decidíó emprender una gran expedición que saliese de sus bases en el norte. La Expedición Real de 1837 fue un fracaso: el ejército carlista cruzó toda Cataluña y Valencia, llegando a la vista de Madrid. Los carlistas esperaban que el pueblo se sumarían a su ejército, pero no ocurríó así y, ante la falta de efectivos suficientes para atacar la capital, retrocedieron. En 1838 el general liberal Espartero recibíó los recursos necesarios para formar un ejército numeroso y bien equipado, iniciando una nueva campaña. En el bando carlista la situación se había ido haciendo más difícil, debido a enfrentamientos entre los propios dirigentes. Don Carlos había dado al general Maroto el mando del ejército del norte.

En Febrero de 1839 se desencadenó una crisis entre Maroto y un grupo de oficiales, representantes de la facción más absolutista, que acabó con el fusilamiento de seis de ellos. Finalmente, Maroto, cansado y decepcionado por la incapacidad del pretendiente y las intrigas de su Corte, inició negociaciones de paz con el general liberal Espartero. El 29 de Agosto de 1839, Maroto firmó el Convenio de Vergara por el cual los carlistas reconocían a Isabel como reina legítima; por su parte, los isabelinos aceptaban la incorporación de los militares carlistas al ejército isabelino, sin ninguna pérdida de grado, y la confirmación de los fueros vasco-navarros. Este acuerdo no se aceptó en el Maestrazgo, donde el general carlista Cabrera consiguió mantener la resistencia hasta Julio de 1840. El carlismo conservó alguna fuerza en el País Vasco y Navarra, volviendo a resurgir en las Segunda (1846-49) y Tercera (1872-76) Guerras Carlistas.

Isabel II (1833-1843): las Regencias


Dada la minoría de edad de Isabel, María Cristina de Borbón asumíó la Regencia a la muerte de su marido, Femando VIl, en 1833. María Cristina encargó a Martínez de la Rosa, un liberal moderado, que formase un Gobierno que hiciera frente a la insurrección carlista. Martínez de la Rosa emprendíó una serie de reformas muy moderadas, cuyo principal marco legal fue el Estatuto Real de 1834, carta otorgada por voluntad de la regente. Se establecían Cortes bicamerales: Cámara de Procuradores (Grandes de España y otros designados por la Corona) y Cámara de Procuradores (elegida por sufragio censitario:: varones de más de treinta años y con rentas altas). La Corona podía convocar y suspender Cortes y manténía su derecho de veto sobre cualquier ley /La actuación administrativa más relevante de este periodo se debe a Javier de Burgos, Ministro de Fomento, quien en 1833 establecíó la división de España en 49 provincias, situando al frente de cada una de ellas a un «jefe político», antecedente del gobernador civil /

La insuficiencia de las reformas de Martínez de la Rosa provocó la división de los liberales. Los liberales progresistas postulaban la limitación del poder de la Corona, una ampliación de las libertades y rebajar las condiciones electorales. Los alcaldes y concejales debían ser elegidos por votación popular. Propónían la desamortización de los bienes eclesiásticos y de los ayuntamientos. En cuanto a las relaciones comerciales, apostaban por el liberalismo económico y la reducción de la protección arancelaria. La Milicia Nacional habría de ser el cuerpo armado garante de las libertades.  Encontraron el respaldo social de las clases medias urbanas; siendo sus principales dirigentes Espartero, Mendizábal y Prim /Por el contrario, los liberales moderados defendían el fortalecimiento del poder de la monarquía y  limitación de las libertades. Rechazaban reformas que pusieran en cuestión la propiedad privada, aunque, tras las desamortizaciones realizadas por los progresistas, no trataron de devolver sus propiedades al clero o los ayuntamientos.

Propugnaban un sufragio censitario restringido, la designación de los ayuntamientos por el Gobierno central y la supresión de la Milicia Nacional. Representaban a las clases altas: terratenientes, grandes industriales, burguésía financiera y comercial… Sus principales dirigentes fueron Martínez de la Rosa, Narváez y Alejandro Mon /En 1836 los sargentos de la Guardia Real obligaron a la reina regente, que descansaba en el palacio de la Granja, a suspender el Estatuto Real y proclamar la Constitución de 1812. María Cristina tuvo que llamar a los progresistas al poder, quienes elaboraron y aprobaron una nueva Constitución en 1837; según la cual, el poder legislativo sería compartido por las Cortes y la Corona, que se reservaba el derecho de veto y el nombramiento de los senadores. Asimismo, el monarca designaría a los miembros del Gobierno, que debían proceder del partido más votado. Se establecían unas Cortes bicamerales. Los diputados del Congreso serían elegidos por voto directo y sufragio censitario masculino (unos 240.000 electores). Se incorporaba una declaración de derechos individuales, cuya salvaguardia recaería en la Milicia Nacional

/Las nuevas Cortes promulgaron la abolición del régimen señorial, los mayorazgos y el diezmo eclesiástico; y aprobarían la puesta en marcha de un amplio proceso desamortizador de los bienes eclesiásticos (Mendizábal, 1836- 1841) /La oposición de la regente a la Lev de Ayuntamientos (1840), que establecía la elección de alcaldes y concejales por los vecinos, unida a diversos conflictos ligados a su vida privada, forzaron su renuncia. Se nombró a un nuevo regente, el general Espartero. Durante su breve regencia se aceleró la desamortización de los bienes eclesiásticos y se recortaron los fueros vasco-navarros. La firma de un acuerdo librecambista con Inglaterra provocó protestas en Barcelona, que fueron duramente reprimidas. El bombardeo de la ciudad elevó la impopularidad de Espartero hasta el extremo de perder el apoyo de los propios progresistas. Finalmente, una sublevación militar organizada por los moderados precipitó el fin de la regencia de Espartero. Para salir de la confusa situación política en que se hallaba el país, en 1843 se declaró mayor de edad y se coronó a una Isabel II de tan sólo trece años.

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