La Hegemonía de los Habsburgo: Reinados de Carlos V y Felipe II en la Monarquía Hispánica

El Imperio de Carlos V (1517-1556)

En 1517, Carlos I fue proclamado rey de la Monarquía Hispánica. Sus territorios constituían solo una parte de la extensa herencia que había confluido en él. Tras el fallecimiento de Isabel la Católica, su hija Juana fue nombrada reina de Castilla, y su esposo, Felipe el Hermoso, era heredero de los territorios de Borgoña y del patrimonio de la Casa de Austria. Fruto de esta unión nació el príncipe Carlos en 1500, en la ciudad flamenca de Gante.

Sin embargo, la muerte prematura de Felipe y la incapacidad mental de Juana llevaron a que Fernando el Católico fuera nombrado regente de Castilla en 1507, aunque el cargo fue desempeñado por el arzobispo de Toledo, el Cardenal Cisneros. Finalmente, en 1516, Carlos I, con 17 años, se hizo cargo del patrimonio de sus abuelos maternos. En 1519 fue proclamado Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, con el nombre de Carlos V.

El emperador fue un monarca cosmopolita, al igual que su propio territorio. No dispuso de una capital fija ni de una residencia permanente. Sus posesiones eran extensas, pero también muy distantes y diversas, en una época en la que los medios de comunicación eran extremadamente difíciles.

Conflictos Interiores: Las Comunidades y las Germanías

El inicio del reinado de Carlos en sus posesiones hispanas estuvo lleno de dificultades y conflictos. Al llegar a finales de 1517, no hablaba castellano y venía acompañado por un numeroso grupo de cortesanos flamencos, quienes pronto obtuvieron cargos y rentas en la Corona de Castilla. Carlos solicitó dinero para sufragar los gastos que exigía la obtención de la dignidad imperial, que logró en 1519. La subida de los impuestos derivó en la Revuelta de las Comunidades en Castilla, entre 1520 y 1522.

Esta insurrección fue protagonizada por la pequeña nobleza, los estratos medios y los sectores populares urbanos. Capitaneados por Bravo, Maldonado y Padilla, los comuneros reclamaron, además, el fin de la salida de la moneda castellana hacia otros territorios del Imperio, la protección de la industria textil castellana y la exclusión de los extranjeros de los cargos políticos. También exigían una monarquía menos autoritaria y un papel más destacado para las Cortes castellanas. El foco de la revuelta se localizó en ciudades como Toledo, Madrid y Zamora. Las ciudades implicadas expulsaron a los procuradores que habían aprobado en las Cortes los impuestos exigidos por el monarca.

Tras la formación de la Santa Junta, la insurrección cobró un carácter cada vez más antiseñorial, y los comuneros ofrecieron el trono a la reina Juana. Esto provocó que la alta nobleza terminara por unirse a la causa del emperador, al que también apoyaban las poderosas ciudades andaluzas. En la población vallisoletana de Villalar, las tropas comuneras sufrieron una derrota decisiva en 1521, que culminó con la ejecución de sus líderes. Toledo resistió nueve meses más con María Pacheco al frente.

En paralelo, aunque sin conexión directa, estalló la Revuelta de las Germanías en territorios de Valencia y Mallorca. Se inició en 1519, cuando los artesanos y los comerciantes de las germanías (gremios) se hicieron con el control del gobierno municipal de Valencia después de que la nobleza y las autoridades de la ciudad la abandonasen por miedo a la peste. Fue una revuelta de elevado contenido social. La revuelta se extendió y se radicalizó en el campo, donde los campesinos atacaron a los siervos mudéjares de la nobleza, y la rebelión adquirió un fuerte carácter antiseñorial. Finalmente, las tropas imperiales y la nobleza local dominaron la situación, vencieron a los agermanados y castigaron duramente a sus cabecillas.

La Política Exterior del Imperio de Carlos V

Para llevar a cabo su política exterior y conservar su vasto patrimonio, Carlos V utilizó algunos de los instrumentos ya empleados por los Reyes Católicos; además, contó con el recurso de los metales preciosos procedentes de América.

Las Guerras con Francia

El gran rival de Carlos V fue el rey de Francia, Francisco I, quien había disputado con el monarca español el título de emperador y buscaba liberarse del cerco estratégico al que le tenía sometido Carlos V desde sus posesiones peninsulares, flamencas e italianas. Para contrarrestarle, el monarca francés no dudó en aliarse con los otomanos, los piratas berberiscos y los príncipes alemanes. Por su parte, el emperador contó, por algún tiempo, con la alianza de la Inglaterra de Enrique VIII, mientras que los estados italianos oscilaban a favor de uno u otro en función de sus intereses y circunstancias.

Se sucedieron seis guerras contra Francia, la última ya con Felipe II, que tuvieron como campos de batalla la frontera pirenaica, Flandes y, sobre todo, los territorios italianos. Fue en la península itálica donde el emperador logró los más importantes éxitos militares, como la victoria de Pavía, en 1525, en la que fue capturado el propio Francisco I. Incluso el Papa, alineado con la causa francesa, padeció el azote de los ejércitos imperiales, que protagonizaron el Sacco di Roma (1527). Finalmente, Carlos logró el control del estratégico ducado de Milán y el apoyo de Génova, lo que convirtió a España en la potencia hegemónica de la península itálica.

La Lucha Contra el Imperio Otomano

El siglo XVI fue el periodo de máximo apogeo del Imperio otomano. Bajo el liderazgo de Solimán el Magnífico, los ejércitos turcos avanzaron sobre los Balcanes, e incluso asediaron la ciudad de Viena, aunque las fuerzas imperiales lograron salvar la capital de los Habsburgo en 1529. El peligro otomano también amenazaba las posesiones del emperador en todo el Mediterráneo. Aliados con piratas berberiscos como Barbarroja, la flota turca asolaba las costas de las posesiones mediterráneas de Carlos V. Salvo el éxito de la conquista de Túnez en 1535, el emperador fracasó a la hora de contrarrestar de forma definitiva el poder otomano.

El Conflicto con los Protestantes

El inicio de la Reforma, promovida por la difusión de las tesis de Lutero en pleno corazón del Sacro Imperio Romano Germánico, se convirtió en un peligroso reto para Carlos V, quien se consideraba el principal defensor de la cristiandad. Aunque en principio intentó una política conciliadora y se mostró partidario de llegar a un compromiso entre protestantes y católicos, muchos príncipes alemanes percibieron en la Reforma una oportunidad no solo de apoderarse de las posesiones de la Iglesia católica, sino de desligarse de la autoridad del emperador.

Pese a las presiones de Carlos V, la convocatoria de un concilio que recondujera la situación se retrasó demasiado. Finalmente, en 1545 se inició el Concilio de Trento, pero los protestantes ya habían roto con la Iglesia católica. Las tropas de Carlos V derrotaron a los protestantes en Mühlberg (1547). Sin embargo, la victoria no supuso la restauración del catolicismo, ni el emperador pudo imponer su autoridad política. Al final, con sus recursos agotados, Carlos V tuvo que firmar la Paz de Augsburgo (1555), por la que se reconocía oficialmente el protestantismo en el Imperio bajo el principio cuius regio, eius religio (la religión del príncipe es la religión del territorio).

La Monarquía Hispánica de Felipe II (1556-1598)

Carlos V decidió retirarse, ya enfermo, al monasterio cacereño de Yuste en 1556. Con su abdicación, el proyecto del ideal imperial quedó roto al repartir su herencia entre su hermano Fernando, al que legó los dominios austriacos y los derechos imperiales, y su hijo Felipe II.

Características de la Monarquía Hispánica bajo Felipe II

En 1556, Felipe II ocupó el trono español tras la abdicación de su padre. Después de su estancia en Inglaterra como rey consorte y en Flandes, regresó a la península ibérica en 1559, de donde ya no volvería a ausentarse. Al contrario que su padre, no tuvo una corte itinerante y fijó la capital en Madrid, en pleno centro de la Península y en el corazón de la Corona castellana. Tampoco fue un jefe militar como Carlos V y prefirió el trabajo burocrático, ganándose el apodo de «Rey Prudente».

A pesar de las diferencias en el estilo de gobierno, Felipe II continuó las principales líneas maestras de la política de su padre. Luchó por mantener la hegemonía de los Austrias en Europa, para lo que tuvo que enfrentarse a viejos y nuevos enemigos, como Inglaterra y los Países Bajos, aunque no descuidó el frente sur y empleó importantes recursos frente al Islam. Como su padre, se consideró protector de los católicos y por ello impulsó la Contrarreforma católica.

Las Alteraciones Interiores

Felipe II tuvo que hacer frente a algunos conflictos graves dentro de la propia Península.

La Sublevación de las Alpujarras

El primer conflicto fue conocido como la sublevación de las Alpujarras y tuvo un trasfondo religioso y estratégico. Los moriscos, conversos al catolicismo cuya sinceridad era cuestionada, constituían una población no integrada que seguía manteniendo, en gran parte, su cultura, su lengua y sus costumbres de origen musulmán. Además, eran considerados colaboradores de los piratas berberiscos y posibles aliados de los turcos en caso de invasión de la Península. La rebelión fue provocada por una orden real que intentaba prohibir los usos y costumbres tradicionales de la población morisca.

El conflicto adquirió tintes muy violentos y fue necesaria la intervención del propio Don Juan de Austria, hermano bastardo del rey, para sofocarla. Durante los años que duró la sublevación, 1568-1570, los moriscos fueron diezmados y finalmente expulsados del antiguo reino de Granada, deportados y dispersados por la Corona castellana.

El Conflicto de Aragón y Antonio Pérez

Décadas más tarde, el reino de Aragón planteó un grave problema al monarca. Las alteraciones de los años 1591-1592 estuvieron relacionadas con la figura del que había sido su secretario, Antonio Pérez, que estaba encarcelado desde 1579 por su participación en el asesinato de Juan de Escobedo, secretario de Don Juan de Austria. En 1591 consiguió huir a su tierra natal, Aragón. Allí se acogió a la protección del Justicia Mayor, Juan de Lanuza, que era la máxima autoridad judicial y que impidió el apresamiento de Antonio Pérez, amparándose en los fueros aragoneses.

Felipe II hizo intervenir a la Inquisición, tribunal con jurisdicción en todos sus reinos, pero se produjeron tumultos en Zaragoza, y Antonio Pérez logró huir a Francia. Desde allí, el antiguo secretario de Felipe II contribuyó con sus escritos a difundir la Leyenda Negra sobre el monarca y la propia España. Las tropas del rey intervinieron y Juan de Lanuza fue ajusticiado. Finalmente, en las Cortes de Tarazona de 1592 quedaron restringidos algunos fueros aragoneses.

La Unión con Portugal

El sueño de unidad peninsular de los Reyes Católicos se hizo realidad cuando Felipe II ocupó el trono portugués en 1580 como resultado de los enlaces matrimoniales entre la Casa de Avis portuguesa y miembros de la Casa de Austria. En 1578, el rey portugués Sebastián I murió en una expedición al norte de África sin dejar descendencia directa. El soberano español, como sobrino legítimo del rey portugués Juan III, reclamó el trono frente al otro pretendiente.

En 1581, las Cortes de Tomar reconocieron a Felipe II como rey de Portugal. El monarca español supo ganarse a la clase dirigente portuguesa prometiendo respetar las instituciones y la autonomía de Portugal, además de comprometerse a que todos los asuntos del país fueran gestionados por portugueses. De esta manera, se consolidó la «Unión Ibérica».

La Política Exterior de Felipe II

La Lucha en el Mediterráneo

Los inicios del reinado de Felipe II coincidieron con el rebrote de los ataques turcos en las costas mediterráneas. La conquista de Chipre y Túnez supuso un fuerte avance del poder otomano, que llegó a amenazar la isla de Malta, punto estratégico del comercio marítimo de la época. En estas circunstancias, el papa Pío V aglutinó una coalición, la Liga Santa, junto con Venecia y España. Una enorme flota, al mando de Don Juan de Austria, logró una espectacular victoria en Lepanto (1571) que estabilizó la situación en el Mediterráneo occidental.

La Rebelión de Flandes

Los Países Bajos formaban parte del patrimonio de Felipe II; era un territorio próspero y a la vez una base estratégica en el corazón de Europa. Sin embargo, en 1566 estallaron una serie de motines que degeneraron en una guerra que se prolongó durante ochenta años (1568-1648).

Entre las causas del conflicto incidió la penetración del calvinismo, rama del movimiento reformista que se difundió con empuje en las provincias del norte de los Países Bajos, sobre todo en Holanda. Detrás de la rebelión también se descubren causas políticas:

  • El alejamiento del rey de estos territorios y su progresivo autoritarismo.
  • La constante pérdida de poder de la alta nobleza flamenca.
  • El aumento del malestar ante las crecientes cargas fiscales impuestas a la población.

Ni la política represiva del Duque de Alba, ni la conciliadora de Don Juan de Austria lograron detener la rebelión, que se afianzó en los territorios más septentrionales. Los holandeses, gracias a su dominio de los mares y protegidos por un territorio que hacía muy difíciles los ataques por tierra, consiguieron detener las sucesivas ofensivas de los tercios españoles.

A partir de 1578, Alejandro Farnesio, nuevo gobernador de los Países Bajos, logró atraer a la causa española a la nobleza y población católica. Se constituyó la Unión de Arras frente a los calvinistas de la Unión de Utrecht, que terminarían por constituir las Provincias Unidas, independientes del Imperio español de Felipe II.

El Conflicto en el Atlántico y la Rivalidad con Inglaterra

El conflicto en Flandes terminó por involucrar a la protestante Inglaterra, gobernada por Isabel I. Los corsarios ingleses obstaculizaron el comercio entre España y América, a la vez que la reina apoyaba y financiaba a los holandeses en su guerra contra España. Ante esto, Felipe II decidió invadir Inglaterra, pero el fracaso de la Gran Armada (o Armada Invencible) en 1588 terminó con esos planes.

Al final de su reinado, Felipe II apoyó la causa católica en la guerra civil francesa ante la posibilidad de que un hugonote ocupara el trono francés, buscando siempre mantener la hegemonía católica de los Habsburgo.

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