Pontificado e Imperio: La Pugna por el Poder en la Edad Media
Las relaciones entre el poder temporal, representado por el emperador, y el poder espiritual, encarnado en el pontificado, fueron intensas durante los siglos XI al XIII. Estas relaciones estuvieron caracterizadas por el enfrentamiento, la llamada lucha por el dominium mundi.
Relaciones en los Siglos XI y XII: El Auge del Conflicto
Desde la muerte de Otón III hasta la llegada al trono de Federico I Barbarroja, tres dinastías imperiales se suceden, y tres son los elementos comunes de su política: la consolidación del poder en Alemania frente a los feudatarios, la defensa de sus fronteras orientales y las difíciles relaciones con el Papado.
Durante la primera mitad del siglo XI, su autoridad fue incuestionada, lo que les hizo verdaderos jefes de la Cristiandad. En su mano estaba la designación del Pontífice, una política cesaropapista.
A la muerte de Otón III, sube al trono Enrique II, quien heredaba problemas en Polonia, Lombardía y con los clanes romanos.
En 1024, mueren el emperador y el Papa Benedicto VIII.
Conrado II (1024-1039) inicia una nueva dinastía: la de Franconia, devolviendo al Imperio el prestigio perdido. En Italia, su política siguió las pautas cesaropapistas, buscando apoyo entre la pequeña nobleza, contrarrestando así a los obispos y la alta nobleza.
Enrique III (1039-1056) continuó su línea. Su tutela sobre el Pontificado queda plasmada con la elección del Papa Clemente II y más tarde el Papa León IX, ambos candidatos imperiales. La política reformista del Papa Gregorio VII alcanza su máxima expresión con el Dictatus Papae (1075), punto de arranque de la conflictiva relación con Enrique IV. Un sínodo de obispos reunidos por Enrique IV en Worms repudia la actuación de Gregorio VII. La réplica del Pontífice fue fulminante e inédita: la excomunión de Enrique IV. Los príncipes alemanes aprovecharon la oportunidad para debilitar al soberano, quien optó por pedir perdón al Papa.
La reconciliación fue en el castillo de Canossa, en los Apeninos. Gregorio VII levantó la excomunión al monarca, pero enseguida se alzaron voces preguntándose: ¿perdonado como cristiano o también como rey? Esta situación fue aprovechada por los grandes feudatarios alemanes que erigieron como rey a Rodolfo de Suabia. Desde 1080, se agravan los acontecimientos: Gregorio VII dicta una nueva excomunión contra Enrique IV y este responde con un concilio de obispos antigregorianos que eligen Papa a Clemente III. Rodolfo de Suabia es derrotado y muerto en Elster, y Enrique IV ataca Italia acompañado de su antipapa que le corona como emperador a las afueras de Roma, gesto de escaso valor ya que tuvo que volver a Alemania a enfrentarse a un nuevo candidato de los nobles.
El último choque entre Enrique IV y Gregorio VII se inicia en 1084. Apoyado por un gran ejército, el emperador entra en Roma con su antipapa Clemente III. El Papa Gregorio VII, apoyado por Roberto Guiscardo y los normandos del sur de Italia, logran expulsarlos. Gregorio VII, el triunfador, muere en 1085 y su sucesor será Urbano II. En sus manos se garantiza la continuidad de la reforma.
Los 20 años que Enrique IV sobrevivió a su rival fueron de continua desazón: tenía dificultades para mantener a su antipapa Clemente III, sus súbditos se rebelaban y los príncipes levantaron contra él dos posibles candidatos: Conrado, que muere en 1101, y el futuro Enrique V, que le sucederá tras su muerte en 1106.
Durante estos años, los Papas legítimos no desaprovecharon oportunidades: Urbano II (1088-1099), más flexible y político que Gregorio VII, aplicó discretamente la reforma. La excomunión que pesaba sobre Enrique IV y Felipe I de Francia convirtió al Pontífice en la verdadera cabeza de esta gran operación. A su muerte, la reforma parecía bien encauzada.
El panorama político alemán también era propicio. En 1107, Enrique V parecía dispuesto a las buenas relaciones con la Santa Sede. Tras duras negociaciones, en 1111 el monarca se compromete a renunciar a la investidura de cargos; a cambio, los obispos le entregarían todos los bienes feudales, pero ni los obispos ni Enrique V parece que estaban dispuestos. El conflicto renació: Enrique V fue excomulgado por el nuevo Papa Pascual II. En 1119, Occidente estaba hastiado con la polémica, más aún cuando Francia e Inglaterra habían llegado a acuerdos en el tema de investiduras.
Una nueva generación a la cabeza de la Iglesia (Calixto II e Ivo de Chartres) optó por el pragmatismo. Las diferencias con Enrique V fueron limándose hasta que llegan a un acuerdo. Firman el Concordato de Worms en 1122: Enrique V admitía la libre elección y consagración del elegido canónicamente y además se comprometía a devolver a la Iglesia de Roma los bienes arrebatados y a ayudar al Papa cuando este lo requiriese. A cambio, Calixto II otorga a Enrique V la facultad de estar presente en las elecciones de los obispados alemanes, vigilando el proceso y asegurándose tras el nombramiento del obispo la fidelidad de este. Su sucesor Honorio II (1124-1130) continuó su tarea y las buenas relaciones con Occidente, sobre todo con Lotario III.
Aun así, quedaba un asunto sin resolver: la articulación de la comunidad cristiana y de su gobierno. La reforma había establecido la supremacía papal, relegando al emperador a un segundo plano. Esto provocó en los años centrales del siglo XII la formación de dos partidos: los Welfen (Alemania) o Güelfos (Italia), partidarios de la supremacía del Papa, y los Waiblingen o Gibelinos, partidarios de la supremacía imperial.
La Lucha por el Dominium Mundi: Federico Barbarroja
Federico I Staufen, llamado Barbarroja, fue elegido para el trono con la esperanza de poner fin a las discordias en Alemania e Italia. Enseguida demostró su deseo de alcanzar la plenitud de poder que, a su juicio, Dios le había dado.
Alemania era una yuxtaposición de principados más que un estado. El monarca, un poder arbitral. Federico fue elegido como el más idóneo para encontrar la paz entre germanos. Tuvo que atender intereses contrapuestos: los del núcleo fuerte del Welfismo, los ducados de Sajonia y Baviera, que tras la muerte de Enrique el Soberbio quedan en manos de Enrique el León, menor de edad, convirtiendo los ducados en pasto de las ambiciones de sus rivales. Federico protegió su patrimonio, y para compensar a uno de los príncipes rivales, elevó a la categoría de ducado su feudo en Austria.
La península itálica fue su principal preocupación. Ayudó al Papa Adriano IV a sofocar la revuelta de Arnaldo de Brescia; a cambio, el Papa corona con solemnidad a Federico como emperador en 1154. Las buenas relaciones se truncan tras un incidente en la Dieta Imperial de Besançon en 1157, en la que el legado pontificio le acusa de recibir el Imperio como “beneficium” de la Santa Sede. Renace la pugna entre sacerdocium e imperium. Las sucesivas incursiones imperiales por Italia concluyen con la derrota de Federico I ante las tropas papales apoyadas por la Liga Lombarda en la Batalla de Legnano en 1176.
Esta derrota obligó al emperador a abrir la vía de la negociación: la conferencia de paz fue en Venecia en 1177 y en ella reconoce a Alejandro III como Papa y se absuelve al emperador, se reconoce a su hijo Enrique como Rey de los Romanos y se firma la paz con las ciudades lombardas y con el Rey de Sicilia Guillermo II. Se convoca el Concilio de Letrán en 1179 en el que se establece, entre otros muchos temas, la elección papal con dos tercios del Colegio de Cardenales para evitar problemas.
En 1181, muere el Papa Alejandro III. El emperador no pierde el tiempo. En Alemania procede al despojo de Enrique el León y en un viaje a Italia firma la Paz de Constanza: su autonomía a cambio de fidelidad. En el sur de Italia, su mayor éxito: casa a su heredero con la princesa Constanza, heredera de Sicilia.
En 1187, se predica la Tercera Cruzada por el Papa Clemente III, a la que se comprometen a acudir todos los monarcas europeos. En ella, el emperador muere ahogado.
El fin del breve reinado de su hijo, Enrique IV, deja consolidada la posición en el sur de Italia, y coincide con el ascenso al Papado de Inocencio III.
El Triunfo de la Plenitudo Potestatis: Inocencio III
Inocencio III poseía una excelente formación intelectual. Frente a los enemigos, no dudó en echar mano de la cruzada.
Inocencio III actuó como árbitro entre poderes terrenales. En el sur de Italia, tras la muerte de Enrique IV y Constanza, se mostró como valedor de un menor, Federico II, frente a normandos y alemanes. El Pontífice actuó como tutor hasta su mayoría de edad. Con respecto al Imperio, la muerte de Enrique IV puso a tres posibles candidatos a la corona alemana: Federico de Sicilia, su tío Felipe de Suabia y Otón de Brunswick. Otón fue coronado emperador en 1209. Eso era más de lo que Inocencio III podía soportar; en unos meses lo excomulga y deposita sus esperanzas en Federico de Sicilia, aunque tuvo cuidado en asegurarse la promesa del joven de mantener separados el Imperio y Sicilia.
El conflicto deja de ser alemán para convertirse en europeo. Detrás de Otón se situaron el rey inglés Juan y algunos nobles del norte de Francia. La victoria de estos no solo fue la derrota de Otón, sino un gran triunfo del Papa.
Inocencio III había convertido su sueño en realidad: un Pontífice como poder supremo de la Cristiandad. Convoca el IV Concilio de Letrán.