La Restauración Borbónica
Tras el fracaso de la I República, Cánovas del Castillo preparó la vuelta de los Borbones en Alfonso XII. Para ello, publicó el Manifiesto de Sandhurst, que recogía el programa de la nueva monarquía: un régimen conservador y católico que garantizaría el funcionamiento del sistema político liberal (propiedad, libre comercio). Pero fue el pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto el que proclamó rey a Alfonso XII. Se iniciaba así la Restauración, un largo período de estabilidad política, cuyas bases institucionales se establecieron en la Constitución de 1876.
Características de la Constitución de 1876
Basada en el liberalismo doctrinario, recogía la idea de la monarquía como institución incuestionable, donde el monarca gozaba de amplios poderes:
- Derecho a veto
- Nombramiento de ministros
- Potestad de convocar, suspender o disolver las Cortes
La soberanía era compartida entre la Corona y las Cortes, y estas últimas eran bicamerales. Establecía el sufragio censitario; declaraba la confesionalidad católica del Estado, aunque toleraba el culto privado de otras religiones; remitía los derechos a leyes ordinarias; y proponía un estado centralista.
El Sistema Político de la Restauración
De cara a mantener la estabilidad institucional, Cánovas diseñó el sistema político bipartidista y de alternancia en el poder de los grandes partidos dinásticos: el Partido Conservador de Cánovas y el Partido Liberal de Sagasta. Ante el desgaste del gobierno, el rey disolvía las Cortes y se convocaban elecciones, aunque los diputados que debían salir ganadores ya estaban establecidos por el “encasillado”. El turno se garantizaba con el fraude electoral, posible gracias a la abstención y manejado por los caciques locales, que ejercían la compra del voto o coacción.
El Reinado de Alfonso XII
El reinado de Alfonso XII se inició con el gobierno conservador, que elaboró la Constitución de 1876 y que dio fin a la III Guerra Carlista y a la Guerra de los Diez Años de Cuba. En 1881, Sagasta formó un primer gobierno liberal, siendo sustituido de nuevo por Cánovas en 1884. El temor a una desestabilización del sistema tras la muerte de Alfonso XII en 1885 llevó a la firma del Pacto de El Pardo para consagrar el “turnismo”. Entre 1885 y 1890 se dio el gobierno liberal de Sagasta, con el que se iniciaba la regencia de María Cristina de Habsburgo, y que desarrollaría una importante obra reformista. En la última década se mantuvo el turno pacífico.
Crisis del Sistema Político
El asesinato de Cánovas del Castillo en 1897 derivó en la crisis del Partido Conservador, mientras que comenzaban las disidencias internas y la descomposición progresiva de ambos partidos. La oposición al sistema político estuvo representada por diversos grupos, como el carlismo, derrotado una vez más en 1876, o los republicanos, divididos en diversos partidos. Por añadido, nacieron los nacionalismos periféricos, especialmente en Cataluña y el País Vasco.
Nacionalismo Catalán y Vasco
El nacionalismo catalán se desarrolló sobre el renacimiento cultural y literario y el federalismo político de Pi y Margall. En 1891 surgió la Unió Catalanista, cuyo programa quedó recogido en las Bases de Manresa. El nacionalismo vasco, por su parte, surgió como respuesta a la supresión de los fueros tras la Tercera Guerra Carlista. El promotor ideológico, Sabino Arana, defendió la superioridad de la lengua, las costumbres y la raza vasca, el catolicismo y el antiespañolismo.
El Movimiento Obrero
Por otro lado, estuvo el Movimiento Obrero, que había cobrado importancia desde 1868, tras las visitas del anarquista Fanelli, quien dio a conocer la Primera Internacional; y Lafargue, que expandió las ideas marxistas. Tras la aprobación de la Ley de Asociaciones, nació la Federación de Trabajadores de la Región Española, de tendencia anarquista. Convivió un anarquismo sindicalista con otro terrorista. El marxismo, por su parte, cobró importancia en Madrid, donde Pablo Iglesias fundó el Partido Socialista Obrero Español. También nació su sindicato: la UGT.
La Crisis de 1898
La firma del Tratado de París en 1898 supuso la liquidación del imperio colonial español: declaró la independencia de Cuba —tras la Paz de Zanjón y el malestar por el Arancel de 1891 se había producido la Guerra Chiquita y el Grito de Baire hasta la guerra hispano-norteamericana de 1898—; y Filipinas, Guam y Puerto Rico fueron entregadas a Estados Unidos. Ello sumió a la Restauración en una grave crisis política y moral, que impulsó el Regeneracionismo de Joaquín Costa, crítica al funcionamiento del sistema político basada en el aislamiento del cuerpo electoral, en la corrupción de los partidos (“Oligarquía y caciquismo”) y en el atraso respecto a Europa; y que expuso la necesidad de iniciar un proceso de reformas para modernizar la vida social y política del país.
