Nuevas fuentes de energía e industrias: electrificación, petróleo y avances tecnológicos

5.1. Nuevas fuentes de energía e industrias:

En esta etapa, la electricidad y el petróleo desbancaron al carbón. La invención de la dinamo (1869) permitió producir electricidad, mientras que el alternador y el transformador hicieron posible el traslado de corriente eléctrica. La electricidad tuvo muchas aplicaciones en la industria, en los transportes, sistemas de comunicación, ocio e iluminación. El petróleo comenzó a extraerse en Estados Unidos a mediados del siglo XIX. La invención del motor de explosión se usó como combustible para los coches. Asimismo, la aplicación de un motor diesel a la navegación permitió aumentar la rapidez y capacidad de los barcos. La aviación fue otra innovación gracias al petróleo. La metalurgia adquirió un gran impulso debido a la producción de nuevos metales como el acero inoxidable y el aluminio. Así, la industria del automóvil, con la invención del coche utilitario por Henry Ford, consiguió una gran expansión en Estados Unidos. La industria química logró un importante desarrollo en Alemania gracias a la fabricación de nuevos abonos y productos químicos. Finalmente, con la utilización del cemento armado se edificaron los primeros edificios.

5.2. Una nueva organización industrial:

A finales del siglo XIX, la organización de la producción se orientó hacia la fabricación en serie como la mejor manera de aumentar la productividad, disminuir el tiempo empleado y reducir los costes de fabricación. Este nuevo método se conoce como taylorismo, que consiste en la división del proceso de producción en tareas muy específicas utilizando máquinas de gran precisión. Este sistema de producción nació en Estados Unidos, y la fábrica de automóviles Ford fue una de las primeras en implantarlo. Las elevadas inversiones de capital que requerían las innovaciones tecnológicas estimularon la concentración industrial y las empresas se hicieron cada vez mayores. Para restringir la competencia se firmaban acuerdos entre empresas con el objetivo de fijar precios y establecer áreas de influencia. Así nacieron el cartel (acuerdos entre diferentes empresas), el trust (fusión de empresas), el holding (grupo financiero que posee la mayoría de las acciones de un conjunto de empresas y bancos) y el monopolio (derecho exclusivo de una empresa a comercializar un producto).

La nueva sociedad industrial:

En el nuevo sistema industrial, las diferencias sociales no se establecían, como en el antiguo régimen, por nacimiento sino por riqueza. Por tanto, la vieja sociedad estamental dio paso a la sociedad de clases, estructurada principalmente en dos grandes grupos: la burguesía y el proletariado.

La burguesía:

Se convirtió en el grupo hegemónico, al ser la propietaria de las industrias y los negocios. Existía una gran burguesía integrada por banqueros, rentistas y propietarios de grandes fábricas. También una mediana burguesía: compuesta por liberales, funcionarios y comerciantes. La pequeña burguesía, con un elevado número de empleados y tenderos, se mezclaba en ocasiones con la antigua nobleza. La burguesía se convirtió en el centro de la vida social, con viviendas ricamente decoradas y servicio doméstico. Su manera de vestir, divertirse y sus valores se impusieron como el modelo social a imitar.

Los obreros:

Los trabajadores en las fábricas formaban el proletariado industrial y urbano. Constituían la mano de obra necesaria para las fábricas, donde se empleaban a cambio de un salario. Eran el grupo más numeroso y desfavorecido en la nueva sociedad. Al principio no existía ninguna legislación que fijase las condiciones laborales de los trabajadores. Por ello, los horarios y las festividades eran establecidas por los empresarios. En consecuencia, sus condiciones de vida y de trabajo resultaban muy duras. La jornada laboral era de 12 a 14 horas diarias y las remuneraciones eran insuficientes para mantener a una familia. Eso obligaba a trabajar a mujeres y niños, que percibían un sueldo inferior al de los hombres. Además, los talleres carecían de condiciones higiénicas, lo cual incrementaba las enfermedades entre los obreros.

Las primeras sociedades obreras:

La primera reacción de los obreros fue su oposición al maquinismo, por considerarlo responsable de los bajos salarios y del desempleo. Su protesta se dirigió hacia la destrucción de máquinas y el incendio de establecimientos industriales (ludismo). Esta forma de resistencia se extendió por Europa en las primeras décadas del siglo XIX. Paralelamente, algunos sectores de trabajadores empezaron a darse cuenta de que formaban parte de una misma clase social, con problemas comunes y objetivos propios (conciencia de clase). Para defender sus intereses, crearon las sociedades de socorros mutuos, que nacieron en Gran Bretaña a finales del siglo XIX. Su objetivo era actuar como sociedades de resistencia para ayudar económicamente a sus miembros en caso de enfermedad o desempleo. Las sociedades obreras fueron al principio ilegalizadas por los gobiernos liberales, pero en 1825 se derogaron en Gran Bretaña las leyes que las prohibían y se fundaron los primeros sindicatos (Sindicato General de Hiladores). En 1834 se fundó Great Trade Union, un sindicato que agrupaba a obreros de distintos oficios. El objetivo de los sindicatos era mejorar las condiciones de trabajo de los obreros. Sus primeras reivindicaciones fueron la defensa del derecho de asociación, la reducción de la jornada laboral, mejores salarios y la regulación del trabajo infantil.

7.1. Marxismo y socialismo:

A mediados del siglo XIX, Karl Marx y Friedrich Engels denunciaron la explotación de la clase trabajadora y defendieron la necesidad de una revolución obrera para destruir el capitalismo. El fin de la propiedad privada llevaría a la progresiva desaparición de las clases sociales y del Estado, para poder alcanzar una sociedad sin clases. A partir del último tercio del siglo XIX, los marxistas propusieron la creación de partidos obreros socialistas. Su objetivo era la realización de la revolución proletaria, pero también defendían su intervención en la vida política a través de la participación en las elecciones y la entrada en los parlamentos nacionales. De este modo, los diputados socialistas impulsarían una legislación más favorable a los trabajadores (sufragio universal, jornada laboral de 8 horas, etc.).

7.2. Anarquismo:

El anarquismo reunió a un conjunto de pensadores que tenían en común tres principios: la exaltación de la libertad individual y de la solidaridad social, la crítica a la propiedad privada y la defensa de formas de propiedad colectiva, y el rechazo a la autoridad, principalmente del Estado. Defendían la acción revolucionaria de los obreros y campesinos para destruir el Estado y crear una nueva sociedad colectivista e igualitaria. Se oponían a la participación en la vida política y a la organización de los trabajadores en partidos.

7.3. Internacionalismo:

Marxistas y anarquistas defendían la necesidad de unir los esfuerzos de la clase obrera de todo el mundo para luchar contra el capitalismo (internacionalismo proletario). A iniciativa de Marx, en 1864 se creó la Asociación Internacional de Trabajadores (I Internacional), que desapareció en 1876. En 1889, algunos dirigentes socialistas fundaron en París la II Internacional. Era una organización exclusivamente socialista cuyo objetivo consistía en la coordinación de programas y actuaciones de los diferentes partidos socialistas.

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