Orígenes y Consecuencias de las Grandes Revoluciones Modernas (1776-1815)

La Revolución Americana

El Reino Unido poseía trece colonias en la costa oriental de Norteamérica (Doc. 1). El 4 de julio de 1776, los habitantes de las trece colonias proclamaron su independencia e iniciaron una guerra que desembocó en la fundación de los Estados Unidos de América.

Los Orígenes de la Independencia

El origen de la rebelión de los colonos americanos se remontaba a la Guerra de los Siete Años (1756-1763) entre británicos y franceses. El costo de la guerra se cargó sobre los propios colonos, quienes se negaron a pagar basándose en el artículo de la Declaración de Derechos Inglesa de 1689, que consideraba «ilegal» todo impuesto exigido por la Corona sin la aprobación del Parlamento. Como los colonos norteamericanos no participaban en la elección del Parlamento británico, consideraban que no debían pagar impuestos. Su lema era: «Ningún impuesto sin representación».

La Stamp Act de 1765, que imponía un gravamen sobre documentos y publicaciones, fue retirada a causa de las protestas que desató. Nuevos impuestos sobre el papel, el vidrio o el plomo también fueron suprimidos, pero se mantuvo el impuesto sobre el té, de gran consumo entre los colonos.

La concesión en 1773 del monopolio de la venta del té a la Compañía de las Indias Orientales perjudicó a los comerciantes de las colonias. La respuesta fue el llamado Boston Tea Party o motín del té (diciembre de 1773), en el que unos jóvenes disfrazados de indios lanzaron al mar los cargamentos de té que la Compañía tenía en los barcos del puerto de esa ciudad. El gobierno inglés respondió con el cierre del puerto, así como con una elevada multa a todos los habitantes de Massachusetts.

En septiembre de 1774, doce de las trece colonias británicas (excepto Georgia) se reunieron en Filadelfia para elaborar una lista de agravios. Al año siguiente comenzaron los primeros enfrentamientos armados. El 4 de julio de 1776 fue proclamada la Independencia de Estados Unidos de América (Docs. 3 y 4), en una declaración redactada por Thomas Jefferson, en la cual se postulaba la libertad, la igualdad de las personas, el derecho a la rebelión contra la tiranía y la división de poderes. A esta Declaración de Independencia se unió la Declaración de Derechos del Hombre de Virginia.

La Guerra de Independencia de los Estados Unidos

La guerra de independencia tuvo dos etapas:

  1. Primera fase (1775-1777): Los insurgentes, dirigidos por George Washington, se enfrentaron a los británicos siguiendo una táctica de guerrillas. La victoria de las milicias comandadas por Washington en Saratoga (1777) decidió a Francia (enemiga del Reino Unido) a apoyar a los rebeldes. España también apoyó activamente la causa independentista, aunque lo hizo de forma discreta, especialmente con financiación económica, porque temía que la rebelión pudiera contagiarse a sus propias colonias americanas.
  2. Segunda fase (1778-1782): El ejército británico quedó desabastecido. En octubre de 1781, las tropas inglesas fueron derrotadas en Yorktown. La intervención extranjera, la creciente profesionalización del ejército de los colonos americanos y el firme apoyo de la población provocaron la derrota definitiva del Reino Unido.

La paz se restableció con el Tratado de Versalles (1783), por el que el Reino Unido reconocía la independencia de los Estados Unidos de América.

La Revolución Francesa (1789-1799)

La Revolución Francesa comenzó con la rebelión de los representantes del pueblo llano en los Estados Generales en mayo-junio de 1789. El proceso que se desató a partir de entonces supuso una conmoción de tal envergadura en el sistema social francés, que modificó para siempre las estructuras socioeconómicas del país.

La Asamblea Nacional (1789-1792)

El 5 de mayo de 1789 se reunieron en Versalles los Estados Generales, en sesión presidida por el rey (Doc. 10). Tradicionalmente, cada estamento deliberaba por separado y después emitía un voto. Por eso, los privilegiados siempre imponían sus puntos de vista, pues contaban con dos votos (nobleza y clero), mientras que el Tercer Estado, aunque representaba a la gran mayoría de los franceses, solo contaba con un voto.

La disputa por la forma en que debían reunirse y votar los estamentos en los Estados Generales fue el desencadenante de la revolución. Los representantes del Tercer Estado habían pedido en los cuadernos de quejas que se votara por cabeza, y no por estamento, y que se duplicara el número de representantes del Tercer Estado; con estas medidas el Tercer Estado tendría la mayoría. El rey aceptó doblar el número de diputados del Tercer Estado, pero no aceptó el voto por cabeza.

De la Revuelta Institucional a la Revuelta Popular

La revuelta institucional comenzó el 10 de junio, cuando los diputados del Tercer Estado, dirigidos por Sieyés, solicitaron a la nobleza y el clero deliberar en común y no por separado, como se había hecho tradicionalmente. Pensaban que todavía podían obtener el voto por cabeza, con lo que lograrían el apoyo de los nobles y eclesiásticos partidarios de las reformas. Pero los estamentos privilegiados se negaron a reunirse conjuntamente con el Tercer Estado.

El Tercer Estado, como respuesta, se autoproclamó Asamblea Nacional, depositaria de la soberanía. Con esto querían decir que eran los únicos con plena capacidad de decisión política y de votar impuestos. Esta decisión era un acto revolucionario, por lo que el rey anuló todas las decisiones tomadas por el Tercer Estado y ordenó cerrar su sala de sesiones.

El 20 de junio, ante el cierre de su sala de reunión, los diputados del Tercer Estado se reunieron en la Sala del Juego de Pelota, donde juraron no disolverse hasta haber dado a Francia una constitución. Por esta razón, la Asamblea pasó a llamarse Asamblea Nacional Constituyente. Fue el primer acto de la revolución y supuso el triunfo de los grupos sociales contrarios a los privilegiados.

Pero la actitud del rey creó fuertes recelos entre los revolucionarios porque concentró tropas en Versalles y destituyó al ministro reformista Necker. La respuesta popular fue la gran revolución urbana del 14 de julio de 1789, con el asalto a la prisión de la Bastilla de París. La Bastilla era el lugar en el que se encerraba a los disidentes políticos, aunque en ese momento no había ninguno. La multitud marchó hacia la Bastilla para liberar a los presos, pero el jefe de la fortaleza se negó a abrir las puertas y, ante la presión popular, mandó disparar a sus soldados. Los revolucionarios se lanzaron entonces masivamente al ataque y, tras ocho horas de lucha, los defensores se rindieron. Este hecho se convirtió en el símbolo de la revolución, y desde entonces el 14 de julio es la fiesta nacional francesa.

La firmeza de los revolucionarios evitó la vuelta al Antiguo Régimen y obligó al rey a reconocer la Asamblea Nacional. La revuelta fue propiciada por la penosa situación económica y la gran agitación que provocó la propaganda revolucionaria. Se formó una Guardia Nacional, a la que se encomendó restablecer el orden, mientras el rey repuso a Necker en su cargo y aceptó las decisiones de la Asamblea Constituyente.

En el verano de 1789 tuvo lugar una violenta revuelta campesina, llamada «El Gran Miedo». Tras el 14 de julio los campesinos dejaron de pagar las cargas señoriales, pero se extendieron rumores de que los nobles habían organizado partidas de bandidos para castigar a sus vasallos. Se propagó el pánico entre los campesinos, que asaltaron los castillos señoriales, quemaron las escrituras de propiedad y exigieron la abolición de los derechos señoriales.

La Obra de la Asamblea Constituyente

La Asamblea respondió en la noche del 4 de agosto de 1789 con el decreto de abolición del sistema feudal (Doc. 9). Se suprimieron las prestaciones personales y los demás privilegios (diezmo, derechos de caza, monopolios señoriales), y se declaró la igualdad a la hora de pagar impuestos.

La segunda medida que adoptó la Asamblea Constituyente fue la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano del 26 de agosto (Doc. 11), influida por la declaración de Filadelfia. La declaración francesa ampliaba los derechos naturales (libertad, felicidad, igualdad jurídica), reconocía la libertad de pensamiento, económica y de religión, y consideraba imprescriptible el derecho de propiedad, así como la seguridad y la resistencia a la opresión. Proclamaba que la soberanía residía en la nación y la presunción de inocencia de todo imputado en un proceso penal.

La labor legislativa de la Asamblea se completó con las medidas religiosas. Se expropiaron los bienes de la Iglesia, se disolvieron las órdenes monásticas y se decretó la Constitución Civil del Clero (12 de julio de 1790). Esto significaba que los religiosos pasaban a depender del Estado, y no de Roma, y sería el Estado quien pagaría sus salarios, pero solo si juraban ser fieles a la constitución. Los clérigos que aceptaron esta medida se llamaron juramentados, y los que la rechazaron, refractarios.

En cuarto lugar, se estableció una nueva organización territorial del país, que se dividió en departamentos y comunas (ayuntamientos).

La Europa Napoleónica (1800-1815)

El Consulado y la Expansión de la Revolución

Napoleón inició una política pacificadora. Resultado de ella fue la firma de la Paz de Luneville con Austria en 1801 y la Paz de Amiens con el Reino Unido (1802). Tras estas paces, Francia dominaba media Europa.

Napoleón también normalizó las relaciones con la Iglesia por medio del Concordato con la Santa Sede (1801). El papa Pío VII aceptó el gobierno de Napoleón, quien, a cambio, se comprometió a mantener al clero, reconocer el catolicismo como religión mayoritaria de los franceses y a proteger los Estados Pontificios. La popularidad que alcanzó con estas medidas le permitió proclamarse cónsul único y vitalicio en 1802.

Napoleón iniciaba así una nueva monarquía con una nueva aristocracia, teñida del espíritu liberal de la revolución de 1789. La mejor expresión de ese espíritu fue el Código Civil (1804), que reunía las principales normas de la revolución moderada: libertad e igualdad civil, supresión del régimen feudal y propiedad libre de la tierra. Este código consagró la desigualdad jurídica del hombre y la mujer, a favor del primero, lo cual tuvo gran influencia en otros códigos europeos durante el siglo XIX.

El Imperio Napoleónico (1804-1815)

En mayo de 1804, el Consulado nombró a Napoleón emperador hereditario, lo cual fue refrendado por un plebiscito (consulta popular) en el que obtuvo una mayoría abrumadora (3,5 millones de votos a favor y solo 2.579 en contra). Para culminar este proceso, cambió la Constitución del Año VIII (1799) por la Constitución del Año XII (1804), la cual le daba grandes poderes, y se hizo coronar por el papa Pío VII.

Las ambiciones de dominio universal de Napoleón (Doc. 19) provocaron una gran inquietud entre los demás países del continente y, por ello, en 1805, Reino Unido y Rusia establecieron una nueva coalición antifrancesa a la que se unió Austria. Inmediatamente después estalló de nuevo la guerra.

Napoleón logró importantes victorias terrestres en el centro y este de Europa contra los austríacos y los rusos, destacando la Batalla de Austerlitz, pero sufrió una estrepitosa derrota marítima en Trafalgar, donde la escuadra inglesa del almirante Nelson derrotó a la armada hispanofrancesa.

Esta victoria británica, que le dio la primacía absoluta en los mares, empujó a Napoleón a decretar el Bloqueo Continental (1806), por el cual ningún país podía comerciar con los ingleses (Doc. 20).

Tras su derrota frente a Francia, Austria pasó a ser un Estado aliado de Napoleón, quien impuso la disolución del Sacro Imperio. Austria cedió a Francia el reino de Nápoles; y permitió la formación de la Confederación del Rin y del reino de Holanda, que Napoleón entregó a su hermano Luis.

Prusia fue ocupada tras su derrota en Jena (1806). Por la Paz de Tilsit (julio 1807), Prusia recuperó gran parte de su territorio, pero se redujo su ejército, se le hizo pagar una elevada indemnización y se le obligó a aplicar el Bloqueo Continental al Reino Unido. De esta paz surgieron dos nuevos Estados: el Gran Ducado de Varsovia y el reino de Westfalia.

Alejandro I, zar de Rusia, derrotado en Friedland (1807), firmó la Paz de Tilsit con Napoleón por la que se convirtió en aliado de Francia. Y la invasión de Portugal, Etruria, Roma y España completaron su proyecto de «Gran Imperio», que se mantuvo hasta 1812.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *