Romanización de pueblos germanos

1.1. Sociedad y economía en el Paleolítico y Neolítico. La pintura rupestre

En el Paleolítico (800.000-8.000 a. C) los hombres se agrupaban en pequeños grupos o tribus que dedicaban todo su tiempo a la obtención de recursos que les permitieran satisfacer sus necesidades
básicas: comida, ropa, útiles y habitación. Su economía, depredadora, se basaba en la recolección, la caza y la pesca, por lo que no había ningún tipo de excedentes, aunque si una cierta especialización o división del
trabajo.El neolítico (7.000- 4.000 a. C) llega con una importante innovación técnica, el pulimento de la piedra, pero lo realmente revolucionario es que, debido a un cambio climático el hombre deja de ser
depredador para convertirse en productor. Este cambio, conocido como Revolución neolítica se basa en la invención de la ganadería y la agricultura. Con una economía productora, hombre se hizo sedentario, permitiendo la aparición de grandes comunidades cuyos poblados evolucionaran hasta convertirse en ciudades.. Aunque aún muy dependiente del medio ambiente, se obtienen excedentes, lo que permite la aparición del comercio, de la propiedad privada, la división del trabajo y, por consiguiente, a las diferencias sociales.Las manifestaciones culturales de la prehistoria peninsular se engloban dentro del denominado arte rupestre, destacando especialmente la pintura. En el Paleolítico, esta pintura se realiza en el interior de las cuevas, con una finalidad mágico-religiosa. Es por ello que predominan los animales, trabajados de una manera muy realista mediante la policromía. Aunque aparezcan varios en un mismo lugar de la cueva, no forman grupos ni escenas, son figuras aisladas, como se observa en la cueva de Altamira o, en la de Tito Bustillo en Asturias. Por el contrario, en el Neolítico, las figuras están al exterior, en abrigos rocosos, son monocromas y, predominan las figuras humanas que, casi siempre, forman escenas, como en el Cogull en Lérida o, en Valtorta Castellón.

1.2. Los pueblos prerromanos. Las colonizaciones históricas fenicios y griegos. Tartesos

Estos pueblos arribaron a nuestras costas, siguiendo las rutas minerales y su llegada supuso para los habitantes hispanos, un gran salto en su recorrido histórico, con el conocimiento del uso del hierro, la utilización de un alfabeto, la escritura, la llegada de nuevos cultivos , la moneda, el torno de alfarero, nuevas técnicas mineras, el desarrollo de una estructura social y un sincretismo religioso más desarrollado. Muy diferente es la situación del pueblo de Tartesos, ubicado en el valle del Guadalquivir, con una monarquía hereditaria y una economía basada en la explotación de los recursos minerales para el comercio con los fenicios. Conocían la escritura y practicaban la orfebrería, pero desaparecen sin dejar apenas restos arqueológicos, en torno al s VI a. Son estos rasgos comunes los que motivaron que los romanos los llamaran iberos, a pesar de ser pueblos independientes entre si. Los griegos vienen a ocupar el territorio, de forma pacífica, mediante colonias, sin dominación militar. 

1.3. Conquista y romanización de la Península Ibérica. Principales aportaciones romanas en los ámbitos social, económico y cultural.

La llegada de los romanos a la Península Ibérica en el 218 a. C en el contexto de la Segunda Guerra Púnica que enfrenta a los romanos y los cartagineses, marca el inicio de un largo período de conquista y asimilación del mundo romano.
La conquista se prolongó por más de 200 años, por lo que se puede dividir en varios períodos: la primera fase, que incluye el desarrollo de la segunda guerra púnica y el dominio del área ibérica;
La segunda fase en la que se conquistan el centro y oeste peninsular, con ciertas dificultades como la resistencia de Viriato o la de la ciudad de Numancia; y, la tercera fase, centrada en las guerras cántabro-astures, que termina en el año 17 a. C cuando Augusto logra pacificar toda la Península. El dominio del territorio dio paso a la romanización, que hizo que la población autóctona adoptara las formas de vida romana.
Este proceso, tuvo una incidencia desigual, pudiéndose distinguir tres zonas según el grado de romanización: el sur y el levante, plenamente integrados en la civilización romana; el centro y oeste peninsular con un alto grado de romanización y; el norte, débilmente romanizado al carecer de núcleos urbanos. El legado que más de 500 años de ocupación romana de la Península nos ha dejado Roma es enorme y abarca campos tan dispares como la organización territorial; el desarrollo económico del centro, al convertir la Meseta en campos de cultivo; la cultura y el arte, con construcciones como el teatro de Mérida, el puente de Alcántara, el acueducto de Segovia; y, la difusión del cristianismo.

1.4. El reino visigodo: origen y organización política. Los concilios

A comienzos del s IV, tres pueblos bárbaros, Suevos, Vándalos y Alanos se asientan en la península
Ibérica. Para expulsarlos el Imperio ofrece un pacto a los Visigodos: tierras donde asentarse a cambio de la expulsión de los invasores. Tras arrinconar a los Suevos en el noroeste peninsular y expulsar a los vándalos y alanos, los visigodos se asientan al sur de la Galia creando en el 476 del reino de Tolosa. Toledo, que se convertirá en el primer reino unificado e independiente de la Península, al derrotar Leovigildo a los Suevos en el 585. El reino se constituye como una monarquía electiva con dos instituciones principales: el Aula Regia, una asamblea consultiva formada por nobles y magnates que ayudan al rey en sus funciones; y el Officium Palatinum, formado por los nobles de mayor confianza del rey. En cuanto a la organización territorial mantienen la división del Bajo Imperio, pero acentúan la ruralización al sustituir a los gobernadores por duques y establecer divisiones territoriales más pequeñas gestionadas por condes. Concilio de Toledo, Recaredo se convierta al catolicismo. De esta manera, la Iglesia se convierte en aliada de la monarquía y los Concilios se convierten en órganos legislativos-consultivos, cuyos acuerdos pasaban a tener carácter de ley. 

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