Transformaciones Históricas: Reforma, Monarquías y Sociedad Colonial

La Reforma Protestante y la Contrarreforma

En 1524, Martín Lutero presenció el inicio de una gran rebelión campesina liderada por Thomas Münzer. Lutero escribió un documento, «Contra las turbas de campesinos, asesinos y saqueadores», donde condenó la sublevación y justificó el uso de la fuerza para sofocarla.

La Reforma Protestante

La libre interpretación de la Biblia dio lugar a diferentes lecturas del texto. De este modo, surgieron numerosas iglesias y sectas protestantes.

El Calvinismo

En Suiza, el reformador francés Juan Calvino postuló la predestinación. Según esta doctrina, Dios predestinaba a los hombres desde el nacimiento a la salvación o a la condena eterna. El calvinismo se extendió por diversas zonas de Europa. Su influjo se expresó en el movimiento hugonote, en Francia.

El Anglicanismo

En Inglaterra, la Reforma fue impulsada por el propio rey, Enrique VIII. Él estaba casado con Catalina de Aragón, quien no había tenido hijos varones que pudieran sucederlo en el trono. Por lo tanto, solicitó al Papa que declarara la nulidad de su matrimonio, pero el Papa se negó. Entonces, Enrique VIII se divorció sin autorización papal. En 1534, el rey, mediante el Acta de Supremacía, se declaró única cabeza de la Iglesia en su país.

La Contrarreforma Católica

Ante la rápida expansión de la Reforma Protestante, la Iglesia Católica emprendió una reforma interna. Esta Reforma Católica o Contrarreforma fijó los puntos fundamentales del dogma y estableció disposiciones organizativas y disciplinarias.

Para ello, el Papa Paulo III convocó al Concilio de Trento, que sesionó entre 1545 y 1563. Este Concilio reafirmó la vigencia de los siete sacramentos y aseveró la importancia de las obras, además de la fe, para alcanzar la salvación. Asimismo, confirmó la autoridad suprema del Papa sobre la Iglesia y ratificó que solo ella podía interpretar las Sagradas Escrituras. La Contrarreforma adquirió fuerza en España y Portugal.

Las Monarquías Centralizadas y el Fortalecimiento del Poder Real

En el transcurso del siglo XVI se reforzó el poder central ejercido por los reyes a costa de los poderes sociales y de la nobleza. De este modo, se consolidaron los Estados monárquicos, asentados en un territorio delimitado, con un poder centrado en el rey, quien reclamaba la obediencia de todos los súbditos. Los reinos organizaron ejércitos permanentes, integrados por soldados de distinta procedencia a los que se pagaba por su tarea. En la consolidación de los Estados monárquicos también fue importante la creación de una burocracia formada por un conjunto de funcionarios, encargados de hacer cumplir las órdenes del rey. El trono real pertenecía a una familia y la corona era heredada, principalmente, por el hijo primogénito.

Las delicadas negociaciones para lograr estos enlaces eran realizadas por la diplomacia, que representaba al monarca en las otras cortes. Diversos escritores políticos defendieron la creciente autoridad estatal ejercida por el monarca.

La Revolución Gloriosa en Inglaterra

En 1649, Carlos I fue ejecutado y Cromwell instauró una república, convirtiéndose, con el título de Lord Protector, en la máxima autoridad de Inglaterra. El nuevo gobernante se reveló como un líder astuto y resolutivo. En el plano interno, Cromwell impuso una rígida disciplina política y social. En este sentido, no solo doblegó a las fuerzas realistas y terminó con las sublevaciones de Escocia e Irlanda, sino que también sometió a los campesinos descontentos y a diversas sectas religiosas surgidas durante la guerra civil. Cromwell murió en 1658 y dos años después los Estuardo recuperaron el trono con Carlos II. La restauración de la monarquía fue acompañada, a su vez, por el restablecimiento de privilegios para la Iglesia Anglicana y por una creciente centralización de las decisiones en manos del rey. El Parlamento, desconfiado ante este avance del absolutismo, se alertó aún más en 1685, cuando accedió a la corona Jacobo II. Este monarca no solo desconoció los derechos parlamentarios, sino que también manifestó un claro favoritismo hacia los católicos. Ante esta situación, la gentry y otros sectores decidieron derrocarlo. Sin embargo, tomaron recaudos para evitar una guerra civil que pudiera desatar una nueva agitación popular. El Parlamento, pues, ofreció el trono a Guillermo III de Orange, un príncipe protestante holandés casado con la hija de Jacobo II. En 1688, Guillermo desembarcó con sus tropas en Inglaterra, mientras que el rey Estuardo se refugió en Francia. Así se produjo la “Revolución Gloriosa” que, en forma pacífica, sentó las bases del moderno sistema político inglés.

La Declaración de Derechos y el Hábeas Corpus

En este sentido, el nuevo monarca tuvo que jurar una Declaración de Derechos, en la que quedaban estipuladas las atribuciones del rey y del Parlamento, a la vez que reconocía los derechos y las libertades inglesas. Así, por ejemplo, quedó establecido el hábeas corpus.

La Guerra de los Treinta Años y la Paz de Westfalia

Entre 1618 y 1648, el continente europeo se vio asolado por la llamada Guerra de los Treinta Años. Este largo enfrentamiento comenzó como un conflicto entre los católicos y los protestantes del Sacro Imperio –donde cada príncipe tenía el derecho de elegir la religión de su principado–, pero terminó convirtiéndose en una lucha entre todos los países por el predominio en Europa. El conflicto se desató en 1618, cuando los príncipes protestantes de Bohemia se rebelaron contra su rey y futuro emperador del Sacro Imperio, Fernando II de Habsburgo, quien propició políticas absolutistas y decidió restaurar el catolicismo. Tras la derrota de los nobles protestantes, otros monarcas europeos se enfrentaron al emperador para evitar su creciente poderío. En 1630, el ingreso en la guerra del ejército de Suecia, bajo el mando de su rey Gustavo Adolfo, desequilibró la balanza en contra del emperador. Pero el rey sueco, que ansiaba el dominio de las costas del Báltico, de importancia estratégica para su país, murió en combate en 1635. Ante esta situación, Francia ingresó en apoyo de Suecia y de los príncipes alemanes, a la vez que inició operaciones contra España y brindó ayuda a los Países Bajos. Ante tal ofensiva, en 1648 el emperador firmó la Paz de Westfalia, que puso fin a la contienda.

La Paz de Westfalia y sus Consecuencias

La Paz de Westfalia significó una gran derrota para los Habsburgo, que perdieron su predominio en el continente. En los territorios imperiales, el tratado confirmó lo acordado en Augsburgo en 1555: cada principado tenía el derecho de elegir la religión de sus habitantes. Además, el emperador quedó muy limitado en el ejercicio de su poder. Por otra parte, se produjo una redistribución territorial del mapa europeo. Francia recibió dominios en el oeste; Suecia obtuvo territorios en el norte alemán y polaco, así como el control del mar Báltico, a la vez que quedaron sentadas las bases para el futuro crecimiento de Prusia. España reconoció la independencia de las Provincias Unidas, pero durante diez años continuó la guerra con Francia, la que finalmente le cedió algunos dominios.

Consecuencias de la Conquista en América: Sociedad y Demografía

La Catástrofe Demográfica

Una de las consecuencias inmediatas de la conquista fue la notable disminución de la población. Este proceso, caracterizado por una drástica disminución de la población en muy poco tiempo, lleva el nombre de catástrofe demográfica. Las causas principales fueron:

  • Las muertes durante las batallas y los saqueos de las ciudades indígenas.
  • Los malos tratos y la explotación laboral extrema.
  • La introducción de enfermedades, siendo las más letales la viruela, el tifus, la peste bubónica y las enfermedades de transmisión sexual, como la sífilis.
  • Las hambrunas.

El Establecimiento de Jerarquías Sociales

Como todas las sociedades surgidas de una conquista, la sociedad colonial hispanoamericana se organizó sobre las visiones del mundo, los valores y los intereses que tenían los vencedores, es decir, los españoles. La conquista de América dio origen a una sociedad fuertemente jerarquizada, con un nuevo criterio de clasificación de los grupos sociales. En un primer momento, la escala estuvo ligada particularmente al color de la piel. Ser «blanco» se convirtió en sinónimo de superioridad respecto de los indígenas y los esclavos; la población africana, indígena y mestiza no podía ascender en esa estructura social. Esta desigualdad tuvo varias implicaciones. Por un lado, los españoles establecieron prohibiciones y limitaciones dirigidas específicamente a estos grupos.

En los primeros tiempos de la conquista, la sociedad colonial estaba, legalmente, dividida en dos categorías: la «república de españoles» y la «república de indios». La primera estaba formada por españoles provenientes de Europa, denominados peninsulares, y por los blancos nacidos en América, a los que se llamaba criollos. En la segunda, se encontraban los indígenas y sus caciques o curacas. Pero en realidad esto no fue así, por lo que la política diseñada por la Corona hispánica fue un rotundo fracaso. A partir de mediados del siglo XVI, comenzó a conformarse una tercera categoría: la de los africanos traídos por la fuerza en calidad de esclavos.

Las Castas y el Mestizaje

La división inicial no tuvo en cuenta la aparición de nuevos grupos sociales, a los que se llamó castas, que fueron surgiendo como resultado de la unión sexual de blancos, indígenas y esclavos. En aquellas épocas, la desproporción entre hombres y mujeres europeas era muy marcada: había una mujer por cada diez hombres. Esto explica el nacimiento de muchos mestizos como producto de la unión entre españoles y mujeres indígenas. Solo unos pocos eran reconocidos por los españoles como hijos legítimos. Reconocidos o no, los mestizos debían soportar humillaciones, prejuicios y discriminaciones debido al color de su piel.

La Situación de los Indígenas

La «república de los indios» estaba debajo de la de los españoles. Aunque eran reconocidos como vasallos y tributarios de la Corona, en la práctica se encontraban al final de la pirámide social. Los pobladores originarios de América, si bien eran considerados hombres libres, fueron legalmente equiparados a los menores de edad, que no podían decidir por sí mismos y necesitaban la tutela de los españoles.

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