Revolución Liberal Española: Orígenes y Fundamentos
Se entiende como un cambio brusco del sistema político, económico y social, resultado de un proceso político violento. El liberalismo, inspirado por los ilustrados y puesto en práctica durante la Revolución Francesa, fue la corriente que influyó en las Cortes de Cádiz. Allí, los diputados actuaron en nombre de Fernando VII, quien se encontraba prisionero en Francia. Aunque muchos diputados defendieron el poder absoluto del rey, estos siempre estuvieron en minoría.
Las Cortes de Cádiz: Cuna del Liberalismo Español
El avance del ejército francés había obligado a la Junta Suprema Central a trasladarse a Cádiz, una ciudad de más fácil defensa y libre de la ocupación francesa, donde las ideas de renovación política y social podían propagarse fácilmente. Las circunstancias eran favorables para proceder al cambio del sistema tradicional de gobierno. El desastroso reinado de Carlos IV y el gobierno de Godoy justificaban la necesidad de introducir reformas y suprimir abusos. Mientras algunos pensaban en mantener la autoridad absoluta del rey, otros creían que era necesario efectuar cambios radicales en las instituciones y en la sociedad.
La idea de convocar Cortes estaba muy extendida y fue recogida por la Junta Suprema Central. En 1810, esta se disolvió, pasando el poder a un Consejo de Regencia. Aunque, según las Juntas, las Cortes deberían haberse convocado según el procedimiento tradicional del Antiguo Régimen, finalmente se hizo como deseaban los partidarios de poner fin al absolutismo monárquico. Esto se acordó ante la imposibilidad de realizar elecciones en las provincias ocupadas por los franceses.
Así, los diputados fueron elegidos por sufragio universal, en unas condiciones nada fáciles debido a la situación de guerra.
Representaban la soberanía nacional; en consecuencia, las Cortes adquirieron un carácter constituyente.
La Constitución de 1812: «La Pepa»
Así, tras intensos debates, se aprobó la primera Constitución española, un texto de carácter liberal, el 19 de marzo de 1812, también conocida popularmente como «La Pepa».
Sus valores y principios se inspiraron en las constituciones de la Revolución Francesa y buscaron establecer una sociedad moderna con derechos y garantías para sus ciudadanos:
- Soberanía nacional: la soberanía residía en la nación.
- División de poderes: el poder legislativo residía en las Cortes unicamerales; el poder ejecutivo, en el rey y sus ministros; y el judicial, en los tribunales.
- Reconocimiento de los derechos individuales: la libertad, la propiedad privada, la igualdad jurídica y fiscal, entre otros.
- Confesionalidad del Estado: el catolicismo como religión única y oficial, con intolerancia religiosa.
- Sufragio universal masculino indirecto.
El Reinado de Fernando VII: Absolutismo y Liberalismo
La Restauración Absolutista (1814-1820)
Una vez acabada la guerra, las Cortes se trasladaron a Madrid. De acuerdo con la Constitución, para que Fernando VII fuera reconocido como rey, debía jurar la Constitución. Fernando VII recuperó su trono.
Fernando VII llegó a España y, en Valencia, recibió el Manifiesto de los Persas, que le instaba a implantar el Antiguo Régimen y, por tanto, la monarquía absolutista. No había duda en el rey. Se preparó un golpe de Estado e inmediatamente, mediante un decreto, se restauró el poder absolutista del monarca y se abolió toda la legislación de las Cortes de Cádiz. Fernando VII se erigió como rey absoluto.
Las potencias vencedoras de Napoleón se reunieron en el Congreso de Viena y crearon la Santa Alianza, una unión entre las monarquías absolutistas para acabar con cualquier brote liberal.
Tras el golpe de Estado, vino la represión política: liberales y afrancesados fueron detenidos y juzgados, acusados de conspiración contra el rey y de traición.
En cuanto a la labor del gobierno de Fernando VII, hay que decir que fue desastrosa.
Los pronunciamientos o golpes militares, muy difundidos en el ejército, se convirtieron en la herramienta más adecuada para acabar con el absolutismo. Hubo varios, pero fracasaron al no contar con el suficiente apoyo. Sin embargo, el pronunciamiento de Riego, quien se sublevó con las tropas que se concentraban para la rebelión en América, junto a otros militares que se sumaron a la sublevación, exigió la restauración de la Constitución.
El Trienio Liberal (1820-1823)
A lo largo de los tres años, las Cortes aprobaron una legislación reformista que venía a completar y desarrollar la labor legislativa de las Cortes de Cádiz, con la intención de acabar con el Antiguo Régimen: abolición de los señoríos, entre otras medidas.
Mientras tanto, en el interior, empezó a darse una división entre los propios liberales: por un lado, estaban los moderados, antiguos políticos que buscaban una aceptación del sistema por parte de la Corona, lo que implicaba una interpretación más flexible de la Constitución; por otro lado, estaban los radicales (o exaltados), que querían una aplicación estricta de la Constitución, reduciendo los poderes del rey. A todo esto, el régimen constitucional enfrentaba grandes dificultades, con la oposición de las potencias absolutistas de Europa y los constantes enfrentamientos con la Iglesia.
En Madrid, un golpe de Estado militar absolutista, apoyado por el rey, intentó acabar con el gobierno liberal. Aunque este golpe fue sofocado, la inestabilidad llevó a la caída del gobierno moderado, que fue sustituido por uno radical.
Dado que el régimen constitucional no podía ser derrocado desde dentro, las potencias de la Santa Alianza decidieron en el Congreso de Verona intervenir en España para restablecer el poder real. Francia fue la encargada de enviar un ejército, los Cien Mil Hijos de San Luis, que entró en España y llegó hasta Cádiz, donde fue liberado el monarca.
La Década Ominosa (1823-1833)
Fernando VII desencadenó una represión y un terror implacables contra los liberales; entre ellos, Riego fue ejecutado.
La cuestión sucesoria dominó el fin del reinado. Después de su cuarto matrimonio con María Cristina y ante la descendencia femenina (Isabel), el rey promulgó la Pragmática Sanción, que derogaba la Ley Sálica. Esto privaba de sus derechos al infante Carlos, alrededor de quien se agrupaban los ultrarrealistas. Los partidarios de Carlos, conocidos como carlistas, protagonizaron una conjura que obligó a Fernando VII a reimplantar la Ley Sálica, pero Fernando volvió a derogarla. Carlos tuvo que abandonar la corte, marchando a Portugal, donde declaró que no reconocía a su sobrina Isabel. En 1833, fallecía Fernando VII y se iniciaba la regencia de María Cristina. En diferentes partes del país se produjeron levantamientos a favor de Carlos, dando lugar a una guerra civil que enfrentó a los carlistas contra los isabelinos. Ante el enfrentamiento entre los dos bandos, para los liberales se abría la gran oportunidad de acceder al poder que llevaban mucho tiempo esperando.
Las Regencias y el Conflicto Carlista
El reinado de Isabel II fue un periodo de inestabilidad política y constitucional.
La Regencia de María Cristina (1833-1840)
Tras la muerte de Fernando VII, María Cristina fue nombrada regente al frente del gobierno, y pronto comprobó que un cambio de gobierno era necesario. Martínez de la Rosa, jefe de gobierno, buscó una forma de equilibrio entre liberales y carlistas. El resultado fue la aprobación del Estatuto Real, una carta otorgada por la Corona, en la que no se reconocían derechos individuales ni la división de poderes. Se establecía una convocatoria de Cortes con dos cámaras: el Estamento de Próceres (una cámara elegida por la reina entre miembros de la aristocracia, la alta nobleza y el alto clero) y el Estamento de Procuradores (una cámara electiva, con un sufragio muy conservador, elegida por las clases pudientes).
Para proceder a la correspondiente convocatoria electoral, se aprobó una ley electoral con un sufragio muy restringido. La cámara elegida, con una actitud crítica, exigía reformas profundas, y volvían a surgir las diferencias entre moderados y progresistas. El gobierno se encontraba entre dos frentes de oposición: los liberales radicales y la guerra contra los carlistas.
Juan Álvarez Mendizábal formó gobierno ante una guerra a la que era necesario darle un giro a favor de los isabelinos. Como vía para obtener fondos, se aprobó la desamortización de bienes eclesiásticos del clero. Con ella se buscaba contar con recursos, eliminar o disminuir la deuda pública, hacer frente al carlismo y atraer a los liberales.
El programa del gobierno consistió en acabar con las instituciones del Antiguo Régimen e implantar un régimen liberal con una monarquía constitucional. Se convocaron elecciones y la nueva cámara tuvo mayoría progresista. Las leyes permitieron la abolición del régimen señorial, la supresión de los privilegios y el reconocimiento de la libertad de comercio. El proceso culminó con la promulgación de la Constitución de 1837, un texto que buscaba ser aceptado tanto por progresistas como por moderados. El texto reconocía la soberanía nacional y los derechos individuales. La implantación del bicameralismo fue la gran concesión de los progresistas al liberalismo moderado.
La Regencia del General Espartero (1840-1843)
Una vez aprobada la Constitución, se convocaron elecciones que fueron ganadas por los moderados.
Tras el final de la Primera Guerra Carlista, el gobierno se propuso aprobar una ley (la Ley de Ayuntamientos) que generó fuertes diferencias entre progresistas y moderados. Las Cortes aprobaron la ley, y los progresistas decidieron movilizarse contra ella. Espartero, entonces en la cumbre de su prestigio, manifestó su rechazo a la ley, que la regente terminó sancionando. Días después, volvían a formarse juntas en las principales ciudades del país. La regente nombró a Espartero jefe de gobierno, pero al no aceptar este el nuevo gobierno, la regente presentó su renuncia.
El problema carlista: En distintos puntos de España hubo levantamientos a favor de Carlos, pero poco a poco la guerra que se desataba no era solo una guerra dinástica, sino un enfrentamiento entre los partidarios del Antiguo Régimen y los que querían convertir a España en un Estado liberal. María Cristina buscó el apoyo de los liberales, la única fuerza capaz de defender los derechos del trono de Isabel.
Los carlistas eran partidarios del gobierno absolutista y de la defensa de la religión. Desde el punto de vista social, estaban en contra del liberalismo, cuyos beneficios eran para los propietarios y empeoraban las condiciones de vida de los campesinos. Las zonas que más apoyaron a Carlos fueron las del norte (País Vasco, Navarra, parte de Cataluña y Aragón).
El bando isabelino contó con el apoyo de parte de la nobleza, la alta burguesía, el alto clero, el ejército y las clases populares urbanas.
La Primera Guerra Carlista (1833-1840)
La Primera Guerra Carlista se inició en el País Vasco y Navarra. Pronto controlaron el medio rural, aunque ciudades como Bilbao, San Sebastián o Vitoria permanecían fieles a Isabel. El carlismo también se extendió por el interior de Cataluña y parte de Aragón.
El general Espartero venció a las tropas carlistas.
La derrota provocó la división de los carlistas: por un lado, los partidarios de llegar a un acuerdo con los liberales (los ‘transaccionistas’); por otro, los más cercanos a Carlos y algunos generales como Cabrera en Aragón, así como parte del campesinado, partidarios de continuar la guerra.
La Segunda Guerra Carlista (1846-1849)
La Segunda Guerra Carlista, más que una guerra civil, fue una insurrección donde los carlistas seguían siendo la mayor fuerza opositora al liberalismo.
La Tercera Guerra Carlista (1872-1876)
La Tercera Guerra Carlista se inició una vez destronada Isabel II. El carlismo había revivido como fuerza política, y el conflicto acabaría con la definitiva derrota del carlismo.
La Crisis de 1808 y la Guerra de Independencia Española
Carlos IV, un rey de carácter débil e inepto para gobernar, abandonó el poder en manos de su valido. Esto, unido a la Revolución Francesa y al régimen de Napoleón, nos permite entender el momento delicado por el que pasaba España. En cuanto al gobierno efectivo del reino, encontramos a Manuel Godoy, quien acaparó un poder sin límites. Él fue el autor de una política de aproximación a Francia a través de diversos tratados que tendrían nefastas consecuencias, entre otras, el enfrentamiento con Inglaterra.
Causas de la Guerra de Independencia
Victorioso Napoleón en el continente, este se dedicó a ‘quitarse la espina inglesa’ a través del decreto de Bloqueo Continental, por el que se prohibía todo comercio del continente europeo con Inglaterra para cerrar todas las costas europeas al comercio inglés y provocar la ruina de la industria inglesa, llevando así la miseria al país. Para hacer efectivo el bloqueo en Portugal, aliada de Inglaterra, Napoleón firmó con España el Tratado de Fontainebleau en 1807, por el que se autorizaba al ejército francés a atravesar España camino de Portugal. A su vez, se incorporaba un tratado secreto de partición de Portugal: una parte sería para Francia, otra para España y una tercera para Godoy.
En pocos días, las tropas francesas acabaron con la resistencia portuguesa. Mientras tanto, otras fuerzas se apoderaban de Barcelona, Pamplona y otras plazas bajo el pretexto de defender a España de un desembarco inglés.
La situación interior de España era favorable a los planes de Napoleón. En efecto, la oposición a Godoy, cuya cabeza visible era el mismo príncipe de Asturias, Fernando, e integrada por importantes miembros de la nobleza y del clero, preparó un golpe: el Motín de Aranjuez, entre el 17 y 19 de marzo de 1808, que provocó la caída de Godoy, mientras Carlos IV abdicaba en su hijo Fernando.
Guerra y Revolución: El Levantamiento del 2 de Mayo
El 2 de mayo de 1808, el pueblo de Madrid, irritado por la conducta de los franceses, estalló, surgiendo el choque con el ejército francés. Los militares en Madrid tenían la orden de no intervenir contra los franceses; solo algunos oficiales desobedecieron las órdenes y se unieron a la rebelión. El ejército francés, al mando del general Murat, reprimió duramente el levantamiento popular. Frente a la actitud de la Junta de Gobierno, que dejó Fernando VII antes de dirigirse a Bayona, y que abogaba por colaborar con las tropas francesas, la reacción popular fue muy distinta. La renuncia de Fernando VII se interpretó como impuesta por la fuerza. La rebelión se extendía por todas las ciudades del país.
Los Bandos en Conflicto
Mientras la Junta de Gobierno y el Consejo de Castilla acataban las órdenes que provenían de Francia y recibieron al nuevo rey José I Bonaparte, Napoleón quiso presentarse como el regenerador del pueblo español. Para dar más fuerza a su proyecto, convocó en Bayona a un centenar de eclesiásticos, nobles, militares y otras personas con la intención de elaborar una constitución, que nunca estuvo vigente, y que desembocó en la aprobación del Estatuto de Bayona, en realidad una carta otorgada, puesto que no fue realizada libremente por los representantes de la nación.
El rey José I llegó a Madrid en 1808. Fue un monarca impopular, cuya personalidad se alejaba de la imagen que sobre él dieron los patriotas españoles. Contó con el apoyo de los ilustrados que creían sinceramente en la reforma, pero que fueron tachados de afrancesados por las clases populares opuestas al rey. La mayoría del país no reconoció a las autoridades oficiales y solo vieron como rey a Fernando VII. Pero como este estaba ausente, en su nombre surgieron Juntas (Juntas locales y luego provinciales). Más tarde, para organizar la resistencia y dar un gobierno central al país, constituyeron una Junta Suprema Central.
Fases de la Guerra de Independencia
Primera Fase (Junio – Noviembre 1808): Resistencia y Victoria Española
La primera fase de la guerra tuvo lugar entre los meses de junio y noviembre de 1808, tras el fracaso del levantamiento de Madrid. En este periodo, los soldados franceses se emplearon en apaciguar los alzamientos urbanos que se habían extendido por las ciudades más importantes del país. El hecho más destacado de esta primera fase fue la Batalla de Bailén en julio de 1808, donde un ejército francés fue derrotado por un ejército español improvisado por algunas juntas provinciales de Andalucía. Esta derrota tuvo una doble repercusión estratégica: por primera vez era derrotado un ejército napoleónico, y sus consecuencias fueron importantes: José I abandonó Madrid y las tropas francesas se retiraron al norte del Ebro. Napoleón, para vengar esta derrota, decidió entrar personalmente en España al frente de un poderoso ejército.
Segunda Fase (Noviembre 1808 – 1812): Dominio Francés y Guerra de Desgaste
La segunda fase viene determinada por la reacción francesa ante la derrota de Bailén y por las consecuencias que de ello se derivaron. El emperador francés, que había subestimado en un principio la capacidad de resistencia española, entró en España en noviembre de 1808. En diciembre, tomó Madrid, donde volvió a colocar a su hermano. Napoleón abandonó España dejando un fuerte ejército. En el otro extremo peninsular, Zaragoza cayó en poder de los franceses cuando era prácticamente un montón de ruinas. En noviembre de 1809, el ejército español fue derrotado en la Batalla de Ocaña, abriendo a los franceses las puertas del dominio de Andalucía, que fue ocupada, a excepción de Cádiz, que, abastecida desde el mar por los ingleses, permaneció libre durante toda la guerra, permitiendo la elaboración de la primera Constitución española. Un hecho decisivo en esta fase de la guerra fue la acción de los guerrilleros, que supieron aplicar una guerra de desgaste contra las tropas francesas, impidiéndoles el control efectivo del territorio.
Tercera Fase (1812-1814): Ofensiva Aliada y Fin de la Guerra
La tercera y última fase de la guerra se inició en 1812, cuando Napoleón se vio obligado a retirar de España una parte importante de sus tropas para preparar la invasión de Rusia. El debilitamiento de las tropas francesas fue aprovechado por las tropas anglo-portuguesas y españolas. En 1813, Napoleón firmó el Tratado de Valençay, por el que Fernando VII era repuesto en el trono, poniendo fin a la guerra. Los efectos de la guerra fueron desastrosos para España: algunas ciudades quedaron arrasadas, el comercio colonial cayó en picado y el incipiente crecimiento industrial se perdió.