La Cultura de Tartessos y las Colonizaciones Griega y Fenicia
Antes de la conquista romana, en plena Edad del Hierro (I milenio a. C.), existían en la Península Ibérica diversos pueblos prerromanos que podemos encuadrar en dos culturas: La cultura celta, conectada con pueblos celtas de todo el occidente europeo, era menos desarrollada y se extendía por todo el centro, norte y oeste peninsular. La cultura ibérica, conectada con las culturas del Mediterráneo, era más refinada que la celta, con desarrollo de la escritura, la actividad artística (como la Dama de Elche) y del comercio, adoptando una economía monetaria. Los pueblos íberos se desarrollaron a lo largo de toda la costa mediterránea y el valle del Guadalquivir y estuvieron en contacto directo con los pueblos colonizadores que vinieron del Mediterráneo oriental: fenicios y griegos. Ambos crearon factorías comerciales y ciudades en la costa mediterránea, los fenicios al sur (Gadir, Sexi) y los griegos al norte (Emporion, Rhode). Directamente vinculada a la relación comercial con los fenicios surgió en el valle del Guadalquivir la civilización más desarrollada de toda la Península, el reino de Tartessos, del que conocemos su existencia por los escritores griegos y los Textos Bíblicos. Su influencia alcanzó a los pueblos al norte de Sierra Morena (como el Tesoro de Aliseda y el yacimiento de Cancho Roano en Extremadura).
La Romanización de la Península Ibérica
Inmediatamente después de la conquista romana (entre los siglos III y I a. C.), comenzó el proceso de romanización, por el cual los pueblos prerromanos adoptaron la cultura y las formas de vida de los romanos. Instrumentos esenciales de ese proceso fueron el ejército y los colonos romanos, muchos antiguos militares jubilados (eméritos). Este proceso no se produjo de forma homogénea; fue más temprano y más intenso en las áreas mediterráneas y en los valles del Guadalquivir y Ebro. En el resto se produjo más tarde y fue más incompleto, sobreviviendo viejas costumbres y creencias prerromanas que convivieron con las de los invasores. La intensa romanización de la Península supuso:
- La extensión por todo el territorio de la lengua latina, de la que derivan las lenguas habladas hoy en España y Portugal (excepto el vasco).
- La introducción del derecho romano, que ha sido la base en la que se han fundamentado casi todas las leyes posteriores hasta hoy.
- La creación de una densa red de ciudades, la mayoría existentes en la actualidad, y una impresionante trama de calzadas que, creadas con fines militares y comerciales, fueron un canal de difusión de ideas y formas de vida romanas.
- La explotación de sus recursos económicos basándose en un modelo esclavista de producción. Fueron especialmente importantes la extracción minera (oro, cobre, mercurio) y la producción agrícola (cereales, vid, olivo).
- La aparición de personajes clave en la historia romana nacidos en la Península, la mayoría de ellos nativos de la provincia hispana más romanizada, la Bética. En esta provincia situada al sur de Hispania nacieron los emperadores Adriano y Trajano o el filósofo Séneca.
La Monarquía Visigoda: Leovigildo y Recaredo
Desde el siglo III el Imperio Romano entró en un proceso de crisis y debilitamiento, sufriendo continuas incursiones de los pueblos bárbaros germánicos. Cuando en el siglo V desapareció el Imperio Romano, amplias zonas de Hispania ya estaban en manos de dos de esos pueblos: los suevos en el noroeste y los visigodos en el centro. Estos últimos, más fuertes, lograron crear un reino que duró más de dos siglos, y sus principales características fueron:
- Control de todo el territorio de la antigua Hispania Romana, con la conquista del reino suevo por Leovigildo (fines del siglo VI), el fin del dominio de los bizantinos en la costa sur (comienzos del siglo VII) y la presión sobre los rebeldes vascones. El reino visigodo colocó su capital en Toledo y se dotó de su propia legislación tomando elementos del derecho romano y la tradición visigoda (el Liber Iudiciorum).
- Debilidad de los reyes visigodos frente a una poderosa nobleza que agrupaba en una sola clase social superior a la aristocracia visigoda e hispanorromana. Esta nobleza basará su fuerza en grandes propiedades territoriales y en su poder militar (tienen ejércitos propios).
- Sociedad y economía agraria. Hundimiento de la vida urbana.
- Fortalecimiento de la unidad territorial visigoda con la unidad religiosa, al convertirse el rey visigodo Recaredo al catolicismo en el siglo VI. A partir de entonces la Iglesia católica se convirtió en una institución muy influyente.
Modelos de Repoblación y su Influencia en la Estructura de la Propiedad
La reconquista cristiana de los territorios musulmanes de Al-Ándalus que se prolongó durante muchos siglos (siglos VIII-XV) implicó un proceso repoblador de las tierras ganadas al Islam, muchas de ellas parcial o totalmente despobladas con la huida de parte o toda la población musulmana. Esa repoblación no siempre se hizo de la misma forma. En los comienzos predominó la presura, repoblación de las tierras al sur de la Cordillera Cantábrica y los Pirineos hecha de forma espontánea y privada por pequeños campesinos libres. Posteriormente la repoblación fue organizada y planificada por los poderes políticos de la época:
- Por los reyes a través del sistema de Repartimiento (las tierras se reparten según la condición social y méritos de los conquistadores).
- Por los grandes nobles y obispos, a los que los monarcas cedían grandes territorios.
- Por las Órdenes Militares de monjes guerreros que luchaban contra el Islam y que recibieron enormes propiedades en la Meseta Sur (actual Extremadura y La Mancha).
- Por grandes concejos o ayuntamientos que recibían un término o alfoz para repoblarlo.
Estos sistemas de repoblación determinaron la futura organización del espacio y la distribución de la tierra, explicando la pervivencia actual en el norte de la pequeña y mediana propiedad y de los latifundios en el centro y suroeste peninsular.
La Corona de Castilla en el Siglo XIII: Organización Política y Expansión Territorial
A comienzos del siglo XIII el reino de Castilla era el principal reino de la Península y, dirigido por el rey Alfonso VIII, había logrado la gran victoria de las Navas de Tolosa sobre los almohades (1212). Posteriormente, con el rey Fernando III, se unieron definitivamente los reinos de Castilla y León en 1230. El nuevo reino de Castilla era más fuerte y pudo afrontar el mayor avance de todo el proceso reconquistador. Mientras Jaime I el Conquistador de Aragón logró conquistar Mallorca y Valencia, Fernando III el Santo conquistó buena parte de Extremadura, Murcia y el valle del Guadalquivir, siendo tomada Sevilla en 1248. Su tarea fue consolidada por su hijo Alfonso X.
Frente a la estructura confederal y descentralizada del reino de Aragón, la Corona de Castilla conformaba un estado único y centralista, dirigido por un monarca que había logrado aumentar progresivamente su autoridad y que era asistido por unas instituciones comunes a todo su territorio:
- Consejo Real (órgano asesor)
- Real Cancillería (con tareas administrativas)
- Real Hacienda (recaudación de impuestos, control de ingresos y gastos)
- Real Audiencia (administración de justicia)
- Cortes, en las que estaban representados la nobleza, las ciudades y el clero y que podían hacer peticiones al rey y votar nuevos impuestos.
En los siglos posteriores, la alta nobleza aprovechó el Consejo y las Cortes para tratar de limitar el poder del rey.
El Califato de Córdoba: Abderramán III y Almanzor
La evolución política de Al-Ándalus (siglos VIII-XV) se caracterizó por la alternancia de etapas de fuerza y unidad con otras de crisis y desunión. El Califato de Córdoba durante el siglo X fue un ejemplo de fortaleza. Comenzó el año 929 cuando el hasta entonces emir Abderramán III se autodenominó Califa o jefe de los creyentes. Fue una etapa de esplendor en la que desaparecieron las rebeliones internas, se sometió a los reinos cristianos del norte a tributos y se alcanzó un gran desarrollo económico (próspera agricultura y floreciente comercio). Hubo también un gran desarrollo cultural. De aquella época son la principal ampliación de la Gran Mezquita de Córdoba y la construcción del Palacio de Medina Azahara.
Al final del siglo X, con el califa Hixam II, destacó la figura de Almanzor, visir y caudillo militar que pasó a convertirse en la práctica en el verdadero gobernante de Al-Ándalus, eclipsando la figura del califa. Bajo su dirección, un ejército musulmán de mercenarios lanzó continuas incursiones o razzias sobre los reinos cristianos, saqueando sus principales ciudades (Santiago, Barcelona, León, Zamora, Pamplona) y exigiendo elevados tributos. Tras su muerte, el califato se disgregó y fracturó por las divisiones internas, apareciendo en 1031 multitud de pequeños y débiles reinos musulmanes (Taifas).
Almorávides y Almohades en la Península Ibérica
El siglo XI fue un periodo de inestabilidad y fragmentación del poder político en Al-Ándalus. Tras la desintegración del califato, aparecieron multitud de pequeños reinos musulmanes (taifas) enfrentados entre sí y debilitados frente a los reinos cristianos del norte, a los que se vieron obligados a pagar tributos (parias). En este contexto, los reyes taifas de Sevilla y Badajoz solicitaron ayuda a los almorávides, un imperio islámico fundamentalista y ortodoxo situado en la zona noroccidental de África. En el año 1090 el caudillo almorávide Ibn Tasufin penetra en la Península y conquista sucesivamente las taifas musulmanas. Pero esta dominación no duró mucho, pues los problemas internos del imperio almorávide provocaron su desmembramiento y la aparición en la Península de nuevas taifas.
Ya en 1147, otro movimiento fundamentalista bereber del norte de África, los almohades, consigue crear un nuevo imperio destruyendo a los almorávides. Conquistaron Al-Ándalus, colocaron su capital en Sevilla, construyeron toda una red de grandes fortalezas y frenaron durante decenios el avance de los reinos cristianos (victoria almohade en la Batalla de Alarcos). Finalmente fueron derrotados por una alianza cristiana dirigida por Alfonso VIII de Castilla en la Batalla de las Navas de Tolosa (1212). Durante la dominación de almorávides y almohades se impuso el fanatismo religioso frente a la tradicional tolerancia andalusí, siendo perseguidos cristianos y judíos.
Los Reyes Católicos: Unión Dinástica e Integración de los Reinos Peninsulares
El reinado de los Reyes Católicos (1479-1517), a caballo entre el siglo XV y XVI, supuso el fin de la Edad Media y la crisis del Estado feudal, poniendo los cimientos del Estado Moderno, basado en dos pilares:
- El robustecimiento del poder real (monarquía autoritaria) a costa de la alta nobleza y las ciudades y gracias a la creación de un ejército permanente (los tercios), una diplomacia moderna (embajadores permanentes) y una burocracia estatal compleja (desarrollo de una hacienda pública).
- La expansión territorial con una triple dimensión:
- Unión dinástica de Castilla y Aragón. Con el matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón ambos reyes unieron sus fuerzas, pero cada reino mantuvo sus instituciones, su moneda y sus leyes.
- Control de toda la Península Ibérica menos Portugal. En 1492 se conquistó Granada y acabó la Reconquista, mientras que poco después fue anexionado el reino de Navarra. Aunque Portugal quedó al margen, hubo intentos de unirla a través de una intensa política matrimonial.
- Expansión atlántica (hacia América) y el Mediterráneo (hacia el sur de Italia y norte de África).
Conquista y Colonización de América: Las Leyes de Indias
En 1492 Colón descubrió América bajo bandera del reino de Castilla. En 1494 se firmó el Tratado de Tordesillas por el que Castilla y Portugal acordaban repartirse las zonas de expansión y conquista en el Atlántico. En la primera mitad del siglo XVI se llevó a cabo una política de exploración (Balboa, Orellana, Soto), conquista y colonización de los territorios de América, que supuso la llegada de colonos españoles y la dominación de la población indígena: conquista de los imperios inca (por Pizarro) y azteca (por Hernán Cortés). La población nativa fue diezmada por las guerras de conquista, las nuevas enfermedades o su empleo como mano de obra forzada en minas de plata y cultivos. Con el tiempo, su disminución obligó a traer mano de obra esclava procedente de África.
En América se creó una organización política basada en los virreinatos, divisiones territoriales bajo control de un Virrey, y unas Audiencias con competencias judiciales. Todo ello se completó con la creación del Consejo de Indias, que desde España controlaba la administración de las colonias, y la promulgación de las Leyes de Indias, que regían la vida en los territorios americanos. Entre esas leyes estaban las «Leyes Nuevas«, que en 1542 y por iniciativa del defensor de los indios Fray Bartolomé de las Casas, pusieron a los indígenas bajo la protección del Rey. Además de América, los españoles exploraron el océano Pacífico, donde se hicieron con el control de las actuales Islas Filipinas.
Política Exterior de la Monarquía Hispánica de Felipe II
Felipe II heredó un inmenso imperio de su padre el emperador Carlos V: las posesiones españolas en América más amplios territorios en el centro y sur de Europa (Flandes, Franco Condado, Milanesado y Nápoles), así como numerosos enclaves en el norte de África. Aunque ya no fue emperador de Alemania como su padre, fue, sin embargo, rey de Portugal y puso bajo su control el enorme imperio marítimo portugués. Desde estos territorios estratégicamente situados, Felipe II pudo hacer frente con cierto éxito a sus enemigos: Francia, el Imperio Turco, la Holanda calvinista e Inglaterra. A los franceses los venció en la Batalla de San Quintín y a los turcos en Lepanto. Sin embargo, no logró derrotar a los ingleses (fracaso de la «Armada Invencible«) ni evitar que los calvinistas holandeses se independizaran. El objetivo era mantener la hegemonía político-militar mundial de la que gozó su padre. Para ello contó con los recursos en metales preciosos (sobre todo plata) que llegaban de América y que sirvieron para financiar sus ejércitos (los tercios). Y como Carlos V, Felipe II utilizó una justificación religiosa para explicar su política exterior, considerándose la espada de Dios y defensor de la Iglesia católica frente a herejes (protestantes) e infieles (musulmanes).