España en el Siglo XIX: Liberalismo, Guerras y Revoluciones

La España del Siglo XIX: De la Crisis del Antiguo Régimen a la Restauración

1. La crisis del Antiguo Régimen

Al iniciarse el siglo XIX, la guerra contra Francia originó en España la crisis del Antiguo Régimen. En este contexto, se abrieron paso las nuevas ideas liberales, aunque no sin dificultades.

1.1. La crisis de la monarquía borbónica

La reacción de la monarquía de Carlos IV frente a la Revolución francesa fue declarar la guerra a Francia (1793-1795), temerosa de la expansión de las ideas liberales.

La guerra fue un fracaso y, a partir de 1799, Manuel Godoy, el ministro más influyente, se alió con Napoleón para enfrentarse a Gran Bretaña. Godoy autorizó al ejército francés a atravesar España para atacar a Portugal, según lo estipulado en el Tratado de Fontainebleau (1807).

El descontento de parte de la población con las decisiones de Godoy provocó el estallido del Motín de Aranjuez (1808). Los acontecimientos se sucedieron rápidamente: Godoy dimitió y Carlos IV abdicó en su hijo Fernando VII. Sin embargo, Napoleón obligó en Bayona a Carlos IV y Fernando VII a abdicar en favor de su hermano, José Bonaparte.

1.2. La Guerra de la Independencia (1808-1814)

El nombramiento de José Bonaparte como nuevo rey de España provocó la rebelión popular. El 2 de mayo de 1808, Madrid se levantó contra las tropas francesas.

Se crearon Juntas para dirigir la resistencia, coordinadas por una Junta Suprema Central, mientras grupos de patriotas se organizaban en guerrillas.

En el año 1812, la campaña de Rusia obligó a Napoleón a desplazar parte de su ejército a aquel país. La ayuda ofrecida por las tropas británicas fue decisiva y, a finales de 1813, los franceses abandonaron el territorio español.

En 1813 se firmó el Tratado de Valençay, por el que Fernando VII recuperaba la Corona y Napoleón retiraba sus tropas.

1.3. Las Cortes de Cádiz

Las abdicaciones de Bayona dejaron un vacío de poder, ya que el rey José I no gozó nunca de la aceptación de los españoles.

Por ello, en 1810, la Junta Central convocó una reunión de Cortes en Cádiz, único territorio no ocupado por los franceses. Las Cortes decidieron que todos los asistentes, independientemente de su origen, se reunirían en una única Asamblea y su voto tendría el mismo peso.

La cámara redactó una Constitución, aprobada en 1812, que reflejó los principios básicos del liberalismo político: soberanía nacional, división de poderes, sufragio universal masculino y amplios derechos. Además, se aprobaron leyes que terminarían con el Antiguo Régimen: supresión de los señoríos, abolición de los gremios, eliminación de la Inquisición e igualdad de los españoles frente a la ley y al pago de impuestos. Sin embargo, la situación bélica impidió aplicar todo lo legislado en Cádiz.

2. El enfrentamiento entre absolutismo y liberalismo

2.1. La restauración del absolutismo

Fernando VII regresó a España en 1814. El rey, convencido de la debilidad de los liberales, impulsó un golpe de Estado mediante el cual clausuró las Cortes y anuló la Constitución.

En los meses siguientes se produjo la restauración de todas las antiguas instituciones y se restableció el régimen señorial, lo que significó la vuelta al Antiguo Régimen.

Con el apoyo de los sectores más liberales del ejército, los opositores del absolutismo organizaron múltiples pronunciamientos, la mayoría de los cuales fueron reprimidos.

2.2. El Trienio Liberal (1820-1823)

En 1820, un pronunciamiento protagonizado por el coronel Riego logró triunfar, inaugurando el Trienio Liberal (1820-1823). El rey se vio obligado a acatar la Constitución de 1812, decretar una amnistía y convocar elecciones.

Las nuevas Cortes restauraron gran parte de las reformas de Cádiz. Se creó la Milicia Nacional, un cuerpo de voluntarios armados que defendían el orden liberal.

Este proceso reformista no agradaba a Fernando VII, que pidió ayuda a las potencias europeas para restaurar el absolutismo. La Santa Alianza encargó a Francia la intervención militar en España y, en 1823, los Cien Mil Hijos de San Luis derrotaron a los liberales y repusieron a Fernando VII como monarca absoluto.

2.3. La quiebra del absolutismo (1823-1833)

La vuelta al absolutismo comportó la destrucción de la obra legislativa del Trienio. Sin embargo, los gobiernos de Fernando VII no supieron dar solución a los problemas del país:

  • Una difícil situación económica, que hacía imprescindible una reforma fiscal que obligase a los privilegiados a pagar impuestos.
  • Un conflicto dinástico. Fernando VII solo había tenido hijas y la Ley Sálica impedía a las mujeres reinar en España. Gracias a la Pragmática Sanción, dictada por el rey, el trono fue cedido a su hija Isabel. No obstante, muchos absolutistas no aceptaron este cambio.

3. La revolución liberal (1833-1843)

3.1. La primera guerra carlista

A la muerte de Fernando VII, se desencadenó una guerra civil entre los partidarios de Carlos, hermano del rey difunto, y de María Cristina, esposa de Fernando VII y regente hasta la mayoría de edad de su hija Isabel.

Los partidarios del carlismo (nobleza agraria, clero y campesinado del Nordeste) eran los defensores del Antiguo Régimen: monarquía absoluta, fueros y agricultura señorial.

Los isabelinos, por su parte, presentaban distintos intereses. La monarquía y la nobleza defendían el trono y sus privilegios, pero vieron en la unión con los liberales la oportunidad de enfrentarse al carlismo.

La guerra se prolongó durante siete años (1833-1840). Los focos carlistas más importantes estaban en el Nordeste de España, pero el bando liberal era superior. El Convenio de Vergara (1839) puso fin a la guerra, aunque el carlismo se mantuvo a lo largo de casi todo el siglo XIX.

3.2. Las reformas progresistas

Los liberales se hallaban divididos en dos facciones: los moderados y los progresistas.

En medio de la guerra carlista, María Cristina impulsó la formación de un gobierno liberal. Primero intentó hacerlo con los moderados, pero finalmente llamó al gobierno a los progresistas.

Entre 1835 y 1837, los progresistas implantaron un régimen liberal. Este proceso culminó con la Constitución de 1837, que inauguró un período de monarquía parlamentaria en España.

El nuevo texto reconocía la soberanía nacional y los derechos individuales, pero aceptaba el papel moderador de la Corona.

3.3. La regencia de Espartero

En 1837, los moderados, con el apoyo de María Cristina, accedieron al gobierno e intentaron dar un giro conservador al proceso de revolución liberal.

Un movimiento de oposición se alzó contra la Regente, que se vio obligada a dimitir en 1840.

El general progresista Espartero fue nombrado regente, pero las medidas librecambistas y el autoritarismo con que gobernó le valieron la oposición de buena parte del país.

En 1843, Espartero dimitió y las Cortes adelantaron la mayoría de edad de Isabel II y la proclamaron reina.

4. La etapa isabelina: el liberalismo moderado (1844-1868)

Una vez alcanzada la mayoría de edad, Isabel II prefirió el gobierno de los moderados.

4.1. La Década Moderada (1844-1854)

a) El liberalismo moderado

Durante el reinado de Isabel II, el Partido Liberal Moderado estuvo al frente del gobierno con el apoyo de la monarquía.

En esa etapa se consolidó un liberalismo conservador y centralista. Se impuso el sufragio censitario, hubo una gran intervención de la Corona en la política y una limitación de las libertades.

El nuevo régimen se apoyaba en los grupos poderosos, que aceptaban el nuevo orden liberal para frenar al carlismo, pero que querían mantener intacto su poder social y alejar del poder a los sectores progresistas y populares.

b) La acción de gobierno

En los diez primeros años de la mayoría de edad de Isabel II, se promulgó la Constitución de 1845, que establecía la soberanía compartida entre las Cortes y el rey.

Se firmó un Concordato con la Santa Sede (1851), que configuraba un Estado confesional.

Se realizaron reformas en la Hacienda, centralizando los impuestos del Estado (respetando los derechos forales del País Vasco y Navarra). Se elaboró un Código Penal (1851) y se creó la Guardia Civil (1854).

4.2. Del Bienio Progresista a la crisis del sistema isabelino (1854-1868)

En 1854 triunfó un pronunciamiento militar, apoyado por progresistas y por moderados descontentos que habían fundado la Unión Liberal (dirigida por el general O’Donnell).

Entre 1854 y 1856, durante el Bienio Progresista, los progresistas de Espartero intentaron restaurar los principios del régimen constitucional de 1837, realizar reformas económicas (desamortización civil de Madoz) e impulsar el ferrocarril.

La última etapa del reinado de Isabel II fue de alternancia en el poder entre los moderados y la Unión Liberal. Se impulsó una política colonialista (Guerra de África).

En el interior, hubo una fuerte represión y autoritarismo. La oposición al régimen fue en aumento y surgieron nuevos grupos políticos, como los demócratas y los republicanos.

5. El Sexenio Democrático (1868-1874)

En esos seis años se intentó instaurar un régimen democrático en España. Se trató de dejar atrás el liberalismo moderado para adoptar principios plenamente democráticos: sufragio universal masculino, amplios derechos políticos y reformas sociales para avanzar en la igualdad (reforma fiscal, enseñanza pública, etc.).

5.1. La Revolución de 1868

A partir de 1866 se produjo una grave crisis económica que, unida al desgaste político del régimen isabelino, desencadenó una revolución contra la monarquía.

Los sublevados fueron aquellos grupos marginados del poder: unionistas, progresistas y demócratas.

El movimiento, encabezado por los militares Prim (progresista) y Serrano (unionista), estalló en 1868 con la sublevación de la escuadra del brigadier Topete en la bahía de Cádiz. La revolución triunfó e Isabel II tuvo que exiliarse.

Se formó un gobierno provisional que impulsó un programa de reformas: se reconocieron derechos fundamentales, el sufragio universal masculino, la reforma de la enseñanza, etc.

Finalmente, se eligieron unas nuevas Cortes, que aprobaron la Constitución de 1869, de carácter democrático.

5.2. La monarquía democrática (1870-1873)

La Constitución de 1869 establecía la monarquía como forma de gobierno, por lo que fue necesario buscar un nuevo rey entre las dinastías europeas. El elegido fue Amadeo de Saboya.

Sin embargo, Amadeo contó siempre con la oposición de los moderados, los carlistas y la Iglesia, que se mantuvieron fieles a los Borbones. Además, muchos demócratas se proclamaron republicanos.

El nuevo rey tuvo que hacer frente al estallido de dos conflictos armados: una insurrección en la isla de Cuba (1868) y una nueva guerra carlista, que se inició en 1872.

Amadeo de Saboya renunció al trono en febrero de 1873.

5.3. La Primera República (1873-1874)

Ante la abdicación del rey, las Cortes españolas votaron la proclamación de la República (1873).

La República nació con escasas posibilidades de éxito, aunque fue recibida con entusiasmo por los sectores populares de las ciudades.

Los republicanos tenían un amplio programa de reformas sociales y pretendieron organizar el Estado de forma federal.

No obstante, la República hubo de enfrentarse a un gran número de problemas: las guerras carlista y cubana, la división entre los propios republicanos (federalistas y centralistas), sublevaciones cantonalistas (como la de Cartagena) y las conspiraciones monárquicas, organizadas en torno al hijo de Isabel II, Alfonso.

En enero de 1874, un golpe de Estado protagonizado por el general Pavía disolvió las Cortes y entregó la presidencia del ejecutivo al general Serrano. Se pretendía establecer una república conservadora y presidencialista, pero la sociedad se inclinaba ya por la restauración de un régimen monárquico.

6. La Restauración Monárquica (1874-1898)

A finales de 1874, el general Martínez Campos proclamó a Alfonso de Borbón (hijo de Isabel II) como rey de España. La monarquía fue bien recibida por los sectores conservadores, que esperaban recuperar el control político y económico del Estado.

6.1. El sistema canovista

El sistema político configurado por Cánovas del Castillo tenía un carácter conservador y se fundamentaba en un sistema parlamentario liberal, pero poco democrático.

Existían dos grandes partidos dinásticos:

  • El Partido Conservador era partidario del inmovilismo político, la defensa de la Iglesia y el orden social.
  • El Partido Liberal se mostraba inclinado a un reformismo de carácter más democrático, laico y social.

Ambos partidos coincidían en lo esencial: la defensa de la monarquía, la Constitución, la propiedad privada y un Estado centralista y uniforme.

La estabilidad del sistema se vio favorecida por la redacción de una nueva Constitución (1876), de carácter moderado. También, el fin de la guerra carlista (1876) y de la insurrección cubana contribuyó a esta estabilidad.

Ambos partidos se ponían de acuerdo para alternarse en el poder (turno pacífico), ya que las elecciones estaban amañadas para garantizar el resultado decidido de antemano. Se practicó el caciquismo (coacción, compra de votos, falsificación de datos, favoritismo, etc.).

6.2. Los nacionalismos

El afianzamiento de un Estado centralizado y uniformista provocó la emergencia de movimientos nacionalistas:

  • En Cataluña, la Renaixença, un movimiento que reivindicaba la lengua y la cultura catalanas, dio paso al surgimiento de organizaciones políticas que pedían la autonomía.
  • En el País Vasco, la abolición de los fueros, después de la derrota carlista, generó un movimiento de protesta que culminó en la creación del Partido Nacionalista Vasco.
  • En Galicia, el galleguismo se mantuvo durante muchos años como un movimiento principalmente cultural con pocas repercusiones políticas.

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