1. El Reinado de Carlos IV (1788-1808)
El reinado de Carlos IV comenzó en un momento especialmente delicado porque justo al año siguiente estalló la Revolución Francesa, lo cual provocó un miedo enorme dentro de la monarquía española. En vez de continuar con las reformas ilustradas iniciadas por Carlos III, se frenó todo de golpe y se adoptó una postura ultraconservadora. Ilustrados como Floridablanca o Jovellanos fueron apartados, y el poder se concentró cada vez más en Manuel Godoy, un joven guardia de corps que se convirtió en la figura dominante del gobierno gracias al favor de los reyes. La política española quedó marcada por el pánico a que las ideas revolucionarias cruzaran la frontera, lo que generó una gestión rígida, defensiva y llena de tensiones.
El temor a la expansión revolucionaria
Desde el primer momento se cerraron fronteras, se reforzó la censura y se vigiló cualquier influencia llegada de Francia. El ambiente se llenó de sospechas, y cualquier atisbo de reformismo se veía casi como una amenaza. Cuando en 1793 los revolucionarios franceses ejecutaron a Luis XVI, España interpretó aquello como un ataque directo al orden monárquico europeo. El país entró en guerra contra la Francia revolucionaria, pero la campaña resultó catastrófica: derrotas militares, crisis económica y un ejército incapaz de frenar al enemigo. Todo terminó con la Paz de Basilea en 1795, un tratado que dejaba a España prácticamente subordinada a los intereses franceses.
La alianza con Francia
Tras esa derrota, Godoy decidió cambiar completamente la estrategia y acercarse a Francia. El problema es que esa alianza metió a España en guerras que no eran suyas, sobre todo contra Gran Bretaña, y obligó al país a enviar sus barcos a batallas que beneficiaban más a Napoleón que a España. El desastre definitivo llegó con la Batalla de Trafalgar en 1805, donde la flota hispano-francesa fue destruida. España perdió su poder naval, el comercio atlántico se vino abajo y la economía quedó muy tocada. Además, la subordinación a Francia generó un fuerte rechazo interno, lo que aumentó la impopularidad del gobierno.
El Motín de Aranjuez
La situación se volvió insostenible cuando Godoy permitió que el ejército francés atravesara España con la excusa de invadir Portugal. Las tropas francesas se quedaron en territorio español ocupando posiciones estratégicas, y eso desencadenó el miedo a una ocupación real.
La tensión acumulada contra Godoy explotó en marzo de 1808 en el Motín de Aranjuez, donde el pueblo y sectores nobiliarios enemigos de Godoy entraron en la residencia real, lo detuvieron y obligaron a Carlos IV a abdicar en su hijo Fernando. El motín dejó claro que la monarquía estaba totalmente debilitada y sin autoridad.
Las abdicaciones reales y la proclamación de José I
Napoleón aprovechó el caos interno en España y convocó a Carlos IV y Fernando VII en Bayona. Allí los presionó hasta lograr que ambos renunciaran a la corona. Con estas abdicaciones, Napoleón colocó a su hermano José I Bonaparte como rey de España. La maniobra dejó al país sin soberanía legítima, provocó un vacío de autoridad y encendió un sentimiento generalizado de traición, lo que desató el levantamiento del 2 de mayo de 1808 y el inicio de la Guerra de la Independencia.
2. La Guerra de la Independencia y las Cortes de Cádiz (1808-1814)
El levantamiento popular
Mientras se desarrollaban los hechos de Bayona, en España se inició un alzamiento popular contra la presencia francesa. El 2 de mayo, por las noticias de que Fernando VII había sido secuestrado por Napoleón, Madrid se alzó de forma espontánea contra las tropas de ocupación. Aunque el levantamiento fue duramente reprimido por las tropas al mando de Murat, su ejemplo cundió por todo el país y la población se rebeló. Ante la sorpresa de los franceses, un movimiento de resistencia popular frenó el avance de las tropas imperiales. En Galicia, Andalucía, Aragón, Castilla, etc., la población reclamó organizar la defensa contra la invasión francesa y surgieron Juntas de Armamento y Defensa, que reaccionaban ante la apatía de las clases privilegiadas, incapaces de movilizar el país ante el vacío de poder creado por la abdicación de los monarcas. Las Juntas fueron locales y pronto se organizaron a nivel provincial para reclamar la acción de las autoridades y forzar la reunión de una Junta Central que coordinase la acción contra los franceses. Desde el punto de vista bélico, el ejército español era insuficiente para oponerse al avance de las fuerzas francesas. La guerrilla y la resistencia en los sitios de las ciudades impidieron el avance del dominio francés.
Las actitudes frente a la ocupación francesa
Los españoles reaccionaron de distintas formas ante la ocupación francesa. Los afrancesados, una minoría formada por intelectuales, funcionarios y nobles ilustrados, apoyaron a José I porque veían en las reformas napoleónicas una vía para modernizar el país; al terminar la guerra tuvieron que exiliarse. En cambio, la mayoría de la población fueron patriotas, aunque con motivaciones diferentes:
- El clero y la nobleza defendían el regreso de Fernando VII y el mantenimiento de la monarquía absoluta y la religión tradicional.
- Los ilustrados moderados querían aprovechar la guerra para impulsar reformas sin romper con el rey.
- Los liberales, apoyados por la burguesía y muchos intelectuales, veían la guerra como la oportunidad para acabar con el Antiguo Régimen e instaurar un sistema liberal con soberanía nacional, constitución y fin de los privilegios.
Además, gran parte del pueblo, sin ideología clara, luchó contra el invasor simplemente para defender al país y al rey, aunque esa resistencia masiva terminó generando actitudes cercanas a una revolución.
El desarrollo de la Guerra de la Independencia
La guerra se divide en tres etapas:
- La resistencia popular (1808): Aunque Napoleón esperaba una conquista rápida, ciudades como Girona, Zaragoza y Tarragona resistieron largos asedios, sufriendo bombardeos, hambre y destrucción, lo que frenó el avance francés. La victoria española en la Batalla de Bailén en julio de 1808, primera gran derrota napoleónica en Europa, impidió la conquista de Andalucía, obligó a José I a abandonar Madrid y provocó el repliegue francés al norte del Ebro.
- La ocupación francesa (1808–1812): Napoleón intervino personalmente y entró en España con 250.000 hombres, logrando tomar Madrid y establecer un dominio casi total del territorio. Sin embargo, este control fue solo teórico, ya que la guerrilla se convirtió en la principal forma de resistencia: atacaba convoyes, comunicaciones y guarniciones, impidiendo la pacificación completa del país.
- La derrota napoleónica (1812–1814): Marcada por la invasión de Rusia, que obligó a Napoleón a retirar miles de soldados de la Península. Aprovechando esta debilidad, las tropas españolas, la guerrilla y el ejército británico dirigido por Wellington lograron importantes victorias como la de Arapiles en julio de 1812, que supuso un punto de inflexión y forzó a José I a abandonar definitivamente Madrid, tomada por Wellington el 12 de agosto. Incapaz de sostener dos frentes, Napoleón pactó el fin del conflicto mediante el Tratado de Valençay, permitiendo el regreso de Fernando VII, y hacia finales de 1813 las tropas francesas iniciaron su retirada.
Los costes del conflicto bélico
La Guerra de la Independencia fue extremadamente larga y destructiva: arrasó ciudades y campos, hubo ejecuciones, requisas e impuestos nuevos, y la mortalidad civil aumentó muchísimo —en algunas zonas hasta el 50%— provocando una fuerte caída de la natalidad. Económicamente, la agricultura quedó devastada, la industria se hundió (desapareciendo sectores como el lanero castellano), el comercio se paralizó y el transporte quedó sin animales de tiro. El Estado terminó con una deuda enorme, ya que en 1815 el déficit era veinte veces mayor que sus ingresos.
La convocatoria de Cortes en Cádiz
En plena guerra, la Junta Central convocó Cortes porque la consulta nacional dejó claro que la población culpaba a los gobiernos de Carlos IV y pedía limitar el poder real. Tras su fracaso político y militar, fue sustituida por una Regencia que convocó oficialmente las Cortes. Unos 300 diputados lograron reunirse el 24 de septiembre de 1810 en la Isla de León, donde los liberales consiguieron que fueran unicamerales, que se proclamara la soberanía nacional, la división de poderes, la libertad de imprenta y el reconocimiento de Fernando VII como rey, rompiendo con el absolutismo y los privilegios estamentales.
La labor de las Cortes: abolir el Antiguo Régimen
Su obra central fue la Constitución de 1812 (“La Pepa”), un texto muy amplio redactado en plena guerra. Además, aprobaron leyes para desmontar el Antiguo Régimen: supresión de señoríos jurisdiccionales, abolición de mayorazgos, desamortización de tierras comunales, abolición de la Inquisición, eliminación de los gremios, libertad de contratación y unificación del mercado. Aunque era un proyecto muy avanzado, apenas pudo aplicarse debido a la guerra y fue anulado cuando Fernando VII volvió y restauró el absolutismo.
3. Fernando VII: el Sexenio Absolutista (1814–1820)
El regreso de Fernando VII
Los liberales desconfiaban de que Fernando VII aceptase el nuevo orden constitucional: por eso insistieron en que viajara directamente a Madrid para jurar la Constitución de 1812 y asumir el marco liberal. Fernando, consciente de la fuerza que habían tenido quienes habían resistido al invasor durante seis años, fingió aceptar. Sin embargo, la nobleza y el clero, que veían en la vuelta del rey la mejor ocasión para deshacer la obra de Cádiz, se organizaron rápidamente (Manifiesto de los Persas) y movilizaron al pueblo para exigir la restauración del absolutismo. Viendo la debilidad del partido liberal y contando con ese apoyo, Fernando VII anuló la Constitución y las leyes de Cádiz mediante el decreto del 4 de mayo de 1814, proclamando la vuelta al absolutismo; a partir de ese momento se produjo una represión sistemática contra los liberales: detenciones, juicios sumarísimos, ejecuciones y exilios forzosos de líderes y activistas. Muchos liberales huyeron o fueron obligados a la clandestinidad.
La vuelta al Antiguo Régimen
La monarquía restauró las instituciones señoriales y la Inquisición; se reinstauraron privilegios y se reimpusieron estructuras políticas y sociales propias del Antiguo Régimen. Este retroceso tuvo lugar en un contexto internacional favorable al conservadurismo: la derrota de Napoleón, el Congreso de Viena y la creación de la Santa Alianza reforzaron la reacción europeísta contra el liberalismo y legitimaron, en la práctica, la intervención para frenar las reformas. España, además, estaba profundamente dañada por la guerra: la pérdida demográfica se ha estimado entre 215.000 y 375.000 personas (muertos directos y nacimientos perdidos), a lo que se suman los fallecidos por hambrunas y epidemias; los campos de cultivo estaban destrozados o abandonados, la producción agrícola era insuficiente para abastecer a la población y la ganadería también había sufrido gravemente. La ruina del campo redujo el consumo campesino y dañó la demanda industrial y comercial. La Hacienda real quedó prácticamente en bancarrota: los enormes gastos militares, tanto en la Península como en las campañas contra los movimientos independentistas en América, y la caída del comercio transoceánico hicieron caer los ingresos (impuestos, metales preciosos, productos coloniales), agravando la penuria financiera del Estado.
El aumento de la desafección social
Aunque Fernando restauró el orden tradicional por la fuerza, la guerra había transformado mentalidades. Las protestas campesinas se multiplicaron: los campesinos rechazaban que se restablecieran rentas señoriales y diezmos que habían sido suspendidos durante la guerra. Al mismo tiempo, quienes se habían beneficiado de las desamortizaciones y de la compra de tierras —sectores adinerados y nuevos propietarios— exigían que se respetara la propiedad de sus adquisiciones. La liberalización de la fabricación y del mercado, que había prosperado en la coyuntura bélica y en las reformas parciales, había permitido el surgimiento de empresas y comerciantes urbanos; la burguesía reclamaba la permanencia de esas libertades económicas y estaba descontenta por la paralización del tráfico comercial. Los gobiernos fernandinos resultaron incapaces de resolver la ruina agrícola, la crisis fiscal y la pérdida de las colonias; la multiplicación de protestas campesinas, amotinamientos urbanos y pronunciamientos militares puso de manifiesto la crisis y la fragilidad del absolutismo.
Los pronunciamientos liberales
La restauración absoluta excluyó a los liberales del ejercicio del poder, empujándolos al exilio o a la clandestinidad. Las persecuciones llevaron a muchos a organizarse en sociedades secretas (logias masónicas y clubes patrióticos), que combinaron redes de conspiración con difusión de ideas ilustradas y liberales. A ellos se sumaron numerosos antiguos guerrilleros y oficiales sin empleo que, al volver a la paz, quedaron marginados; muchos vivían con frustración y se integraron en las tramas conspirativas. Entre 1814 y 1820 se sucedieron numerosos pronunciamientos militares dirigidos por mandos liberales y apoyados por sectores civiles: entre los intentos citados figuran los encabezados por Milans del Bosch y Espoz y Mina (1814), Díaz Porlier (1815), así como otros movimientos y conspiraciones protagonizados por Milans, Lacy y diversos oficiales; la represión fue intensa y la mayoría de estos intentos fracasaron, siendo sofocados con dureza. Solo el pronunciamiento militar liderado por el coronel Riego logró en 1820 un éxito decisivo que obligó al rey a restaurar la Constitución y abrió la etapa del Trienio Liberal; hasta ese momento, las insurrecciones habían sido constantes pero infructuosas, alimentando más represión, exilios y clandestinidad.
4. El Trienio Liberal (1820–1823)
El pronunciamiento de Riego
El Trienio Liberal comenzó el 1 de enero de 1820, cuando el coronel Riego lideró un pronunciamiento en Cabezas de San Juan (Sevilla) con tropas que debían embarcar hacia las colonias americanas, recorriendo Andalucía y proclamando la Constitución de 1812. La pasividad del ejército, la actuación de la oposición liberal en las ciudades y la neutralidad del campesinado presionaron al rey; ante esta situación, Fernando VII aceptó convertirse en monarca constitucional el 10 de marzo.
Las medidas reformistas
Se formó un gobierno liberal que decretó una amnistía, permitió el regreso de liberales y afrancesados y convocó elecciones que los liberales ganaron. Las Cortes impulsaron una obra reformista dirigida a consolidar la abolición del Antiguo Régimen:
- Supresión de señoríos jurisdiccionales, mayorazgos y vinculaciones (liquidando el feudalismo y transformando la tierra en mercancía).
- Reforma eclesiástica que suprimió conventos, secularizó frailes y desamortizó bienes del clero regular para recaudar y potenciar la producción agraria.
- Reforma fiscal con intención de aumentar ingresos y reducir el diezmo.
- Eliminación de gremios y establecimiento de la libertad de industria y de circulación de mercancías, beneficiando a la burguesía comercial e industrial.
Además, se instauró la Milicia Nacional (ciudadanos armados de clases medias para defender el régimen), se reorganizó el territorio en provincias y se configuraron ayuntamientos y diputaciones por sufragio; se aprobó el Código Penal (1822), se reformó el ejército (1821) y se organizó la educación en tres grados (primario, secundario y universitario).
Oposición y división del liberalismo
Las reformas encontraron fuerte oposición. Fernando VII aceptó el régimen forzado por la situación pero usó su veto para paralizar leyes. Las medidas no resolvieron aspiraciones básicas del campesinado —acceso a la tierra y rebaja efectiva de impuestos— y las nuevas contribuciones agravaron su situación, provocando protestas y levantamientos.
La nobleza y la Iglesia, perjudicadas por la supresión del diezmo y la venta de bienes monacales, estimularon revueltas y supieron capitalizar el rechazo campesino: en 1822 surgieron partidas realistas en Cataluña, Navarra, Galicia y el Maestrazgo, llegando a establecer una regencia absolutista en la Seo de Urgel en 1823. Internamente, el liberalismo se fracturó entre moderados (doceañistas) —reformistas prudentes que gobernaron hasta 1822— y exaltados, organizados en sociedades patrióticas que defendían la plena aplicación de la Constitución y reformas más radicales; estos últimos se enfrentaron a los realistas y lograron derrotarlos a fines de 1822.
La intervención militar de la Santa Alianza
Fernando VII pidió ayuda a la Santa Alianza. En 1823 Francia envió la expedición de los Cien Mil Hijos de San Luis, comandada por el duque de Angulema, que cruzó los Pirineos para restaurar el orden tradicional. La resistencia del ejército liberal fue escasa, no hubo apoyo ni intervención británica, y los franceses restablecieron rápido el absolutismo. Tras la ocupación se nombró un Consejo de Regencia y en octubre de 1823 Fernando VII recuperó la condición de monarca absoluto. El nuevo gobierno derogó las normas del Trienio y persiguió duramente a los liberales; muchos se exiliaron a Francia (Martínez de la Rosa, Javier de Burgos, Andrés Borrego…) o al Reino Unido (Blanco White, Alcalá Galiano…).
6. La Década Ominosa y la Crisis Sucesoria (1823-1833)
Las dificultades del reformismo
El regreso al absolutismo vino acompañado de una gran represión de la oposición y de algunos intentos fracasados de insurrecciones liberales. Para ello se creó un cuerpo militar encargado de la persecución del liberalismo. Se depuró la Administración y el ejército de presuntos liberales y se crearon comisiones de vigilancia y control para sancionar a los desafectos. El ajusticiamiento de Mariana Pineda o el fusilamiento de Torrijos en 1831 se convirtieron en un caso emblemático de la represión fernandina. En el ámbito político, la monarquía se hallaba ante la dicotomía de rechazar cualquier intento reformista por el temor del auge del liberalismo y la necesidad de adoptar los cambios propuestos por algunos de sus ministros para asegurar el funcionamiento de la maquinaria del Estado. Se propuso una amnistía para superar la coyuntura de violencia y una tímida reforma de la Hacienda para aumentar los ingresos. El gobierno se sentía amenazado y condicionado tanto por las conspiraciones liberales como por los levantamientos de los defensores más radicales del absolutismo.
