El Reinado de Isabel II (1833-1868): Las Desamortizaciones y el Tránsito a la Sociedad de Clases
Las Desamortizaciones en España: Antecedentes y Proceso
El proceso desamortizador en España tuvo diversos antecedentes antes del reinado efectivo de Isabel II. La primera desamortización significativa se produjo en 1798 bajo el gobierno de Godoy, afectando a propiedades de los jesuitas y obras pías. Posteriormente, José I Bonaparte impuso otra que recayó sobre los bienes inmuebles de la aristocracia y el clero opuestos a su régimen.
Durante las Cortes de Cádiz, en 1813, se aplicó la desamortización a las propiedades de los nobles afrancesados, las órdenes militares disueltas, los monasterios destruidos por la guerra y la mitad de las tierras municipales. El Trienio Liberal (1820-1823) reanudó el proceso, aplicándolo a los mayorazgos (que fueron suprimidos) y a las órdenes religiosas, que fueron eliminadas.
La Desamortización de Mendizábal (1836-1837)
Durante la minoría de Isabel II y la regencia de María Cristina, se produjo la ruptura definitiva con el Antiguo Régimen, en cuyo contexto surgió la desamortización impulsada por Mendizábal. La desamortización consiste en la apropiación de bienes por parte del Estado para venderlos en pública subasta y obtener ingresos. Se admitían títulos de deuda pública como forma de pago.
Esta desamortización se aplicó principalmente a las propiedades en ‘manos muertas’, es decir, aquellas que no podían ser compradas ni vendidas libremente, y afectó especialmente a los bienes del clero regular, lo que conllevó la supresión de numerosas órdenes religiosas.
Objetivos de la Desamortización de Mendizábal:
- Conseguir financiación para sufragar la deuda pública y los gastos de la Primera Guerra Carlista.
- Convertir la propiedad vinculada en propiedad libre que pudiera circular en el mercado.
- Atraer el apoyo de las élites liberales, que serían los principales compradores de los bienes desamortizados.
- Aumentar el número de propiedades rurales en manos privadas.
Consecuencias de la Desamortización de Mendizábal:
- Las tierras desamortizadas se convirtieron en propiedades privadas.
- Aumentó la extensión de tierra cultivada.
- Surgió una burguesía agraria.
- No se logró crear una clase media rural, ya que el tamaño de los lotes subastados era muy grande y resultaba inasequible para los campesinos pobres.
En la regencia de Espartero (1840-1843) se retomó la desamortización, aplicándola a los bienes del clero secular, lo que generó una fuerte oposición por parte de la Iglesia y del Papado.
La Desamortización General de Madoz (1855)
Durante el Bienio Progresista (1854-1856), en el reinado efectivo de Isabel II, culminó el proceso desamortizador con la Ley de Desamortización General de Madoz (1855). Esta ley no solo afectó a las posesiones de la Iglesia que aún quedaban, sino también, y de forma muy significativa, a las tierras y bienes de los municipios y del Estado.
Se desamortizaron los baldíos o bienes comunales y los bienes propios (tierras arrendadas por los ayuntamientos). Esta medida perjudicó especialmente a las clases bajas rurales, que dependían del aprovechamiento de las tierras comunales para su subsistencia.
De la Sociedad Estamental a la Sociedad de Clases
Hasta el siglo XIX, la sociedad española estaba organizada en estamentos, donde los derechos y privilegios dependían del nacimiento. Con el liberalismo y los cambios económicos, emergió una nueva estructura social: la sociedad de clases, caracterizada por la igualdad legal de los ciudadanos, aunque persistían profundas desigualdades económicas.
Las Clases Altas
La antigua nobleza, aunque perdió su posición dominante basada en el privilegio legal, supo adaptarse a las nuevas circunstancias y conservar una gran influencia económica y social, a menudo fusionándose con la alta burguesía. Su modo de vida se centraba en la familia nuclear y mantenían espacios sociales propios como clubes, círculos y casinos privados, además de disfrutar de espectáculos como los toros, bailes, circo, ópera y zarzuela. La baja nobleza, sin base económica suficiente, tendió a desaparecer o integrarse en las clases medias.
La alta burguesía de negocios constituyó la nueva élite económica, favorecida por el crecimiento económico. Estaba compuesta por banqueros, grandes comerciantes e industriales, propietarios de extensas tierras rústicas e inmuebles urbanos, poseedores de títulos de deuda pública, especuladores en bolsa y profesionales de prestigio, así como altos cargos del Ejército.
Las burguesías regionales y locales de la periferia se vincularon a actividades industriales y comerciales específicas: en Cádiz al comercio ultramarino; en Valencia a la exportación de productos agrarios; y en Asturias, País Vasco y Cataluña a la industria. A este grupo se sumaron los indianos, que habían hecho fortuna con negocios en las colonias, principalmente en Cuba (cultivo y comercio de azúcar, tráfico de esclavos).
Las Clases Medias
Por debajo de la alta burguesía se encontraban las clases medias acomodadas, formadas por propietarios de negocios, tierras, casas y rentas moderadas, que ejercían una actividad profesional liberal (médicos, abogados, etc.) o tenían un empleo público. En España, la burguesía, y sobre todo la clase media, fue relativamente débil en comparación con otros países europeos. Su principal aspiración era ascender en la pirámide social mediante la acumulación de propiedades inmuebles.
Las Clases Populares
Los trabajadores del campo constituían el grupo social más numeroso. En su mayoría eran campesinos que apenas poseían tierras o bienes.
- Los propietarios de pequeños minifundios eran abundantes en el norte de España.
- Los arrendatarios y aparceros cultivaban tierras ajenas a cambio de un alquiler o una parte de la cosecha, sujetos a contratos de corta duración cuyo precio se fijaba libremente, sin limitaciones jurídicas, salvo excepciones como los ‘foros’ en Galicia o la ‘rabassa morta’ en Cataluña.
- Los jornaleros vendían su trabajo a cambio de un salario diario. Era el grupo más numeroso, sobre todo en Andalucía occidental, donde representaban más del 75% de la población rural.
Los trabajadores de la ciudad se empleaban en sectores en expansión como la industria (obreros fabriles), el ferrocarril, la minería, el comercio, la construcción y la Administración. Estos convivieron con los trabajadores de los antiguos gremios (un grupo muy politizado) y con el sector terciario tradicional, destacando el servicio doméstico, muy abundante y formado mayoritariamente por mujeres.
Las condiciones de vida y trabajo de las clases populares urbanas eran muy duras. No existía previsión social para los desempleados ni asistencia sanitaria pública. Los ingresos eran muy escasos, lo que obligaba a mujeres y niños a trabajar, cobrando un salario inferior. A menudo, solo recibían alimentación, hospedaje y vestido. Los horarios laborales superaban las 10 horas diarias, había numerosos accidentes laborales, escasa alfabetización y estaban muy desprotegidos legalmente. Además, el hábitat en los barrios obreros era inadecuado, lo que favorecía la extensión de enfermedades y el incremento de la mortalidad. Su ocio consistía en ferias, bailes al aire libre y, lamentablemente, el alcoholismo.