España (1700-1833): Dinastía Borbónica, Ilustración, Guerra de Independencia y Liberalismo

La Guerra de Sucesión Española, el Sistema de Utrecht y los Pactos de Familia

Carlos II murió en 1700 sin descendientes y dejó el trono a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia. Esta decisión provocó una guerra internacional entre el archiduque Carlos de Habsburgo (apoyado por la Gran Alianza antiborbónica, formada por Inglaterra, Holanda, Austria y otros) y Felipe de Borbón (apoyado por Francia y la Corona de Castilla). En España, el conflicto derivó en una guerra civil: la Corona de Castilla apoyó mayoritariamente a Felipe de Anjou, mientras que la Corona de Aragón se decantó por el archiduque Carlos, temiendo el centralismo borbónico.

El desarrollo de la Guerra de Sucesión Española (1701-1714) se alteró cuando el archiduque Carlos heredó el Imperio Austriaco en 1711, convirtiéndose en el emperador Carlos VI. Este hecho suscitó el temor entre las potencias aliadas a una posible unión de España y Austria bajo un mismo monarca, similar a la época de Carlos I, lo que precipitó el fin del conflicto.

Los Tratados de Utrecht (1713) y Rastatt (1714) pusieron fin a la guerra y supusieron acuerdos de carácter:

  • Político: Felipe V era reconocido rey de España y de las Indias, pero debía renunciar a sus derechos al trono francés, prohibiéndose así la unión dinástica entre Francia y España. Se puso fin a la hegemonía francesa en Europa, inaugurando un nuevo orden internacional basado en el equilibrio de poder entre Francia, Austria y, especialmente, Gran Bretaña.
  • Económico: Se concedieron ventajas comerciales a Gran Bretaña, que obtenía el derecho de asiento de negros (monopolio para introducir esclavos africanos en la América española) y el navío de permiso (autorización para enviar un barco anual con mercancías a las colonias españolas). Esto permitió al Reino Unido un mayor acceso al comercio americano y al Mediterráneo (a través de Gibraltar y Menorca).
  • Territorial: España fue la gran perdedora. Inglaterra se quedó con Gibraltar y Menorca. Austria obtuvo los Países Bajos españoles (Flandes y Brabante) y los territorios italianos que España poseía (Milanesado, Nápoles y Cerdeña). Saboya recibió Sicilia (que posteriormente intercambiaría con Austria por Cerdeña).

Recuperar estos territorios italianos y la influencia en Italia fue el principal objetivo de la política exterior de la Corona española durante gran parte del siglo XVIII. Felipe V, influenciado por su segunda esposa, Isabel de Farnesio, y tras fracasos iniciales en Cerdeña y Sicilia, firmó el Primer Pacto de Familia con Francia (1733), en el contexto de la Guerra de Sucesión de Polonia. Gracias a este pacto, recuperó Sicilia y Nápoles para su hijo Carlos (futuro Carlos III de España). Con el Segundo Pacto de Familia (1743), durante la Guerra de Sucesión de Austria, obtuvo los ducados de Parma, Piacenza y Guastalla para su otro hijo, Felipe. Carlos III firmó el Tercer Pacto de Familia (1761), participando España en la Guerra de los Siete Años (1756-1763) contra Gran Bretaña, con resultados desfavorables (pérdida de Florida). Posteriormente, en la Guerra de la Independencia de Estados Unidos (1775-1783), España apoyó a los colonos rebeldes y, como resultado, recuperó Florida y Menorca.

La Nueva Monarquía Borbónica: Decretos de Nueva Planta y Modelo de Estado

Tras la Guerra de Sucesión, se estableció en España una nueva dinastía, la borbónica, con monarcas como Felipe V (1700-1746), Fernando VI (1746-1759) y Carlos III (1759-1788). Estos reyes implantaron una monarquía fuerte, centralista y unificada, siguiendo el modelo absolutista francés.

Implantación del Absolutismo y Centralización

Para ello, se promulgaron los Decretos de Nueva Planta, que supusieron:

  • La supresión de las Cortes, fueros (leyes propias), instituciones y particularidades administrativas de los reinos de la Corona de Aragón (Valencia y Aragón en 1707, Mallorca en 1715 y Cataluña en 1716), como castigo por su apoyo al archiduque Carlos. Se impusieron las leyes e instituciones de Castilla.
  • Se respetaron, en general, los fueros e instituciones de Navarra y las Provincias Vascas por su lealtad a Felipe V durante la guerra.
  • Las Cortes pasaron a ser únicas para todo el reino (Cortes Generales del Reino), aunque con funciones muy limitadas, manteniéndose las Cortes particulares de Navarra.
  • Los capitanes generales, con atribuciones militares y gubernativas, sustituyeron a los virreyes en los antiguos reinos de la Corona de Aragón.

Reformas Administrativas y Fiscales

Se establecieron intendentes, funcionarios reales encargados de la administración y la hacienda en las provincias, siguiendo el modelo francés. Al mismo tiempo, se intentó imponer un nuevo sistema tributario más equitativo y eficaz en los territorios de la Corona de Aragón, fijando una cuota fija para cada reino: la contribución única en Aragón, el equivalente en Valencia, la talla en Mallorca y el catastro en Cataluña. Además, se creó la Guardia Real y se reorganizó el ejército, sustituyendo los tercios por regimientos.

Reformas en América

También se implementaron reformas administrativas en América:

  • El Consejo de Indias y la Casa de Contratación perdieron gradualmente funciones en favor de las nuevas Secretarías de Despacho (ministerios).
  • Se crearon dos nuevos virreinatos para mejorar la administración y defensa: Nueva Granada (1717/1739) y Río de la Plata (1776).
  • Se establecieron cuatro Capitanías Generales con mayor autonomía militar y administrativa: Cuba, Guatemala, Venezuela y Chile.
  • Se impulsó una reforma militar, creando un ejército permanente en América con guarniciones militares en puntos estratégicos.

Fomento Cultural y Regalismo

Otro aspecto esencial fue el fomento de la cultura y las artes, con la creación de la Biblioteca Nacional (1712), las Reales Academias (como la de la Lengua en 1713 y la de Historia en 1738) y la construcción o remodelación de suntuosos palacios como el Palacio Real de Madrid y el Palacio Real de La Granja de San Ildefonso.

Este aumento del poder real se completó con el regalismo, política que defendía la primacía del poder real sobre el de la Iglesia en asuntos temporales. Un hito importante fue el Concordato con la Santa Sede de 1753, que concedía al rey el Patronato Regio Universal, es decir, el derecho de presentación de obispos y otros cargos eclesiásticos en España.

La España del Siglo XVIII: Expansión y Transformaciones Económicas

La economía española del siglo XVIII, aunque experimentó cierto crecimiento, estaba limitada por la falta de competencia, la estructura de la propiedad de la tierra y una oposición generalizada al cambio por parte de los sectores privilegiados.

Agricultura

La agricultura, sector fundamental, tenía en el régimen de propiedad (existencia de grandes extensiones de tierras amortizadas en manos de la nobleza o la Iglesia, que no se podían vender ni dividir) su principal obstáculo para el desarrollo. La rentabilidad era escasa y se utilizaban técnicas atrasadas. Con Carlos III, se tomaron algunas medidas para fomentar la agricultura, como los arrendamientos de tierras municipales a campesinos, intentos de facilitar a los campesinos el acceso a la propiedad de las tierras y el planteamiento de las primeras desamortizaciones (venta de bienes de la Iglesia o de los municipios), aunque con alcance limitado.

Industria

La industria se vio incentivada por el aumento de la población, la consiguiente mayor demanda de productos y el aumento de las rentas de nobles y eclesiásticos, además de una nueva política comercial con América. El principal obstáculo para la modernización industrial era el sistema gremial, que controlaba la producción y dificultaba la innovación. Los reyes borbónicos potenciaron la industria con una política proteccionista (aranceles a productos extranjeros), la creación de Reales Fábricas (grandes talleres financiados por el Estado, dedicados a la producción de bienes de lujo o de interés militar, como tapices, porcelanas o armas) y el fomento de la construcción naval.

Comercio

Al comercio llegaron las ideas ilustradas, impulsadas por las Sociedades Económicas de Amigos del País, que promovían la mejora de la agricultura, la industria y el comercio. En el comercio interior se inició una política proteccionista para fomentar la producción nacional y se mejoraron las infraestructuras (caminos, canales). Se creó el Banco Nacional de San Carlos (1782), antecedente del Banco de España, para financiar la deuda pública y facilitar las transacciones. La política comercial con América se reforzó considerablemente. Se adoptaron medidas como la creación de nuevas compañías comerciales privilegiadas (aunque muchas fracasaron), la introducción de navíos de registro (que sustituyeron al sistema de flotas y galeones, permitiendo un comercio más ágil) y, fundamentalmente, la promulgación del Reglamento de Libre Comercio en 1778, que abrió el comercio con América a la mayoría de los puertos españoles, poniendo fin al monopolio de Cádiz (anteriormente Sevilla).

El Despegue Económico de Cataluña

Destaca el despegue económico de Cataluña en el siglo XVIII. A pesar de la derrota en la Guerra de Sucesión y la imposición de los Decretos de Nueva Planta, Cataluña fue la región que más se benefició de los cambios económicos, especialmente en el sector mercantil y manufacturero. Consiguió conquistar el amplio mercado interior de Castilla para sus productos y sus afamadas telas de algodón estampadas (indianas) encontraron una importante salida en América. Gracias al dinamismo de su agricultura (especializada en vid y aguardiente), su industria textil y el comercio a ambos lados del Atlántico, la burguesía catalana lograría reunir los capitales necesarios para abordar con éxito la Revolución Industrial en la centuria siguiente.

Ideas Fundamentales de la Ilustración y el Despotismo Ilustrado: Carlos III

La Ilustración en España

La Ilustración es la corriente de pensamiento que se difundió por Europa en el siglo XVIII, caracterizada por la confianza en la razón, la ciencia y la educación como motores del progreso y la felicidad humana. En España, aunque con menor intensidad y con un carácter más moderado y cristiano que en otros países europeos, la Ilustración constituyó la base intelectual de las reformas emprendidas por los Borbones, especialmente durante el reinado de Carlos III. Sus principios fundamentales se basaban en:

  • El empleo de la razón y el espíritu crítico frente a la tradición y la superstición.
  • El desarrollo del conocimiento científico y de la educación como medios para mejorar la sociedad.
  • La búsqueda del progreso material y la felicidad pública.

La Ilustración se difundió en España a través de las Academias, los consulados de comercio, las Sociedades Económicas de Amigos del País y la prensa periódica. Destacaron intelectuales y artistas como el padre Benito Jerónimo Feijoo, Gaspar Melchor de Jovellanos, el botánico José Celestino Mutis, el escritor José Cadalso y el dramaturgo Leandro Fernández de Moratín.

El Despotismo Ilustrado de Carlos III

Con Carlos III (1759-1788) se instauró en España el despotismo ilustrado. Esta forma de gobierno era un intento del absolutismo monárquico de hacer suyas algunas ideas y reformas propuestas por la Ilustración (fomento de la economía, la cultura, la educación, racionalización de la administración), pero sin modificar las estructuras fundamentales del Antiguo Régimen ni cuestionar el poder absoluto del rey. Su lema característico era: “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”.

Durante su reinado, se llevaron a cabo numerosas reformas encaminadas a modernizar el país y mejorar las condiciones de vida de las clases populares. Sin embargo, estas reformas encontraron resistencias y fueron fuertemente criticadas, especialmente tras el inicio de la crisis económica derivada de la participación en la Guerra de los Siete Años. Carlos III se rodeó de secretarios (ministros) ilustrados como Pedro Rodríguez de Campomanes, el conde de Floridablanca y el marqués de Esquilache. Este último protagonizó el famoso Motín de Esquilache (1766, Madrid), un levantamiento popular provocado por la escasez y el encarecimiento del pan (debido a la liberalización de los precios del trigo), el incremento de los impuestos y la prohibición de ciertas vestimentas tradicionales (sombreros de ala ancha y capas largas).

Principales Reformas e Intelectuales

En cuanto a la producción intelectual y artística, además de los ya mencionados, destacaron figuras como Francisco Cabarrús. En política económica, figuras como Pablo de Olavide, Jovellanos y Campomanes abordaron la necesidad de una Ley Agraria para reformar la estructura de la propiedad de la tierra, aunque sus propuestas no llegaron a aplicarse en profundidad. Olavide supervisó el ambicioso plan de colonización de Sierra Morena, con el objetivo de repoblar zonas deshabitadas y fomentar la agricultura. Se creó el Banco Nacional de San Carlos y comenzó la emisión de vales reales (deuda pública). También se emprendieron reformas en la educación (creación de nuevas instituciones y planes de estudio), la justicia (intentos de unificar y modernizar las leyes) y el ejército (buscando que fuera más profesional y estuviera al servicio del Estado).

La Guerra de la Independencia: Antecedentes, Causas, Bandos y Fases

Antecedentes y Causas

Con Napoleón Bonaparte al mando, Francia inició una etapa expansionista que culminó en la formación del Imperio Napoleónico (1804-1814/1815). Los antecedentes directos de la guerra en España fueron:

  • La firma del Tratado de Fontainebleau (1807) entre España (representada por Manuel Godoy, valido de Carlos IV) y Francia. Este tratado permitía a las tropas francesas pasar por España para invadir Portugal, aliado de Gran Bretaña y contrario al bloqueo continental decretado por Napoleón.
  • El descontento popular por la presencia de tropas extranjeras en territorio español y la profunda crisis de la monarquía española (conspiraciones contra Godoy y Carlos IV, como la Conjura de El Escorial) dieron lugar al estallido del Motín de Aranjuez en marzo de 1808. Este motín provocó la caída de Godoy y la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando VII.
  • Napoleón aprovechó la crisis dinástica y los problemas internos de la familia real española para atraerlos a Bayona (Francia). Allí obligó a los monarcas Carlos IV y Fernando VII a abdicar en su favor, cediendo el trono de España a su hermano José I Bonaparte (Abdicaciones de Bayona, mayo de 1808).
  • Al pueblo español le indignó profundamente la invasión francesa y la usurpación del trono, lo que provocó un levantamiento generalizado. El detonante fue el levantamiento popular del 2 de mayo de 1808 en Madrid contra las tropas francesas, duramente reprimido por el general Murat (fusilamientos del 3 de mayo, inmortalizados por Goya). Este levantamiento se extendió progresivamente por toda España, dando inicio a la Guerra de la Independencia.

Bandos en Conflicto

En el conflicto se distinguieron dos bandos principales:

  • Los patriotas: La mayoría de la población española, que se oponía a la ocupación francesa y defendía la independencia de España y el regreso de Fernando VII como rey legítimo. Dentro de este bando existían diversas posturas ideológicas: los absolutistas, partidarios de restaurar el Antiguo Régimen; los reformistas moderados, que buscaban reformas dentro del sistema tradicional; y los liberales, que pretendían aprovechar la guerra para realizar una profunda transformación política y social, estableciendo un régimen constitucional.
  • Los afrancesados: Una minoría de españoles que apoyó al régimen de José I Bonaparte. Entre ellos había oportunistas, pero también ilustrados y reformistas que consideraban que el reinado de José I podría traer la modernización y las reformas que España necesitaba, evitando una revolución violenta.

Fases de la Guerra

La guerra (1808-1814) se desarrolló en varias fases:

  • Primera fase (mayo-noviembre de 1808): El fracaso inicial de la ocupación francesa. Tras el levantamiento generalizado, los franceses intentaron sofocar la resistencia y ocupar las principales ciudades. Sin embargo, encontraron una fuerte oposición popular y militar. Destacan los sitios de ciudades como Zaragoza y Gerona, que resistieron heroicamente. El hecho más significativo fue la inesperada derrota del ejército francés del general Dupont en la Batalla de Bailén (19 de julio de 1808) a manos de un ejército español improvisado dirigido por el general Castaños. Esta fue la primera derrota importante del ejército napoleónico en campo abierto y tuvo una gran repercusión internacional, obligando a José I a abandonar Madrid y a las tropas francesas a replegarse al norte del Ebro.
  • Segunda fase (noviembre de 1808 – primavera de 1812): Hegemonía francesa y guerra de guerrillas. Ante el descalabro de Bailén, Napoleón intervino personalmente en España al frente de la Grande Armée (un ejército de más de 250.000 hombres). Derrotó a los ejércitos españoles en batallas como las de Espinosa de los Monteros, Tudela y Somosierra, y recuperó Madrid en diciembre de 1808. Durante esta fase, los franceses lograron controlar la mayor parte del territorio español, excepto algunas zonas periféricas y Cádiz, que resistió el asedio gracias al apoyo de la flota británica. La resistencia española se organizó mediante la táctica de la guerra de guerrillas: pequeños grupos armados de civiles y militares que hostigaban constantemente a las tropas francesas, atacando sus líneas de comunicación, suministros y pequeñas guarniciones. Esta forma de lucha desgastó enormemente al ejército francés. Los ejércitos regulares españoles y sus aliados británicos y portugueses, al mando de generales como Cuesta y, fundamentalmente, el británico Arthur Wellesley (futuro duque de Wellington), intentaron frenar el avance francés, pero sufrieron importantes derrotas, como la de la Batalla de Ocaña (19 de noviembre de 1809), que permitió a los franceses ocupar casi toda Andalucía.
  • Tercera y última fase (primavera de 1812 – finales de 1813): Ofensiva aliada y retirada francesa. La situación comenzó a cambiar en 1812, cuando Napoleón retiró una parte importante de sus tropas de España para destinarlas a la campaña de Rusia. El ejército aliado (británico, portugués y español), bajo el mando de Wellington, aprovechó esta circunstancia para lanzar una gran ofensiva desde Portugal. Los franceses fueron vencidos en batallas decisivas como la de Ciudad Rodrigo y, especialmente, la de los Arapiles (Salamanca, julio de 1812), que obligó a José I a abandonar Madrid por segunda vez. Aunque los franceses contraatacaron y recuperaron Madrid brevemente, su posición era cada vez más precaria. Las victorias aliadas continuaron en 1813 (Vitoria, San Marcial). Napoleón, debilitado por la derrota en Rusia y la presión en otros frentes europeos, decidió pactar el fin del conflicto con los españoles. Mediante el Tratado de Valençay (11 de diciembre de 1813), reconoció a Fernando VII como rey de España y se comprometió a retirar sus tropas del país. La guerra finalizó oficialmente en 1814.

Las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812

Convocatoria y Composición de las Cortes

El inicio de la Guerra de la Independencia contra los franceses en 1808 produjo un vacío de poder en las zonas no ocupadas por el ejército francés. Ante la ausencia del rey Fernando VII (retenido en Francia) y la desconfianza en las autoridades colaboracionistas, en estos territorios se establecieron Juntas Provinciales y Locales para organizar la resistencia y asumir el poder en nombre del rey. Sin embargo, pronto se hizo evidente la necesidad de establecer un poder central, un Gobierno que coordinase la lucha y las provincias. Así se formó en septiembre de 1808 la Junta Suprema Central Gubernativa del Reino, máximo órgano gubernativo durante la guerra, que asumió la soberanía nacional en ausencia del rey. Por el avance de las tropas francesas, la Junta Suprema Central tuvo que trasladarse primero a Sevilla y, finalmente, a Cádiz, ciudad que, protegida por la flota británica, resistía el asedio francés y se convirtió en el centro de la resistencia.

La Junta Suprema Central, incapaz de dirigir eficazmente la guerra y desacreditada por las derrotas militares, se disolvió en enero de 1810, traspasando sus poderes a un Consejo de Regencia. Este Consejo, formado por cinco miembros, fue el encargado de convocar las Cortes Generales y Extraordinarias. Se organizó una consulta al país sobre las reformas a realizar por las Cortes. La elección de los diputados fue complicada debido a la guerra, y en muchos casos se eligieron suplentes entre los residentes en Cádiz. En la composición de las Cortes, que se reunieron por primera vez en septiembre de 1810, predominaba el clero y la nobleza, pero también había una importante representación de las clases medias con formación intelectual (abogados, funcionarios, comerciantes, catedráticos) y militares. Durante las sesiones, pronto aparecieron entre los diputados dos grandes tendencias ideológicas:

  • Los liberales: Partidarios de reformas revolucionarias inspiradas en los principios de la Ilustración y la Revolución Francesa. Defendían la soberanía nacional, la división de poderes, la igualdad ante la ley y la elaboración de una constitución escrita que limitase el poder del rey.
  • Los absolutistas (o «serviles», como los llamaban despectivamente los liberales): Partidarios de mantener el Antiguo Régimen y la monarquía absoluta de Fernando VII, sin apenas cambios.

La Labor Legislativa y la Constitución de 1812

Las Cortes de Cádiz llevaron a cabo una importante labor legislativa que sentó las bases para la liquidación del Antiguo Régimen y la construcción de un Estado liberal en España. Algunas de las medidas adoptadas más destacadas, además de la propia Constitución, fueron:

  • La proclamación de la soberanía nacional (el poder reside en la nación, representada en las Cortes), en su primera sesión.
  • La libertad de imprenta y de expresión (aunque con ciertas limitaciones, especialmente en materia religiosa).
  • La supresión de la Inquisición (1813).
  • La abolición de los señoríos jurisdiccionales (los nobles perdían el derecho a impartir justicia y cobrar ciertos impuestos en sus dominios) y de los gremios de origen medieval (que obstaculizaban la libertad de industria y comercio).
  • La supresión del Antiguo Régimen en sus aspectos económicos y sociales, como la desamortización de algunos bienes eclesiásticos y de los municipios, y la supresión de los mayorazgos.

El 19 de marzo de 1812, día de San José (de ahí el nombre popular de «La Pepa«), los diputados de Cádiz aprobaron una Constitución, la primera de la historia de España. Con ella se daba por terminado jurídicamente el Antiguo Régimen y se establecían las bases del liberalismo político en España. Entre sus puntos fundamentales destacaban:

  • Soberanía nacional: El poder reside esencialmente en la Nación.
  • División de poderes: El poder legislativo residía en las Cortes unicamerales junto con el Rey; el poder ejecutivo correspondía al Rey, que nombraba a sus ministros; y el poder judicial, a los tribunales de justicia independientes.
  • Monarquía constitucional: Se reconocía a Fernando VII como rey constitucional de España. El poder del rey estaba limitado por la Constitución.
  • Sufragio universal masculino indirecto: Tenían derecho a voto la mayoría de los varones mayores de 25 años (excluyendo a criados domésticos, entre otros), pero elegían a unos compromisarios o electores que, a su vez, elegían a los diputados.
  • Igualdad de los ciudadanos ante la ley y reconocimiento de una amplia declaración de derechos y libertades individuales (libertad de imprenta, inviolabilidad del domicilio, derecho a la educación básica, garantías procesales).
  • Religión católica: Se establecía como la religión oficial y única del Estado español (Estado confesional), prohibiéndose el ejercicio de cualquier otra.

La obra legislativa de las Cortes de Cádiz, incluida la Constitución de 1812, quedó anulada con el retorno de Fernando VII en 1814 y la restauración del absolutismo. Sin embargo, sería reinstaurada durante el Trienio Liberal (1820-1823) y vuelta a ser anulada durante la Década Ominosa (1823-1833). A pesar de su breve y accidentada vigencia, la Constitución de 1812 se convirtió en un referente fundamental y un símbolo para el liberalismo español del siglo XIX y para movimientos liberales en otros países de Europa y América Latina.

El Reinado de Fernando VII: Liberalismo frente a Absolutismo. El Proceso de Independencia de las Colonias Americanas

El Reinado de Fernando VII (1814-1833)

El reinado de Fernando VII se dividió en tres etapas claramente diferenciadas, marcadas por la tensión constante entre el absolutismo y el liberalismo:

El Sexenio Absolutista (1814-1820)

Tras su liberación por Napoleón mediante el Tratado de Valençay, Fernando VII regresó a España en marzo de 1814. A su llegada, recibió el apoyo de un sector del ejército y de un grupo de diputados absolutistas que le presentaron el Manifiesto de los Persas, en el que le instaban a restaurar el absolutismo. Amparado en estos apoyos y en el entusiasmo popular, Fernando VII decretó el 4 de mayo de 1814 la anulación de la Constitución de 1812 y de toda la obra legislativa de las Cortes de Cádiz. Se pretendió instaurar de nuevo el Antiguo Régimen en todos sus aspectos: se anuló la Constitución, se restauró la Inquisición y los privilegios estamentales, y comenzó una dura persecución de los liberales y afrancesados, muchos de los cuales tuvieron que exiliarse. Sin embargo, la vuelta completa al Antiguo Régimen ya no era posible debido a la grave crisis económica y financiera del país (agravada por la guerra y la pérdida de ingresos de América) y la inestabilidad política. El gobierno de Fernando VII se mostró incapaz de solucionar los problemas, optando por un despotismo ineficaz. El descontento generalizado y la acción de los liberales en la clandestinidad (a través de sociedades secretas y el ejército) se tradujeron en diversos pronunciamientos militares fallidos, como los de Espoz y Mina (1814), Juan Díaz Porlier (1815) y Luis de Lacy (1817). Finalmente, el pronunciamiento del comandante Rafael del Riego en Cabezas de San Juan (Sevilla) el 1 de enero de 1820, al frente de las tropas que iban a embarcar hacia América para sofocar las revueltas independentistas, en defensa de la Constitución de 1812, triunfó. La sublevación se extendió por otras ciudades y Fernando VII se vio obligado a jurar la Constitución en marzo de 1820.

El Trienio Liberal o Constitucional (1820-1823)

Esta victoria liberal dio paso al Trienio Constitucional. Se restableció la Constitución de 1812 y se intentaron aplicar las reformas liberales aprobadas por las Cortes de Cádiz (supresión de la Inquisición, abolición de los señoríos, desamortización eclesiástica, creación de la Milicia Nacional). Sin embargo, el rey usó todos los recursos posibles que le otorgaba la Constitución (como el veto suspensivo) para obstaculizar y boicotear las reformas liberales. Los propios liberales se dividieron en dos facciones enfrentadas:

  • Los moderados (o doceañistas): Partidarios de reformas limitadas, de un entendimiento con el rey y las élites del Antiguo Régimen, y de una interpretación restrictiva de la Constitución. Gobernaron en la primera parte del Trienio.
  • Los exaltados (o veinteañistas): Defensores de aplicar la Constitución en su totalidad, de reformas más radicales y de un mayor control sobre el rey. Gobernaron en la etapa final.

La inestabilidad política, los enfrentamientos entre liberales, la oposición absolutista (que organizó guerrillas realistas) y la crisis económica dificultaron la consolidación del régimen liberal. Ante el temor de que la revolución liberal española se extendiera a otros países, las potencias absolutistas de la Santa Alianza (Austria, Prusia, Rusia y Francia) se reunieron en el Congreso de Verona (octubre de 1822) y encargaron a Francia la intervención militar para restaurar el absolutismo en España. Un ejército francés, conocido como los Cien Mil Hijos de San Luis (al mando del duque de Angulema), invadió España en abril de 1823 sin apenas encontrar resistencia popular.

La Década Ominosa (1823-1833)

El 1 de octubre de 1823, Fernando VII, ya liberado por las tropas francesas, decretó la abolición de toda la legislación del Trienio Liberal y restauró nuevamente el absolutismo. Comenzó así la Década Ominosa, la última etapa de su reinado. Durante estos años, Fernando VII desató una durísima represión política contra los liberales (ejecuciones, como la de Riego, encarcelamientos masivos) y muchos otros tuvieron que exiliarse. A pesar del retorno al absolutismo, se llevaron a cabo algunas reformas administrativas y técnicas moderadas para intentar solucionar la grave crisis económica y modernizar la administración, pero sin alterar las bases del Antiguo Régimen. En el plano político, el régimen se enfrentó a una doble oposición: la de los liberales, que seguían conspirando; y la de los absolutistas más radicales (apostólicos o ultrarrealistas), que consideraban a Fernando VII demasiado moderado y se agruparon en torno a su hermano, Don Carlos María Isidro.

El problema sucesorio se agudizó cuando, en 1830, nació su hija Isabel, fruto de su cuarto matrimonio con María Cristina de Borbón. Ante la falta de un heredero varón y la existencia de la Ley Sálica (implantada por Felipe V, que impedía reinar a las mujeres si había varones en la línea sucesoria principal o lateral), Fernando VII promulgó la Pragmática Sanción (aprobada por las Cortes en 1789 pero no publicada hasta entonces), derogando dicha ley y permitiendo la sucesión femenina. Los conservadores absolutistas más radicales (carlistas) eran partidarios de la sucesión de Don Carlos, por lo que María Cristina y su hija Isabel buscaron el apoyo de los sectores liberales más moderados, dirigidos por figuras como Francisco Cea Bermúdez. En 1833 moría Fernando VII e Isabel era reconocida como heredera al trono (Isabel II), actuando su madre María Cristina como regente debido a la minoría de edad de la reina. Los carlistas no aceptaron esta situación y se levantaron en armas, dando inicio a la Primera Guerra Carlista.

El Proceso de Independencia de las Colonias Americanas

El proceso de independencia de la mayoría de las colonias americanas españolas tuvo lugar fundamentalmente entre 1810 y 1824, coincidiendo en gran parte con la crisis del Antiguo Régimen en España. Fue motivado por una combinación de factores:

  • El descontento de la burguesía criolla (descendientes de españoles nacidos en América), que poseía poder económico pero estaba excluida de los altos cargos políticos y administrativos (reservados a los peninsulares) y deseaba liberarse de las restricciones y el monopolio comercial impuesto por España (que limitaba el comercio libre).
  • La influencia de las ideas ilustradas y los ejemplos de la Independencia de los Estados Unidos (1776) y la Revolución Francesa (1789).
  • El reformismo borbónico del siglo XVIII, que aunque buscaba mejorar la administración y aumentar los ingresos de la Corona, también supuso un mayor control político y económico sobre las colonias y un aumento de la presión fiscal, generando malestar entre los criollos.
  • Los intereses económicos y políticos de Gran Bretaña, que, una vez aliada de España contra Napoleón, vio en la independencia de las colonias una oportunidad para expandir su comercio y su influencia en América.
  • El vacío de poder creado en España durante la Guerra de la Independencia contra Napoleón (1808-1814), que fue aprovechado por los criollos para organizar sus propios gobiernos.

El proceso de independencia se puede dividir en dos fases principales:

  • Primera fase (1810-1815): Coincidiendo con la Guerra de la Independencia en España, la burguesía criolla, argumentando la ausencia del rey legítimo, promovió la creación de Juntas de Gobierno en las principales ciudades americanas. Estas Juntas, en muchos casos, depusieron a los virreyes y capitanes generales españoles, asumiendo el poder en nombre de Fernando VII pero iniciando de facto el camino hacia la independencia. Destacan las primeras insurrecciones y declaraciones de independencia, como la liderada por Simón Bolívar en Venezuela y por Miguel Hidalgo y José María Morelos en México. La restauración absolutista de Fernando VII en 1814 permitió a España enviar tropas y sofocar temporalmente muchos de estos movimientos independentistas, excepto en el Río de la Plata.
  • Segunda fase (1816-1824): Tras la restauración de Fernando VII, el movimiento independentista resurgió con más fuerza, adoptando un carácter más militar y organizado. El rey Fernando VII no contaba con los recursos económicos ni militares suficientes para hacer frente al nuevo rebrote independentista, especialmente después del pronunciamiento de Riego en 1820, que impidió el envío de refuerzos a América. Figuras clave como José de San Martín (que desde el Río de la Plata cruzó los Andes y logró la independencia de Chile en 1818, y luego contribuyó a la de Perú) y Simón Bolívar (que desde Venezuela lideró la independencia de la Gran Colombia –Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá–) coordinaron sus acciones militares. Agustín de Iturbide proclamó la independencia de México en 1821. Las últimas grandes batallas que sellaron la independencia de la América continental española fueron la de Junín y, especialmente, la de Ayacucho (Perú, diciembre de 1824), donde el general Antonio José de Sucre, lugarteniente de Bolívar, derrotó al último ejército realista importante, asegurando la independencia de Perú y Bolivia (nombrada en honor a Bolívar). Hacia 1825, España solo conservaba Cuba y Puerto Rico en América, además de Filipinas en Asia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *