España en Conflicto: Claves de la Guerra Civil (1936-1939)

Bloque XIV: La Guerra Civil (1936-1939)

El 17 de julio de 1936 se produjo un levantamiento militar de La Legión en Melilla contra la Segunda República. Este levantamiento se extendió rápidamente; para el 19 de julio, la mayoría de las guarniciones militares se habían unido al golpe de Estado. Franco se dirigió hacia la Península, al mando del Ejército de África. El gobierno de la República tardó en reaccionar y, el 19 de julio, José Giral, al mando del gobierno, decidió entregar armas a las milicias populares. El golpe estuvo dirigido militarmente por Emilio Mola, con Sanjurjo previsto como jefe político del movimiento.

La intervención extranjera

La Guerra Civil Española contó con una significativa intervención extranjera, tanto en armamento como en tropas. El bando republicano contó con el apoyo político y mediático de los partidos obreros de todo el mundo, los progresistas y, sobre todo, de la URSS. Por el contrario, los sublevados contaron con el apoyo de la Alemania nazi, la Italia fascista, Portugal y el Vaticano, ya que veían en el alzamiento de Franco un freno al expansionismo del comunismo.

Ambos bandos pidieron apoyo militar y armamentístico a sus respectivos aliados. Franco buscó el apoyo de las potencias fascistas (Alemania e Italia); el gobierno de la República pidió apoyo a Francia. Sin embargo, por temor a que el conflicto se extendiese por Europa, Gran Bretaña impulsó una política de apaciguamiento y presionó a Francia, condicionando su apoyo contra la Alemania nazi a la no intervención en España.

Ante esta situación, se creó en Londres, en agosto de 1936, el Comité de No Intervención, al que se adhirieron 27 países, impulsado principalmente por Francia y Gran Bretaña. Esta política consistía, teóricamente, en no apoyar a ninguno de los dos bandos en la guerra, ni militar ni políticamente, y en evitar la internacionalización del conflicto. Esta política fue, en la práctica, perjudicial para el gobierno de la República, ya que se le negó el derecho de un Estado legítimo a adquirir armas para defenderse de una insurrección, mientras que los sublevados recibieron ayuda constante de Alemania e Italia. Esto se considera una de las causas de la derrota republicana.

Aun así, la creación de este comité no impidió la intervención extranjera. El gobierno republicano decidió enviar a la Unión Soviética gran parte de las reservas de oro del Banco de España (el llamado «Oro de Moscú») para pagar el armamento adquirido. Además, las Brigadas Internacionales, compuestas por voluntarios antifascistas de todo el mundo, aportaron a la República unos 35.000 combatientes. Estas brigadas y los tanques soviéticos fueron fundamentales en la defensa de Madrid.

El bando sublevado, liderado por Franco, fue el más favorecido por el apoyo extranjero, ya que la ayuda de las potencias fascistas fue decisiva para el curso de la guerra. Alemania envió a la Legión Cóndor, una unidad de la Luftwaffe, que aportó aproximadamente 600 aviones y personal especializado. Para Hitler, la Guerra Civil Española sirvió como campo de pruebas para sus nuevas tácticas de combate y su moderno armamento aéreo.

El desarrollo del conflicto

La Guerra Civil Española comenzó tras el alzamiento militar de julio de 1936. En ese momento, el golpe había triunfado en algunas zonas del país, mientras que en otras fracasó, dividiendo España en dos. En julio de 1936, las tropas del Ejército de África cruzaron el estrecho de Gibraltar, con apoyo aéreo alemán e italiano, al mando del general Yagüe, con el objetivo inicial de avanzar hacia Madrid. En agosto, las tropas sublevadas avanzaron por Extremadura y tomaron Badajoz, cometiendo una brutal represión, y consiguieron unir las dos zonas principales controladas por los sublevados. En septiembre, Franco fue nombrado Jefe del Gobierno del Estado y Generalísimo de los ejércitos por la Junta de Defensa Nacional. Decidió desviar sus fuerzas de su avance hacia Madrid para liberar el Alcázar de Toledo, donde un grupo de sublevados resistía el asedio republicano. Esta acción tuvo un gran impacto propagandístico. Tras la toma de Toledo, Franco reanudó su avance hacia Madrid en octubre.

Madrid, capital de la República, se convirtió en un símbolo de la resistencia. Los republicanos se prepararon para defenderla a toda costa. La República movilizó a miles de hombres y mujeres, que fortificaron los accesos y el interior de la ciudad bajo el lema «¡No pasarán!». Ante el asedio, el gobierno republicano se trasladó a Valencia, y la defensa de Madrid quedó a cargo de la Junta de Defensa de Madrid, presidida por el general Miaja, con el general Vicente Rojo como jefe de Estado Mayor. Madrid resistió gracias a la llegada de las primeras Brigadas Internacionales, columnas de milicianos, y, fundamentalmente, al material bélico soviético, incluyendo tanques y aviones, que fueron decisivos para frenar el asalto inicial.

Durante los primeros meses de 1937 se produjeron importantes batallas en los alrededores de Madrid, como la del Jarama (febrero) y Guadalajara (marzo), donde los republicanos lograron frenar los intentos franquistas de cercar la capital, sin que se alterasen significativamente los frentes. Ante las dificultades para tomar Madrid, el alto mando sublevado, con el general Mola al frente de esas operaciones, decidió concentrar sus esfuerzos en la Campaña del Norte. La franja cantábrica republicana (País Vasco, Santander y Asturias) era crucial por sus recursos mineros e industriales. El 26 de abril de 1937, la Legión Cóndor alemana, actuando en apoyo de las tropas franquistas, bombardeó y arrasó la ciudad de Guernica. Este bombardeo, uno de los primeros sobre población civil indefensa a gran escala, sirvió también como prueba para las tácticas y el armamento de la aviación nazi y se convirtió en un símbolo de los horrores de la guerra moderna. El 19 de junio cayó Bilbao, tras la ruptura del llamado «Cinturón de Hierro», debido en gran parte a la superioridad aérea y artillera del bando sublevado. Para aliviar la presión sobre el frente norte, la República lanzó ofensivas en otros frentes, como la de Brunete (julio) cerca de Madrid, y la de Belchite (agosto-septiembre) en Aragón. Sin embargo, estas ofensivas, aunque costosas para ambos bandos, no lograron frenar el avance franquista en el norte: Santander cayó en agosto y Asturias en octubre, completándose así la conquista de la franja cantábrica. La pérdida de esta zona supuso un duro golpe para la República y un gran beneficio para los sublevados, que obtuvieron importantes recursos industriales y mineros. La caída del norte provocó una primera oleada de refugiados republicanos hacia Francia.

A comienzos de 1938, el ejército republicano lanzó una ofensiva en Teruel para intentar tomar la iniciativa, logrando ocupar la ciudad en enero en medio de un invierno muy duro. Sin embargo, el bando sublevado contraatacó y recuperó Teruel en febrero, tras una cruenta batalla. Teruel y Belchite fueron escenarios de algunas de las batallas más duras. Tras la batalla de Teruel, las tropas franquistas lanzaron la Ofensiva de Aragón, avanzando hacia el Mediterráneo. Ambas ciudades, especialmente Belchite, quedaron devastadas. En abril de 1938, las tropas franquistas alcanzaron el Mediterráneo en Vinaroz (Castellón), dividiendo el territorio republicano en dos zonas incomunicadas. Ante esta situación crítica, la República concentró sus últimas reservas y lanzó una gran ofensiva: la Batalla del Ebro (julio-noviembre de 1938). El Ejército Popular de la República, tras recibir nuevo material soviético, cruzó el río Ebro desde Cataluña en julio de 1938, logrando un avance inicial significativo y haciendo retroceder al ejército franquista. Sin embargo, Franco concentró gran cantidad de tropas y aviación en ese frente. Tras meses de durísimos combates, la ofensiva republicana fue detenida y, finalmente, el 16 de noviembre, el ejército republicano fue derrotado y obligado a retirarse al otro lado del Ebro. Esta batalla fue la más larga y sangrienta de la guerra, y supuso el desgaste definitivo del ejército republicano.

Tras la derrota en el Ebro, en enero de 1939, Franco lanzó la ofensiva final sobre Cataluña. El 26 de enero, las tropas franquistas ocuparon Barcelona sin apenas resistencia. Esto provocó un éxodo masivo de cientos de miles de republicanos (La Retirada) hacia Francia, incluyendo al presidente de la República, Manuel Azaña, y al jefe de gobierno, Juan Negrín, junto con otros líderes políticos y militares. Tras la caída de Cataluña, a la República solo le quedaba la zona centro-sur (Madrid, Castilla-La Mancha, Levante y parte de Andalucía). A finales de marzo de 1939, en la zona republicana se produjo el golpe de Estado del coronel Casado en Madrid, quien, con el apoyo de algunos sectores socialistas y anarquistas, depuso al gobierno de Negrín con la intención de negociar una paz «honorable» con Franco y evitar más derramamiento de sangre. Casado intentó negociar con Franco, pero este solo aceptó la rendición incondicional. El 28 de marzo, las tropas franquistas entraron en Madrid sin resistencia. En los días siguientes, el resto de los territorios republicanos se rindieron. El 1 de abril de 1939, Franco emitió el último parte de guerra, declarando el fin de la contienda y su victoria. Se iniciaba así una larga dictadura.

La España Republicana y la España Nacional

Desde el inicio de la Guerra Civil, España quedó dividida en dos zonas enfrentadas: la España republicana o leal al gobierno, y la España sublevada o «nacional», liderada por los militares golpistas.

La España Republicana

La zona republicana se enfrentó inicialmente a la desarticulación del Estado, ya que gran parte del ejército profesional se había sublevado. Para defenderse, el gobierno republicano autorizó la entrega de armas a las milicias populares, formadas por organizaciones obreras (sindicatos como la CNT y la UGT) y partidos de izquierda, muchos de los cuales impulsaron simultáneamente un proceso de revolución social. La dependencia de las milicias supuso una fragmentación del poder y una pérdida de autoridad para el Estado republicano en los primeros meses. Estos proyectos revolucionarios incluían la incautación y colectivización de tierras e industrias, gestionadas por comités de trabajadores. El Estado, en muchos casos, se vio obligado a legalizar estas expropiaciones. Se desató una revolución social y de clase, especialmente intensa en Cataluña y Aragón, que a menudo se manifestó de forma violenta contra las antiguas clases dirigentes y la Iglesia. Esta violencia incluyó los llamados «paseos» (asesinatos extrajudiciales) y una intensa persecución religiosa en gran parte del territorio republicano, con la excepción notable del País Vasco, donde el PNV apoyó a la República. Episodios trágicos como las matanzas de Paracuellos (noviembre de 1936), donde fueron asesinados miles de presos considerados simpatizantes de los sublevados, evidenciaron esta violencia en la retaguardia republicana. Entre las víctimas de la represión en zona republicana se encontraron figuras como Ramiro de Maeztu.

Durante la guerra, hubo un esfuerzo constante por parte de algunos sectores republicanos para reconstruir la autoridad del Estado, controlar la revolución y priorizar el esfuerzo bélico. El gobierno de José Giral se vio desbordado inicialmente. En septiembre de 1936, fue sustituido por Francisco Largo Caballero, líder socialista de la UGT, quien formó un gobierno de concentración que incluyó a socialistas, comunistas, republicanos de izquierda e incluso, por primera vez, a anarquistas de la CNT. Largo Caballero impulsó la creación del Ejército Popular de la República, militarizando las milicias y organizándolas en brigadas mixtas, que combinaban milicianos con mandos militares profesionales leales. Figuras militares como el general Vicente Rojo destacaron en la organización de este nuevo ejército. Largo Caballero intentó centralizar el poder y controlar las colectivizaciones, encontrando resistencia por parte de la CNT y del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), que defendían la primacía de la revolución. Otros sectores, especialmente los comunistas (PCE) y republicanos, abogaban por priorizar la guerra («ganar la guerra primero») y aplazar la revolución, argumentando que esta dividía esfuerzos y alienaba a posibles apoyos internacionales. Estas tensiones culminaron en los Hechos de Mayo de 1937 en Barcelona, un enfrentamiento armado entre sectores anarquistas y del POUM contra fuerzas de la Generalitat y comunistas. Como consecuencia, Largo Caballero dimitió, los anarquistas salieron del gobierno y el POUM fue ilegalizado y duramente reprimido (su líder, Andreu Nin, fue asesinado). En mayo de 1937, Juan Negrín, un socialista más pragmático y con el apoyo comunista, asumió la presidencia del gobierno. Negrín se centró en fortalecer el Estado, el ejército y el esfuerzo de guerra, logrando una mayor cohesión, aunque las divisiones internas persistieron. Sin embargo, para entonces, la situación militar era ya muy desfavorable, con la pérdida del norte peninsular. Negrín propuso un plan de paz conocido como los «Trece Puntos», que buscaba una salida negociada garantizando ciertas condiciones, pero fue rechazado por Franco. Ante el fracaso de la negociación y el contexto internacional desfavorable (como el Pacto de Múnich de septiembre de 1938, que evidenciaba la política de apaciguamiento de las democracias occidentales hacia Hitler), Negrín adoptó una política de resistencia a ultranza. Su lema «resistir es vencer» se basaba en la esperanza de que el estallido de una guerra europea generalizada obligaría a Francia y Gran Bretaña a apoyar a la República Española contra las potencias fascistas. Las instituciones republicanas se derrumbaron definitivamente tras la ofensiva franquista sobre Cataluña a comienzos de 1939 y el posterior golpe de Casado.

La España Nacional

La zona sublevada o «nacional» se caracterizó por una mayor unidad de mando y cohesión ideológica desde el principio, aunque no exenta de tensiones internas iniciales. La muerte accidental del general Sanjurjo (20 de julio de 1936), previsto como líder del alzamiento, dejó un vacío de poder inicial. El 24 de julio se creó en Burgos la Junta de Defensa Nacional, presidida por el general Miguel Cabanellas, como órgano de gobierno provisional en la zona sublevada. Su misión era gobernar el territorio ocupado y dirigir el esfuerzo de guerra. Una de sus primeras medidas fue la prohibición de todos los partidos políticos (excepto los que apoyaban el alzamiento) y sindicatos. El liderazgo de Francisco Franco se fue consolidando gracias a varios factores: el mando del disciplinado Ejército de África, el éxito propagandístico de la liberación del Alcázar de Toledo, y el reconocimiento por parte de Hitler y Mussolini como principal interlocutor para la ayuda militar. El 30 de septiembre de 1936, la Junta lo nombró Jefe del Gobierno del Estado Español y Generalísimo de los Ejércitos. El 1 de octubre tomó posesión de sus cargos. Franco adoptó una estrategia militar de guerra de desgaste y ocupación total del territorio, que, aunque prolongó el conflicto, le permitió consolidar su poder absoluto. En abril de 1937, promulgó el Decreto de Unificación, por el que se creaba un partido único, la Falange Española Tradicionalista y de las JONS (FET y de las JONS), fusionando a falangistas y carlistas, y subordinando al resto de fuerzas políticas que apoyaban el alzamiento. Franco se convirtió en el Jefe Nacional de este partido único, concentrando así el poder político además del militar. El nuevo partido adoptó símbolos de ambas tradiciones, como la camisa azul de Falange y la boina roja carlista, así como el saludo fascista con el brazo en alto. En enero de 1938, Franco formó su primer gobierno regular, consolidando su figura como Caudillo de España. El nuevo Estado, de inspiración fascista, totalitaria y nacionalcatólica, comenzó a legislar (ej. el Fuero del Trabajo) y a establecer un modelo social basado en el conservadurismo extremo, el autoritarismo y un fuerte componente católico. La Iglesia Católica apoyó mayoritariamente al bando sublevado, calificando la guerra como una «Cruzada» contra el comunismo y la irreligiosidad. Se suprimieron todas las libertades (religiosa para no católicos, política, sindical, de prensa), se restableció la pena de muerte para delitos políticos y se prohibieron las huelgas y cualquier reivindicación obrera. La construcción del nuevo Estado franquista se acompañó de una represión sistemática y brutal contra los vencidos y sospechosos de simpatizar con la República en los territorios que se iban ocupando. Episodios como la masacre de Badajoz, la represión en Málaga o Granada son ejemplos de esta violencia. Muchos de los ejecutados fueron enterrados en fosas comunes, sin dejar constancia oficial de su paradero, generando el drama de los desaparecidos. También fueron asesinadas personas relevantes por su significación cultural o política, como el poeta Federico García Lorca en Granada, símbolo de la cultura republicana. La represión franquista se dirigió de manera implacable contra políticos, militares leales a la República, intelectuales, maestros y cualquier persona considerada «enemiga». Esta represión tuvo un carácter sistemático y planificado, ejercida por el ejército, la Falange y otras fuerzas afines al régimen, con el objetivo de eliminar cualquier oposición y sembrar el terror.

Repercusiones de la Guerra Civil

La Guerra Civil tuvo devastadoras consecuencias demográficas. Se estima que murieron alrededor de 500,000 personas (las cifras varían según los historiadores), incluyendo muertes en combate, bombardeos, represión en ambas retaguardias durante la guerra, y la represión franquista posterior. La guerra transformó radicalmente la vida de la población española, debido a las dificultades cotidianas (hambre, escasez, movimientos de refugiados), los efectos de los bombardeos sobre la población civil, y la brutal represión. La guerra trajo consigo miseria y muerte. Las hambrunas y la desnutrición se agudizaron a medida que avanzaba el conflicto, afectando especialmente a la zona republicana, que perdió progresivamente el control de las principales áreas agrícolas. La desnutrición generalizada obligó a implantar cartillas de racionamiento y fue causa de numerosas enfermedades.

En el plano económico, se produjo una drástica reducción de la producción agrícola e industrial. Gran parte de la población masculina en edad de trabajar fue movilizada para el frente. La población femenina asumió un papel crucial en la retaguardia, trabajando en fábricas (especialmente de armamento y avituallamiento), hospitales y servicios, pero la economía de guerra distorsionó la producción normal. La guerra causó la destrucción de infraestructuras (viviendas, carreteras, puentes, ferrocarriles) y medios de comunicación, en gran medida debido a los bombardeos, especialmente los efectuados por la aviación del bando sublevado y sus aliados.

Una de las consecuencias más trágicas fue el exilio republicano. Miles de personas huyeron de sus hogares por temor a la represión o por el avance de los frentes. Aunque hubo desplazados de ambos bandos, el exilio masivo fue predominantemente republicano. A medida que avanzaban las tropas franquistas, se producían grandes movimientos de refugiados dentro de la zona republicana, concentrándose en áreas como Levante y, finalmente, Cataluña. La población de la franja norte republicana, tras su caída en 1937, ya había protagonizado huidas por mar, incluyendo la evacuación de los «niños de la guerra». El momento culminante del exilio se produjo tras la caída de Cataluña, entre enero y febrero de 1939, cuando cerca de medio millón de españoles (civiles y soldados) cruzaron la frontera hacia Francia en condiciones penosas (La Retirada). Estos exiliados fueron internados en campos de concentración improvisados en el sur de Francia (como Argelès-sur-Mer, Saint-Cyprien, Barcarès), en condiciones muy duras. Muchos regresaron a España en los meses siguientes, enfrentándose a la represión franquista, pero una parte importante permaneció en el exilio, contribuyendo a la cultura y la política de sus países de acogida o pereciendo durante la Segunda Guerra Mundial.

Finalmente, la consecuencia política más trascendental y duradera de la Guerra Civil fue el establecimiento de la dictadura del general Franco, un régimen autoritario que se prolongó durante casi cuarenta años (1939-1975), marcando profundamente la historia de España en el siglo XX.

Preguntas cortas

De la rebelión militar a la Guerra Civil

Tras la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, aumentó la polarización política y social. Aunque hubo intentos de algunos militares, como Franco, de presionar para declarar el estado de guerra, la conspiración golpista se fue gestando de forma más organizada. El principal organizador de la conspiración militar fue el general Emilio Mola (apodado «el Director»), quien contaba con el general Sanjurjo (exiliado en Portugal) como figura para liderar políticamente el movimiento tras el golpe. El plan de Mola preveía un pronunciamiento militar simultáneo en las principales guarniciones, incluyendo las de Marruecos, donde Franco tenía un papel clave al mando del Ejército de África. El gobierno republicano, consciente de los rumores de conspiración, intentó neutralizar a los generales sospechosos mediante traslados (Franco a Canarias, Mola a Pamplona, Goded a Baleares), pero estas medidas no lograron desarticular el complot y, en algunos casos, situaron a los conspiradores en posiciones clave. La conspiración contó con el apoyo de fuerzas políticas de la derecha antirrepublicana (monárquicos, carlistas, Falange Española) y sectores conservadores. Franco y otros conspiradores establecieron contactos con la Italia fascista y la Alemania nazi en busca de apoyo. Las discrepancias sobre el tipo de régimen a instaurar y la coordinación retrasaron inicialmente el levantamiento. El asesinato del dirigente monárquico José Calvo Sotelo el 13 de julio de 1936 (en represalia por el asesinato previo del teniente Castillo, de la Guardia de Asalto), actuó como pretexto y catalizador para los conspiradores, que aceleraron sus planes. La sublevación se inició en el Protectorado de Marruecos el 17 de julio de 1936, extendiéndose a la Península en los días siguientes y dando origen a una cruenta guerra civil que duraría casi tres años.

El 17 de julio de 1936, en Melilla, unidades de La Legión al mando del coronel Yagüe se alzaron en armas contra el gobierno de la República. La sublevación se extendió rápidamente por el resto del Protectorado y, entre el 18 y el 19 de julio, a numerosas guarniciones militares de la Península, apoyadas por milicias falangistas y carlistas. El general Franco, tras asegurar el control de Canarias, voló a Marruecos para ponerse al frente del Ejército de África, la unidad militar más experimentada, y organizar su traslado a la Península. El gobierno de la República, inicialmente presidido por Casares Quiroga, tardó en reaccionar con contundencia, minusvalorando la magnitud del alzamiento. En pocos días, los sublevados se hicieron fuertes en zonas como Navarra (Pamplona), parte de Castilla la Vieja, Galicia, Sevilla y parte de Aragón. El 19 de julio, Casares Quiroga dimitió y fue sustituido brevemente por Diego Martínez Barrio, quien intentó una negociación infructuosa con Mola. Finalmente, José Giral formó gobierno y tomó la trascendental decisión de entregar armas a las milicias de los sindicatos y partidos del Frente Popular para defender la legalidad republicana, ante la deslealtad de gran parte del ejército.

Causas del triunfo del bando nacional

El triunfo del bando sublevado (o «nacional»), liderado por el general Franco, en la Guerra Civil Española se debió a una combinación de factores:

1. Mayor y más eficaz ayuda exterior

El bando sublevado recibió un apoyo militar crucial, constante y de gran calidad de las potencias fascistas: la Italia de Mussolini (con el envío del Corpo Truppe Volontarie, unos 70,000 hombres, además de abundante material bélico) y la Alemania de Hitler (con la Legión Cóndor, unidad aérea y terrestre de élite, y armamento moderno). Esta ayuda fue decisiva desde el inicio, por ejemplo, en el paso del Estrecho de las tropas africanas.

En contraste, el bando republicano sufrió las consecuencias del Comité de No Intervención, que dificultó la compra de armas. Su principal apoyo provino de la URSS (material bélico, asesores militares, pagado con el oro del Banco de España) y, en menor medida, de México. Las Brigadas Internacionales (unos 35,000 voluntarios) aportaron un importante apoyo moral y militar, pero no equiparable en cantidad y calidad al de los sublevados.

2. Unidad de mando y cohesión interna

El bando sublevado logró rápidamente una unidad de mando bajo la figura de Franco, quien concentró el poder militar y político (Jefe de Estado, Generalísimo, Jefe del partido único FET y de las JONS). Esta estructura jerárquica y centralizada facilitó la dirección de la guerra y la movilización de recursos.

Contaron con el apoyo de la mayoría de los oficiales del ejército profesional y de las tropas más experimentadas (Ejército de África, Legión, Regulares).

Por el contrario, la zona republicana estuvo marcada por divisiones internas entre diferentes facciones políticas y sindicales (republicanos, socialistas, comunistas, anarquistas), con visiones enfrentadas sobre la dirección de la guerra y la revolución social (ej. Hechos de Mayo de 1937). Aunque se creó un Ejército Popular, la cohesión fue menor.

3. Control de recursos y territorio

Desde el inicio, los sublevados controlaron importantes zonas agrícolas (productoras de cereales, como Castilla y León) que les aseguraron el abastecimiento. Posteriormente, la conquista de la franja cantábrica (rica en recursos mineros e industriales) en 1937 les proporcionó una ventaja económica decisiva.

4. Estrategia militar y batallas clave

La estrategia de Franco, aunque a veces lenta, fue implacable en la ocupación del territorio. Batallas como la del Norte (1937), la llegada al Mediterráneo (primavera de 1938) que dividió la zona republicana, y la Batalla del Ebro (verano-otoño de 1938), que supuso el desgaste definitivo de la capacidad militar de la República, fueron determinantes para el desenlace final.

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