España en el Reinado de Alfonso XIII: Reformas, Oposición y Crisis del Sistema de la Restauración

El Reinado de Alfonso XIII y el Revisionismo Político (1902-1931)

A comienzos del siglo XX, el sistema político de la Restauración aún seguía vigente y se sustentaba en una monarquía liberal, aunque no democrática, basada en la Constitución de 1876. Este sistema había funcionado con bastante estabilidad gracias al pacto entre los dos grandes partidos dinásticos (Liberal y Conservador) para alternarse pacíficamente en el gobierno. Pero a finales del siglo XIX, el Regeneracionismo, una corriente ideológica que denunció los vicios del sistema dominado por una oligarquía, realizó una serie de propuestas para la modernización de España en lo social, lo político y lo económico.

Cuando Alfonso XIII accedió al trono en 1902, los partidos dinásticos optaron por dos líderes regeneracionistas: Antonio Maura (Partido Conservador) y José Canalejas (Partido Liberal).

El Regeneracionismo y los Gobiernos Reformistas

Antonio Maura y la «Revolución desde Arriba»

En el llamado gobierno largo del conservador Antonio Maura (1907–1909), este puso en marcha su «revolución desde arriba», impulsando reformas del sistema liberal-parlamentario, pero sin alterar las bases del régimen. Su iniciativa más importante fue el Proyecto de Ley de Administración Local, que contemplaba una mayor autonomía para las corporaciones locales y la posibilidad de crear mancomunidades locales y provinciales. Su programa incluyó otras disposiciones, como una política de intervención estatal y de protección y fomento de la industria nacional, y medidas sociales, como la creación del Instituto Nacional de Previsión (INP), la Ley de Descanso Dominical y la legalización del derecho a huelga.

José Canalejas y la Democratización del Sistema

Por su parte, el liberal José Canalejas emprendió el intento más importante de regeneración del sistema para lograr su progresiva democratización y ampliar sus bases sociales. Intentó la secularización del Estado (‘Ley del Candado’, 1910) y una amplia intervención en materia social: reducción de la jornada laboral, ley de accidentes de trabajo, prohibición del trabajo femenino nocturno, supresión del impuesto de consumos por otro progresivo de las rentas urbanas, desaparición de la redención en metálico del reclutamiento, etc.

El 11 de julio de 1912, José Canalejas aprobó la Ley de Cabildos Insulares para dar cierta autonomía a cada una de las Islas Canarias y acabar con el pleito intercapitalino entre Gran Canaria y Tenerife.

Evolución de las Fuerzas Políticas de Oposición

Los partidos marginados del sistema de la Restauración habían tenido muy poco peso, pero en los inicios del siglo XX su fuerza y sus apoyos fueron en ascenso.

El Republicanismo: Anhelo de Democratización

El republicanismo fue la fuerza de oposición más importante en las primeras décadas del siglo XX. Representaba el anhelo de intelectuales y algunos sectores de las clases medias por una democratización política que identificaban con el régimen republicano. Se abrió a una renovación ideológica con la inclusión de las doctrinas del nuevo liberalismo democrático, más sensible a las reformas sociales, para intentar mejorar la vida de las clases medias y obreras.

El impulso regenerador y unificador dio sus frutos en 1903 con la formación de la Unión Republicana, que tuvo un notable éxito electoral en las grandes ciudades. Las divergencias en este partido terminaron por dividir de nuevo al republicanismo: en 1908 se escindió el sector radical liderado por Alejandro Lerroux, que formó el Partido Radical.

Los Nacionalismos Periféricos: Catalán y Vasco

El Nacionalismo Catalán: La Lliga Regionalista

El nacionalismo catalán fue el de mayor relevancia en las primeras décadas del siglo XX. Estuvo dominado por la Lliga Regionalista, fundada en 1901. Esta formación política propugnaba aunar regeneración política, modernización económica y autonomía para Cataluña. La Lliga era el partido que defendía los intereses de la burguesía catalana, no contando con el apoyo de la clase obrera, ya que no atendía a las reformas sociales. Practicó una política pactista, colaborando en ocasiones con los partidos del turno, tanto con el Partido Conservador como con el Partido Liberal.

El Nacionalismo Vasco: Del Aranismo a la Moderación

El nacionalismo vasco sufrió un duro y largo enfrentamiento tras la muerte de Sabino Arana (1903), fundador y líder del Partido Nacionalista Vasco (PNV): por un lado, el sector independentista y defensor de las ideas aranistas; y, por otro, un sector más moderado, liberal y posibilista que optaba por la autonomía vasca dentro de España.

Con la nueva estrategia del sector moderado autonomista, el nacionalismo vasco se expandió desde Vizcaya al resto de las provincias vascas, se aproximó a la burguesía industrial, amplió sus bases sociales y se consolidó como la fuerza mayoritaria en el País Vasco.

Impacto de la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa en España

Los efectos políticos y sociales de la Primera Guerra Mundial (1914–1918) y la crisis de 1917 constituyeron un punto de inflexión en el régimen de la Restauración. Su impacto fue decisivo en la crisis de la monarquía liberal.

La Neutralidad Española y sus Consecuencias Económicas y Sociales

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial (1914), el gobierno del conservador Eduardo Dato declaró la neutralidad española, respaldada por todos los partidos. A pesar de la neutralidad oficial, las fuerzas políticas y los sectores sociales mejor informados y con inquietudes políticas se dividieron en dos bandos: germanófilos y aliadófilos. En general, los sectores más conservadores de España se declararon germanófilos, partidarios de los Imperios Centrales, representantes del orden y de la autoridad. Por su parte, los sectores más liberales y la izquierda simpatizaron con los aliados, representantes de los principios democráticos. Solo los anarcosindicalistas y una minoría socialista calificaron la guerra como un enfrentamiento entre imperialismos, sin inclinarse por uno u otro bando.

La neutralidad favoreció una espectacular expansión de la economía. España se convirtió en abastecedora de los países beligerantes, a los que suministró materias primas y productos industriales. Sin embargo, mientras la burguesía industrial y financiera se enriqueció con los beneficios extraordinarios de la guerra, las clases trabajadoras sufrieron un fuerte descenso de su nivel de vida, a pesar del alza de los salarios, por la escasez y la subida vertiginosa de los precios (inflación) de los productos de primera necesidad. Esta situación agravó las diferencias sociales de la época y provocó una gran agitación social y el auge del movimiento obrero. Este clima de extrema tensión social intensificó el número de huelgas.

La Revolución Rusa y la Radicalización del Movimiento Obrero

La Revolución Rusa (1917) influyó, fundamentalmente, en las organizaciones políticas y sindicales, que vieron un nuevo horizonte, pero también en las clases conservadoras que, a partir de entonces, comenzaron a temer que la expansión del comunismo soviético llegara también a España.

El triunfo de la Revolución Bolchevique en Rusia y la fundación de la III Internacional (Komintern) provocaron un cisma en el Partido Socialista Obrero Español (PSOE): un sector minoritario prosoviético, favorable al ingreso en la Internacional Comunista, fundó el Partido Comunista de España (PCE) en 1921.

La Revolución Rusa, unida a la crisis social agudizada por la recesión económica de posguerra, contribuyó al enorme crecimiento de los sindicatos y radicalizó las posturas de las clases trabajadoras. La Unión General de Trabajadores (UGT) aumentó el número de sus afiliados de 160.000 en 1916 a 240.000 en 1921, y su presencia en el medio rural, sobre todo en Andalucía. La anarcosindicalista Confederación Nacional del Trabajo (CNT) pasó de 80.000 afiliados en 1916 a 600.000 en 1920, más de la mitad en Cataluña.

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