España en el Siglo XIX: Regencias, Guerras Carlistas y la Era Isabelina

María Cristina: 1833-1840

El periodo de regencia de María Cristina (1833-1840) es conocido por desencadenar la Primera Guerra Carlista (1833-1839), la división del liberalismo y la Desamortización de Mendizábal en 1836.

La Primera Guerra Carlista fue un enfrentamiento tanto dinástico como ideológico, ya que representaba dos modelos de Estado diferentes:

  • Los liberales, que apoyaban a Isabel II.
  • Los carlistas, los cuales defendían el absolutismo, es decir, la vuelta al Antiguo Régimen, la preeminencia de la Iglesia y el mantenimiento de los fueros frente a la centralización del gobierno liberal.

Apoyos de cada bando

Entre los apoyos del carlismo se encontraban parte de la nobleza y el clero, así como el campesinado, que temía que el triunfo de los liberales significara el fin de:

  • La exención del servicio militar.
  • La exención de impuestos.
  • El disfrute de tierras comunales.

Los isabelinos o liberales, por su parte, contaban con el apoyo de la nobleza vinculada a la corte y, sobre todo, de la burguesía y de las clases populares urbanas.

Los carlistas tuvieron fuerza en el País Vasco, Navarra (especialmente en Estella) y ciertas zonas de Aragón (Maestrazgo), Cataluña y Valencia.

Finalmente, el Convenio o Abrazo de Vergara en 1839 puso fin a la guerra carlista. Sin embargo, el carlismo se mantuvo como una amenaza a lo largo de todo el siglo XIX.

El acuerdo entre el general liberal Espartero y el general carlista Maroto acordaba:

  • El reconocimiento de Isabel II como reina de España a cambio de la rendición del ejército carlista y su reintegración en el ejército liberal.
  • La recomendación por parte de Espartero del mantenimiento de los fueros.

La Desamortización de Mendizábal

El ministro del nuevo gobierno progresista, Juan Álvarez Mendizábal, llevó a cabo una desamortización sobre las propiedades de la Iglesia.

La desamortización consistió en la incautación y puesta a la venta en forma de subasta pública de las tierras y otros bienes de la Iglesia.

Resultados de la Desamortización

  • Se produjo un aumento de las tierras cultivables y una cierta mejora de los rendimientos.
  • Los antiguos conventos se transformaron en edificios públicos (museos, hospitales, oficinas, cuarteles); otros se derribaron para ensanches y nuevas calles y plazas, y algunos se convirtieron en parroquias o, tras subasta, pasaron a manos privadas.
  • Pudieron sufragarse los gastos de la guerra civil, pero no se logró pagar la deuda del Estado.

Los compradores, burgueses en su mayoría, fueron los grandes beneficiados con la desamortización. En cambio, los grandes perdedores fueron los campesinos, que no tenían dinero suficiente para pujar en las subastas, de forma que siguieron sin poder acceder a la propiedad de la tierra, que se concentró más en el sur en manos de la nobleza y burguesía terrateniente.

Isabel II: 1833-1868

Isabel II heredó el trono de su padre, Fernando VII, con tan solo 3 años de edad. Esto produjo un periodo de regencias. Su primera regente fue su madre, María Cristina de Borbón.

El gobierno quiso mantener el absolutismo, pero el comienzo de la Guerra Carlista en 1833 forzó a la regente a buscar apoyo en los liberales, los cuales estaban divididos en progresistas y moderados.

Primeramente, María Cristina se alió con los moderados, pero las protestas populares y el Motín de la Granja en 1836 la obligaron a entregar el gobierno a los progresistas, que tomaron medidas para acabar con el Antiguo Régimen, como la Desamortización de Mendizábal y la Constitución de 1837.

La Regencia del General Espartero (1840-1843)

En 1840, María Cristina dimitió y asumió la regencia el militar Baldomero Espartero, que era progresista y gobernó de forma autoritaria. Esta regencia acabó tras la sublevación de 1843, liderada por Ramón María Narváez, un general moderado, e Isabel II, con 13 años de edad, fue proclamada reina.

La Década Moderada (1844-1854)

Isabel II encargó la formación de gobierno solo a los moderados. En 1845 se promulgó una Constitución que establecía la soberanía compartida entre el rey y las Cortes. Además, los representantes eran elegidos debido a un sufragio censitario muy restringido, e incluso se limitaron algunos derechos.

El Estado se organizó de forma centralista y el gobierno controlaba las provincias a través de las Diputaciones Provinciales y los Gobernadores Civiles. Además, nombraban a los alcaldes de las demás ciudades.

La política ultraconservadora del gobierno condujo a la radicalización de los progresistas y a la escisión de los demócratas, que defendían el sufragio universal masculino. El Pronunciamiento de Vicalvaro en 1854, dirigido por Leopoldo O’Donnell y apoyado por moderados y progresistas, puso fin a esta etapa.

El Bienio Progresista (1854-1856)

Hubo una gran actividad legislativa, destacando la Ley de Ferrocarriles, la Constitución de 1856 (que no llegó a ser promulgada) y la Desamortización de Madoz. Además, las crisis económicas, los conflictos sociales y las luchas por el poder hicieron que en 1856 la reina encargara la formación del gobierno a O’Donnell.

Moderados y Unionistas (1856-1868)

La Unión Liberal, creada por O’Donnell en 1854, fue un partido centralista que alternó en el gobierno con los moderados hasta 1868. Fue un periodo de cierta estabilidad, pero en 1864 la crisis económica se acentuó y, desde 1866, los progresistas y demócratas empezaron a conspirar para derrocar a Isabel II.

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