El Reinado de Felipe IV (1621-1665): Desafíos y Transformaciones
Felipe III murió en 1621. La ascensión de Felipe IV al trono marcó el inicio del ascenso de un nuevo valido, Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares. Su política se fundamentó en la búsqueda de la hegemonía española en Europa, lo que le exigió emprender profundas reformas internas para impulsar la economía y sanear la hacienda real.
La Política Reformista del Conde-Duque de Olivares
Para llevar a cabo sus reformas, Olivares constituyó la Junta de Reformación y presentó al rey el Gran Memorial en 1624, un ambicioso programa de gobierno.
Con la reforma de la Hacienda, el Conde-Duque intentó aumentar los ingresos y distribuirlos de manera más equitativa. Sin embargo, los reinos periféricos rechazaron la imposición de nuevos gravámenes generales, como el impuesto sobre la sal. La nobleza y las grandes fortunas tampoco aceptaron un impuesto sobre las elevadas rentas del reino. Además, Olivares requirió frecuentes donativos a la Iglesia.
La reforma de la Hacienda fracasó, lo que llevó a Olivares a buscar financiación a través de los medios tradicionales, como la emisión de juros y los préstamos de banqueros judíos portugueses.
El conde-duque de Olivares decidió forzar la unidad de los reinos peninsulares. Con esta finalidad, formuló en 1626 el proyecto de la Unión de Armas. Este plan exigía a cada territorio de la Corona que colaborase con una cantidad de soldados. No obstante, las Cortes de Cataluña se negaron a participar. El conde-duque de Olivares suspendió las Cortes, lo que abrió un grave enfrentamiento.
La Política Exterior del Conde-Duque: La Generación de la Guerra
La política exterior de Olivares se centró en el mantenimiento de la reputación y el poder de la Monarquía Hispánica en Europa. Esto implicaba la conservación de los Países Bajos, bienes patrimoniales de los reyes hispanos, y el apoyo a la rama vienesa de los Habsburgo en los conflictos europeos. Tal estrategia, inevitablemente, conducía a la guerra.
La Guerra de los Treinta Años (1618-1648)
La Guerra de los Treinta Años (1618-1648) había adquirido un rango europeo. Las primeras victorias imperiales parecían poner fin al conflicto, pero entonces surgió el problema de los Países Bajos.
El Conflicto en los Países Bajos
Los Países Bajos volvieron a la Corona Española por la falta de descendencia de Isabel Clara Eugenia. Terminada la Tregua de los Doce Años en 1621, se reanudaron las hostilidades. Estas se iniciaron con acciones de bloqueo contra los intereses holandeses en los puertos de Europa y mediante el ataque a su poderío naval. La guerra se concretó en asedios a ciudades, como en Breda, plaza tomada en 1625 por los tercios de Ambrosio de Spínola (inmortalizada por Velázquez). La respuesta de los holandeses se concentró en el mar, donde consiguieron en 1628 apoderarse de la flota de Indias, lo que tuvo un efecto desmoralizador en España. El cardenal-infante Don Fernando, hermano del rey, invadió en 1635 el territorio holandés. Sin embargo, esta iniciativa quedó frenada por el comienzo de la guerra contra Francia. Posteriormente, la derrota española frente a los holandeses en la Batalla Naval de las Dunas en 1639 impidió la llegada de refuerzos a Flandes, haciendo insostenible la situación de la Monarquía Hispánica en Holanda.
La Intervención de Inglaterra
Carlos I, sucesor de Jacobo I en el trono de Inglaterra, cambió la línea política seguida y envió una flota contra Cádiz, abriendo un nuevo frente para la Monarquía Española.
El Enfrentamiento con Francia
Francia, incómoda por la presencia de territorios de los Habsburgo en la mayor parte de sus fronteras, inició una política de enfrentamientos contra la Monarquía Hispánica tras la llegada al poder del Cardenal Richelieu, primer ministro del rey Luis XIII. En 1635, las victorias en la Guerra de los Treinta Años decidieron a Francia a intervenir del lado de los protestantes para impedir el triunfo total de los Habsburgo en Alemania. El Cardenal Richelieu declaró la guerra a España: amenazó el norte de Italia, cortó la vía de comunicación entre Italia y Flandes, y envió sus ejércitos sobre los Pirineos. En 1639, se perdió la fortaleza de Salses en el Rosellón.
La Crisis de 1640
En tiempos del conde-duque de Olivares, Castilla era el único reino que soportaba la carga principal de los esfuerzos bélicos. Por ello, el valido exigió a los otros reinos una contribución equivalente y se dispuso a cercenar las trabas institucionales que pudiesen existir.
Las tropas castellanas e italianas que habían entrado en Cataluña para combatir a los franceses en el Rosellón causaron grandes desmanes en el medio rural, actuando como un ejército de ocupación. Como protesta, en junio de 1640, los segadores catalanes en Barcelona se apoderaron de la ciudad y dieron muerte al virrey. La Generalitat intervino del lado de los sublevados, mientras que el conde-duque de Olivares decidió reprimir la sublevación por la fuerza. Ante la amenaza, la Generalitat entregó el condado de Barcelona al rey Luis XIII de Francia para evitar caer en manos de Castilla. En enero de 1641, el Marqués de Vélez fue derrotado por los catalanes en Montjuïc.