Historia de la Península Ibérica: Al-Ándalus y la Romanización

Historia de la Península Ibérica

Al-Ándalus

La invasión y conquista de la Península Ibérica por parte de los musulmanes obedeció a las luchas nobiliarias por la corona visigoda, manifestadas en el enfrentamiento entre el pretendiente Rodrigo y el heredero de Witiza, Agila II, que contaba con el apoyo de los musulmanes. Muerto Rodrigo en Guadalete, Tariq decidió conquistar la Península Ibérica ante la debilidad visigoda: en tres años se apoderaron de Toledo y León, mientras que Muza alcanzaba Lugo, ocupando finalmente ambos Tarragona y Barcelona.

Comenzaba así el denominado Emirato de Córdoba, subdividiéndose en dos fases: el emirato dependiente y el emirato independiente. En el primero, el territorio quedó englobado como una provincia más del califato presidido por los Omeyas desde Damasco y gobernado por un emir. Dos hechos destacan en esta fase: por un lado, la definición de las fronteras andalusíes, tanto en el norte peninsular como resultado de la victoria astur en la escaramuza de Covadonga, como en los Pirineos, cuando los francos derrotaron a los musulmanes en Poitiers; y, por otro lado, las luchas étnicas por controlar el poder en Al-Ándalus.

A mediados del siglo VIII estalla en Damasco la revolución abasí, por la que esta familia depuso a los Omeyas. Abderramán I se refugió en Al-Ándalus y se proclamó emir, surgiendo así el denominado emirato independiente. En el año 929, Abderramán III se proclamó califa, iniciándose la etapa más brillante del islam en la península: el Califato de Córdoba. Entre los hitos más importantes de su gobierno destacan: la planificación interna de Al-Ándalus, la paralización del avance cristiano tras el éxito de la batalla de Valdejunquera, la conquista de Melilla, Ceuta y Tánger y la alianza con las tribus del Magreb, el impulso económico y cultural y un amplio mecenazgo artístico.

El gobierno del sucesor de Abderramán III, su hijo Al-Hakam II, estaría marcado por la paz y la protección de las letras y el arte. Sin embargo, bajo Hisham II, el poder político quedó en manos del primer ministro Al-Mansur. Con la muerte de Almanzor en Calatañazor, la nobleza y los dirigentes del ejército abrieron una larga etapa de guerras civiles que acabaron con el poder del Califato de Córdoba hasta su desaparición en el año 1031. Comenzaban así los primeros reinos taifas, caracterizados por la aparición de un mosaico de pequeños reinos. Los almorávides volvieron a unificar Al-Ándalus, pero finalmente caerían en manos cristianas, perviviendo únicamente el reino nazarí de Granada.

La Romanización

Como romanización se entiende el proceso de implantación, absorción y desarrollo en la Península Ibérica de la cultura romana, constituyendo los factores principales de este proceso la organización política, económica, jurídica y social, así como la religión, las manifestaciones artísticas, el desarrollo cultural, etc.

De este modo, la primera organización político-administrativa de la provincia romana de Hispania se plasmó en su división en Citerior y Ulterior, estructurándose definitivamente a partir del siglo II d.C. en la Tarraconensis, Cartaginensis, Bética, Lusitania, Gallaecia y Balearica. A su vez, las provincias se dividían en conventos jurídicos.

Roma se basó en las ciudades para controlar su imperio. En general, partiendo de la estructura del campamento romano, el diseño urbano será ortogonal o en cuadrícula, articulándose en torno a dos calles principales: cardo y decumano, en cuya área central se situaba la plaza o foro. En Hispania se distinguen diferentes tipos de ciudades: las nuevas ciudades fundadas por los romanos y las antiguas ciudades indígenas, diferenciándose entre estipendiarias, federadas e inmunes. Todas las ciudades se comunicaban entre sí mediante una amplia red de calzadas.

Paralelamente, la sociedad hispánica se estructuró según el modelo romano al quedar dividida entre esclavos y libres. Si el primer grupo carecía de todo derecho y suponía la base de la economía del imperio, los segundos se dividieron en otros dos: patricios y plebeyos. Además, entre esclavos y libres se formaría un grupo intermedio: los libertos, aquellos que por diferentes mecanismos habían alcanzado su libertad.

La llegada de los romanos posibilitó un incremento demográfico aproximado de 7 millones, amparado en el aumento del comercio y de la producción agrícola gracias a la introducción de nuevas técnicas. Entre las principales producciones destacan la cerealista, los vinos, el aceite, la cerámica y la orfebrería. Por último, en un comercio desigual, Hispania importaba de Roma diversos bienes manufacturados.

El legado de Roma se percibe actualmente en el patrimonio arquitectónico y artístico, como las infraestructuras: acueductos, faros, etc. En suma, la romanización se tradujo en un inmenso legado cultural del que España no solo participó, sino al que también contribuyó, configurando la base de nuestra cultura occidental.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *