La Década Moderada y el Bienio Progresista: El Reinado de Isabel II

La Década Moderada (1844-1854). La Constitución de 1845 y la Legislación Conservadora

Los primeros diez años del reinado estuvieron protagonizados por el general Narváez, líder de los moderados. La Constitución de 1845, que estuvo en vigor hasta 1869, tenía características conservadoras. Permitía a la reina disolver el Congreso y repartía el poder legislativo entre las Cortes y el rey, lo que permitió más tarde limitarlos de forma muy restrictiva mediante las leyes ordinarias.

La exclusividad de la religión católica y la supresión de la milicia nacional reforzaron el poder del Estado. Los gobiernos moderados promulgaron una amplia legislación ordinaria, en general dirigida a reafirmar el carácter oligárquico del régimen. La Ley de Imprenta restringió la libertad de publicar y reforzó la censura. También se creó la Guardia Civil, en 1844, como cuerpo de organización militar encargado de ejercer funciones de vigilancia y apoyo, pero sobre todo con el objetivo de mantener el orden y defender la propiedad en las zonas rurales.

Reforzaron el sistema centralista, aprobaron una reforma de la hacienda basada en los impuestos indirectos y restablecieron las relaciones con la Iglesia, rotas durante la revolución y la guerra carlista. Tras una larga negociación, se firmó con Roma el Concordato de 1851, en el que el Papa reconoció a Isabel II como reina y aceptaba la pérdida de los bienes ya vendidos, a cambio del compromiso del Estado de financiar a la Iglesia y de entregarle el control de la enseñanza y de una censura.

Durante los primeros años de la década, el dominio de los moderados fue absoluto. Sin embargo, algunos progresistas radicales fundaron en 1849 el Partido Demócrata, y el descontento político y social iba en aumento.

El Bienio Progresista (1854-1856)

La revolución de 1854 se inició con un golpe de Estado fallido. El pronunciamiento del general Leopoldo O’Donnell fracasó tras un enfrentamiento con las tropas del gobierno. Otros jefes militares se sumaron entonces al golpe y obligaron a Isabel II a entregar el gobierno al general Espartero, quien convocó elecciones a Cortes Constituyentes.

Para las elecciones se formó una nueva fuerza política, la Unión Liberal. Las Cortes elaboraron una nueva Constitución, la de 1856, algo más avanzada, pero que no llegó a entrar en vigor. Aprobaron una serie de leyes económicas, como la segunda Ley de Desamortización, la Ley de Ferrocarriles de 1855 y la Ley de Sociedades Bancarias y Crediticias de 1856.

El Bienio transcurrió en un clima de permanente conflictividad social. Las malas cosechas, el alza de precios y los enfrentamientos entre trabajadores y patronos crearon un ambiente de tensión. En julio de 1856, los militares opuestos a Espartero convencieron a la reina para cesarle, poniendo fin a la experiencia progresista.

El Gobierno de la Unión Liberal (1858-1863). La Acción Exterior

La reina confió el gobierno a la Unión Liberal, convertida ya en un partido claramente conservador que contaba con el apoyo de la burguesía y de los terratenientes. Fue el gobierno largo de O’Donnell, marcado por la construcción de los ferrocarriles y las grandes inversiones bancarias y bursátiles.

La acción exterior fue la que dominó la vida política. Entre 1858 y 1866, instauraron una activa y agresiva política exterior con el fin de desviar la atención de los españoles de los problemas internos. Se envió una fuerza expedicionaria en apoyo de los franceses a Indochina (1858-1863), se libró la guerra contra Marruecos (1859-1860) en un intento de expansión colonial en el norte de África, y se intentó recuperar la colonia de Santo Domingo en 1861. También se llevó a cabo la expedición a México y la guerra contra Perú y Chile. Sin embargo, la intervención militar en cinco conflictos apenas ofreció resultado alguno.

La Crisis Final del Reinado (1863-1868)

Una sucesión de gobiernos inestables y autoritarios marcó la larga crisis de la monarquía isabelina. La grave crisis económica que se inició en 1864 con la quiebra de las compañías ferroviarias, debida a la baja rentabilidad de las líneas, continuó con el hundimiento de las fábricas textiles a causa de la falta de algodón provocada por la guerra de secesión estadounidense. En 1866 se produjo el crack de las bolsas europeas.

En 1868, el paro y la exasperación popular por la carestía formaban el clima ideal para un estallido revolucionario. En agosto de 1866, representantes progresistas, demócratas y republicanos llegaron a un acuerdo, el Pacto de Ostende, para coordinar la oposición, con dos objetivos: el destronamiento de Isabel II y la convocatoria de Cortes Constituyentes por sufragio universal. Prim fue puesto al frente de la conspiración.

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