Reorganización de la oposición franquista. Crisis final del franquismo

15.3 Elementos de cambio en la etapa final del franquismo. La oposición al régimen. Evolución de las mentalidades. La cultura.

Aunque en la década de los sesenta se había iniciado una profunda transformación económica y social, la política se aferró a sus planteamientos más inmovilistas pero dando una apariencia de liberalización.  El número de ministros tecnócratas del Opus Dei fue aumentando hasta ocupar once de las dieciocho carteras en 1969. La prioridad de estos gobiernos era la reforma económica, pero también se tomaron algunas medidas para acallar la presión social:
Ley de Prensa e Imprenta, de 1966;
Ley de Libertad religiosa, de 1967;
Ley Orgánica del Estado, de 1967, que establecía definitivamente la organización y funciones de las instituciones del Estado y separaba la Jefatura del Estado de la Presidencia del gobierno. En 1969, para garantizar la pervivencia del régimen, Franco nombró a Don
Juan Carlos de Borbón sucesor a la Jefatura del Estado a título de rey. El futuro monarca debía jurar fidelidad a las Leyes Fundamentales del Estado, de forma que la monarquía sería la garantía de la continuidad del franquismo. Debido a los cambios sociales y de mentalidad, paralelos a las transformaciones económicas, se acentuaron las críticas a la dictadura. Después de la guerra, la oposición se había centrado en la lucha armada de los maquis.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la resistencia contra los alemanes de muchos republicanos españoles se intentó trasladar a la Península. Entre 1944 y 1949, las partidas de guerrilleros antifranquistas mantuvieron enfrentamientos con la Guardia Civil en zonas rurales y de montaña, pero a partir de 1948 la falta de apoyos llevó a estos grupos a desistir en su intento de provocar una guerra de liberación. Otros sectores también mostraron su oposición al régimen en los años cincuenta. Aunque las huelgas estaban prohibidas, los bajos salarios y las subidas de precios provocaron protestas en Madrid, Cataluña y el País Vasco. En la Universidad, el clima aperturista propiciado por el ministro de Educación, Joaquín Ruiz-Jiménez, avivó las tensiones entre falangistas del SEU y estudiantes antifranquistas que estallaron en enfrentamientos en 1956. El ministro fue cesado. Los partidos políticos y sindicatos apenas se movilizaron tras la guerra. Sólo el Partido Comunista organizó la oposición al franquismo, desde el exilio y en la clandestinidad. A partir de los años sesenta, la dictadura se encontró con la oposición de varios frentes. El movimiento obrero fue especialmente activo. Los conflictos laborales se sucedieron desde 1961 y en el 1962 se crea sindicato Comisiones Obreras.
En la Universidad, no sólo estudiantes, también catedráticos manifestaban una abierta crítica al régimen (conflictividad de 1965 y expulsión de sus cátedras a Tierno Galván, Aranguren y García Calvo).
Un sector de la iglesia próximo a los

movimientos obreros e influidos por el espíritu del Concilio Vaticano II se fue distanciando del franquismo. Los partidos políticos como el PCE, Izquierda Democrática, de Joaquín Ruíz Jiménez (fundador de Cuadernos para el Diálogo y ex ministro de Franco), partidos nacionalistas (PNV, Esquerra Republicana de Cataluña, Convergencia Democrática de Cataluña), mostraban las diferencias entre la realidad y un sistema que restringía todas las libertades.  De los sectores más radicales de la izquierda y el nacionalismo surgieron grupos terroristas como el Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP), en 1971 y Euskadi ta Askatasuna (ETA), en 1959, formado por grupos escindidos del PNV.  La represión aumentaba al tiempo que crecían los movimientos de oposición. En 1962 un centenar de españoles marcha a Múnich, se reúne con parte del exilio y aprueban una declaración en la que recomiendan que España no sea aceptada en la CEE mientras no fueran restablecidas las libertades democráticas. La represión contra la oposición fue implacable. En 1963 es detenido el dirigente comunista Julián Grimau, que, tras ser torturado y procesado sin garantías, fue ejecutado.  La agitación social era continua en el País Vasco, donde la actividad de ETA y la represión posterior aumentaba los apoyos a la organización armada. La década termina con el proceso de Burgos, en 1970, contra dieciséis miembros de ETA. Las protestas internacionales obligaron a Franco a conmutar las penas de muerte por cadena perpetua.


Los interrogatorios y torturas de la Brigada Social y los juicios del Tribunal de Orden Público demostraban que la crisis del régimen era evidente. En 1973, Franco nombra al almirante Carrero Blanco jefe del gobierno. Carrero Blanco había sido colaborador de Franco desde los años cuarenta y representaba la continuidad del franquismo. Seis meses después de su nombramiento, en Diciembre de 1973, cuando se iba a celebrar el juicio contra dirigentes de CCOO (proceso 1001), es asesinado en un atentado de ETA. Se iniciaba la crisis definitiva del franquismo, que ya manifestaba que no sobreviviría al dictador. El nuevo presidente, Arias Navarro, anunció, en Febrero de 1974, medidas aperturistas, pero no se llevaron a cabo por la creciente inestabilidad política, el abierto enfrentamiento con la Iglesia en época del cardenal Tarancón, las tensiones en el País Vasco y la crisis económica. En este contexto, la salud del dictador se iba deteriorando. En verano se forma la Junta Democrática que pretende unir a la oposición y preparar el cambio político a la muerte de Franco. Las huelgas y manifestaciones contra la dictadura se respondían con brutalidad. Los atentados del FRAP y ETA aumentaron. La crisis internacional provocó el retorno de emigrantes y el aumento del paro. En Agosto de 1975, Franco aprueba una nueva Ley Antiterrorista en virtud de la cual se firman doce condenas a muerte de miembros de ETA y el FRAP. En Septiembre cinco de los condenados son ejecutados en medio de una oleada de manifestaciones internacionales contra la dictadura.  A las dificultades internas hay que añadir las externas. En 1974 habían desaparecido las últimas dictaduras militares del Mediterráneo, la de Portugal y la griega, quedando el régimen franquista aun más aislado. En Noviembre de 1975, con Franco agonizante, el rey de Marruecos promueve una invasión popular sobre el Sáhará, la Marcha Verde, reclamando el territorio español. Por el Acuerdo Tripartito de Madrid, el gobierno cede el Sáhará a Marruecos y Mauritania, el 18 de Noviembre. Dos días después Franco muere.

La cultura

Al acabar la guerra, muchos intelectuales y artistas se marcharon al exilio, especialmente a México. Los artistas y escritores de la Edad de Plata de la cultura española salieron mayoritariamente de España y lo que aquí quedó fue un vacío cultural. En España se impuso un férreo control sobre la vida educativa e intelectual. Los que no comulgaban con el régimen no podían desarrollar su trabajo. A pesar de la pérdida cultural causada por la guerra y el exilio, en la primera parte de la dictadura destacaron algunos intelectuales franquistas como Agustín de Foxá, Eugenio d’Ors, Dionisio Ridruejo, Pedro Laín Entralgo. Algunos de ellos se irían distanciando del régimen. Otros escritores pudieron continuar con su trabajo, como Azorín, Baroja y Ortega y Gasset. Algunos mantuvieron su independencia y sentido crítico como Buero Vallejo, Camilo José Cela o Dámaso Alonso. En los años cincuenta, una generación universitaria, que no había vivido la guerra, utilizaba la literatura y el arte como medio de denuncia social: Carmen Martín Gaite, Rafael Ferlosio, Ana María Matute, Luis Martín Santos, Juan Goytisolo, Luis Goytisolo, Juan Marsé, Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma,… La Ley de imprenta de 1966 permite una cierta apertura y las universidades se llenan de publicaciones de todas las disciplinas que tienen como fundamento de sus estudios el marxismo.  A finales de los sesenta los nuevos escritores se alejan del “Realismo social” de la década anterior y buscan nuevas propuestas estéticas, en línea con las corrientes europeas. Destaca un grupo de poetas: Gimferrer, Molina Foix, Leopoldo María Panero,… Las artes siguieron un camino paralelo a la literatura. En los primeros años del franquismo dominaba las corrientes clasicistas que servían para exaltar las grandezas del régimen. Un ejemplo es el monasterio del Valle de los Caídos. A partir de los años cincuenta, el arte rompe con los modelos del pasado a través de las nuevas corrientes estéticas: en pintura destacan el grupo de Cuenca, encabezado por Zóbel, la obra de Antoni Tapies y Antonio Saura; en escultura sobresale Eduardo Chillida; y en arquitectura, Luis Moya y Sáez de Oiza.

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