Territorios heredados por Carlos I


8.1. El Imperio de Carlos V. Conflictos internos: Comunidades y Germánías

En Carlos I, hijo de Juana de Castilla y Felipe de Borgoña, recayó una doble herencia. Por un lado, el reino de Castilla, Navarra, la Corona de Aragón, las posesiones americanas y los territorios italianos. Por otro, los Países Bajos, Luxemburgo y el Franco Condado.

Estos dominios se vieron ampliados en el año 1517, a la muerte de su abuelo Maximiliano de Austria, con la incorporación de las posesiones de los Habsburgo. Además, en 1519 fue elegido emperador por los príncipes electores alemanes.

Para ser nombrado emperador, Carlos V (Carlos I en España) realizó una intensa actividad diplomática e invirtió importantes cantidades de dinero. El titulo imperial le proporciónó la autoridad moral para dirigir Europa en defensa de la cristiandad.

Carlos I llegó a la Península en 1517, para ser reconocido como rey. Vino rodeado de nobles flamencos y borgoñones, que le ayudaron a gobernar, lo que suscitó el descontento de castellanos y aragoneses.

Este descontento estalló en 1520 como protesta porque el rey empleaba dinero del país para su elección como emperador. Muchas ciudades de Castilla (Valladolid, Salamanca, Toledo, Segovia o Burgos entre otras) se unieron e iniciaron la Guerra de las Comunidades.

Carlos V, enterado de los hechos, prescindíó de los extranjeros en el gobierno y ofrecíó cargos a la nobleza castellana. Los nobles abandonaron a los comuneros, que fueron vencidos en la Batalla de Villalar (1521). Los principales jefes, Padilla, Bravo y Maldonado, murieron ajusticiados.

Por las mismas fechas se produjo en Valencia y Mallorca la revuelta delas Germánías que enfrentó a la burguésía de las ciudades con la alta nobleza, que representaba la monarquía de Carlos V. El conflicto terminó con el triunfo de la nobleza y el Emperador.

El Emperador Carlos V, siguiendo el ideal de cruzada, pretendíó unir a los reyes cristianos contra los enemigos de la religión católica: turcos y protestantes alemanes.

1. Las guerras con Francia. Era el reino enemigo de Carlos V al sentirse amenazado por su poder. Por eso Francisco I sostuvo varias guerras con el emperador. El rey francés no pudo impedir el dominio de Carlos V en Milán tras su derrota en Pavía. Sin embargo, Carlos V no pudo doblegar la hostilidad francesa, y será su hijo Felipe II el que venza a los franceses en 1557.

2. El problema protestante. La difusión del protestantismo por los territorios alemanes rompíó la unidad religiosa del Imperio y fue una provocación a la autoridad del emperador. A pesar de la victoria de éste en Mühlberg (1547), por la Paz de Augsburgo de 1555, tuvo que admitir la libertad de cada príncipe para establecer en los territorios de su soberanía el credo que estimasen. El Concilio de Trento (1545-1563) confirmaría la ruptura entre católicos y protestantes.

3. Conflicto con el Imperio turco. El Imperio turco otomano era una amenaza a la cristiandad, tanto en el Mediterráneo, donde contaba con el apoyo de los piratas berberiscos, como en el este de Europa, poniendo en serio peligro las propias fronteras del Imperio alemán, llegando a sitiar la propia capital de Viena. El objetivo era reunir a la cristiandad, pero la hostilidad francesa, los recelos del Papa y el desafío de los príncipes protestantes, hicieron ineficaces los esfuerzos diplomáticos y militares de Carlos V. Su hijo heredará este problema.

8.2

La monarquía hispánica de Felipe II

La unidad ibérica.

Felipe II sube al trono en 1556. Renunció, como establecía el testamento de su padre, a los territorios austriacos y al título imperial. Establecíó su corte en Madrid, ocupándose personalmente, gracias a su capacidad de trabajo, de los asuntos del ahora Imperio hispánico con la ayuda de sus secretarios. En 1581, con la incorporación de la Corona de Portugal, constituyó un gigantesco Imperio.

Además, Felipe II trabajó intensamente por la unidad religiosa, evitando la penetración del protestantismo y velando por la ortodoxia católica frente a la existencia de conversos judíos y musulmanes. Ello tuvo importantes consecuencias sociales, pues por un lado se valoró mucho para entrar en la administración, las universidades o las órdenes militares, el ser cristiano viejo, mientras que aquellos que tenían unos ascendientes judíos o musulmanes, se esforzaban por lavar u ocultar su pasado para no caer en la marginación.

En este contexto actuó la Inquisición, persiguiendo las desviaciones religiosas o herejías, prohibiendo la importación de libros del extranjero, limitando estudiar en universidades extranjeras y publicando un índice de obras prohibidas. En ocasiones, el poder utilizó la Inquisición como arma política contra los enemigos. Así sucedíó en el asunto del antiguo secretario de Felipe II, Antonio Pérez, posteriormente enemigos irreconciliables.

Este rigor religioso desencadenó la Revuelta de las Alpujarras en Granada (1567), donde efectivamente muchos moriscos seguían siendo secretamente fieles al Islam. Esta insurrección fue duramente sofocada y los moriscos fueron dispersados por el territorio peninsular.

La voluntad de Felipe II de mantener la hegemonía política y la ortodoxia católica en Europa dio como resultado las siguientes guerras:

1. Guerra contra los turcos. Para ello logró reunir al Papado y Venecia en su favor, alcanzando la victoria de Lepanto en 1571. Esta derrota detuvo la amenaza turca, pero no acabó de una forma definitiva por su influencia mediterránea y europea.

2. Lucha contra Inglaterra. Isabel I apoyaba a los protestantes europeos y de una forma especial a los rebeldes protestantes de Países Bajos. Además, la corona inglesa patrocinaba la piratería contra los galeones españoles que comerciaban en América. Por ello, Felipe II organizó la Armada Invencible contra Inglaterra, que terminó en desastre en 1588.

3. Revuelta de los Países Bajos. En los Países Bajos se extendíó el protestantismo calvinista. Guillermo de Orange será el líder de la insurrección frente a la Corona española en 1566. Felipe II será incapaz de reprimirla y, finalmente, su territorio se fragmentó en dos zonas: Norte protestante y rebelde, y Sur católico y leal a la Corona hispana. Esta guerra fue una sangría humana y económica para el Imperio español.

8.3. El Modelo político de los Austrias

La Monarquía se define como autoritaria, pues las decisiones importantes se tomaban desde la Corte, con la ayuda de funcionarios y auxiliares cada vez más profesionales. Se confirmaba así la pérdida de poder político de la nobleza. La pretensión de la Corona de tener libertad plena en la recaudación de impuestos y en la aprobación de leyes sin control de las Cortes. Ello resultó mucho más fácil en Castilla que en la Corona de Aragón.

El apoyo fundamental en el gobierno de los reyes lo constituían los Consejos, que asesoraban al gobierno sobre determinados asuntos. Los Consejos más importantes eran el Consejo de Estado (se ocupaba de todo lo relativo a la política exterior, la diplomacia, la guerra y la paz), el Consejo de Castilla (principal órgano de asuntos de la Corona de Castilla, corazón del Imperio), Consejo de Hacienda (se ocupaba de los asuntos relativos a la recaudación de impuestos y las finanzas de la Corona), el Consejo de Aragón (asuntos de la Corona de Aragón), Consejo de Indias (asuntos de las colonias), Consejo de la Inquisición, etc.

Las Cortes medievales perdieron poder, sobre todo en Castilla, frente al creciente poder real, mientras que los municipios fueron controlados por el rey, gracias a la figura del Corregidor.

El poder real se asentó sobre los pilares de una red de funcionarios que ejercían el control sobre los reinos como brazos del poder real, la diplomacia, fundamental en un Imperio tan extenso, y el poderoso ejército que se constituyó en este Siglo XVI, el más importante con diferencia del momento. Todo ello se soportaba sobre una Hacienda real, gestionada desde el Consejo de Hacienda, cada vez más profesionalizada y capaz de allegar más recursos a la Corona y sobre las remesas de oro y plata procedentes de América.


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