El Gobierno de la Unión Liberal (1856-1863)
Tras un primer gobierno presidido por el general O’Donnell y otro encabezado por el general Narváez, la nación volvió a regirse por la Constitución de 1845 y a renovar la vigencia del viejo régimen moderado. Para ello, O’Donnell organizó la Unión Liberal, que pretendía reunir a los sectores menos extremistas del liberalismo y acrecentar las bases sociales y políticas del régimen isabelino.
Recuperado el equilibrio, España pudo dedicarse a llevar adelante una política exterior necesaria, aunque no siempre exitosa. Destacan:
- Guerra colonial en Marruecos (1859-1860)
- Expedición hispano-francesa a Indochina (1858-1862)
Sin embargo, la paz social se vio gravemente alterada por una siempre presente agitación carlista y por la sublevación campesina de Loja (junio de 1861), desgastando a un gobierno que fue incapaz de crear un sistema de alternancia política en el poder y que dependía en exceso del personalismo, en general, lo que provocó la caída del gabinete de la Unión Liberal.
Últimos Gobiernos Moderados (1863-1868)
Desde 1863 hasta 1868 se sucedieron diversos gobiernos moderados, que aplicaban una política cada vez más conservadora y que, bajo el general Narváez, se volvió autoritaria y represora.
A la incapacidad del gabinete para emprender las reformas necesarias se unió el desprestigio de la Corona, provocado por la personalidad de la reina Isabel II. Su vida privada, siempre favoreciendo al partido moderado, y la creciente influencia religiosa en el entorno de la reina, que llegó a convertirse en la Corte de los Milagros, fueron las causas principales del escaso crédito que despertaba Isabel II.
En 1866, los progresistas intentaron en dos ocasiones derribar el gobierno moderado, pero fracasaron en ambas y cayó sobre ellos una represión brutal.
Tras estos fracasos, en agosto de 1866, los progresistas y los demócratas firmaron un pacto en el que acordaron actuar unidos para conseguir lo que ambos más deseaban: el destronamiento de la reina. Este acuerdo es conocido como el Pacto de Ostende.
En 1867, la muerte de O’Donnell debilitó a la reina y puso a la cabeza de la Unión Liberal al general Francisco Serrano, quien se sumó al Pacto de progresistas y demócratas. Al año siguiente, falleció Narváez.
El 18 de septiembre de 1868, el almirante Juan Bautista Topete sublevó en Cádiz a la Armada Española y se pronunció contra la reina Isabel II y su gobierno. El gobierno moderado envió tropas leales a sofocar la revuelta, pero sus soldados fueron derrotados por la columna de militares y voluntarios que encabezaba el general Francisco Serrano, cerca de Córdoba. Ante esta situación, Isabel II abandonó el país, marcando el inicio de la Revolución Gloriosa.
La Primera Guerra Carlista (1833-1840)
La Primera Guerra Carlista, iniciada en Talavera de la Reina en octubre de 1833, se caracterizó por el empleo simultáneo de tropas regulares y guerrillas. Los carlistas formaron un ejército guerrillero que solo tuvo éxito en el País Vasco y las regiones vecinas, así como en el Maestrazgo.
El conflicto militar se caracterizó por su limitada extensión geográfica y quedó especialmente circunscrito al País Vasco, al norte de Cataluña y el Maestrazgo, con presencia guerrillera en Galicia, La Mancha y otras regiones del norte. Los carlistas no fueron capaces de generalizar el conflicto.
La guerra no concluyó por la derrota de alguno de los bandos, sino por el cansancio de un largo conflicto, en el que los carlistas se veían incapaces de triunfar y los liberales no podían aplastar la rebelión. Esto provocó la apertura de negociaciones de paz y la firma del Abrazo de Vergara (29 de agosto de 1839) entre Espartero y Rafael Maroto. Ramón Cabrera y sus tropas carlistas en el Maestrazgo no aceptaron el acuerdo y mantuvieron la lucha armada hasta su derrota militar en julio de 1840. El 6 de ese mes, las tropas carlistas cruzaron a Francia.
Esta derrota no desanimó al carlismo, que protagonizó dos nuevas guerras civiles en el siglo XIX.
La Ilustración en España y el Despotismo Ilustrado de Carlos III
La Ilustración en España forma parte del marco general de la Ilustración europea. Los ilustrados fueron una minoría culta formada por nobles, burgueses y clérigos que se interesaron por la reforma y reactivación de la economía, una crítica moderada de algunos aspectos de la realidad social del país y un interés por las nuevas ideas políticas.
Podemos distinguir varias etapas. En la primera mitad del siglo, destacaron Feijóo y Mayans. En este período se crearon las principales Academias, el Jardín Botánico y el Gabinete de Historia Natural. La Ilustración llegó a su apogeo en el reinado de Carlos III.
El interés por la educación y el progreso científico se concretó en la creación de nuevas instituciones de enseñanza secundaria y superior. El desarrollo de las ciencias experimentales fue importante.
Carlos III era el tercer hijo varón de Felipe V. Fue rey de Nápoles y Sicilia. En 1759, ascendió al trono de España, que antes habían ocupado sus hermanos Luis I y Fernando VI sin dejar descendencia.
El Despotismo Ilustrado se adhirió a España con entusiasmo. De Nápoles trajo a España una línea política profundamente reformadora.
A él se debe la adopción de la actual bandera española. Estableció dos figuras en los ayuntamientos, el síndico personero y el diputado común, que no pertenecían a la nobleza y que fueron la vía para que la emergente burguesía entrara en las instituciones del Estado, hasta entonces reservadas a la aristocracia.
Desde el punto de vista económico, fomentó la producción agrícola y ganadera con proyectos para la repoblación de áreas desertizadas. Fundó el Banco de San Carlos (actual Banco de España).
En cuanto a obras públicas, se deben a Carlos III la planificación de una red de carreteras que partían desde Madrid, así como obras públicas que favorecieran el regadío y el embellecimiento de Madrid.
Esta política contó, naturalmente, con enemigos y detractores y con la resistencia de los sectores más privilegiados. Sobresale el Motín de Esquilache, una revuelta iniciada en Madrid y extendida a otras ciudades. La excusa fue el decreto del ministro Esquilache para reformar el traje típico español. Carlos III expulsó a los jesuitas del reino, por considerarlos enemigos de la modernización y responsables del motín.