De Fernando VII a Isabel II: La Primera Guerra Carlista y las Regencias Liberales

La Sucesión de Fernando VII: El Origen de la Primera Guerra Carlista

A la muerte de Fernando VII, su hermano Carlos se autoproclama rey desde Abrantes como Carlos V, lo que provoca los primeros levantamientos en su favor. El ideario carlista se basaba en la defensa del absolutismo y su rechazo a las reformas liberales, la defensa de la religión católica y de los privilegios del Antiguo Régimen.

Al asumir la defensa de las instituciones y fueros históricos de Cataluña, las provincias vascas y Navarra, ganó el máximo apoyo en estos territorios. Contaba con el respaldo de algunos sectores del clero, una parte del pequeño campesinado y las clases medias defensoras de los fueros. Sus bases estaban, sobre todo, en el mundo rural y eran muy escasas en los núcleos urbanos.

Fases de la Primera Guerra Carlista (1833-1840)

El conflicto se dividió en tres fases principales:

  1. Primera fase (hasta 1835): Se formaron dos frentes de guerra: uno en las provincias vascas y otro en Cataluña. La muerte del general carlista Zumalacárregui en el asedio a Bilbao puso fin a esta etapa.
  2. Segunda fase (hasta 1837): Destacaron las expediciones del general Cabrera, que logró un gran apoyo popular para la causa carlista.
  3. Tercera fase (hasta 1839-1840): Las tropas gubernamentales, lideradas por el general Espartero, lograron importantes triunfos. Una parte del carlismo, los llamados transaccionistas, decidió firmar la paz. En el Convenio de Vergara (agosto de 1839), Espartero se comprometía ante el general Maroto al mantenimiento de los fueros. El sector más conservador, con el general Cabrera a la cabeza, decidió seguir luchando hasta su derrota definitiva en Morella (1840).

Consecuencias del Conflicto

Además de los costes humanos, que fueron muy elevados, la guerra consumió los recursos obtenidos con la desamortización de Mendizábal, inclinó la monarquía definitivamente hacia el liberalismo y fomentó el protagonismo político de los militares.

Las Regencias y la Consolidación del Liberalismo

La Regencia de María Cristina (1833-1840)

La regencia de María Cristina estuvo condicionada por la guerra. En esta etapa se confirmó la división del liberalismo en dos corrientes:

  • Moderados: Defendían amplios poderes para la Corona y un sufragio censitario muy restringido.
  • Progresistas: Eran partidarios de la labor de las Cortes de Cádiz y de limitar el poder de la monarquía en favor del Parlamento.

María Cristina se apoyó en los moderados, como Javier de Burgos (responsable de la división provincial de 1833) o Martínez de la Rosa, quien concibió el Estatuto Real de 1834. Este documento era una carta otorgada que buscaba una solución de compromiso entre el absolutismo y el liberalismo. Se centraba en reformar las Cortes del Antiguo Régimen, dividiéndolas en dos cámaras: el Estamento de Próceres (cámara alta, nombrada por la Corona) y el de Procuradores (cámara baja, elegible entre las rentas más altas y por un sufragio muy restringido que representaba solo el 0,1% de la población total). La Corona se reservaba la soberanía, convocando y disolviendo las Cortes y planteando los asuntos sobre los que podían deliberar.

La marcha de la guerra, la epidemia de cólera y la crisis de la Hacienda provocaron sucesivas crisis de gobierno. Tras las revueltas protagonizadas por la Milicia Nacional en algunas ciudades, la regente llamó al poder al progresista Mendizábal. Entre 1835 y 1837 se consumó la transición política al sistema liberal: se reorganizó la Milicia Nacional y se planteó la desamortización de los bienes del clero.

En 1836, tras el motín de los sargentos de La Granja, se restableció parte de la legislación de las Cortes de Cádiz y se convocaron Cortes constituyentes. La nueva Constitución de 1837, de carácter progresista, recuperaba aspectos de la de 1812, aunque buscó el consenso entre las dos corrientes liberales. Reconocía el principio de soberanía nacional, aunque la atribuyó a las Cortes con el rey. El Parlamento se dividió en Congreso de los Diputados y Senado. Se mantuvo la separación de poderes y contenía una importante lista de derechos individuales. Sin embargo, la Ley electoral de 1837 implantó el sufragio censitario (algo más del 2% de la población tenía derecho a voto).

Tras las elecciones de octubre de 1837, los moderados obtuvieron el poder. La Ley de Ayuntamientos (julio de 1840), que preveía que los alcaldes fueran nombrados por la Corona y no por los vecinos, provocó la oposición de los progresistas. La situación llevó a la renuncia de la regente y al inicio de la regencia de Espartero.

La Regencia de Espartero (1840-1843)

El general Espartero, que había ganado una gran reputación como vencedor de la guerra carlista, asumió la regencia. Su gobierno, con un fuerte carácter autoritario, aceleró la venta de bienes del clero secular y apostó por el librecambismo. El sector textil catalán se vio amenazado por su política librecambista, lo que generó tumultos callejeros en Barcelona que fueron duramente reprimidos. El regente ordenó el bombardeo de la ciudad en 1842, un incidente que le restó apoyos cruciales.

Finalmente, progresistas y moderados, con el apoyo del general Narváez, se enfrentaron al ejército de Espartero en julio de 1843. Derrotado, Espartero renunció a la regencia y se exilió a Londres. Como consecuencia, Isabel II accedió al trono con tan solo trece años.

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