España en el siglo XVII: Crisis y conflictos internos

En el siglo XVII, España era un estado complejo formado por un conjunto de territorios que poseían instituciones, leyes y lenguas diferentes pero con un mismo rey. La monarquía hispánica seguía siendo una potencia mundial, con numerosas posesiones en Europa (Nápoles, Sicilia, Milán, países bajos) y territorios extensos en las costas de África, la India y Filipinas. Sin embargo, en este siglo se experimentó una decadencia en todos los ámbitos: crisis demográfica, económica, política y pérdida de posesiones. Esto contrasta con el auge de las artes y la literatura, conocido como el Siglo de Oro.

Los Austrias del siglo XVII: Gobierno de validos y conflictos internos

Castilla era el reino principal y se costeaba con impuestos. Se intentó unificar los reinos, pero las clases dirigentes locales se opusieron. A la muerte de Felipe II, gobiernan los Austrias menores y lo hacen a través de los validos, primeros ministros a los que el rey otorgaba sus funciones. Los validos procedían de la nobleza cortesana y sustituyeron a los secretarios, intentando gobernar al margen de los consejos y mediante grupos de confianza. Se fortaleció el absolutismo y la autoridad real. Sin embargo, los validos no tenían buena reputación, ya que la corrupción aumentó mientras ellos acumulaban cargos y rentas. Esto fue una de las causas de la decadencia. Los Austrias menores tuvieron escasa relevancia política.

Felipe III

Heredó un extenso imperio lleno de dudas y conflictos. Estaba poco dotado para gobernar y dejó a su valido, el duque de Lerma, a cargo del gobierno. Lerma, un diplomático con enorme ambición, administró los reinos de forma lenta e ineficaz y hubo casos de corrupción. Durante su reinado, se trasladó la corte a Valladolid. Felipe III tuvo poca relevancia y se notaron los efectos de la crisis económica debido al estancamiento del comercio americano y a los gastos. En política interior, expulsó a los moriscos en 1609, descendientes de musulmanes importantes en Valencia y Aragón. La mayoría eran campesinos y artesanos, pero fueron expulsados por mantener sus costumbres y resistirse a la integración, siendo considerados peligrosos por sus contactos con berberiscos. Se reforzó la ortodoxia cristiana, contando con la ayuda de la iglesia. Hubo rebeliones, pero los moriscos fueron expulsados a África y a través de los Pirineos. Las consecuencias se sintieron en Aragón y Levante debido a la falta de mano de obra en el campo, lo que provocó la subida de salarios. Los escándalos de corrupción provocaron la destitución de Lerma en 1618, siendo sucedido por su hijo, el duque de Uceda. Felipe III murió en 1621, dejando el trono a su hijo de 16 años.

Felipe IV

Tenía gran cultura y era un protector de las artes. Su corte amplificó el esplendor de la monarquía. Sin embargo, su reinado estuvo marcado por dificultades económicas, la guerra de los Treinta Años y las rebeliones de Portugal y Cataluña. Dejó el gobierno en manos del conde-duque de Olivares, un hombre inteligente y autoritario con gran capacidad de trabajo. Olivares tenía un proyecto de una España hegemónica que recuperara el prestigio en Europa y estuviera unida en el interior, pero fue muy ambicioso en un periodo de crisis, chocando con las resistencias de las zonas periféricas. Implementó un plan de reformas dirigidas a la centralización y al aumento de la autoridad real. En el Gran Memorial (1624) planteó la necesidad de reforzar el poder del rey, proponiendo uniformidad legislativa y reparto de las cargas siguiendo el modelo fiscal castellano. En la Unión de Armas (1625) abogó por crear un ejército permanente al que contribuirían los reinos según su población y riqueza. Los primeros años persiguió la corrupción y decretó medidas económicas, como la creación de una red de erarios, la devaluación de la moneda, la protección del comercio de lana y la reducción de gastos de la corte. Sin embargo, sus proyectos centralistas y el desgaste por la guerra de los Treinta Años hicieron fracasar sus reformas y provocaron revueltas y conflictos internos, como la crisis de 1640. La decadencia se agudizó por la guerra, amenazando con la secesión de territorios. Estallaron revueltas en Valencia, Cataluña y Portugal debido a la política de Olivares, la subida de impuestos y el reclutamiento de hombres para la guerra, lo que aumentó el descontento de los campesinos afectados por la crisis. En Cataluña, durante la guerra de los Treinta Años, se convirtió en una zona de paso de tropas, complicando la situación. Las autoridades catalanas apoyaron a los campesinos y negociaron con Francia, repitiéndose los incidentes con los franceses. Después de la Paz de Westfalia, Juan José de Austria liberó Cataluña venciendo a Francia y se integró en la corona en 1652. Este conflicto se convirtió en un símbolo del nacionalismo. En cuanto a la sublevación de Portugal, este territorio se había unido a la corona de Castilla con Felipe II, pero se quejaba de la falta de protección ante los holandeses y británicos. El ejemplo catalán alentó a los portugueses y el conflicto se prolongó debido a la pasividad castellana. Felipe IV bloqueó comercialmente a Portugal y hubo varias batallas victorias portuguesas. Finalmente, se firmó el Tratado de Lisboa en 1668, reconociendo la independencia de Portugal. Estos conflictos debilitaron a Olivares, quien fue cesado en 1643, siendo sucedido por Luis de Haro.

Carlos II

Carlos II nació enfermo y débil. Contrajo matrimonio con María Luisa de Orleans y con Mariana de Neoburgo. Su reinado estuvo marcado por enfrentamientos entre facciones de la aristocracia, varios validos y una crisis económica y social. Se divide en dos etapas: la regencia de Mariana de Austria (1665-1675), influenciada por Nithard y por Valenzuela, y la pérdida de hegemonía en Europa. Durante este periodo, se confirmó la independencia de Portugal y Francia hostigó en la frontera.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *