El largo camino hacia la estabilidad
Después de la independencia, América del Sur atravesó diversos caminos. Algunos países experimentaron prosperidad, otros sufrieron guerras civiles prolongadas, y otros transitaron una transición más pacífica. A pesar de estas diferencias, se pueden identificar varios puntos en común. Uno de los cambios más significativos fue el reemplazo de las elites españolas por elites criollas, conformadas por hacendados, militares y comerciantes enriquecidos. Otro cambio importante fue la cierta movilidad política que mostraron las sociedades en la etapa independiente.
En el plano político, casi todos los países enfrentaron serios problemas. La construcción del Estado era una tarea monumental: leyes, constituciones, todo estaba por hacerse. Las discusiones, separaciones y enfrentamientos violentos fueron moneda corriente, generando una fuerte inestabilidad política en toda la región.
Fragmentación política y crisis económica
En los años posteriores a la independencia, ni siquiera los límites entre los distintos Estados americanos estaban claros. Simón Bolívar intentó evitar esta situación proponiendo una unidad política que integrara a todos los americanos, pero sus propuestas fracasaron, dando lugar a una gran fragmentación política. Por ejemplo, la Gran Colombia se dividió en Colombia, Venezuela y Ecuador, y las Provincias Unidas de América Central también se separaron. Con la excepción de Estados Unidos, estos procesos ocurrieron en el marco de una situación económica crítica que mejoró recién a mediados del siglo XIX.
Dos imperios y varias repúblicas
A pesar de las diferencias y discusiones, la mayoría de los países americanos adoptaron el sistema de gobierno republicano, que proponía un gobierno con división de poderes y una sociedad igualitaria, sin privilegios de sangre ni herencia. México fue una excepción, donde la independencia llegó de la mano de la instauración de una monarquía. Tras el retorno de Fernando VII al trono de España, este suprimió la constitución de 1812. En 1820, una revolución en España restauró la Constitución de 1812, estableciendo una monarquía constitucional. Las reformas económicas impulsadas por este movimiento preocuparon a los criollos mexicanos, quienes pasaron a apoyar la independencia. Entre ellos se encontraban Agustín Iturbide y Vicente Guerrero. Esta alianza permitió declarar la Independencia de México el 27 de septiembre de 1821, designando una Junta Provisional Gubernativa. Esta junta adoptó la monarquía como forma de gobierno, designó a Agustín Iturbide como emperador y convocó a un congreso constituyente. En 1823, Iturbide fue derrocado por Antonio López de Santa Anna, quien proclamó la república.
Brasil y la solución monárquica
Tras la proclamación de la Independencia en 1822, la Asamblea Constituyente estableció una monarquía constitucional. El poder legislativo se dividió en un Senado vitalicio y una Cámara de Representantes cuyos miembros eran elegidos por una pequeña parte de la población. En cuanto a las relaciones entre el poder central y las regiones, se impuso un sistema centralista donde los presidentes de los estados eran nombrados por el emperador. En la etapa posterior a la coronación de Pedro II, las regiones con economías más dinámicas, como São Paulo, se opusieron al modelo monárquico centralista, al que se asemejó al despotismo.
Diferentes formas de ver el mundo: conservadurismo y liberalismo
Las dos ideologías predominantes en América durante el siglo XIX fueron el conservadurismo y el liberalismo, ambas originadas en Europa entre fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Son dos concepciones diferentes del mundo, la sociedad y el Estado.
Los conservadores priorizaban el orden, gobiernos fuertes y centralizados, jerarquías sociales rígidas y sociedades basadas en tradiciones e instituciones como la Iglesia Católica.
Los liberales, por su parte, postulaban una sociedad moderna con movilidad social, ciencia, tecnología y educación como base del progreso. Reivindicaban los derechos individuales, la propiedad privada y la libertad individual, mostrando una postura antirreligiosa y defendiendo el libre comercio.
Liberales y conservadores en América
Los liberales, generalmente profesionales, comerciantes o intelectuales, se inspiraban en Estados Unidos o Gran Bretaña. Buscaban terminar con los vestigios coloniales, proponiendo medidas como:
- Educación laica
- Confiscación de tierras de la Iglesia
- Cierre de conventos y monasterios
- Defensa de los derechos individuales (libertad de prensa, propiedad privada)
- Gobiernos federales
Los conservadores, en su mayoría terratenientes y miembros de la Iglesia, querían preservar las jerarquías sociales, la influencia de la Iglesia y el gobierno centralizado. Estas contradicciones dificultaban la sanción de constituciones, generando una falta de leyes y textos constitucionales que obstaculizaba el orden y el crecimiento de los países americanos. Sin embargo, en algunos países se produjeron acercamientos, negociaciones y alianzas entre ambos grupos, permitiendo en ocasiones la sanción de constituciones e impidiendo la anarquía y la disgregación.
Los caudillos
Los caudillos eran líderes locales con poder político en sus regiones, algunos con gran influencia a nivel nacional. Su poder se basaba en el control de ejércitos propios.
Guerras y más guerras
Los conflictos entre liberales y conservadores, caudillos locales y fuerzas gubernamentales, a menudo desembocaban en atentados, asesinatos, batallas y separaciones territoriales. Varios países latinoamericanos sufrieron guerras civiles. La primera mitad del siglo XIX también presenció conflictos armados entre países vecinos, como la guerra entre Chile y la Confederación Perú-Boliviana en 1837. Los conflictos internos se mezclaban con los externos.
Estancamiento y crisis económica
Tras la guerra de Independencia, la mayoría de la población americana vivía en la pobreza. La guerra había provocado la destrucción del sistema productivo: saqueos, minas abandonadas, puertos y caminos dañados. La reconstrucción de las relaciones comerciales y la confianza requería leyes respetadas y estabilidad política, lo que resultó en épocas de atraso y estancamiento en gran parte de la región. Mientras tanto, comerciantes británicos vendían productos fabricados en serie gracias a la Revolución Industrial, aumentando las importaciones y disminuyendo las exportaciones en países como México y Perú (a excepción de Estados Unidos).
La fragmentación del poder en Argentina
Tras la Declaración de la Independencia en 1816, el Congreso, reunido en Tucumán y luego en Buenos Aires, sancionó en 1819 una Constitución centralista que otorgaba amplios poderes al Ejecutivo y no respetaba la autonomía de las provincias. El rechazo de las provincias del litoral (Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes) culminó en la batalla de Cepeda (1º de febrero de 1820), donde las fuerzas de Estanislao López y Francisco Ramírez derrotaron a las tropas del Directorio, llevando a la disolución del Congreso y del Gobierno Nacional. El poder político dejó de concentrarse en Buenos Aires.
Las economías regionales en Argentina
El crecimiento económico regional fue desigual tras las guerras de Independencia. Buenos Aires se integró a la economía mundial exportando cueros y carne salada (tasajo). Las provincias del Litoral, con la ganadería como actividad principal, promovían el libre comercio con el exterior, pero se diferenciaban de los intereses porteños al exigir la eliminación de impuestos en el puerto de Buenos Aires y la libre navegación de los ríos Paraná y Uruguay. En el interior del país, el quiebre del vínculo colonial perjudicó a las economías regionales, que no podían competir con los productos importados por Buenos Aires. Solicitaban la repartición de los ingresos de la Aduana porteña y medidas proteccionistas.
Los nuevos dirigentes políticos: los caudillos en Argentina
Tras la disolución del Directorio, las provincias crearon salas o juntas de representantes, reemplazando a los cabildos coloniales. Estas instituciones elegían a los gobernadores, en su mayoría caudillos locales que controlaban las milicias rurales (montoneras), imponiendo su voluntad a través de la violencia (asesinatos y fusilamientos) y promoviendo pactos interprovinciales para apaciguar tensiones.
Los pactos interprovinciales en Argentina
Las relaciones entre las provincias se regularon mediante pactos o tratados. Entre los más importantes se encuentran:
- Tratado del Pilar (1820): Puso fin a las hostilidades entre Buenos Aires y el Litoral para reanudar la actividad comercial.
- Tratado de Benegas (1820): Eliminó discrepancias entre Santa Fe y Buenos Aires, destacando la necesidad de un orden político nacional.
- Tratado del Cuadrilátero (1822): Estableció una alianza entre Buenos Aires y las provincias del Litoral en caso de agresión externa, reafirmando la libre navegación de los ríos y la libertad de comercio.
Buenos Aires: El gobierno de Martín Rodríguez
Tras el Tratado del Pilar, una sucesión de gobernadores en Buenos Aires culminó en septiembre de 1820 con la elección de Martín Rodríguez, con la colaboración de Bernardino Rivadavia como ministro de Gobierno. Rivadavia impulsó medidas para eliminar vestigios coloniales y modernizar Buenos Aires, incluyendo:
- Retiro de oficiales de las guerras de Independencia
- Creación de un nuevo ejército
- Supresión de impuestos e instituciones coloniales (Cabildos, Consulado, órdenes religiosas)
- Creación de la Universidad de Buenos Aires (1821)
- Fundación del Banco de Descuentos
El Congreso de 1824 en Argentina
El Congreso de 1824 debatió sobre la organización de la unidad nacional, entre quienes reconocían la soberanía provincial y quienes defendían la soberanía del gobierno central. Se sancionó la “Ley Fundamental”, que delegaba provisoriamente el Poder Ejecutivo Nacional en el gobierno de Buenos Aires para manejar relaciones internacionales y asuntos de guerra.
La presidencia de Rivadavia: entre conflictos internos y externos en Argentina
En 1826, se promulgó la Ley de Presidencia, creando un Poder Ejecutivo Nacional permanente a cargo de Bernardino Rivadavia. Su gestión se vio marcada por la guerra con Brasil y la presentación de un proyecto para declarar a Buenos Aires capital del país, lo que provocó la oposición de los hacendados bonaerenses. La Constitución de 1826, que otorgaba al presidente la facultad de designar gobernadores, fue rechazada por los caudillos federales. Ante el descontento, Rivadavia renunció en 1827, delegando la conducción de la guerra y las relaciones exteriores en Manuel Dorrego, y disolviéndose el Congreso.
La guerra con Brasil y sus consecuencias en Argentina
Entre 1825 y 1828, se desarrolló un conflicto entre las Provincias Unidas del Río de la Plata y el Imperio de Brasil por la Banda Oriental, anexada a Brasil en 1822. Manuel Dorrego aceptó la propuesta británica de independencia de la Banda Oriental, que pasó a llamarse República Oriental del Uruguay. Esta pérdida fue rechazada por militares como Juan Lavalle, quien fusiló a Dorrego en 1828, provocando una indignación popular que culminó con la derrota de Lavalle por las fuerzas de Estanislao López y Juan Manuel de Rosas.
La expansión ganadera y la ampliación de la frontera en Argentina
A partir de 1820, aumentó la demanda de productos ganaderos (cueros, carne salada, lana), convirtiendo a la estancia ganadera en la unidad económica más importante del mundo rural. La expansión ganadera requirió la ampliación del territorio, llevando a cabo tres expediciones militares (1822-1824) en las sierras de Ventania y Tandil. La frontera sur de Buenos Aires se expandió más allá del río Salado. La Ley de Enfiteusis entregó tierras en alquiler a bajo costo, que luego fueron vendidas a comerciantes y ganaderos, concentrando la propiedad de la tierra. El Estado aplicó una política de control sobre la población rural para asegurar mano de obra.
Los saladeros en Argentina
En la década de 1820, prosperaron los saladeros, establecimientos para conservar la carne vacuna mediante la sal. Ubicados en zonas costeras, producían tasajo (carne salada) para el comercio con Brasil.