La Monarquía en la Constitución Española: Un Recorrido Histórico y su Impacto Político

La Monarquía en la Constitución Española: Un Recorrido Histórico

La monarquía ha sido la forma tradicional en torno a la cual se unificó el Estado español. Esta unificación comenzó con los Reyes Católicos, en un tiempo en que aún no se concebía lo que hoy es España. A partir de 1700, con la Guerra de Sucesión, la dinastía de los Austrias fue sucedida por la de los Borbones, con Felipe V.

El Inicio del Constitucionalismo y la Crisis Monárquica (1812-1833)

La primera Constitución española se elaboró en Cádiz en 1812. El inicio del constitucionalismo se enmarca en una profunda crisis de la monarquía, deslegitimada por la invasión francesa. Fernando VII entregó la corona a su padre, Carlos IV, quien a su vez la cedió a Napoleón, y este la otorgó a su hermano, José I Bonaparte.

La Constitución de Cádiz de 1812, inspirada en el modelo liberal francés, surgió en un momento de ruptura, sin un monarca legítimo en el trono. Cuando Fernando VII regresó, debía jurar la Constitución; sin embargo, en lugar de hacerlo, restauró el absolutismo. Este periodo duró desde 1814 hasta 1820, cuando el pronunciamiento de Riego obligó a jurar la Constitución. Este Trienio Liberal se extendió hasta 1823.

Nuevamente, los franceses invadieron España, apoyados por la Iglesia, y de 1823 a 1833 se reinstauró el absolutismo.

Las Guerras Carlistas y el Reinado de Isabel II (1833-1868)

Surgió el problema de la sucesión a la corona, ya que Fernando VII solo tenía una hija, lo que generó conflictos por la Ley Sálica. Finalmente, se nombró a su hija Isabel II, pero su hermano Carlos reclamó el trono. Los liberales aprovecharon para apoyar a la joven Isabel y a su madre, María Cristina, mientras que los absolutistas respaldaron a Carlos. La Primera Guerra Carlista fue una guerra civil en la que se luchó más por la forma política del Estado que por la persona del monarca.

El sistema liberal de Isabel II resultó deficiente, pues el liberalismo español era muy débil y había caído bajo el poder de los moderados. El gobierno quedó a merced de los pronunciamientos militares, con predominio de los conservadores. En un momento en que la monarquía todavía ostentaba poderes, en Europa la idea de monarquía se transformaba, volviéndose más burguesa y perdiendo poder.

Cuando Isabel comenzó a gobernar, era una niña en manos de políticos y, más tarde, una mujer en manos de sus amantes, quienes se aprovecharon de ella para alcanzar el poder. La deslegitimación de sus hijos, al creerse que ninguno era de su marido, sumada a otros factores, hizo que la figura de la reina perdiera legitimidad. La Revolución de 1868, conocida como ‘La Gloriosa’, se levantó contra ella, obligándola a exiliarse.

El Sexenio Democrático y la Restauración Borbónica (1868-1923)

Se buscó un nuevo rey, y Amadeo de Saboya llegó a España, pero sin los apoyos necesarios. De 1871 a 1873, Amadeo de Saboya abdicó. Las Cortes proclamaron la Primera República (1873), un periodo marcado por conflictos sobre su carácter (unitaria o federalista), graves problemas económicos y el inicio de la independencia de Cuba.

El pronunciamiento de Martínez Campos restauró la monarquía en 1874. Cánovas del Castillo comprendió que el hijo de Isabel II, Alfonso XII, debía regresar, no ella. Alfonso XII volvió a España e inició un régimen parlamentario que, en la práctica, era un sistema de alternancia pactada entre conservadores y liberales, simbolizado por el Pacto del Pardo entre Cánovas y Sagasta.

María Cristina de Habsburgo, su esposa, asumió la regencia tras la muerte de Alfonso XII. Se buscaba la estabilidad a través de la alternancia en el poder. Este ‘turnismo’ se lograba falseando el sufragio, mediante los llamados ‘pucherazos’. No era el pueblo quien elegía el parlamento, sino que el sistema estaba diseñado para que el rey, a través de los partidos dinásticos, controlara la composición de las Cortes. Esto trajo cierta estabilidad, pero no integró a las nuevas capas sociales ni al pueblo en general.

Tras la pérdida de Cuba, el auge del nacionalismo catalán, el movimiento obrero y las crisis económicas fueron gestando la crisis de la Restauración, la crisis del sistema. La pérdida de Cuba, Filipinas y Puerto Rico significó, psicológicamente, la desaparición de los últimos vestigios del imperio, aunque económicamente no fue tan perjudicial. Además, la participación en el reparto de África nos asignó un protectorado en Marruecos que solo traería conflictos y corrupción.

El Fin de la Monarquía y la Segunda República (1923-1939)

En 1923, la crisis del sistema se agudizó. Alfonso XIII entregó el poder al general Miguel Primo de Rivera, estableciendo una dictadura que caería en 1930. Tras su caída, la monarquía ya no tenía solución. Una opinión pública mayoritariamente opuesta a la monarquía se manifestó en las elecciones de abril de 1931, donde se produjo un voto mayoritario a favor de los partidos republicanos, que habían firmado el Pacto de San Sebastián para acabar con la monarquía. Fue una transición pacífica y Alfonso XIII se exilió.

Así comenzó la Segunda República, que promulgaría una Constitución considerada demasiado liberal para el momento, lo que, entre otros factores, desembocaría en la Guerra Civil y la posterior dictadura de Franco.

La Restauración Monárquica bajo Franco y la Transición (1939-Actualidad)

Franco apoyó al Eje en la Segunda Guerra Mundial y, tras su final, tomó decisiones para proyectar una imagen más moderna. Don Juan, hijo de Alfonso XIII, intentó restaurar la monarquía en España tras la guerra, algo que Franco no le perdonaría. Finalmente, llegaron al acuerdo de que su hijo, Juan Carlos, estudiaría en España bajo la supervisión de Franco.

Juan Carlos creció en un ambiente difícil, con sectores antimonárquicos incluso dentro del franquismo. La Ley Orgánica del Estado establecía que Franco designaría al sucesor dentro de la estirpe real, y Juan Carlos aceptó. Unos meses después, Don Juan Carlos juró lealtad a Franco para ser nombrado Príncipe de España.

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