La Primera Guerra Carlista y la Evolución del Liberalismo en España (1833-1868)

La Primera Guerra Carlista (1833-1840)

La guerra civil se inició en 1833 al negarse el infante don Carlos a reconocer a su sobrina Isabel como reina. Sus partidarios, los carlistas, representaron sectores sociales muy diversos (nobleza, clero, campesinado) que solo tenían en común su oposición al liberalismo. Los carlistas defendían la monarquía tradicional, absolutista, la preeminencia de la religión católica y los fueros, que los liberales querían suprimir.

El Estatuto Real: Moderados y Progresistas

María Cristina buscó el apoyo de los liberales más moderados para enfrentarse a los carlistas. Se reabrieron las universidades y se dio una amnistía a los liberales que se encontraban encarcelados. Se emprendieron también trascendentales reformas administrativas, como la división provincial, que perdura aún hoy con ligeras modificaciones.
Los límites de este reformismo se pusieron de manifiesto en el Estatuto Real de 1834. A diferencia de una auténtica Constitución, esta fue otorgada: la Corona concedía Cortes bicamerales de carácter consultivo, pero se reservaba el control de los poderes legislativo y ejecutivo.
La vida política se radicalizó, y los liberales se dividieron en dos partidos que protagonizarían la política durante todo el reinado: los moderados y los progresistas.

La Constitución de 1837 y la Desamortización

En 1836, el descontento de los progresistas, a los que el Estatuto Real parecía insuficiente, culminó con el pronunciamiento de los sargentos de la Granja. La regente se vio obligada a formar un gobierno progresista y se planteó una reforma constitucional que pudiera ser aceptada por las dos tendencias liberales.
Aunque se presentó como reforma de la gaditana, la Constitución de 1837 era en realidad un texto nuevo que, salvo en la cuestión religiosa, era menos avanzado que su modelo: Cortes bicamerales, sufragio censitario, provincias de ultramar sometidas a un régimen colonial. A pesar de todo, suprimía los últimos vestigios feudales (diezmo, señoríos), proclamaba la libertad de imprenta e institucionalizaba la Milicia Nacional. Los ayuntamientos eran elegidos por los vecinos.
La obra más importante de los progresistas fue la desamortización, es decir, la expropiación y venta en subasta pública de las tierras de la Iglesia. Fue una medida concebida por el ministro Mendizábal para sanear la hacienda y costear la guerra, pero la subasta de las fincas en grandes lotes benefició a los más ricos y decepcionó a los pequeños propietarios campesinos y a los jornaleros, que no pudieron acceder a la propiedad de la tierra.

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La Regencia de Espartero

La corrupción que existía en el entorno de la regente y su intento por controlar los ayuntamientos volvieron a la opinión política en contra. Tras un pronunciamiento, María Cristina tuvo que renunciar y exiliarse. Espartero, héroe de la Primera Guerra Carlista y cabeza del partido progresista, asumió la regencia.
La regencia de Espartero (1840-1843) se caracterizó por el personalismo del regente y sus medidas autoritarias, entre otras, el bombardeo de Barcelona, hasta el punto de que llegó a perder el apoyo de su propio partido. En 1843, un nuevo pronunciamiento llevó a los moderados y a Espartero al exilio.

El Reinado de Isabel II: Las Bases del Estado Liberal

En 1843, ante el fracaso de las dos regencias, se declaró a la reina mayor de edad, aunque Isabel II solo tenía trece años. Desde ese momento, hasta 1868, se extendió un complejo reinado en el que se pondrían las bases del Estado liberal. Las características de este periodo son las siguientes:

  • El peso del Ejército en la vida política: Se ha denominado a este reinado el régimen de los generales, ya que fueron militares las figuras predominantes.
  • La debilidad de los partidos políticos: Los moderados y los progresistas fueron incapaces de articular la vida política. Aunque en teoría existía un régimen liberal representativo, no eran los resultados electorales los que decidían los cambios de Gobierno, sino los pronunciamientos militares o las intrigas palaciegas.
  • La falta de neutralidad de la Corona: La teoría de la soberanía compartida, defendida por los moderados, concedía un poder extraordinario a la monarquía, lo que se traducía en una intromisión constante de la reina en la política. Sin embargo, la soberana no era neutral, sino claramente favorable a los moderados. Por otra parte, su personalidad inmadura la hacía susceptible a las maniobras de las camarillas.

En el reinado de Isabel II hubo un claro predominio del moderantismo. El periodo puede dividirse en tres etapas:

  • La Década Moderada (1844-1854): La Constitución de 1845 impuso los principios del moderantismo: soberanía compartida, limitación de los derechos individuales (reunión y libertad de expresión), censo electoral restringido y centralismo administrativo. También se creó la Guardia Civil, una fuerza de orden público bajo el mando del ejecutivo que sustituyó a la Milicia Nacional, y se firmó un Concordato con la Santa Sede (1851) que restableció el entendimiento con la Iglesia, roto por la desamortización.
  • El Bienio Progresista (1854-1856): Un pronunciamiento llevó al Gobierno a los progresistas. Se proyectó una Constitución, que no llegó a promulgarse, y se produjo una segunda desamortización, planeada por el ministro Madoz, que afectó sobre todo a las tierras municipales. Las tensiones entre los dos hombres fuertes del momento, Espartero y O’Donnell, condujeron a la caída del primero y la vuelta de los moderados al poder.
  • El Segundo Periodo Moderado (1856-1868): Durante esta etapa se practicó una política exterior de restablecimiento que implicó al país en varias intervenciones en ultramar (Marruecos, Pacífico, Indochina y México). Se fundó la Unión Liberal, un proyecto de O’Donnell para integrar las diferentes familias del liberalismo en un partido centrista, pero surgieron otros partidos políticos (demócratas y republicanos) cada vez más alejados de la monarquía. Los escándalos y la represión dañaron la popularidad de Isabel II.

En todas las fuerzas políticas, a excepción del partido moderado, concertaron el Pacto de Ostende para derribar a la reina. En 1868, un pronunciamiento militar, con un amplio respaldo popular, derrocó a Isabel II.

La Situación en Cuba

En el siglo XIX, Cuba era una colonia muy próspera gracias a su producción de azúcar. Sin embargo, la sociedad cubana presentaba un carácter peculiar: era una sociedad esclavista. En la cúspide estaba la sacarocracia o aristocracia del azúcar, integrada por criollos enriquecidos y algunos inmigrantes peninsulares que consiguieron amasar grandes fortunas en la isla. Estos grupos tenían enorme influencia en el Gobierno.
Pero si esta opulenta élite de sacarócratas tenía medios para manejar los hilos de las camarillas en la Corte, la mayoría de la población de Cuba, libre o esclava, no tenía ninguna posibilidad de participar en el Gobierno. Durante la mayor parte del siglo XIX, Cuba, como el resto de provincias de ultramar, estaba al margen del Estado liberal que se construía en el resto de España, sometida a un capitán general y sin representación en Cortes. El descontento de buena parte de los cubanos condujo en 1868 al inicio de la Guerra de los Diez Años, un primer intento por obtener la independencia que se repetiría a finales de siglo.

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