La Regencia de M. Cristina y la Guerra Carlista

La Regencia de M. Cristina

El primer acontecimiento es las primeras medidas tomadas por M. Cristina como los absolutistas se habían puesto del lado de Don Carlos. M. Cristina tuvo que acudir a los liberales para lograr obtener los derechos de su hija al trono. Así que las primeras medidas fueron un intento de ganarse a los liberales. En lugar declaró un perdón de los delitos políticos que permitió la liberación de los liberales encarcelados y el regreso de los exiliados. En lugar cambió el primer ministro de su marido por otro más liberal. Gracias a los nuevos ministros, el régimen absolutista empezó a ser más tolerante y logró la conciliación de las tendencias ideológicas de liberales y absolutistas. Una muestra de esa conciliación fue la elaboración de una especie de constitución llamada Estatuto Real, que aunque no reconocía todos los principios del liberalismo, suponía un cambio en la ejecución del poder.

La Guerra Carlista

Tras la muerte de Fernando VII, los carlistas iniciaron una sublevación que fue llamada la 1ª Guerra Carlista, que se desarrolló entre 1833-1840. Dentro de este conflicto destacamos dos aspectos:

1. Los dos bandos enfrentados

Los carlistas, al rey Carlos María Isidro, presentaban una ideología tradicional y antiliberal, es decir, defensora del régimen y con un eslogan como Dios, Patria y Fueros. Dios por encima de todo. Entre los que apoyaban a los carlistas se encontraban numerosos miembros del clero, buena parte de la nobleza agraria, la mayoría de los campesinos y artesanos. Las regiones donde predominaba el carlismo fueron el País Vasco, Navarra, parte de Cataluña, Aragón y Valencia. Muchos carlistas eran pequeños propietarios empobrecidos, pequeños artesanos que desconfiaban de las reformas agrarias que anunciaban los liberales, rechazaban los impuestos y temían verse expulsados de las tierras. Los que apoyaban a Isabel eran los isabelinos y eran los nobles ricos, gran parte de los funcionarios y de la burguesía y los trabajadores de las ciudades. Defendían la implantación del liberalismo y el fin del antiguo régimen. Los carlistas no pudieron contar con un ejército regular y organizaban grupos armados que actuaban según el método de las guerrillas. Los grupos carlistas iniciaron la lucha en 1833 en un amplio foro español, pero el más importante se situó en las montañas de Navarra, el País Vasco y del norte de Castellón, el Bajo Aragón y el Pirineo catalán. Desde el punto de vista internacional, Don Carlos recibió el apoyo de Rusia, Prusia y Austria, que le enviaron dinero y armas, mientras que Isabel II contó con el apoyo de Francia, Italia y Portugal, países favorables a la implantación del liberalismo en España.

2. Fases de la guerra

Se caracterizó por el triunfo de los carlistas, aunque nunca consiguieron conquistar una ciudad importante. En 1834, cuando Carlos IV abandonó G.B. y se instaló en Navarra, donde creó una monarquía alternativa a la de Isabel con su corte, su monarquía y su gobierno. Gran artífice de los triunfos militares carlistas fue el general Zumalacarregui, logró conquistar Tolosa, Darando, Belgara y Eibar, pero fracasó en la toma de Bilbao, donde encontró la muerte. En la zona de Levante, los carlistas estaban desorganizados, operando con escasa conexión entre los diferentes grupos. Los grupos del norte de Cataluña tenían su actividad en los Pirineos, los de las tierras del Bajo Ebro se unieron a los del norte de Castellón, dirigidos por el general Cabrera, que se convirtió en uno de los líderes carlistas más destacados.

Se caracterizó por el triunfo de los isabelinos, a partir de la victoria del general Espartero en Guadiana, que puso fin a los carlistas en Bilbao. Los carlistas faltos de recursos para finalizar la guerra y conscientes de que no podían triunfar, iniciaron una nueva estrategia caracterizada por la organización de expediciones. Fue la expedición de 1837 que partió desde Navarra hacia Cataluña y se dirigió a Madrid con el objetivo de tomar la capital, pero fueron incapaces de conseguir sus objetivos y regresaron hacia el norte. Los carlistas provocaron una batalla conocida como los transaccionistas, partidarios de alcanzar un acuerdo con los isabelinos. El fin de la guerra fue en el tratado conocido como Convenio de Vergara. El acuerdo establecía que se representaran las fuerzas vascas y navarras y que los oficiales del ejército carlista reconocieran a Isabel II como reina legítima de España. Sin embargo, el general Cabrera continuó la lucha hasta su derrota en 1840.

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