Las Regencias y el Problema Carlista (1833-1843)
1. Moderados y Progresistas
Por una parte, estaban los moderados y, por otra, los progresistas. Ambos defendían el sistema político liberal, pero existían profundas diferencias ideológicas.
Los moderados defendían la soberanía compartida entre las Cortes y el rey, unas Cortes bicamerales con un Senado de nombramiento regio, una organización administrativa uniforme centralizada, el nombramiento de los alcaldes y un sufragio censitario, restringido a las clases propietarias y a las capacidades.
Al liberalismo moderado se incorporó la antigua nobleza y la nueva burguesía liberal.
Los progresistas eran partidarios de un liberalismo más amplio, defendían la soberanía nacional, el establecimiento de limitaciones al poder de la corona y un ayuntamiento electivo. El partido progresista se apoyaba en las clases medias y artesanos en las ciudades.
2. La Regencia de María Cristina
A) Los Comienzos Moderados de la Revolución Liberal: El Estatuto Real de 1834
Tras la muerte de Fernando VII, María Cristina fue nombrada regente; al frente del gobierno estaba Cea Bermúdez, pero, para la etapa que se abría, este no era el político adecuado, ya que su programa consistía en oponerse tanto a los carlistas como a los liberales. La regente pronto comprobó que el cambio de gobierno era necesario. En 1834, fue llamado para formar gobierno Martínez de la Rosa. Martínez de la Rosa buscó una fórmula de equilibrio entre las tendencias liberales y el mismo carlismo. El resultado fue la aprobación del Estatuto Real. No era una constitución, sino una carta otorgada por la corona, que no reconocía derechos individuales ni la división de poderes y establecía una convocatoria de Cortes con dos cámaras: el estatuto de próceres y el estamento de procuradores.
Para proceder a la correspondiente convocatoria electoral para la elección del estamento de procuradores, se aprobó una ley electoral con un sufragio muy restringido. La cámara recién elegida volvió a resurgir las diferencias entre moderados y progresistas. El gobierno estaba entre dos frentes.
Aislado y falto de apoyos, Martínez de la Rosa dimitió, siendo sustituido por el conde de Toreno, quien solo duró 4 meses. No lograba imponerse en la guerra carlista, mientras los liberales extremistas promovían amotinamientos populares. El resultado fue la formación de juntas revolucionarias de signo progresista en varias capitales. La regente llamó a Mendizábal.
B) La Fase Progresista de la Revolución Liberal: Mendizábal y la Desamortización Eclesiástica
El motín de la Granja y la Constitución de 1837.
El nuevo gabinete de Mendizábal se formó contando con una Hacienda prácticamente sin fondos y ante una guerra de la que era necesario darle un giro a favor de los isabelinos.
En mayo de 1836, Mendizábal decidió que era lo que buscaba la regente, y encargó a Francisco Javier Isturiz formar gobierno.
El 12 de agosto tuvo lugar el motín de los sargentos de la Granja, que obligó a la regente a restablecer la Constitución de 1812 y a formar un nuevo gobierno con José María Calatrava al frente y Mendizábal en Hacienda.
El programa del gobierno consistió en acabar con las instituciones del antiguo régimen e implantar un régimen liberal con una monarquía constitucional. Un conjunto de leyes permitió la disolución del régimen señorial y el mayorazgo, la supresión de los privilegios gremiales, reconociéndose la libertad de industria y comercio, el establecimiento de la libertad de imprenta y la reanudación de la desamortización de las fincas rústicas y urbanas de las órdenes religiosas.
El proceso culminó con la promulgación de la Constitución de 1837. El nuevo texto reconocía la soberanía nacional y los derechos individuales; establecía unas Cortes bicamerales, con un Congreso de los Diputados elegido por sufragio censitario y un Senado que designaba el rey a partir de una triple lista elegida en cada provincia. La implantación del bicameralismo se acompañó del fortalecimiento de la corona.
Quedó aprobada una nueva ley electoral que aumentaba el número de electores, pero seguía siendo censitaria y restringida.
C) La Vuelta de Gobiernos Moderados: La Ley de Ayuntamiento
Una vez aprobada la Constitución, se convocaron elecciones para octubre de 1837, que fueron ganadas por los moderados. Los gobiernos de esta etapa se vieron influidos por dos militares: Baldomero Fernández Espartero, que se convirtió en cabeza de los progresistas, y Ramón María Narváez, de los moderados.
El gobierno se propuso aprobar una ley de ayuntamientos donde las diferencias entre los progresistas y moderados eran muy fuertes. Los primeros defendían la elección del alcalde por los votantes, mientras que los moderados pretendían que fuese designado por el gobierno de entre los concejales elegidos. Los progresistas decidieron movilizarse contra ella.
La regente, para frenar la insurrección, nombró a Espartero jefe de gobierno, pero al no aceptar el programa del nuevo gobierno, la regente presentó su renuncia y marchó a Francia.
D) El Problema Carlista y la Primera Guerra: Análisis de los Dos Bandos Enfrentados
Fernando VII murió, y dos días después, su hermano Carlos María Isidro, a través del manifiesto de Abrantes, reclamaba el trono desde Portugal. En distintos puntos de España hubo levantamientos a favor de don Carlos; la guerra que se desataba no era solo una guerra dinástica, sino un enfrentamiento entre los partidarios del antiguo régimen y los que querían convertir a España en un estado liberal. La regente María Cristina buscó el apoyo de los liberales, única fuerza capaz de defender los derechos al trono de Isabel II.
Los carlistas eran partidarios del absolutismo monárquico, la defensa de la religión y de los fueros. Esta defensa foral arrastró a las provincias vascas y a Navarra a la causa carlista. Desde el punto de vista social, dentro del carlismo se encontraban miembros del ejército, la mayor parte del clero regular y del bajo clero secular, parte de la nobleza y del campesinado. Las zonas de mayor implantación carlista fueron: Álava, Guipúzcoa, Vizcaya, Navarra, el Maestrazgo, el Pirineo catalán…
En el bando isabelino, la reina regente contó con el apoyo de parte de la nobleza, del funcionariado y altas jerarquías de la iglesia, altos mandos del ejército, burguesía y profesionales liberales, así como clases populares urbanas.
El carlismo triunfó, sobre todo, en las zonas rurales y especialmente en el norte, País Vasco y Navarra, al considerarse amenazadas por el liberalismo.
El Desarrollo Bélico: En una primera fase, hasta 1835, destacan los triunfos carlistas. El pretendiente don Carlos se estableció en Navarra con un gobierno alternativo, pero la buena suerte de los carlistas acabó en 1835. Zumalacárregui, el principal organizador del ejército carlista del norte, murió en el cerco de Bilbao.
La segunda etapa (1835-1837) se caracteriza por las grandes expediciones carlistas para enlazar y estimular las partidas dispersas por el país. La del general Miguel Gómez, que partió del País Vasco, consiguió llegar a Galicia, después se dirigió a Valencia y de aquí hacia Andalucía. No logró consolidar el carlismo en ningún punto y terminó regresando hacia el norte. En 1837, tuvo lugar la expedición real que partió de Navarra bajo la dirección del propio pretendiente, llegando a las afueras de Madrid; sin embargo, la acción del general Espartero obligó al pretendiente a regresar al País Vasco. Los fracasos militares carlistas comenzaron a extinguir a los dirigentes carlistas, conscientes de la imposibilidad de una victoria militar. La tercera fase, de 1837 a 1839, se caracteriza por el agotamiento de los contendientes, interesados en buscar la paz.
Al fin, el general carlista Maroto firmó el convenio de Vergara en 1839 con Espartero, por el que se ponía fin a la guerra. Los carlistas reconocían la derrota, pero conservaban sus grados militares en el ejército de Isabel II; el gobierno se comprometía a tratar en las Cortes el tema de los fueros en el País Vasco y en Navarra. El convenio no fue aceptado por don Carlos, que cruzó la frontera con Francia.
Las consecuencias de la guerra carlista fueron varias. La monarquía, ávida de apoyos, se inclinó de manera definitiva hacia el liberalismo. En ese mismo campo, los militares cobraron un gran protagonismo en la vida política y protagonizaron frecuentes pronunciamientos. Los gastos de la guerra forzaron la desamortización de las tierras de la iglesia.
3. La Regencia de Espartero (1840-1843)
Proclamado regente por las Cortes, los problemas con Espartero vinieron de su forma de gobernar, muy personalista y en ocasiones autoritaria.
Los sucesos de Barcelona también contribuyeron a desprestigiar a Espartero, valorado muy perjudicial para los intereses de la industria textil catalana. El malestar derivó hacia una insurrección social con barricadas. Espartero respondió con el bombardeo de Barcelona.
Este grave incidente redujo los apoyos que recibía el regente. Puso en marcha un movimiento conspirativo, con levantamientos armados por buena parte de España, al que se unieron los moderados, liderados por Ramón María Narváez. Espartero, sin apoyos, terminó abandonando el país, embarcando en Cádiz rumbo a Londres.
Para evitar disputas por la regencia, las Cortes adelantaron la mayoría de edad de Isabel y la proclamaron reina.
