La dictadura de Primo de Rivera y la caída de la monarquía (1923-1931)
El periodo comprendido entre 1923 y 1931 representa uno de los momentos más convulsos y decisivos de la España contemporánea. La dictadura de Primo de Rivera no fue simplemente un paréntesis autoritario, sino el último intento del sistema de la Restauración por sobrevivir a sus propias contradicciones, intento que terminaría arrastrando consigo a la propia monarquía alfonsina.
Contexto y Golpe de Estado
El golpe de Estado del 13 de septiembre de 1923, liderado por el general Miguel Primo de Rivera, capitán general de Cataluña, se produjo en un contexto de profunda crisis nacional. España arrastraba graves problemas: la humillante derrota en Annual (1921) que había dejado al descubierto las carencias del ejército, la violencia social en Barcelona donde el pistolerismo patronal y anarquista sembraba el terror, la inestabilidad política crónica con gobiernos que apenas duraban meses, y el creciente desafío de los nacionalismos periféricos, especialmente el catalán. Primo de Rivera se presentó como el «cirujano de hierro» que pondría orden en este caos, una figura que intelectuales regeneracionistas como Joaquín Costa llevaban años reclamando.
El Papel de Alfonso XIII
Lo más significativo fue la actitud del rey Alfonso XIII, quien en lugar de defender el orden constitucional, aceptó inmediatamente el golpe y nombró a Primo de Rivera jefe del gobierno. Esta decisión, tomada con sorprendente ligereza, vincularía para siempre a la monarquía con la dictadura, comprometiendo irremediablemente su futuro. El monarca no supo ver que al apoyar el golpe estaba firmando su propia sentencia de muerte política.
El Directorio Militar (1923-1925)
Durante el Directorio Militar, Primo de Rivera implantó un régimen autoritario que suspendió la Constitución, disolvió las Cortes, prohibió los partidos políticos y estableció una férrea censura. Creó instrumentos de control como la Unión Patriótica (1924), un partido único sin ideología definida que pretendía ser el soporte civil del régimen, y el Somatén Nacional, una milicia urbana inspirada en la tradición catalana. Su mayor éxito fue sin duda la solución del problema marroquí mediante el desembarco de Alhucemas (1925), operación que no solo pacificó el protectorado sino que lanzó a la fama a jóvenes oficiales como Francisco Franco.
El Directorio Civil (1925-1930)
El paso al Directorio Civil supuso el intento de institucionalizar y perpetuar el régimen. Primo de Rivera sustituyó a los militares por civiles en el gobierno, aunque manteniendo el control autoritario. En 1927 convocó una peculiar Asamblea Nacional Consultiva, especie de parlamento corporativo sin poderes legislativos reales, que elaboró un anteproyecto constitucional (1929) de marcado carácter autoritario que nunca llegaría a aplicarse.
Economía y Política Social
En el ámbito económico, la dictadura desarrolló un ambicioso programa de obras públicas (carreteras, pantanos, ferrocarriles) financiado mediante un elevado déficit público que aumentó considerablemente la deuda del Estado. Se crearon monopolios estatales como CAMPSA y se implementaron políticas proteccionistas para fomentar la industria nacional. La política social se basó en la Organización Corporativa Nacional (1926), con comités paritarios que mediaban entre obreros y patronos, contando con la colaboración de la UGT mientras se perseguía duramente a la CNT.
Agotamiento del Régimen y Caída
Sin embargo, hacia 1928-1929 el régimen comenzó a mostrar claros signos de agotamiento. La oposición intelectual, con figuras como Unamuno (desterrado a Fuerteventura), Ortega y Gasset (que fundaría la Agrupación al Servicio de la República) o Blasco Ibáñez (desde su exilio francés), se hizo cada vez más virulenta. Las protestas estudiantiles se multiplicaron, especialmente en la Universidad Central de Madrid. Los republicanos de distintas tendencias se reorganizaron, mientras los nacionalistas catalanes incrementaron su rechazo al régimen tras la disolución de la Mancomunidad y la prohibición del uso público del catalán.
La crisis económica internacional de 1929 afectó duramente a España, revelando las limitaciones del modelo económico primorriverista. La peseta se devaluó, el desempleo aumentó y las protestas sociales se recrudecieron. Finalmente, abandonado por el rey (que empezaba a distanciarse del régimen ante su creciente impopularidad), por buena parte del ejército y por sus propios apoyos civiles, Primo de Rivera presentó su dimisión el 28 de enero de 1930 y partió al exilio a París, donde moriría apenas dos meses después.
El fracaso del gobierno del general Dámaso Berenguer (1930-1931), conocido como la «dictablanda», en su intento de retornar a la normalidad constitucional sin ruptura con el pasado, aceleró la caída de la monarquía. El Pacto de San Sebastián (agosto 1930) unió a todas las fuerzas republicanas y a los socialistas del PSOE en su oposición al régimen. Las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, convertidas en plebiscito sobre la forma de gobierno, dieron la victoria a las candidaturas republicanas en las principales ciudades. Ante esta situación, Alfonso XIII optó por abandonar España. El 14 de abril se proclamó la Segunda República Española, cerrando así no solo el periodo dictatorial sino toda una época de la historia de España que había comenzado con la Restauración borbónica en 1874.
La proclamación de la República, la Constitución de 1931 y el bienio reformista (1931-1933)
El 14 de abril de 1931 se proclamó la Segunda República española tras unas elecciones municipales que, aunque dieron mayoría global de concejales monárquicos, mostraron el triunfo republicano en las principales ciudades. Este resultado evidenció la pérdida de apoyo social a la monarquía de Alfonso XIII, quien partió al exilio ese mismo día. El nuevo régimen nacía con un amplio respaldo popular entre las clases medias urbanas, obreros y jornaleros, pero también con la firme oposición de terratenientes, la oligarquía financiera, sectores del ejército y la Iglesia católica.
El Gobierno Provisional y Primeras Reformas
El Gobierno Provisional, formado por los partidos firmantes del Pacto de San Sebastián (1930) y presidido por Niceto Alcalá-Zamora, emprendió de inmediato un programa de reformas. En Cataluña, Francesc Macià proclamó inicialmente la República Catalana, aunque pronto aceptó restablecer la Generalitat como gobierno autónomo provisional. En el campo, el ministro socialista Largo Caballero decretó medidas urgentes como el laboreo forzoso (obligando a cultivar tierras ociosas) y la preferencia a jornaleros locales, lo que enfrentó al gobierno con los grandes propietarios. La reforma educativa, dirigida por Marcelino Domingo, promovió la escuela pública laica y la construcción de miles de aulas, mientras que Manuel Azaña, como ministro de Guerra, impulsó una controvertida reforma militar que ofrecía a los oficiales retirarse con sueldo completo si no juraban lealtad a la República.
Tensiones y Constitución de 1931
Sin embargo, la tensión social estalló en mayo de 1931 con violentos incidentes anticlericales en Madrid y otras ciudades, tras la provocadora pastoral del cardenal Segura en defensa de la monarquía. Aunque el gobierno declaró el estado de guerra, estos sucesos dañaron irreversiblemente las relaciones con la Iglesia y llevaron a intelectuales como Ortega y Gasset a expresar su decepción con el rumbo de la República.
Las elecciones a Cortes Constituyentes de junio de 1931 dieron una aplastante mayoría a la coalición republicano-socialista. Estas Cortes aprobaron en diciembre la Constitución más avanzada de la historia española hasta entonces, que establecía un Estado laico, reconocía el sufragio femenino, permitía el divorcio y abría la puerta a los estatutos de autonomía. La polémica cuestión religiosa, que suprimía el presupuesto de culto y clero, provocó la dimisión de Alcalá-Zamora, siendo sustituido por Azaña al frente del gobierno.
El Bienio Reformista (1931-1933)
El periodo 1931-1933, conocido como Bienio Reformista, vio las transformaciones más profundas. La Ley de Reforma Agraria (1932) buscaba resolver el problema del latifundismo mediante expropiaciones, pero su aplicación fue lenta e ineficaz por falta de fondos y la resistencia de los terratenientes. En Cataluña, el Estatuto de Autonomía fue aprobado en 1932 tras el fallido golpe del general Sanjurjo, aunque con importantes recortes respecto al proyecto inicial. Las reformas laicas (divorcio, secularización de cementerios) y especialmente la Ley de Confesiones y Congregaciones (1933), que obligaba al cierre de los colegios religiosos, aumentaron la confrontación con la Iglesia.
En el ámbito laboral, Largo Caballero impulsó los jurados mixtos y mejoró las condiciones de los trabajadores, mientras que en educación se construyeron miles de escuelas y se organizaron las famosas Misiones Pedagógicas para llevar cultura a las zonas rurales. No obstante, la creciente conflictividad social, con insurrecciones anarquistas como la de Casas Viejas (1933), brutalmente reprimida, erosionó el apoyo al gobierno.
Fin del Bienio y Conclusión
Mientras tanto, la derecha se reorganizaba en torno a la CEDA de Gil Robles y los monárquicos de Renovación Española. La pérdida de apoyo socialista y las divisiones internas llevaron al presidente Alcalá-Zamora a disolver las Cortes y convocar nuevas elecciones en noviembre de 1933, que marcaron el fin del reformismo republicano y el inicio del Bienio Conservador.
En conclusión, la Segunda República inició un ambicioso proyecto modernizador que chocó con resistencias estructurales y una creciente polarización social. Aunque logró avances significativos en educación, derechos civiles y descentralización, su incapacidad para satisfacer las expectativas populares y conciliar con las élites tradicionales la condenó a una creciente inestabilidad. La combinación de reformismo acelerado, oposición reaccionaria y radicalización obrera creó un cóctel explosivo que anticipaba los dramáticos conflictos venideros. La República nacía con esperanza, pero ya mostraba las grietas que terminarían por derrumbarla.
La sublevación militar y el desarrollo de la Guerra Civil (1936-1939)
El Alzamiento y la División de España
El 17 de julio de 1936 comenzó en Melilla la sublevación militar contra la República, extendiéndose rápidamente por la península. Este golpe, preparado desde la victoria del Frente Popular en febrero de 1936, contaba con el apoyo de militares conservadores, monárquicos, carlistas y falangistas. Sin embargo, su fracaso en las principales ciudades (Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao) y la resistencia popular dividieron España en dos zonas, dando inicio a una cruenta guerra civil que duraría casi tres años.
El alzamiento triunfó en zonas rurales y conservadoras como Navarra, Castilla la Vieja, Galicia, parte de Andalucía (Sevilla, Córdoba, Granada) y Aragón, mientras que las regiones industriales y las grandes ciudades quedaron bajo control republicano. Un factor clave fue el Ejército de África, cuyas tropas, al mando de Franco, cruzaron el estrecho de Gibraltar con ayuda de aviones alemanes e italianos, evitando el bloqueo de la flota republicana. La rápida conexión entre las fuerzas del norte (Mola) y del sur (Queipo de Llano) permitió a los sublevados consolidar su posición.
La Internacionalización del Conflicto
La guerra se caracterizó por la intervención extranjera, que resultó decisiva. Los rebeldes recibieron apoyo masivo de la Alemania nazi (Legión Cóndor) y la Italia fascista (Corpo di Truppe Volontarie), mientras que la República solo contó con la ayuda limitada de la URSS y las Brigadas Internacionales. Las democracias occidentales, temerosas de un conflicto mayor, establecieron el Comité de No Intervención, que en la práctica perjudicó a la República al impedirle adquirir armas, mientras que Alemania e Italia violaban abiertamente el embargo.
Desarrollo Militar del Conflicto
El desarrollo militar del conflicto puede dividirse en varias etapas:
- Verano-otoño de 1936: La marcha hacia Madrid y la batalla por la capital. Las tropas sublevadas, dirigidas por Franco, avanzaron desde el sur hacia Madrid, tomando Badajoz y Toledo (donde la liberación del Alcázar se convirtió en un símbolo propagandístico). Sin embargo, la resistencia popular, reforzada por las primeras armas soviéticas y las Brigadas Internacionales, logró frenar el asalto frontal en noviembre de 1936. Franco optó entonces por maniobras envolventes (batallas del Jarama y Guadalajara, marzo de 1937), pero todas fracasaron.
- 1937: La campaña del Norte y las ofensivas republicanas. Ante la imposibilidad de tomar Madrid, Franco centró sus esfuerzos en el norte industrial (Vizcaya, Santander, Asturias). La superioridad aérea alemana e italiana permitió brutales bombardeos (como el de Guernica, abril de 1937) y la caída de Bilbao (junio), Santander (agosto) y Asturias (octubre). Para aliviar la presión, la República lanzó ofensivas en Brunete (julio) y Belchite (agosto-septiembre), pero sin éxito.
- 1938: La batalla del Ebro y la división de la zona republicana. Tras tomar Teruel (febrero 1938), Franco lanzó una ofensiva en Aragón que le permitió llegar al Mediterráneo en abril, dividiendo en dos el territorio republicano. La República respondió con la desesperada ofensiva del Ebro (julio-noviembre 1938), la batalla más sangrienta de la guerra. Aunque inicialmente lograron cruzar el río, los republicanos fueron derrotados, agotando sus últimos recursos.
- 1939: La caída de Cataluña y el final de la guerra. En diciembre de 1938, Franco lanzó la ofensiva final sobre Cataluña. Barcelona cayó el 26 de enero de 1939, provocando un éxodo masivo hacia Francia. En marzo, el coronel Casado dio un golpe en Madrid contra el gobierno de Negrín, buscando una rendición negociada, pero Franco exigió la entrega incondicional. Las tropas nacionales entraron en la capital el 28 de marzo, y el 1 de abril Franco firmó el último parte de guerra.
Conclusión
La Guerra Civil española fue un conflicto marcado por la polarización ideológica, la brutal represión en ambas retaguardias y la intervención extranjera. Mientras los sublevados contaron con un mando unificado y apoyo exterior constante, la República sufrió divisiones internas y el aislamiento internacional. La victoria franquista no solo supuso el fin de la democracia en España, sino que anticipó la Segunda Guerra Mundial, convirtiendo a España en un campo de pruebas para las potencias fascistas. El coste humano fue devastador: alrededor de 500.000 muertos, exilio masivo y una dictadura que duraría casi cuatro décadas.
Fundamentos ideológicos y evolución política del franquismo (1939-1975)
El régimen franquista constituyó un sistema político único en la Europa del siglo XX, caracterizado por su extraordinaria longevidad y capacidad de adaptación a circunstancias internacionales cambiantes. Su entramado ideológico combinó de forma peculiar elementos aparentemente contradictorios: el nacionalcatolicismo tradicionalista con vestigios del fascismo italiano, el militarismo autoritario con un pragmatismo económico sorprendente, y un centralismo férreo con concesiones limitadas a los particularismos regionales. Esta amalgama ideológica no fue estática, sino que evolucionó significativamente a lo largo de sus 36 años de existencia, pasando por distintas fases que reflejaban tanto las necesidades internas del régimen como los cambios en el contexto internacional.
Primera Fase (1939-1945): Influencia Fascista y Neutralidad Ambivalente
La primera etapa representó la fase de mayor influencia fascista, aunque matizada por el predominio militar y católico. El régimen emergió de la guerra civil como una dictadura personalista donde Franco concentraba todos los poderes: Jefe de Estado, Generalísimo de los Ejércitos y Caudillo del Movimiento Nacional. La Falange, aunque nunca llegó a controlar el poder real, proporcionó el aparato propagandístico, la simbología (camisas azules, saludo fascista, yugo y flechas) y parte del entramado represivo. Durante la Segunda Guerra Mundial, Franco mantuvo una ambigua neutralidad que osciló según el curso de la contienda: desde la entusiasta no-beligerancia inicial (1940-1941) cuando parecía que el Eje podría ganar, hasta la neutralidad cautelosa de los últimos años. La entrevista de Hendaya con Hitler (octubre 1940) mostró tanto las simpatías ideológicas de Franco como su astucia para evitar un compromiso militar total que hubiera sido desastroso. El envío de la División Azul al frente ruso (1941-1943) fue un gesto de apoyo simbólico al nazismo sin implicación oficial del Estado español.
Segunda Fase (1945-1957): Aislamiento y Reinvención Anticomunista
El fin de la guerra mundial en 1945 marcó el inicio de una segunda fase donde el régimen tuvo que reinventarse para sobrevivir en un mundo dominado por las democracias vencedoras. El franquismo atenuó sus elementos fascistas más visibles y potenció su carácter católico y anticomunista, presentándose como baluarte contra la expansión soviética en el contexto de la Guerra Fría. Esta estrategia dio sus frutos con el Concordato con la Santa Sede (1953) y los acuerdos defensivos con Estados Unidos ese mismo año, que permitieron la instalación de bases militares estadounidenses en territorio español. Internamente, se desarrolló el marco jurídico del régimen mediante las llamadas Leyes Fundamentales, un conjunto de siete normas que pretendían dar apariencia de legalidad al sistema sin renunciar a su carácter autoritario. Entre ellas destacaron el Fuero de los Españoles (1945), que teóricamente reconocía ciertos derechos (siempre supeditados a los intereses del Estado), y la Ley de Sucesión (1947) que definía España como «reino» y permitía a Franco designar sucesor, sentando las bases para la eventual restauración monárquica.
Tercera Fase (1957-1969): Tecnocracia, Desarrollo Económico e Institucionalización
La llegada de los tecnócratas del Opus Dei al gobierno en 1957 inició la tercera fase, caracterizada por la modernización económica sin reformas políticas sustanciales. El Plan de Estabilización de 1959 marcó el abandono definitivo de la autarquía y el inicio del «milagro económico» español. Esta transformación económica no vino acompañada de apertura política, aunque se produjeron algunos cambios cosméticos. La Ley de Prensa de 1966, impulsada por Manuel Fraga, suavizó la censura previa pero mantuvo severos mecanismos de control gubernamental. La Ley Orgánica del Estado (1967), sometida a referéndum con todas las garantías de manipulación propias del régimen, pretendía institucionalizar el franquismo para garantizar su continuidad, estableciendo por primera vez la separación entre jefatura del Estado y presidencia del gobierno. En 1969, Franco designó formalmente a Juan Carlos de Borbón como sucesor «a título de rey», asegurando así una monarquía del Movimiento Nacional que perpetuase los principios fundamentales del régimen tras su muerte.
Cuarta Fase (1969-1975): Crisis Final y Agotamiento del Régimen
Los últimos años del franquismo estuvieron marcados por una creciente tensión entre la inmovilidad política y las demandas de cambio de una sociedad transformada. El asesinato del almirante Carrero Blanco por ETA en 1973 eliminó al principal garante de la ortodoxia franquista y aceleró la crisis final del régimen. La enfermedad progresiva de Franco, la crisis económica derivada del shock petrolero de 1973, y el aumento exponencial de la conflictividad social (huelgas obreras, protestas estudiantiles, actividad terrorista) mostraban el agotamiento irreversible del sistema. La ejecución de cinco militantes de ETA y el FRAP en septiembre de 1975, en medio de un clamor internacional de protesta y la retirada temporal de embajadores europeos, demostró la ceguera represiva del régimen en sus postrimerías. La muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975 cerró una era histórica, pero las estructuras del franquismo permanecerían durante la compleja transición a la democracia, condicionando profundamente el proceso de cambio político y dejando una herencia que marcaría la evolución de España durante décadas.
Comentario: Discurso de Clara Campoamor sobre el Sufragio Femenino (1931)
1. Clasificación y Descripción del Documento
Nos encontramos ante una fuente histórica primaria de naturaleza política: el discurso parlamentario pronunciado por Clara Campoamor, diputada del Partido Radical, durante los debates constitucionales de la Segunda República Española en septiembre-octubre de 1931. El documento, recogido en el Diario de Sesiones de las Cortes Constituyentes, refleja el intenso debate sobre el sufragio femenino en un momento crucial de la historia española.
Clara Campoamor, una de las tres únicas mujeres diputadas en aquellas Cortes (junto a Margarita Nelken y Victoria Kent), dirige su discurso al pleno del Congreso con un objetivo claro: defender la inclusión del voto femenino en la nueva Constitución republicana. El texto muestra su brillante oratoria y su firme convicción feminista, combinando argumentos jurídicos, históricos y políticos.
2. Análisis de las Ideas Principales y Secundarias
Idea principal: La defensa del sufragio femenino como derecho fundamental e inseparable de la democracia republicana que se estaba construyendo.
Ideas secundarias:
- La contradicción de elaborar una constitución democrática mientras se excluye a la mitad de la población (las mujeres) de los derechos políticos.
- La participación activa de las mujeres en la lucha contra la Dictadura de Primo de Rivera y a favor de la República, demostrando su capacidad política.
- La necesidad de que hombres y mujeres participen por igual en la construcción del sistema político («la política sea cosa de dos»).
- Refutación de los argumentos contrarios al voto femenino, demostrando con ejemplos históricos (protestas contra la guerra de Cuba, manifestación por Annual) el compromiso político de las mujeres españolas.
- Advertencia sobre las graves consecuencias políticas de excluir a las mujeres del sistema democrático.
3. Contexto Histórico Detallado
El discurso se enmarca en el proceso constituyente de la Segunda República (1931-1936), concretamente durante el gobierno provisional formado tras las elecciones municipales de abril de 1931 que provocaron la caída de la monarquía de Alfonso XIII.
La situación política era especialmente compleja:
- Las Cortes Constituyentes, elegidas en junio de 1931 por sufragio universal masculino, estaban dominadas por una coalición de republicanos y socialistas.
- Solo tres mujeres lograron escaño: Clara Campoamor (Partido Radical), Victoria Kent (Radical Socialista) y Margarita Nelken (PSOE).
- El debate sobre el voto femenino dividió incluso a las fuerzas progresistas: mientras Campoamor lo defendía apasionadamente, Victoria Kent argumentaba que las mujeres, bajo influencia clerical, votarían conservador.
- Los partidos de izquierda temían que el voto femenino beneficiara a la derecha, mientras que curiosamente muchos diputados conservadores lo apoyaron por principios.
El artículo 36 de la Constitución, que finalmente reconoció el sufragio femenino, fue aprobado el 1 de octubre de 1931 por 161 votos contra 121. Esta victoria se debió en gran medida a la tenaz defensa de Campoamor, quien logró convencer incluso a diputados reticentes con argumentos jurídicos («no hay derecho a poner condiciones al ejercicio de un derecho») y políticos («no cometáis un error histórico»).
La primera aplicación práctica del sufragio femenino en las elecciones de 1933 confirmó los temores de la izquierda: la CEDA (derecha católica) obtuvo buenos resultados. Sin embargo, esto no invalida la importancia histórica del logro de Campoamor, que situó a España a la vanguardia europea en derechos femeninos (antes que Francia o Italia).
Este discurso representa un hito en la historia del feminismo español y de la democracia, mostrando cómo los principios igualitarios debían abrirse paso contra prejuicios profundamente arraigados incluso entre los sectores más progresistas de la sociedad. La valentía de Campoamor al enfrentarse a su propio partido y a la mayoría de sus compañeros diputados refleja el difícil camino hacia la igualdad real de derechos políticos.
Comentario: Discurso «Paz, Piedad y Perdón» de Manuel Azaña (1938)
Naturaleza del Documento
El texto es una fuente histórica primaria de naturaleza política y moral. Se trata de un discurso pronunciado por Manuel Azaña en julio de 1938, en plena Guerra Civil Española (1936-1939). Su autor es individual, Manuel Azaña, presidente de la Segunda República Española y una de las figuras más relevantes del bando republicano. El discurso fue difundido en un momento crítico del conflicto, cuando la guerra entraba en su fase final y las consecuencias devastadoras eran ya evidentes.
El documento fue originalmente un discurso oral, aunque posteriormente fue transcrito y recogido en sus obras completas. Su destinatario es colectivo, dirigido tanto al pueblo español como a la comunidad internacional, con una clara finalidad pública: reflexionar sobre el significado de la guerra y abogar por la reconciliación nacional. El texto destaca por su tono emotivo y filosófico, alejándose de la retórica belicista para centrarse en un mensaje de paz y perdón.
Este discurso tiene un gran valor histórico, ya que refleja la perspectiva de uno de los principales líderes republicanos en un momento de máxima tensión. Azaña no solo analiza el conflicto, sino que plantea una visión ética para el futuro, resaltando la necesidad de superar el odio y la división. Su mensaje trasciende el contexto inmediato y se convierte en un legado para la reconciliación nacional, siendo relevante incluso en la España posterior a la guerra y durante la Transición democrática.
Contexto Histórico
El texto se sitúa en el período de la Guerra Civil Española (1936-1939), un conflicto que enfrentó al bando republicano, leal al gobierno democrático de la Segunda República, contra el bando sublevado, liderado por militares como Francisco Franco y apoyado por fuerzas conservadoras, monárquicas y fascistas. La guerra estalló tras el golpe de Estado del 18 de julio de 1936, que fracasó en su intento de tomar el poder rápidamente, dando lugar a una guerra que dividió al país en dos.
Para 1938, la guerra estaba en su fase final, con el bando sublevado ganando terreno tras batallas decisivas como la del Ebro y la posterior caída de Cataluña. El ejército republicano, aunque resistía, sufría graves carencias materiales y divisiones internas entre socialistas, comunistas y anarquistas. La situación internacional también jugaba en contra de la República: mientras que los sublevados recibían apoyo militar de la Alemania nazi y la Italia fascista, las democracias occidentales mantenían una política de no intervención, dejando a la República con la Unión Soviética como su principal aliado.
Manuel Azaña, como presidente de la República, pronunció este discurso en un momento de creciente desesperanza para el bando republicano. La derrota parecía inevitable, y Azaña, consciente de la devastación humana y material causada por la guerra, buscó transmitir un mensaje de reflexión y reconciliación. Su discurso no solo era una respuesta a la situación militar, sino también una crítica a la radicalización y la violencia de ambos bandos. Azaña, intelectual y demócrata, entendía que la reconstrucción de España solo sería posible si se superaban el odio y el resentimiento.
El contexto internacional también es clave para entender el discurso. La Guerra Civil Española fue un preludio de la Segunda Guerra Mundial, con potencias extranjeras interviniendo directamente en el conflicto. Azaña, que había intentado conseguir el apoyo de las democracias occidentales sin éxito, era consciente de que la guerra no solo era una lucha interna, sino también un enfrentamiento entre ideologías globales. Su llamado a la paz y al perdón puede interpretarse como un último intento de evitar que España quedara destruida por un conflicto que ya trascendía sus fronteras.
Ideas Principales y Secundarias
Idea Principal: El discurso de Manuel Azaña gira en torno a la necesidad de superar la guerra mediante la paz, la piedad y el perdón, como únicas vías para la reconstrucción de España y la reconciliación entre los españoles.
Ideas Secundarias:
- Plantea que la guerra ha sido un fracaso para todos, generando destrucción y división en lugar de resolver problemas.
- Insiste en que la reconstrucción del país requiere la participación de toda la sociedad unida.
- Hace un llamamiento a la reflexión colectiva para aprender de los errores del pasado.
- Recuerda a los caídos como símbolos de un futuro reconciliado, libres de odio en la muerte.
- Advierte contra los peligros de perpetuar el resentimiento y la intolerancia, que podrían generar nuevos ciclos de violencia.
Estas ideas, entrelazadas, refuerzan su visión de una paz basada en la piedad y el perdón.
Comentario: Fotografía de Mujeres Rapadas en la Posguerra Española
1. Clasificación y Descripción del Documento
La fotografía analizada es una fuente histórica primaria de naturaleza visual, tomada en los primeros años de la posguerra española (1939-1940) en Oropesa (Toledo). Muestra a cuatro mujeres con el cabello rapado, una de ellas con un niño en brazos, siendo víctimas de la represión franquista. Se trata de un documento de enorme valor testimonial que refleja una práctica sistemática de humillación pública contra mujeres vinculadas al bando republicano.
La imagen, de autor desconocido, probablemente fue tomada como registro documental por las propias autoridades franquistas o por vecinos, y en la actualidad se ha convertido en un emblemático documento de denuncia de la violencia de género ejercida durante el franquismo. Conocemos los nombres de las mujeres retratadas: Prudencia, María Antonia, Antonia Juntas y Antonia Gutiérrez, esta última acusada simplemente de haber planchado para soldados republicanos.
2. Análisis de las Ideas Principales
Idea central: La fotografía evidencia la represión específicamente dirigida contra las mujeres en la posguerra española, utilizando su cuerpo como campo de batalla ideológico y herramienta de control social.
Ideas secundarias:
- Violencia de género institucionalizada: El rapado del cabello era un castigo simbólico que marcaba a las mujeres como «deshonradas», asociado frecuentemente a acusaciones de inmoralidad o «rojería».
- Represión familiar y comunitaria: La presencia del niño en brazos muestra cómo el castigo se extendía más allá del individuo, afectando a familias enteras y generando estigma social.
- Control social mediante el terror: Estas prácticas públicas buscaban amedrentar a toda la comunidad y reforzar los valores nacionalcatólicos del nuevo régimen.
- Universalidad de la represión: El contexto rural (Oropesa era un pequeño pueblo) demuestra que estas prácticas no se limitaban a grandes ciudades, sino que impregnaban toda la geografía española.
- Resistencia pasiva: Las expresiones de las mujeres, entre la resignación y la dignidad, sugieren formas sutiles de resistencia frente a la humillación.
3. Contexto Histórico Detallado
La fotografía de las mujeres rapadas en Oropesa se enmarca en el clima de represión sistemática que implantó el franquismo tras la Guerra Civil. En los primeros años de la posguerra (1939-1945), el régimen desarrolló una maquinaria de terror para eliminar cualquier vestigio republicano y consolidar su poder. La represión adoptó múltiples formas: desde ejecuciones sumarias y encarcelamientos masivos hasta humillaciones públicas como el rapado de cabello a mujeres. Estas prácticas se sustentaron en un marco legal represivo que incluía la Ley de Responsabilidades Políticas (1939) y la Ley de Represión de la Masonería y el Comunismo (1940), que permitían perseguir retroactivamente a los vencidos.
La violencia contra las mujeres tuvo características particulares, centrada en su cuerpo como símbolo de control social. El rapado del cabello, acompañado frecuentemente de paseos forzados por las calles, buscaba marcar a las víctimas como «deshonradas» y servir de escarmiento público. Estas mujeres eran acusadas de ser «rojas» o de tener vínculos con la República, aunque muchas veces el único delito era haber trabajado para republicanos o ser familiares de izquierdistas, como muestra el caso de Antonia Gutiérrez, la planchadora retratada en la foto. La represión femenina incluía también violaciones, pérdida de la patria potestad y exclusión social, todo ello para reforzar el modelo nacionalcatólico de mujer sumisa.
El contexto rural de Oropesa, donde fue tomada la fotografía, ilustra cómo estas prácticas se extendieron por toda España, especialmente en pequeñas localidades donde el control social era más directo. La represión en pueblos y zonas agrarias mezclaba ajustes de cuentas personales con la persecución política sistemática. Aunque la violencia fue más intensa en los primeros años, el franquismo mantuvo mecanismos represivos hasta su final en 1975, adaptándolos a las diferentes etapas de la dictadura. La imagen de estas cuatro mujeres se convierte así en un testimonio elocuente de una estrategia de terror que buscaba aniquilar no solo a los enemigos políticos, sino también su memoria y dignidad. Hoy, fotografías como esta son documentos clave para reconstruir la memoria histórica y visibilizar las formas específicas de violencia que sufrieron las mujeres durante la dictadura.
El bienio radical-cedista (1933-1936)
Las elecciones de noviembre de 1933 marcaron el inicio del llamado Bienio radical-cedista (también conocido por la izquierda como el “Bienio negro”). Por primera vez votaron las mujeres, que representaban más de la mitad del censo. La derecha se presentó unida, liderada por la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), mientras que la izquierda se mostró dividida.
Resultados: el centro-derecha (CEDA y Partido Radical de Lerroux) obtuvo la mayoría, gracias a la nueva ley electoral que premiaba las alianzas. La izquierda sufrió una gran derrota.
Gobiernos Radicales y Contrarreformas (1933-1934)
Aunque la CEDA ganó las elecciones, Alcalá Zamora encargó formar gobierno al Partido Radical, excluyendo a los cedistas. Para gobernar, los radicales necesitaron el apoyo parlamentario de la CEDA, lo que provocó una política de contrarreformas:
- En materia religiosa: no se aplicó la Ley de Congregaciones y se permitió la enseñanza católica.
- En política social y agraria: se anularon en la práctica los jurados mixtos, la Ley de Términos Municipales y se devolvieron tierras a los terratenientes.
- En lo militar: se amnistió a los militares golpistas de la Sanjurjada de 1932.
La oposición aumentó: el Partido Radical se escindió y surgieron nuevos partidos como Izquierda Republicana (Azaña) y Unión Republicana. En el campo, los terratenientes incumplieron leyes laborales y bajaron salarios, lo que provocó huelgas campesinas duramente reprimidas.
En Cataluña, el Parlamento autonómico aprobó la Ley de Contratos de Cultivo, defendida por Esquerra Republicana y rechazada por la derecha. Fue declarada inconstitucional. En el País Vasco se bloqueó el Estatuto autonómico.
La Revolución de Octubre de 1934
El detonante fue la entrada de tres ministros de la CEDA en el gobierno el 4 de octubre de 1934. Para la izquierda, esto fue una traición a la República y una amenaza fascista. La UGT liderada por Largo Caballero impulsó una alianza obrera y un programa revolucionario. La CNT no participó.
La insurrección fracasó en casi toda España, salvo en dos focos:
- Cataluña: Lluís Companys proclamó la “República Catalana” dentro de una República Federal. El ejército, dirigido por el general Batet, reprimió el movimiento rápidamente. El gobierno catalán fue encarcelado y se suspendió el Estatuto de Autonomía.
- Asturias: fue el foco principal del levantamiento. La UGT, la CNT y los comunistas tomaron ciudades y fábricas, especialmente en la cuenca minera. Se vivió una auténtica revolución social. El gobierno envió a la Legión y regulares del ejército de Marruecos, lo que derivó en una brutal represión con más de 1.000 muertos y 30.000 detenidos.
Tras los hechos de octubre, la CEDA exigió castigos ejemplares. Azaña fue encarcelado, pese a no haber participado. La tensión política se agravó.
Crisis de 1935 y Desmantelamiento de Reformas
Lerroux formó un nuevo gobierno radical-cedista con mayoría de ministros de la CEDA. Gil Robles asumió el Ministerio de Guerra y comenzó a colocar en altos mandos a militares conservadores como Franco, Mola, Fanjul y Goded.
Se desmontaron las reformas del primer bienio:
- Se anuló la ley de reforma agraria de 1932.
- Se modificaron las leyes laborales.
- Se preparaba una reforma constitucional.
Fin del Bienio y Triunfo del Frente Popular
El Partido Radical se hundió en medio de escándalos de corrupción: el estraperlo (ruleta trucada introducida con sobornos) y el caso Nombela (indemnización irregular a una naviera). Alcalá Zamora se negó a dar el poder a Gil Robles. En cambio, designó como jefe de gobierno a Portela Valladares, quien fracasó por falta de apoyo parlamentario.
Ante esta situación, se disolvieron las Cortes y se convocaron nuevas elecciones para febrero de 1936.
El Triunfo del Frente Popular (Febrero-Julio 1936)
La izquierda aprendió de sus errores y acudió unida a las elecciones bajo el Frente Popular, formado por:
- Izquierda Republicana (Azaña)
- Unión Republicana (Martínez Barrio)
- PSOE y UGT
- PCE, POUM, y otros grupos sindicales
El programa no era revolucionario: pedía la amnistía para los presos de octubre de 1934, restaurar la Constitución de 1931 y recuperar las reformas sociales y agrarias.
La derecha, por el contrario, acudió dividida. La CEDA no logró formar una coalición unificada. La extrema derecha (Bloque Nacional, Renovación Española, carlistas) también fracasó en consolidarse.
Resultados: el Frente Popular ganó con mayoría absoluta, aunque la derecha obtuvo más votos que en 1933. El nuevo gobierno, presidido por Azaña, fue exclusivamente republicano. Se decretó la amnistía, se restituyó a Companys y se restableció la autonomía catalana.
Sin embargo, el clima político se volvió cada vez más tenso:
- Se reanudaron las ocupaciones de tierras por parte de campesinos.
- Se incrementaron las huelgas y los enfrentamientos callejeros.
- La derecha se radicalizó: muchos abandonaron los partidos legales y se integraron en la Falange, que recibió apoyo fascista extranjero.
- Calvo Sotelo emergió como líder de la derecha autoritaria.
En julio, los asesinatos del teniente Castillo y, en represalia, de Calvo Sotelo desencadenaron el golpe de Estado del 17-18 de julio de 1936, dirigido por Mola, Franco y otros generales, dando paso a la Guerra Civil Española.
Evolución Política Durante la Guerra Civil
1. Evolución Política en la Zona Republicana
La sublevación militar provocó el derrumbe del poder estatal republicano, dando paso a una revolución social y a una represión incontrolada en muchos territorios. José Giral, nuevo presidente del gobierno tras la dimisión de Casares Quiroga y Martínez Barrio, decidió armar a las milicias obreras, lo que contribuyó a la descomposición del poder central.
El poder efectivo quedó en manos de comités revolucionarios, milicias y organizaciones obreras. Se produjo un proceso de colectivización en la industria y la agricultura, especialmente impulsado por la CNT y la UGT, mientras el Estado quedaba relegado.
En septiembre de 1936, Azaña encargó formar gobierno a Francisco Largo Caballero. Este integró a republicanos, socialistas, comunistas y, por primera vez, anarquistas en el gobierno. Su objetivo fue restaurar el orden estatal, organizar un ejército regular (Ejército Popular) y ganar legitimidad internacional.
Sin embargo, crecieron las tensiones internas entre comunistas, socialistas moderados, anarquistas y el POUM. Estas estallaron en mayo de 1937 en Barcelona, en violentos enfrentamientos que llevaron a la caída de Largo Caballero.
Le sucedió Juan Negrín, cuyo gobierno (mayo 1937-febrero 1939) apostó por reforzar el poder estatal, centralizar el mando militar y desmantelar la revolución. Se ilegalizó el POUM y se reprimió a la CNT. Negrín impulsó una política de resistencia, esperando la inminente guerra europea, pero esto generó divisiones con republicanos moderados como Azaña o Prieto.
El golpe del coronel Casado (marzo de 1939), con apoyo de socialistas, anarquistas y republicanos, acabó con el gobierno de Negrín, y buscó negociar con Franco. Este rechazó cualquier acuerdo. Madrid cayó el 28 de marzo, y el 1 de abril Franco firmó el parte final de guerra.
2. Evolución Política en la Zona Sublevada
En los primeros meses de guerra, los sublevados establecieron una Junta de Defensa Nacional en Burgos. Ante la falta de un proyecto político unificado entre carlistas, falangistas y monárquicos, el ejército se convirtió en el eje del nuevo poder. La Junta proclamó el estado de guerra y suspendió libertades políticas y sindicales.
Desde el inicio, se desató una represión sistemática contra militares leales a la República, funcionarios, maestros, y miembros de organizaciones del Frente Popular. La violencia fue organizada y promovida por las autoridades militares y milicias falangistas y carlistas.
Tras la muerte de Sanjurjo, Franco fue designado el 1 de octubre de 1936 como “Generalísimo de los Ejércitos” y jefe del Estado, concentrando todo el poder político y militar. Inició la construcción de una dictadura personal bajo el título de “Caudillo”.
En abril de 1937, mediante el Decreto de Unificación, se creó un partido único: Falange Española Tradicionalista y de las JONS, integrando a falangistas y carlistas bajo el liderazgo de Franco. Se impuso un modelo de Estado autoritario y fascistizante, con simbología propia, partido único, y eliminación del pluralismo político.
La Iglesia católica se alió con el régimen desde los primeros momentos. En 1937, el episcopado español publicó una carta pastoral justificando la guerra como “cruzada religiosa” contra el comunismo, legitimando al régimen en el plano internacional.
En enero de 1938 se formó el primer gobierno de Franco. Con la Ley de Administración Central, Franco asumió todos los poderes del Estado. Se derogó toda la legislación republicana, se restableció el catolicismo como religión oficial y se suprimieron las autonomías. La legislación se inspiró en modelos fascistas como la Carta del Lavoro italiana. El Fuero del Trabajo (1938) impuso sindicatos verticales y prohibió los de clase.
El control ideológico se aseguró mediante censura previa, propaganda y educación religiosa. En febrero de 1939, la Ley de Responsabilidades Políticas permitió castigar retroactivamente a quienes apoyaron a la República.
Consecuencias de la Guerra Civil
Pérdidas Humanas y Represión
Se estima entre 500.000 y 600.000 muertos entre víctimas del combate, la represión en ambos bandos y los efectos indirectos como el hambre o las enfermedades. Alrededor de 160.000 murieron en combate, 150.000 por represión (100.000 en la zona sublevada y 50.000 en la republicana), y entre 40.000 y 50.000 fueron ejecutados en la posguerra franquista. Más de 250.000 personas fueron encarceladas o enviadas a campos de trabajo.
Exilio Republicano
El mayor éxodo se produjo tras la caída de Cataluña en 1939: unas 500.000 personas huyeron a Francia, muchas de las cuales fueron internadas en campos de concentración. Otras se dispersaron por Europa, el norte de África y América Latina, especialmente México, que acogió al gobierno en el exilio.
Impacto Cultural
Se destruyó el proyecto regeneracionista de la Edad de Plata. Más del 60% del profesorado fue depurado. La cultura española sufrió una gran pérdida: intelectuales, artistas y científicos murieron o se exiliaron (Machado, Lorca, Alberti, Buñuel, Picasso, entre otros). Se impuso una cultura oficial basada en el nacionalcatolicismo, la censura y la propaganda.
Consecuencias Económicas
España quedó devastada: el 33% de la industria y el 25% de la agricultura quedaron paralizados. Las infraestructuras, viviendas (unas 500.000), maquinaria y el ganado sufrieron grandes pérdidas. La inflación multiplicó los precios por diez y la Hacienda Pública quedó arruinada. A lo largo de los años 40 y 50, la población vivió bajo racionamiento y pobreza generalizada.
Consecuencias Políticas e Internacionales
La guerra supuso el final de la democracia republicana y el inicio de una dictadura de casi 40 años. Se instauró un régimen totalitario, represivo y excluyente. En el plano internacional, España quedó aislada, reconocida solo por regímenes autoritarios como la Alemania nazi, la Italia fascista, Portugal, el Vaticano y, más adelante, Argentina. Se perdió la oportunidad de participar en la reconstrucción europea tras la Segunda Guerra Mundial.