Las Revoluciones Liberales en el Siglo XIX
La Expansión de las Ideas Revolucionarias Durante el Periodo Napoleónico
Napoleón Bonaparte fue un militar que consiguió prestigio y poder político durante la Convención, el Directorio y el Consulado. En su etapa como primer cónsul, consiguió consolidar las conquistas de la Revolución, al lograr la pacificación del país y llevar a cabo numerosas reformas.
La pacificación del país la logró eliminando la oposición radical, permitiendo el regreso de la nobleza exiliada y firmando un acuerdo con la Iglesia: el Concordato con el Vaticano (1801).
Las reformas más importantes, que fortalecieron los logros revolucionarios, fueron:
Aprobación del Código Civil, que recogía principios como el de igualdad ante la ley, libertad, propiedad y separación entre Iglesia y Estado.
Implantación de la libertad económica.
Creación de la asistencia social pública.
Fomento de la educación pública.
Reformas urbanas en París.
Todo ello le valió ser nombrado cónsul vitalicio en 1802 y, más tarde, emperador en 1804, con la aprobación del pueblo francés a través de un plebiscito o votación.
Napoleón propuso también extender la Revolución creando un gran imperio europeo bajo la autoridad de Francia. Así, entre 1805 y 1810, se enfrentó a varias coaliciones de países europeos que se formaron contra él, a las que venció en sucesivas batallas: Austerlitz, Ulm, Jena, Eylau, Friedland y Wagram. Logró así dominar gran parte de Europa Occidental. La única excepción fue el Reino Unido, que derrotó a la flota napoleónica en Trafalgar (1805) y resistió el bloqueo económico decretado por Napoleón (1806).
En los países conquistados, Napoleón confió el gobierno a familiares o a generales franceses. Todos ellos difundieron las ideas revolucionarias, promulgaron constituciones, implantaron el Código Civil napoleónico y abolieron los impuestos señoriales y el diezmo.
La Caída de Napoleón
La dominación francesa no fue aceptada en muchos países, donde provocó movimientos nacionalistas contrarios a esta. Tras el fracaso del Gran Ejército enviado contra Rusia (1812) y la derrota en España (1814), una coalición de potencias europeas, integrada por el Reino Unido, Austria, Prusia y Rusia, entró en París. Napoleón fue desterrado a la isla de Elba y se restableció la monarquía en Francia en la persona de Luis XVIII.
Al año siguiente, Napoleón escapó de la isla y recuperó el poder durante cien días. Sin embargo, los aliados lo derrotaron definitivamente en Waterloo (1815) y lo desterraron a la isla de Santa Elena, donde murió en 1821.
Napoleón propuso entonces extender la Revolución creando un gran imperio europeo bajo la autoridad de Francia. En los países dominados se difundieron las ideas revolucionarias, se promulgaron constituciones, se implantó el Código Civil y se abolieron los impuestos señoriales y el diezmo. Esto condujo a la guerra en Europa.
La Creación Absolutista: La Restauración
Las potencias europeas que no aceptaban la dominación napoleónica se habían unido en una coalición (Reino Unido, Austria, Prusia y Rusia) y habían derrotado a Napoleón. Después de esta derrota, se abrió un nuevo período en Europa en el que se intentó restaurar el absolutismo. A este período se le conoce con el nombre de la Restauración.
Las citadas potencias se reunieron, de manera periódica, entre 1814 y 1815, en el llamado Congreso de Viena, intentando alcanzar varios objetivos:
La restauración del Antiguo Régimen y el restablecimiento de los monarcas depuestos por Napoleón.
La reconstrucción del mapa político de Europa. Como consecuencia del rediseño geográfico del continente, muchos pueblos quedaron separados o unidos contra su voluntad.
La celebración de congresos donde se tratara de manera diplomática la resolución de los conflictos entre países.
Para asegurar estas medidas y mantener el orden en el continente, se autorizó la intervención de las potencias en cualquier país amenazado por una revolución.
Por último, en 1815, se crearon dos grupos de alianzas para asegurar el orden establecido: la Santa Alianza, formada por Austria, Prusia y Rusia, a la que luego se sumaron otros Estados; y la Cuádruple Alianza, formada por Austria, Prusia, Rusia y el Reino Unido.
Revoluciones liberales
Liberalismo y Nacionalismo
El liberalismo es una ideología y una doctrina política basada en el concepto de que la sociedad está formada por ciudadanos libres que tienen derechos fundamentales. Sus principios son:
- Soberanía nacional.
- Representantes elegidos por votación.
- Separación de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial).
- Una Constitución que establece los derechos y deberes de los ciudadanos.
- Derecho a la propiedad.
- Economía de libre mercado.
El nacionalismo sostiene que el marco fundamental de la vida de las personas es la nación, entendida como una comunidad con rasgos propios derivados de una historia, una lengua o una cultura comunes. Su objetivo era que cada nación tuviera su propio Estado (Estado-nación) y, por tanto, reclamaba que las fronteras de las naciones coincidieran con las de los Estados. La ideología nacionalista se extendió por los territorios sometidos a un poder extranjero, como Grecia, o por aquellos que aspiraban a formar un Estado unificado, como fue el caso de Italia y Alemania.
Revoluciones Liberales
- Levantamientos, generalmente liderados por la burguesía, que intentaron conseguir el colapso del absolutismo.
- El liberalismo no dio lugar inmediatamente a una democracia plena. El sufragio censitario significaba que solo los más ricos podían votar.
Las Revoluciones Liberales
Los cambios económicos y sociales introducidos por la Revolución Industrial pusieron de manifiesto las tensiones entre las antiguas estructuras de poder, basadas en privilegios, y las nuevas que la burguesía iba construyendo. Con las ideas de la Ilustración, los burgueses obtuvieron las bases para reclamar derechos políticos e impulsaron las revoluciones que, a lo largo de la primera mitad del siglo XIX, fueron conformando una nueva doctrina ideológica, política y económica: el liberalismo. Este tenía como referente las ideas ilustradas y defendía la libertad de los individuos en todos los ámbitos: social (sociedad formada por individuos libres e iguales), económico (libertad de comercio, etc.), ideológico (libertad religiosa, de pensamiento, etc.) y político.
La Revolución Norteamericana y la Revolución Francesa iniciaron el camino, pero la implantación de los principios del liberalismo en la organización política del Estado fue progresiva, impulsada por los ciclos revolucionarios de 1820, 1830 y 1848.
Por otra parte, en la nueva sociedad de clases que se estaba consolidando, las clases populares, especialmente urbanas, empezaron a reivindicar también sus derechos.
Revoluciones liberales
¿Por Qué se Suceden Diferentes Oleadas Revolucionarias Durante el Siglo XIX?
Durante la primera mitad del siglo XIX, se produjeron en Europa una serie de levantamientos revolucionarios dirigidos por la burguesía, con la intención de derrocar el absolutismo para instaurar gobiernos liberales. En muchas ocasiones, estos levantamientos contaron con la participación de las clases populares, que reivindicaban mejoras de sus condiciones de vida. Por otro lado, en algunos casos, las revueltas liberales estuvieron acompañadas de reivindicaciones nacionalistas.
Las Revoluciones de 1820
Las primeras revueltas liberales consistieron, sobre todo, en insurrecciones armadas de militares que contaban con el apoyo de la burguesía. Su objetivo era poner fin al absolutismo y establecer monarquías de carácter liberal y constituciones moderadas. El ciclo revolucionario de 1820 se desarrolló en la Europa mediterránea.
Se inició en España, con el pronunciamiento militar de Rafael de Riego contra la monarquía absoluta de Fernando VII. Las insurrecciones se sucedieron en el Reino de las Dos Sicilias, en Cerdeña y en Portugal. Sin embargo, la mayoría de las revueltas fueron sofocadas por la intervención de los ejércitos de las potencias absolutistas (la Santa Alianza), que hicieron valer los acuerdos adoptados en el Congreso de Viena.
En Grecia, en 1822, tuvo lugar una insurrección nacionalista que reclamaba la independencia del Imperio Otomano. Esta se alcanzó en 1829.
Las Revoluciones de 1830
Entre 1830 y 1835, se produjo un segundo ciclo revolucionario protagonizado de nuevo por la burguesía, a la que se sumaron las clases populares, que expresaron su descontento en un contexto de crisis social y económica. Sin embargo, una vez conquistado el poder, el liberalismo limitó los derechos y las libertades e implantó el sufragio censitario o restringido, excluyendo así a los grupos populares.
La revuelta más significativa tuvo lugar en Francia. El monarca absoluto Carlos X disolvió el Parlamento y eliminó las libertades civiles. Las revueltas obligaron al rey a abdicar y supusieron la caída de la monarquía absoluta. Los liberales moderados apoyaron una monarquía constitucional que otorgó el trono a Luis Felipe de Orleans.
La revuelta francesa se extendió a otros países europeos, como Polonia, Prusia, Suiza y el norte de Italia, aunque fracasó en la mayoría de ellos y fue reprimida. Solo la revuelta nacionalista en Bélgica tuvo éxito y supuso su independencia de los Países Bajos, estableciéndose una monarquía constitucional cuyo primer rey fue Leopoldo I.
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La Revolución de 1848: Del Liberalismo al Inicio de la Cuestión Social
Una grave crisis económica, las malas condiciones de vida del proletariado industrial y el descontento por las insuficientes reformas políticas conseguidas en la década de 1830 desembocaron en el ciclo revolucionario de 1848. En este se entrelazaron las reivindicaciones liberales de la alta burguesía con las demandas sociales de las clases medias y el proletariado (conocido como la «Primavera de los Pueblos», debido a que una parte importante de los pueblos europeos se alzaron contra el absolutismo).
De nuevo, todo empezó en Francia. La insurrección de la pequeña burguesía, los obreros y los estudiantes provocó la abdicación de Luis Felipe de Orleans y la proclamación de la II República. En este período se impulsaron reformas como el sufragio universal masculino, la soberanía popular, la igualdad social y el derecho de huelga, entre otras. Sin embargo, en 1852, Luis Napoleón Bonaparte se autoproclamó emperador como Napoleón III, iniciándose así un proceso de involución en las libertades y los derechos.
La ola revolucionaria de 1848 afectó también a Prusia, Austria-Hungría, Suiza, la Confederación Germánica y algunos Estados italianos. En todas ellas, los revolucionarios exigieron más derechos, soberanía popular, sufragio universal masculino e igualdad social. Estas exigencias asustaron a la burguesía, que reprimió las revoluciones e implantó un liberalismo conservador.
Revoluciones liberales
¿Cuáles Son los Logros de Esas Revoluciones Liberales?
Balance de las Revoluciones
La mayoría de los procesos revolucionarios acabaron en fracaso a corto plazo. Sin embargo, las ideas liberales se fueron instaurando progresivamente durante el siglo XIX y pusieron fin al absolutismo y a la servidumbre feudal del campesinado en la mayor parte de Europa.
En general, se impuso el liberalismo moderado, que defendía la monarquía constitucional y el sufragio censitario, y limitaba las libertades (por ejemplo, se prohibieron los partidos obreros y las huelgas). Estas medidas beneficiaron a la alta burguesía y a la aristocracia, que, aunque había perdido sus privilegios estamentales, conservaba su poder económico. Así pues, se forjó una élite liberal que pronto entró en conflicto con las clases medias y el proletariado. Estos últimos tomaron conciencia de clase y comenzaron a organizarse para enfrentarse a la burguesía y al Estado liberal que habían contribuido a crear.
Por otro lado, ante los problemas sociales surgidos de la Revolución Industrial, se consolidó el movimiento obrero como nueva fuerza política.
Entre 1815 y 1830, el liberalismo fue una ideología revolucionaria que actuó en la clandestinidad mediante sociedades secretas y protagonizó levantamientos liberales en diversos países.
Sin embargo, a medida que entre 1830 y 1848 el liberalismo accedía al poder en algunos países europeos, se fue transformando en una ideología conservadora que no respondió a las demandas de las clases populares y trabajadoras.
No obstante, debemos destacar que las revoluciones posibilitaron la difusión de los ideales liberales por la mayor parte de Europa Occidental y que las aspiraciones democráticas, plasmadas inicialmente en el sufragio universal masculino, acabaron consolidándose a partir de 1848.
Absolutismo y Liberalismo en España
La llegada de los Borbones supuso un cambio fundamental en la organización territorial de la Monarquía, ya que implicó el triunfo del centralismo absoluto y uniformador en España. El principal instrumento para conseguirlo fueron los Decretos de Nueva Planta.
Los reinos y territorios de la Corona de Aragón vieron abolidos sus fueros e instituciones al ser derrotados en la Guerra de Sucesión Española. Estos Decretos se impusieron como represalia por la oposición de estos reinos al nuevo rey, pero también respondían a la clara intención de imponer una nueva forma de gobernar y administrar la Monarquía.
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Los Nacionalismos
La oleada revolucionaria de 1848 puso fin al sistema absolutista que había resurgido a partir del Congreso de Viena y logró algunas conquistas, como el sufragio universal masculino en Francia. La revolución planteó abiertamente la cuestión social, con el proletariado como protagonista, así como la cuestión nacional (en Alemania, Italia y Hungría), que tampoco sería resuelta inmediatamente.
Los Nacionalismos
El nacimiento de nuevos Estados: Las ideas nacionalistas favorecieron algunos procesos de unificación. Fueron los casos de Italia y Alemania, donde contribuyeron a la difusión de las ideas de construcción de un Estado liberal unitario. También impulsaron el proceso de descomposición del Imperio Turco y el surgimiento de nuevos Estados.
La Unificación de Italia (1859-1870)
A mediados del siglo XIX, Italia era un conjunto de pequeños Estados y territorios que carecían de unidad política entre sí. La única monarquía italiana propia era el Reino de Cerdeña-Piamonte. Algunos territorios del norte, los más desarrollados, estaban ocupados por los austríacos (Lombardía, Venecia, Toscana, Módena, Parma o Lucca). En el centro se encontraban los Estados Pontificios y, en el sur, más empobrecido, gobernaban los Borbones en el Reino de Nápoles y el Reino de las Dos Sicilias.
La conciencia nacionalista vino acompañada de un movimiento cultural denominado Risorgimento, vinculado al Romanticismo.
El proceso de unificación fue dirigido por el Reino de Piamonte-Cerdeña. Sus protagonistas fueron el rey Víctor Manuel II y su primer ministro, el conde de Cavour, quienes se ganaron la confianza de las corrientes nacionalistas más significativas, junto con el revolucionario Giuseppe Garibaldi. La unificación se realizó en varias etapas:
Primero, Víctor Manuel II incorporó Lombardía al Reino de Piamonte-Cerdeña luchando contra Austria, así como los ducados centrales de Italia. Mientras tanto, Garibaldi conquistó el Reino de las Dos Sicilias, en el sur, al frente de un ejército conocido como los «Camisas Rojas», en lucha contra los Borbones del Reino de Nápoles.
Tras esta unificación parcial, se proclamó el Reino de Italia (1861). Finalmente, la unidad se completó con la anexión de Venecia (1866) y la conquista de los Estados Pontificios (1870).
El nuevo Estado implantó un sistema político liberal basado en el sufragio censitario.
La Unificación de Alemania (1864-1871)
La Confederación Germánica, constituida en 1815 sobre los territorios del antiguo Sacro Imperio Romano Germánico, era una entidad supranacional en la que destacaban dos potencias: Austria y Prusia. Contaban con un órgano común: la Dieta Federal, presidida por el emperador de Austria.
Tras la revolución de 1848, se revelaron tensiones internas entre los nacionalistas alemanes debido a la falta de un modelo político y territorial común para la unificación (especialmente en lo referente a la inclusión o no de Austria). El carácter popular y la fuerza del movimiento obrero en Alemania amedrentaron a la burguesía, por lo que el proceso tomó un carácter conservador. El liderazgo lo asumió Prusia, principal potencia económica de la Confederación, en la persona del canciller Otto von Bismarck.
Bismarck logró imponerse a la burguesía, modernizar el ejército y preparar a Prusia para situarla al frente de un fuerte imperio que rivalizara con Austria y Rusia.
Los protagonistas de la unificación fueron el Reino de Prusia, regido por Guillermo I, y el canciller Bismarck. Ambos se propusieron unificar Alemania sin incluir a Austria, su rival político.
El proceso de unificación se llevó a cabo en dos etapas:
Primero, Prusia se enfrentó y derrotó a Austria en la batalla de Sadowa (1866), lo que permitió unificar los Estados alemanes del norte.
Luego, se enfrentó y venció a Francia en la batalla de Sedán (1870), incorporando Alsacia y Lorena, y unificó los Estados alemanes del sur. Se iniciaba así el II Reich o Imperio Alemán (1871).
El nuevo Estado adoptó una constitución que establecía el sufragio universal masculino y un sistema político federal, formado por Estados con amplias competencias.
Con la unificación de Italia y Alemania, se liquidó definitivamente el sistema europeo del Congreso de Viena, transformándose una vez más toda la geopolítica europea.
Los Nacionalismos Independentistas
Los movimientos nacionalistas independentistas se extendieron por los países sometidos a un poder extranjero y se aliaron con el liberalismo. Como resultado de estos, se produjo la independencia de la mayoría de las colonias españolas de América Latina (hacia 1825), la de Grecia del Imperio Turco (1829) y la de Bélgica del Reino de los Países Bajos (1839). En cambio, Irlanda, anexionada a Inglaterra en el siglo XVII (y formalmente al Reino Unido en 1801), no logró sus objetivos independentistas en este período.
Nacionalismos